Disclaimer: Los personajes de Naruto no son míos, créditos a su creador original Masashi Kishimoto.
N/A: De nuevo he venido con un universo alterno, pero a diferencia de los anteriores, esta historia se basa en crimen, suspenso, angustia y mucho drama. No acostumbro a manejar temáticas criminalísticas, pero supongo que una primera vez no vendría mal de experiencia.
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Encarcelado
Capítulo 1
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El tic-tac de reloj colgado en la blanca pared colmó su paciencia.
Bufó estresada y se levantó del negro sillón colocado detrás de la mesa forrada en madera y patas de acero inoxidable, el poco tiempo que permaneció ahí le pareció eterno comparado con otras ocasiones en que su pedido había sido aceptado. Su mente navegó en milésimas de segundos los meses que no lo veía. Interminables semanas en las que la ansiedad por saber de su bienestar la condujeron al colapso de la agonía. Su amiga y colega de la Universidad; Ino Yamanaka, debía estar tanto o más preocupada que ella debido al suceso responsable del rompimiento matrimonial que sostuvo por tres años. Planeaba casarse con un joven aprendiz de un prestigiado maestro de Artes Marciales conocido como Kakashi-sensei, quien en vista del lío que se desató en la ceremonia de su futuro alumno decidió abandonarlo y dedicar la enseñanza a otro sujeto menos "problemático".
Mordió sus propios labios bajando la cabeza, y caminando en líneas rectas de un muro al otro. Apoyó las manos en su cintura esperando que no tardasen mucho en traerlo. Su corazón latía frenético al imaginar la fornida silueta atravesar la puerta y mirarla con esas esferas azules relampagueantes de amor y dulzura. El recuerdo le costó suspiros idénticos a los de una tonta enamorada. Lo amaba a pesar de que sus padres no estuvieron de acuerdo, y optaran por aislarse del delicado asunto. El juicio terminó por extenderse a lapsos indefinidos, chance que aprovechó para culminar su tesis académica e ingresar al juzgado penal de la ciudad de Konoha. La entidad jurídica más famosa del país.
Observó despacio la aguja del relojero marcar la hora… 7:30 de la mañana.
—Dios —imploró subiendo la vista al techo—, ayúdanos. Que hayan recibido la solicitud, por favor. Necesito tenerlo conmigo tan siquiera veinte minutos.
Retomó la anterior posición experimentando una sensación desagradable, como si su cuerpo no obedeciera la orden de mantenerse erguido y en acción. El exceso de trabajo la estaba matando de a poco y sin notarlo. No obstante su semblante no lo aparentó. Antes de acudir a la oficina del juez en busca de un favor personal se dedicó a arreglar las ojeras que caían debajo de sus ojos, la flaqueza de sus pómulos deteriorados por la mala alimentación y la resequedad de los labios consecuencia de la deshidratación. Él no podía descubrir lo que provocaba la dolorosa separación. Conociéndolo, seguro que escaparía de la cárcel para animarla. Su novio era así y nada lograba cambiarlo. Tampoco es que lo quisiera hacer.
—Señorita Haruno.
La voz del vigilante parado en la entrada del lugar la sacó de su trance, y volteó hacia él.
—¿Si?
—El licenciado Yamato autorizó la visita. Dentro de dos minutos su cliente será trasladado aquí.
Ella asintió en un leve cabeceo observándolo irse. Cuando verificó que la puerta estuviese cerrada sus palmas temblaron de forma inevitable, exaltándola más. Luego de tres años, por fin lo tendría cara a cara.
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—¡Mentira!
Los gritos eufóricos de la abogada rebotaron en la ancha sala del juzgado. El público espectador aplaudió su valentía en contradecir lo que el tipejo venia declarando hace una hora. Y es que el cinismo de falsificar hechos le quedaba de novela.
—Tome asiento, joven Yamanaka.
—¡Es injusto! —vociferó un hombre poseedor de cabello castaño y dientes semejantes a colmillos de bestia carnívora, agarrado de la mano de una muchacha hermosa en su hablar e inspiradora de ternura en cantidades incalculables.
—Kiba-kun, tranquilízate.
Unos blancos dedos acomodando la espesa melena detrás de la masculina oreja, aliviaron la furia resurgida en su interior. Respiró hondo y apretando la unión de las superiores extremidades, contempló enamorado la fémina de pie a su lado, reconfortándolo.
—Es nuestro amigo, Hinata-chan. No merece estar en ese asqueroso lugar.
—Lo sabemos —reafirmó devolviendo la afectuosa mirada—. Tengamos fe, hay que confiar.
—¡Silencio! —gritó enojado la mayor autoridad del sitio—. ¡O será suspendida la sesión!
Todos callaron tras el regaño. Incluyendo la pareja de esposos que participó en la protesta de tolerar procesos innecesarios y estorbosos para la posible condena del asesino, quien sonriendo orgulloso los veía desde su puesto. Desgraciado.
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La chica cogió una jarra de agua ubicada en una mesita auxiliar vertiendo el contenido en un vaso de vidrio, justo al lado del objeto. Lo llenó, llevándoselo luego a la boca. Sentía su garganta seca de los nervios suscitados del emotivo momento. La emoción que se instaló en su alma casi no la dejaba respirar. Bebió hasta la última gota del líquido cuando la tranquilidad regresó a sus huesos. Quedando con los orbes adheridos a la vacía base del recipiente. Totalmente ida.
El picaporte de la cerradura fue girada y una alta forma de humano apareció, viendo la femenina espalda.
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—Vamos, oficial —practicó sus dotes de seducción, embobándolo—. Solo es cuestión de que inserte la llave en el orifico de la celda y me permita entrar.
El joven introdujo el dedo índice en el ajustado cuello de la azulada camiseta, tirando la tela en direcciones contrarias a su piel en busca de oxígeno. El paisaje que tenía frente a su rostro lo acaloró en abundantes oleadas de excitación. El cuerpo de la rubia abogada recostada encima del escritorio dejaba en evidencia el inicio de los enormes pechos, torturando su apretada entrepierna.
—B-bueno… señorita. Me apena decirle que no me es posible, s-si lo hago acabaría despedido.
—Pff. Claro que no. Ande… no sea malito.
La osada fémina jaló la corbata que mantenía hace media hora entre sus manos, enarcó la ceja de manera atractiva y se acercó al oído del vigilante —Puedo compensarlo muy bien, créame.
El hombre palideció —A-absténgase de esas insinuaciones.
—Yo no he dicho nada, chico —susurró dando la vuelta para quedar a pocos centímetros del moreno rostro—. Es usted el que piensa mal de mí. Lo único que hago es… convencerlo.
—¿C-convencerme?
Ella rodó los orbes —Obvio, tontito. ¿Qué? No me digas que jamás has tenido una mujer así —murmuró sentándose en las piernas ajenas—, dispuesta a complacerte.
No supo si fue debido al miedo o por mero instinto, pero sus grandes palmas abarcaron la curva de la estrecha cintura cogiéndola con fuerza. Observando la línea que dividía los senos de la mujer que en ese preciso instante acomodaba las extremidades a sus costados. La imagen rebasó su voluntad de negar la petición.
—Creo que ahora sí nos entendemos —agregó después al disfrutar del resultado de su estrategia—. ¿Entonces qué? ¿Si puedo o todavía no?
—¡Sai! —llamó el joven sin despegar la vista de su delirio—. ¡Ven acá!
Ella rió contenta.
—A sus órdenes, señor.
La pacifica voz del suplente atrajo la atención de los dos.
—La señorita desea visitar al preso número 20.
—¿La del Uchiha?
—Sí idiota, ¿acaso hay otro con el mismo digito? —gruñó serio. El joven negó y él prosiguió—. Deja hablar tonterías y guíala.
—Sígame.
La rubia plantó un pequeño ósculo en la mejilla de su víctima, enderezó su postura y se apartó del morboso vigilante persiguiendo al encargado de ayudarla. Una vez lejos de él, una mueca de asco adornó su maquillado rostro de doncella. Sacrificios que rogó no fueran chismeados en las oficinas de sus compañeros de trabajo, ser el hazmerreír de esos infelices bromistas era un precio que no estaba en sus planes futuros.
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El envase no cayó al suelo de puro milagro.
—Aquí está.
El aviso del empleado la congeló en su posición. Tenía terror de voltear y comprobar lo escuchado por sus pequeñas orejas. Pero la curiosidad fue más grande y acabó por ganarle partida armándose de valor, y girando en su propio eje. Allí estaba, igual que siempre. Luciendo el pantalón negro, las gomas que le regaló en el veintiún cumpleaños y la franela azul marino corta de mangas. Mirándola con una viva llama de fuego ardiente que calcinó sus entrañas.
—Viniste, Sakura-chan —dijo ilusionado el chico, mientras le desabrochaban las esposas—. ¿Qué t…
La oración no finalizó por motivos fuera de su voluntad. La hermosa estudiante de derecho derramó lágrimas en una angustia que él a pesar de la distancia podía sentir, hasta palpar. Verla agachar la cabeza, depositar el vaso en la mesa y cubrirse la cara con las manos alertó su intuición de ir y abrazarla, protegerla, hacer que viviera el cariño y sobreabundado amor que mediante cartas le profesó. Las reglas de comunicación eran muy estrictas.
—¡Apúrate, dattebayo! —exigió sospechando que ella se derrumbaría. Y no estaba equivocado.
La felicidad de encontrarlo a salvo y presenciar el conocido brillo en los celestes orbes de su novio la embargó de nostalgia, y arrepentimiento. Muchas veces consideró oportuno visitarlo pero siempre el juez o la jueza rechazaba su propuesta. Y ahora que tenía la posibilidad de acercarse… el llorar le venció. El apresurado muchacho corrió a envolver su delicada figura entre los brazos, mientras ella los extendía, recibiéndolo. El vigilante los dejó solos sin pronunciar palabra alguna.
—¡Naruto! —exclamó aferrándose el moreno cuello y llorando en el hombro.
—Mi amor te extrañé muchísimo. Creí morir de temor a que te sucediera algo malo.
Sakura tragó un nudo atorado en su garganta, sollozando con fuerza.
—Tranquila, tranquila. Ya estoy contigo, y nadie me alejará de ti. Lo juro, ttebayo.
—Me asusté demasiado de no saber sobre ti.
El chico rubio deshizo el abrazo mirándola limpiar las lágrimas que caían como cascadas por las sonrojadas mejillas, separó unas hebras que se adherían a la amplia frente y le subió el mentón, preocupado —No más que yo. Todas las noches soñé con poder verte al menos tres minutos, antes de que me trasladen.
—No lo permitiré.
—Sakura…
—¿Qué pasa? —cuestionó al observar la ausencia del brillo en los azules orbes—. Por favor, dime.
—Si el juicio es desfavorable y me condenan, te irás muy lejos de aquí. A algún país o cuidad en la que no corras riesgos. Y te olvidarás de mi para siempre.
—¡No! ¡No quiero, ni puedo! ¡Nunca! —Su dolor era visible, más el prisionero mantuvo la errada posición de resguardar su seguridad ante todo—. Es estúpido que me pidas eso.
Se zafó del agarre enojada dando la media vuelta y tumbando la rosada melena hacia atrás, dejó una mano en la cintura, otra cubriendo su boca y sus ojos rojos desbordando ríos de agua cristalina. Mientras el Uzumaki contemplaba el blanco techo preparado para recibir regaños y quejas suyas, ella solo podía vivir el infierno en carne propia imaginándolo pudrirse en la cárcel. La estancia se convirtió en un almacén de mutismo inquebrantable, una atmosfera desesperante que rebasó la escasa paciencia masculina y volviendo la vista hacia la fémina, dijo las siguientes palabras con pesar.
—Respeta mi decisión. Entiende que…
—No deseo entender nada —habló de espaldas—. Perderte no es una opción.
—Encontrarás a otro hombre que te amé, Sakura-chan. Podrás crear una numerosa familia y…
Ella explotó en un repentino ataque de rabia, interrumpiéndolo —¡El único ser humano que amo más que a todo en esta vida eres tú, Naruto! —Lo encaró claramente frustrada—. No importa lo que me aconsejen los demás, ¡ni lo que sugieras! Yo seguiré contigo, defendiéndote.
—Atarte a un sufrimiento así… te transforma en una egoísta. Porque sabes que también saldré herido.
—¡¿Egoísta?! —repitió frunciendo el ceño—, ¡¿Te parece que quedarme al lado de mi novio, el chico que adoro, es egoísta?!
El joven había pronunciado aquella oración con el fin de hacerla enojar y que recapacitara antes de tomar una decisión incorrecta, como lo era cuidar y proteger su bienestar, según su punto de vista. Pero la abogada no pensó igual. En la mente de la fémina lo trascendental era abandonar todo si fuera preciso y compartir momentos con el amor de su vida, aunque éstos rebosaran de frustración y mala suerte. Siempre creyó que el amor consistía en eso; apoyo incondicional.
—Razona, Sakura-chan.
—No debo razonar nada —espetó apuntándolo—. Eres tú el que necesita ver las cosas claras. El miedo no hará que me aleje de ti.
Alborotó sus rubios cabellos bastante alterado. Esa terquedad en estarse arriesgando sin obligación o fundamento valido aturdía su serenidad, ella debía, tenía que comprender lo peligroso del asunto. Ser acusado de asesinato y en proceso de sentencia no era un futuro esperanzador para su pareja. La amaba como a nadie. Y por ello persistió en el mismo tema, clavándole la vista.
—Acepta mi idea. Más adelante me lo agradecerás.
—¡Cállate ya! —Su voz terminó quebrándose—. Me vale un gorro lo que digas porque pase lo que pase no cambiarás mis pensamientos. ¡Sobre mi cadáver te encarcelarán! ¡Primero muerta, ¿oíste? Muerta!
La última silaba murió en los labios masculinos. Naruto cogió a la pelirrosada por ambos laterales del rostro uniendo sus bocas en un roce extasiado de dulzura y amor en un intento de forzarla a detener las represalias, y en un rincón oscuro de su alma, llevarse el delicado sabor a fresas. Un deleite que por crueldades del destino tenían tiempo sin compartir. El corazón de la mujer se volcó en un profundo gozo haciendo que en cierta manera su fuego apagado en el interior cobrara vida, absorbiendo de la esencia prohibida el aliento requerido para el bien de su espíritu y la sangre. Líquido cuya temperatura transcendió a grados centígrados de calentura en el instante que su cavidad ardió debido a la incesante húmeda lengua que enrollaba la suya en una envoltura de lujuria y pasión imprevista. Una calidez que tuvo reacciones altamente peligrosas. Sakura enroscó sus níveos y delgados dedos en los sedosos cabellos de la amarilla nuca, mientras sentía una presión en su cabeza otorgada por las amplias palmas que palpaban su melena. Atrajo la morena cara del joven a la propia hurgando en la piel de textura suave y deliciosa que le era ofrecida, inhaló aire por los orificios de la nariz, inflando sus pulmones. Y rogando al cielo que esos minutos fueran eternos.
O lo suficientes como para no recordar que la visita acabaría dentro de poco.
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El chiflido de los hombres al ver el contoneo de su cadera enorgulleció enormemente su ego, cada paso suyo destilaba elegancia y elevada postura recibiendo halagos y uno que otro piropo vulgar de los encerrados en la prisión.
—¡Mamacita!
Detuvo su caminar mirando al sujeto babear por ella. Un idiota que jamás imaginó que existiera tanta hermosura en una fémina.
—¿Disculpa? —sonó su voz arisca.
El delincuente asomó la cabeza por la rejilla moviendo de forma graciosa la nariz. Estaba oliéndola a distancia.
—Tu perfume… es exquisito.
—¿Es loco o qué? —Hizo la pregunta al joven que la escoltaba, parado detrás.
—Obsesivo con las mujeres. Un sádico —le respondió sin inmutarse.
—Solo me gustan —susurró el susodicho.
Yamanaka resopló fastidiada y siguió a Sai en dirección al pasillo que conducía a donde asignaron a su prometido; Sasuke Uchiha. Entretanto los silbidos del género masculino aumentaron en niveles estruendosos, llegaron al cabo de tres minutos a su destino y observando a los costados, divisó una silueta difuminada en las penumbras de un rincón. Parecía ser una estatua.
—Este es —informó el guiador señalando adentro del cuadrado lugar. Su acompañante lo miró con la ceja arqueada bastante desconcertada, dudando de que estuviera en lo cierto. No obstante él insertó una llave metálica en el hueco de la cerradura, giró dos veces y la abrió, indicándole después que entrara y comprobara la sinceridad de sus palabras.
La rubia afirmó en un leve cabeceo. Armándose de valor para ingresar y enfrentar lo que de seguro acabaría convertido en una discusión o disputa de opiniones. Porque Sasuke era así; distante, seco y de poco hablar. En el fondo nunca entendió esa actitud.
—¿Vas a venir o no?
La incógnita rebotó en los cuatro muros congelándole los huesos. Aquella brusquedad en el emitir silabas confirmó su sospecha de que sí se trataba de él, de su novio. Quedando inmóvil de la impresión.
—Adelante, señorita —dijo Sai fijando sus orbes en ella.
A regañadientes ingresó puesto que a pesar de ser su obligación como defensora del acusado, también tenían un vínculo sentimental. La última ocasión que platicaron había finalizado en una pelea verbal poco sana. Todo provocado por la insolencia de él, según Ino. Y es que el empeño de no recibir ayuda suya la estresó al borde del colapso haciendo que sin medir la dureza de sus comentarios, agrietara el corazón de ambos. Terminando arrepentida días más tarde. El encargado de vigilarla espero a que estuviese dentro para colocarle candado a dos tubos de las rejas y no permitir que saliera de allí, esfumándose en el pasillo que dirigía a la oficina de policías.
Los nervios de Yamanaka eran muy inestables. Evidentes. Sus palmas sudaban con frecuencia frotándolas entre sí, tratando de mostrar rigidez y seriedad, sin lograrlo. El joven azabache se irguió de la esquina de la acomodada camilla y camino hasta tenerla enfrente, bastante cerca, hundió sus negros ojos en los de ella, examinando la ansiedad. Tan calculador como de costumbre.
—¿Qué?
—Hmp.
La fémina cruzó los brazos a la altura del pecho —¿Te visito y eso es lo único que dices? Pensé que te daría gusto.
El pelinegro guardó las manos en el oscuro pantalón, desviando la mirada —No sé para qué viniste.
—Quise saber de ti ¿o es que no puedo?
Él se encogió de hombros restándole importancia.
—Yo te amo, Sasuke —Abrió su corazón de forma espontánea—. Y me duele que no desees colaborar conmigo a sacarte de aquí —susurró, tomándolo de la mandíbula. El joven la miró.
—Es por tu bien.
—¡Ay por favor! —soltó incrédula antes de apartarse—. No me vengas con esos pretextos estúpidos. ¿Tengo la cara pintada o qué? No soy tonta, Sasuke.
—Piensa lo que se te dé la gana.
La abogada lució sorprendida de que le contestara con aquella tranquilidad.
—De verdad que eres necio. —gruñó rato después, viendo el pasillo que hacia minutos había transitado. La conversación no duró mucho. Ino se regañó a sí misma por insistir en hacerlo entender la gravedad de su orgullo en relación al juicio que sería llevado a cabo dentro de poco. Frente a sus azules ojos él permanecía sereno, despreocupado. Lo que no conocía era el torbellino de temor que lo invadía en las noches, cuando estaba solo en ese penumbroso agujero.
—¡Oficial!
El Uchiha frunció el ceño al oír el grito de su prometida. El hecho de que planeara irse enojada y sin darle siquiera un beso lo confundió en sobremanera, él la amaba, a su modo, pero era amor al fin. Avanzó cinco pasos hasta ubicarse a un costado de la fémina, quien al percibir el calor natural que emanaba su cuerpo no resistió sostener la vista en él. Esos orbes oscuros la dominaban en un simple parpadeo. Observándola inquieta decidió ajustar algunos mechones rubios detrás de la oreja, extendiendo la caricia a la nuca y por consiguiente, al blanquecino cuello. Deslizó sus dedos alrededor de la base lento y cuidadoso, inclinó su frente en la de ella y suspiró obstinado. Muy cansado. El refrescante aliento sacudió el flequillo que caía de medio lado rozándole a penas el ruborizado pómulo. Seduciéndola a no oponerse.
—En momentos como este me da la ocurrencia de ahorcarte, Sasuke. No creas que ignoro la alegría que te produce sacarme de mis casillas.
Él prefirió callar.
El vigilante apareció de improviso dispuesto a cederle libertad a la fémina cabello amarillo, pero la mirada intimidante y fulminadora del prisionero bastó para comprender que debía marcharse. O lo lamentaría. Yamanaka no notó la indirecta pues andaba concentrada en el roce de la mano masculina contra su piel, temblando como una chiquilla a merced de un villano.
—¿Rechazarás de nuevo mi oferta? —interrogó. La proposición que hizo de demostrar la inocencia ante el crimen del que se le acusaba, Sasuke la evadió desde el primer segundo alegando que la justicia sería la encargada de dicha labor. Sin embargo las cosas no sucedieron igual a sus pensamientos. Un disque "amigo" de la víctima reveló detalles que por desgracia fueron usados con el objetivo de perjudicar su caso, imposibilitándolo de gozar la vida tal y como estaban disfrutando los demás. Hundido en esa pocilga nada podía hacer en su beneficio. He allí la razón porque la joven estudiante tardó meses en visitarlo. Y es que ella también tenía orgullo.
Grande, por cierto.
La arrinconó en la esquina de la celda guiada por las masculinas palmas que empujaban sin delicadeza su plano abdomen, el impacto dio fuerte en su espalda, más unos labios eliminaron su posible quejido. Imaginó lo peor, no que la besara. Su sexto sentido despertó del letargo rodeando ansiosa el desnudo cuello de su amante, mientras él entreabría la boca invadiendo su interior. Un millón de explosiones y emociones no definidas estallaron en su cabecita al sentir una presión en el área de su nuca. Sasuke le indicaba mediante movimientos el apasionado ritmo del ósculo.
Como si fuera necesario.