Twilight y sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía
Solo para mayores de 18.
Yani muchas gracias por ayudarme con otra nueva locura, eres un amors!
Las invito al grupo: Erase una vez... Edward y Bella en Facebook
Cuando estás por terminar el segundo año de la preparatoria, y tus papás deciden mudarse de la ciudad, nunca puede venir nada bueno.
Mucho menos cuando te mudas del calor abrasante de Arizona, hacia… el fin del mundo.
Anthony se quitó la lluvia que se adhería a su rostro dándole una sensación pegajosa, su cabello haciendo lo propio escurriendo sobre sus ojos mientras miraba el lugar más lúgubre que hubiese visto hasta hoy. Con una vieja pintura anaranjada y unos pasillos que sin duda alguna vez tuvieron mejores tiempos, el Instituto de Forks lograba ese efecto fin-del-mundo como ningún otro. Tanto de la vida, como de la diversión, como del sol. Al parecer en este lado del mundo, el astro ni siquiera alcanzaba a llegar...
—Muévete, obeso.
Anthony fue lanzado hacia adelante, su mochila haciendo lo suyo en dejarlo en ridículo cuando cayó esparciendo sus útiles por no llevarla cerrada. Con un suspiro, se inclinó recogiendo todo con rapidez, no necesitaba más drama muchas gracias, pero al parecer el bullying en este lado del mundo, sería el mismo que en donde el sol amenazaba con carbonizar a todos.
El cobrizo pensaba, estúpidamente, que quizá el calor en Arizona volvía a las personas violentas. Violentas y groseras, quizás el calor era tan fuerte que ponía a los bravucones más rabiosos de lo normal, pero justo ahora, mientras miraba a los que serían sus compañeros burlarse de él apoyados en la entrada del instituto y terminaba de recoger todo, se dijo que el infierno podía ser igual de caliente que frío. Con otro suspiro esta vez más prolongado, reajustó sus gafas y tiró de la camiseta que se había pegado a su cuerpo.
—¿No te gustó la bienvenida, mantecosa?
—Míralo, el pobre tiene pechos, incluso son más grandes que los de tu mamá. —Un coro de burlas y otros abucheos acompañó aquello, Anthony hizo caso omiso a la urgencia de tirar de su camiseta que sentía se había vuelto a pegar a semejantes pechos, y pasó entre ellos, pero claro, las cosas no podían quedarse así—. ¿No vas a llorar, mantecosa?
—¿Es que en Arizona te llamaban de otra manera?, ¿no te gusta ser llamado así? —Un tipo moreno de cabello increíblemente afro lo volvió a empujar—. ¿Qué dices de vaca?, la vaca Masen.
Los insultos no cesaron incluso cuando estuvo sentado en su pupitre, no cesaron con cada cambio de profesor, y tampoco cuando salió a receso, Anthony supo ahí, en ese momento, que este tan solo sería el principio de una hermosa vida llena de toda la mierda que pensó que había dejado atrás. Y mientras caminaba refunfuñado, chapoteando el suelo y esquivando personas hacia el lugar más oscuro que pudiera encontrar en ese maldito colegio, tiró de su camiseta, y no le importó ya ir abriendo su paquete de frituras…
—Hum, verás este es mi lugar.
—¡Mierda! —A Anthony se le resbaló la manzana que llevaba en su otra mano y las frituras casi corren con el mismo destino cuando dio un paso hacia atrás—. ¿Quién eres tú?
—Tú eres el chico nuevo —murmuró la voz, antes de reírse y que el sonido, aunque corto y bajo, fuera increíblemente dulce a sus oídos—. Supongo que no sabes que este es mi lugar.
—No sabía que los lugares llenos de agua, aislados y oscuros fueran los preferidos de las chicas en Forks, mis disculpas. —Ella se puso de pie, sacudiendo su enorme abrigo, saliendo entonces del rincón oscuro que no dejaba que pudiera verla con claridad.
—De las chicas de mi clase, sí.
Tenía el cabello largo, y todo rizado hasta más allá de los codos, era bajita, si mucho le llegaría al hombro, sus ojos eran tan grandes y cafés que desviaban toda la atención directa hacia su afilado rostro, era tan pálida y delgada, tan contrastante con alguien como él, que podía escuchar el coro de risas y malos chistes si los encontraran en este preciso momento.
—¿Qué clase de chica eres? —Ella se encogió de hombros.
—Una rezagada.
—¿Por qué? —La chica volvió a reírse.
—¿Es que no es obvio?, todos en Forks son un montón de imbéciles, ya deberías saberlo. Has tenido toda la mañana para comprobarlo por ti mismo. —Anthony suspiró, tomando su manzana del suelo, la miró solo un momento, antes de limpiarla en su abrigo y darle una mordida.
—No pueden hacerme nada, soy a prueba de insultos.
—¿Cómo? —preguntó perpleja, fue su turno esta vez para encogerse de hombros.
—Fácil, he crecido recibiendo la cantidad exacta de insultos por mi sobrepeso, desde los más obvios hasta los más ingeniosos, así que un día decidí que ya no me importaba. —Ella parpadeó.
—Conque sí.
—Sí, simplemente ignóralos. —Ella sonrió antes de mordisquearse el labio.
—Ojalá fuera tan fácil. —Anthony tiró de su camiseta, en ese hábito para que no se pegara a su cuerpo.
—No voy a dejar de comer lo que quiero, solo porque a un montón de escuálidos no les parece.
—Bueno, chico nuevo, quizás entonces podamos ser amigos —murmuró con una sonrisa.
—No creo que sea lo más adecuado para ti —aseguró Anthony, sintiéndose incómodo pese a haber profesado que no le importaban más los insultos.
—¿Por qué no?
—Porque… —suspiró apuntando con un gesto de manos entre la distancia que los separaba—. Oficialmente parecemos un diez. —Ella lo miró un segundo, antes de romper en una sonora carcajada que lo estremeció de arriba abajo.
Sus ojos incluso se arrugaron un poco y su semblante oscuro e insípido, de pronto adquirió color y vida. Ella era muy hermosa, aunque estuviera cubierta hasta los pies, o aunque su cabello fuera un desastre de rizos sin sentido. El sonido de la alarma que indicaba el término del receso sonó, rompiendo la extraña burbuja en la que se habían sumido.
—Tengo que volver a mi clase.
—No te vi en el salón —comentó Anthony. Ella se acercó con las manos tras su espalda, antes de sorprenderlo al ponerse de puntitas y acercarse a su oreja.
—Eso es porque voy un año más adelante que tú. Te veré por ahí, chico nuevo.
Y con eso se fue caminando por el lado contrario por el que él había venido. La sonrisa había abandonado su rostro, sus ojos fueron clavados en el suelo todo el tiempo hasta que la perdió de vista. Anthony terminó rápidamente con su manzana y volvió a clases, donde nada lo divertía menos que escuchar historia. Él era más bien del tipo práctico, matemáticas, física… todo lo que tuviera que ver con números sería siempre bien recibido. Así que tres horas después y con un enorme bostezo, se encontró caminando a casa. A petición de Edward.
Sus papás podían estar nadando prácticamente en dinero, pero su padre se había empeñado en obligarlo a regresar caminando a casa, y fue muy claro diciéndole que no lo hacía como método para ponerlo a dieta, como Anthony le planteó en un arrebato de furia, Edward alegaba que las cosas se tenían que ganar, y en un futuro, él incluso estaría comprándole un automóvil para trasladarse por el pequeño pueblo, e incluso para ir a la Universidad a Seattle.
—¡Deberías trotar, vaca! Así nunca vas adelgazar —gritó uno de los tres chicos que al parecer serían sus verdugos, cuando Anthony levantó la vista, vio con horror el automóvil dirigirse hacia él y apenas alcanzó a hacerse a un lado, el lodo salpicándole los zapatos cuando frenaron a su lado.
—¿Es que nunca vas a defenderte, mantecosa? —Anthony apretó los labios, nop. Nunca iba a defenderse, nunca lo había hecho de todos modos.
—Bueno, ya que a vaca Masen le comieron la lengua los ratones, supongo que no hay problema si lo salpicamos un poco.
Y antes de que Anthony pudiera siquiera cubrirse o intentar salirse del camino, el tipo que manejaba puso el freno de mano y pisó el acelerador. Las llantas chirriaron con el agua y lodo acumulado, salpicándolo por completo, dejándolo prácticamente ahogándose en lodo y suciedad.
—¡Nos veremos mañana, mantecosa!
Chicas después de una sequía medio intensa en mi cabeza, hoy vengo a traerles otra historia que espero les guste y me acompañen leyendo, ¿qué dicen, le dan una oportunidad?