Disclaimer: Lloro en mi habitación pensando en que ninguno de los personajes son míos. ¿Por qué mundo cruel? ¿Por qué no me hiciste con una mente tan maravillosa como la de Rumiko Takahashi? La trama, por otro lado, si es completamente sacada de mi mente.

10 años.

"¿Lo has visto?"

"Mira ahí está"

"Yo no sé cómo puede salir…"

"Qué horror"

"¡Es un monstruo!"

"¿Y si ataca a nuestros hijos?"

InuYasha, a sus 10 años, deseó en ese momento que la tierra se abriera para que así pudiera esconderse de las miradas indiscretas (y no tan discretas) de todas las personas que se encontraban en el palacio. Realmente no quería saber lo que decían de él, prefería vivir en la ignorancia a oír sus comentarios, pero su parte demonio consistía en unos sentidos más desarrollados que los humanos. Y eso lo odiaba con todo su corazón.

Corrió hacia donde se encontraba la pelota, un juguete al cual le tenía mucho cariño porque se lo había regalado su querida madre, y supo que había dejado un reguero de cuchicheos tras de sí. Cuando la tuvo entre sus manos, volvió junto a los otros niños con quienes jugaba.

Bueno, si que le lanzaran la pelota lo más lejos posible como si fuera un perro podía contarse como un juego.

—Dame— sonrió burlón el mayor de ellos.

InuYasha estaba cansado.

—No me gusta este juego— se quejó.

El mayor arqueó una ceja.

—¿No te gusta? Pero si es para lo que estás hecho, estúpido perro— dijo y rió, y con él el coro de carcajadas de los demás niños.

InuYasha sintió como sus ojos se aguaban, pero no lloró. No lloraría delante de los demás. Su madre le había dicho que debía de ser fuerte, todo un hombre, para que así los demás no se burlaran de él.

—¡Toma, Kaijiro! — se metió otro mostrándole un palo que había cogido del suelo y una curvatura en sus labios— ¿Por qué no le tiramos mejor esto?

La curvatura de Kaijiro se pronunció y cogió el objeto en cuestión.

—Sí, vamos a probarlo.

Y entonces tiró el palo. Pero en vez de tirarlo lo más lejos que sus fuerzas podían, con buena puntería consiguió que le diera al pequeño InuYasha en la cabeza.

De la sorpresa, el medio demonio lo único que pudo hacer fue levantar sus brazos para protegerse causando que la pelota cayera al suelo y se alejara un poco con sus botes. Las carcajadas se oyeron por todo el lugar, mientras que InuYasha deseaba que estaba vez no solo se abriera la tierra, sino que viniera un huracán y arrasara con todos.

—¿No vales ni para eso, chucho?

—¡EH!

De pronto, InuYasha sintió una presencia posicionarse delante de ella. Lentamente, apartó sus manos de la cara y cuál fue su sorpresa al encontrarse con una niña dándole la espalda, es decir, encarando a esos muchachos con sus manos en las caderas.

—¿Quién os creéis que sois para tratarlo de esa manera? — espetó firme.

Kaijiro la miró de arriba abajo y sus labios se fruncieron en una mueca de asco. Por la ropa de su tela de su ropa sucia y un poco agujereada, podía saberse de donde venía aquella niñata, la cual, tenía la cara machada de suciedad y su pelo parecía un nido de pájaros. No obstante, eso no quitaba ni una pizca de firmeza en su mirada.

—¿Y tú? — inquirió Kaijiro— ¿Qué haces aquí? No tengo limosna para darte, vagabunda.

Desde atrás, InuYasha observó como el cuerpo de la niña se tensaba y una parte de él se reveló. Ella lo había defendido, la primera persona que lo había hecho, y ella no debería de ser tratada así.

—Dejadlo en paz y no os metáis con él— afirmó la niña muy segura.

—¿O qué? — rio— ¿Me pegarás tus piojos? — levantó un brazo y los señaló— Mirad que bonita parejita: el pulgoso y la piojosa.

De pronto, para InuYasha todo fue un borrón. Cuando se quiso dar cuenta, le niña había corrido hacia Kaijiro y lo había mordido en un brazo con todas sus fuerzas. Se oyeron exclamaciones y jadeos provenientes de los demás y el chillido del niño de dolor retumbó por el lugar.

—¡AAAAAH! ¡QUITÁDMELA! ¡QUITADME A ESTA BESTIA DE ENCIMA!

Y cuando InuYasha vio a los demás niños ponerse en marcha, algo se accionó en su cabeza y rápidamente pudo moverse. Se acercó hacia donde la niña todavía lo mordía y empujando a los que querían tocarla, pudo cogerla a tiempo cuando Kaijiro empezó a sacudir su brazo para quitársela de encima. Ambos cayeron al suelo, ella encima de él, y la chica rauda se levantó con el temor de haberlo aplastado.

—¿Estás bien? — le preguntó preocupada.

Ahora que podía verla de cara, el pequeño InuYasha sintió como se quedaba sin respiración. Era como había dicho. Esa chica no parecía una chica de bien, sino más bien alguien que no se cuidaba. Su rostro estaba sucio, su ropa hecha un desastre, su pelo toda una maraña, pero aun así el brillo de sus preciosos ojos achocolatados la hacía ver muy bonita. E InuYasha se sentía muy agradecido de que lo hubiera ayudado.

—S-sí— murmuró el niño todavía embobado.

Fue entonces cuando la niña sonrió y al medio demonio le pareció aún más hermosa. Su sonrisa era limpia, pura y llena de emoción.

Deseó contemplarla para siempre.

Pero de pronto la sonrisa desapareció y la alarma conquistó su rostro. Levantó la mirada y tras observar algo por unos segundos, sus ojos se abrieron.

—Lo siento, pero tengo que irme— musitó en un hilillo de voz.

InuYasha quiso hablar, pedirle que no se fuera, pero poco pudo hacer. Con gran velocidad la niña le echó una rápida mirada antes de darse la vuelta y perderse por las calles. InuYasha la vio irse, con el deseo de seguirla bullendo en su pecho. De lejos podía oír el lamento de Kaijiro, el cual lloraba como si le hubieran arrancado el brazo de cuajo (cosa imposible) mientras era arropado por los demás niños. E InuYasha se quedó ahí en el suelo, todavía intentando procesar lo que había pasado.

—¡Señorito!

InuYasha parpadeó, aclarando su mente, y cuando se giró se encontró con dos guardias que se acercaban a Kaijiro raudos. No sabía si por la parálisis de su cerebro o porque todavía su mente estaba con aquella niña, que no escuchó bien lo que le decía a los guardias, más que alguna que otra queja, múltiples sollozos y que al final lo señalaran. Cuando los guardias lo vieron sus miradas se ensombrecieron, algo que conocía bien el medio demonio.

—¡Fue él! ¡De pronto me atacó! ¡Yo no le hice nada, lo juro! — exclamó Kaijiro entre lágrimas.

Fue entonces cuando pudo atar cabos. Kaijiro lo estaba culpando a él. Según Kaijiro, decir que había sido herido por una chica era demasiado vergonzoso, así lo estaba culpando a él.

InuYasha recordó la bonita sonrisa de la niña y su mirada de miedo… cuando vio aparecer a los guardias.

Y en ningún momento dijo lo contrario respecto a la acusación.

·

Definitivamente el castigo que se llevó y el disgusto que obtuvo su madre fueron suficiente.

Y no solo se refería porque lo tuvieran encerrado por más de varias lunas sin poder salir ante el temor otro "posible ataque" sino que, si ya de por sí, InuYasha siempre había sido mal visto por los demás, ahora con lo acontecido ya ni querían estar en la misma habitación que él, huían despavorido o le lanzaban miradas de desprecio. Dentro de lo que cabía, InuYasha ya estaba acostumbrado a ello y era algo a lo que sabía que se iría incrementando con el tiempo por un motivo u otro, pero para lo que no estaba preparado era para el dolor que vería en la mirada de su madre. Su madre, Izayoi, paradójicamente señora de esas tierras, nunca había sido una mujer muy alegre y abierta, pero en esos momentos es que pareciera como si le costara un triunfo que sus labios se curvaran. Y es que eso le dolía profundamente al medio demonio.

Sin embargo, a pesar de todo, InuYasha no podía dejar de pensar en aquella niña. La primera niña que le había sonreído… y lo había defendido. Cada vez que la recordaba (y era a menudo) sentía un extraño calor en el pecho y deseaba volver a verla. Tenía muchas preguntas en su cabeza que deseaba hacerle, pero, sobre todo, lo único que quería era preguntarle si estaba bien. Esa última mirada se le había clavado y estaba muy preocupado por ella.

Así que, una tarde, con sus "poderes" extras que conseguía con su mitad demoníaca (algo por lo que estaba por primera vez agradecido de tener) pudo volver a salir de palacio para buscar a esa chica. Pero no tuvo buen resultado. Parecía como si se hubiera esfumado. Caminó por toda la cuidad, sin embargo, no obtuvo resultado. Y eso que utilizó su gran olfato y sus desarrolladas orejas. Pero la cuidad olía muy mal y había demasiados sonidos como para que alguno pudiera ayudarlo en su busca.

Tuvieron que pasar varios días más de escapada antes de que el pequeño InuYasha supiera de ella.

Estaba volviendo a su casa con el ánimo por los suelos cuando por el rabillo del ojo le pareció ver ese vestido que se le hacía tan familiar. Rápidamente paró y sus ojos inspeccionaron el lugar, y cuál fue su sorpresa al distinguir los bajos de un vestido segundos antes de girar una esquina y perderse.

No lo pensó. Rápidamente empezó a correr siguiendo a esa persona, deseando que fuera esa linda niña. No supo cuando tiempo estuvo corriendo, pero sí que se dirigían a la parte mala de la cuidad, donde su madre siempre le había dicho expresamente que se alejara, pero eso a él no le importó. Corrió y corrió.

Y de pronto se encontró en un callejón sin salida, en donde la niña se detenía sobre unos montículos de tela que se encontraban colocados estratégicamente en una esquina.

InuYasha sintió como sus pulmones dejaban de trabajar.

Sí. Era ella.

Ese mismo vestido, ese mismo pelo… Y esos ojos que miraban al mendrugo de pan que tenía entre sus manos como si una antigua reliquia se tratara.

Inconscientemente dio un paso hacia delante, deseando tenerla entre sus brazos.

—¿Quién hay ahí? — inquirió ella, de pronto, levantándose.

InuYasha se dio cuenta como lo primero que hacía era esconder su comida de un desconocido, al igual que si hubiera pasado más de una vez, y un irrefrenable deseo de estar junto a ella lo inundó.

—¿Qué…?— empezó a decir cuando advirtió su presencia, con una mirada desconfiada. Pero entonces, sus ojos se abrieron— Espera, eres tú.

Sí, yo, pensó InuYasha extrañamente. Por una vez no era "el bicho, el monstruo, el demonio, la abominación" o esa larga lista de apodos que le tenían, sino simplemente "tú", y eso lo hacía sentir muy bien.

La chica sonrió a la vez que relajaba su cuerpo y volvió a sentarse en el suelo.

—Ven, siéntate— le dijo. Entonces lo pensó y una mueca avergonzada nubló su rostro, la cual le pareció adorable al medio demonio— Bueno, si quieres. Siento que esté tan sucio pero…

Antes de que hubiera terminado de hablar, ella se calló ya que InuYasha se había acercado y sin pensar muy bien en lo que hacía, se había sentado junto a ella, en el incómodo suelo.

—Bueno— murmuró ella gratamente sorprendida. Era el primer niño que se acercaba a ella por voluntad propia— Bienvenida a mi humilde morada.

—¿Qué? — inquirió el medio demonio. ¿Vivía en aquel lugar?

—Toma, ¿quieres? — le mostró el trozo de pan.

InuYasha lo miró y para su horror vio como tenía manchitas verdes. Él no es que fuera muy querido en la casa, pero tampoco le daban comida en mal estado. Sacudió la cabeza, todavía conmocionado con lo que estaba descubriendo. Aunque estaba seguro de que eso era gracias a la posición de su madre.

La chica se encogió de hombros y se llevó el pan a la boca.

Durante un momento, nadie dijo nada.

—¿Cómo te llamas? — preguntó ella, rompiendo el silencio.

—InuYasha.

—InuYasha— repitió ella, midiendo las palabras, como evaluando el nombre. Inexplicablemente, el medio demonio se puso repentinamente nervioso, mientras la veía. Finalmente ella sonrió (esa sonrisa linda que él recordaba) y asintió, aparentemente satisfecha— Me gusta. Es un nombre muy bonito.

—Mmm

—¿No eres de hablar mucho? — preguntó ella, mirándolo curiosa.

Sus ojos eran muy monos, se dio cuenta InuYasha, de un color oscuro pero brillante.

—Keh— respondió él, de pronto, muy nervioso. ¿Por qué ella lo hacía sentirse así?

—¿No quieres saber cómo me llamo yo?

No tuvo que pensar mucho eso antes de asentir. Sí, quería saber cómo se llamaba su linda chica.

—Pues encantada, mi nombre es Kagome.

Y cogiéndolo totalmente desprevenido, InuYasha sintió como le daba un beso en la mejilla.

·

—¿Dónde se habrá metido? — preguntó InuYasha para él mismo.

Volvió a observar a su alrededor, muy nervioso, intentando encontrar ese pelo azabache entre toda la gente. Sabía que no debería estar ahí. Sabía que estaba haciendo algo malo, sin embargo, sus deseos prevalecían sobre la mente y allí se encontraba.

Antes de que empezara toda aquella locura, se había prometido que cuando encontrara a esa chica no volvería a meterse más lío pues no quería preocupar más a su madre, pero en contra de eso, de pronto se vio aferrado a unos sentimientos aún mayores a eso. Y es que no quería dejar a Kagome, alias, su niña linda. Esa primera tarde que estuvieron juntos, InuYasha sintió que se encontraba en otro mundo, en un lugar donde él no era malo, donde podía ser una persona cualquiera. Y le encantó esa sensación. Así que cuando se quiso dar cuenta Kagome le había arrancado algunas palabras (pues no sabía que decir de los nervios que lo consumían) y le había hecho prometer que se verían a la tarde siguiente. Y a la otra. Y a la otra. Y a otra. Y así, de pronto, se vio inmerso en una amistad a la cual se aferraba con uñas de dientes.

Una amistad que jamás podría romperse, sentía InuYasha, pues ella seguía a su lado a pesar de saber que él no era un humano… normal.

"Todavía no te conozco bien", le había dicho la segunda tarde que se vieron "Sin embargo tengo que preguntarte una cosa. Y pedirte otra. Bueno, no exactamente en ese orden pues en realidad una urge más que otra. Primero: ¡déjame tocar tus orejitas, por favor! Y segundo: ¿Por qué tienes orejas de perro?"

Y así fue como la pequeña Kagome se enteró de que su nuevo amigo se trataba en realidad de un medio demonio (bueno, más bien consiguió sacárselo… después de bastante esfuerzo), y ella no pudo más que saltar emocionada. InuYasha la había mirado, alucinado por su comportamiento, pues no era lo usual cuando la gente se enteraba de lo que era él y continuación se había dedicado a explicarle su vida y sus "poderes" demoníacos por exigencia de ella.

Esa misma noche, cuando InuYasha se encontraba en la cama para dormir, rememoró aquella conversación y cuando se quiso dar cuenta una sonrisa se había instalado en sus labios.

Kagome era… única.

Y ya de eso habían pasado varias lunas. Unas cuatro, exactamente.

Esa misma tarde se había podido escapar un poco antes de palacio y la estaba esperando en el mismo lugar de siempre. Podía ver como a su alrededor las personas inconscientemente (pues a pesar de todo se había tapado bien sus rasgos que lo hacían ver medio demonio, como las orejas) se alejaban de él, como si algo les dijera que era malo. Intentó que no le afectara demasiado.

De pronto, un dulce aroma llegó a sus fosas nasales e InuYasha tuvo deseos de sonreír. Era ella.

—¡Aquí estoy!

Y poco tiempo tuvo para reaccionar antes de que alguien se tirara encima de él, por detrás, como si fueran amigos de toda la vida. La familiaridad con la que lo trataba llegaba a abrumarlo alguna veces, acostumbrado como estaba al rechazo.

Pero en ella… en Kagome… le encantaba.

Le encantaba esa chica.

·

·

¡Y aquí me encuentro de nuevo con otra historia de estos dos tortolitos que se consiguieron mi corazón desde el mismo momento que los vi!

Y como seguro que mucha de ustedes sabéis, en los peores momentos cuando más ocupada estás, más ganas por escribir te entran, que es lo queme está pasando a mi. Malditos (o benditos (?)) exámenes.

Se trata de una pequeña historia, de entre uno siete u ocho capítulos, todavía no es seguro. Ya tengo unospocos de ellos escritos, sin embargo, como dije, en este tiempo me cuesta horrores sacar tiempo para mi. Aún así intentaré actualizar lo más seguido que pueda, entendedme.

En fin, ¿qué os ha parecido este InuYasha? ¿Y Kagome? ¿A que son muy monos? *-*

¡Volveremos a vernos, jóvenes hanyous(?)!