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«Que se busquen jóvenes vírgenes y hermosas para el rey. Que nombre el rey para cada provincia de su reino delegados que reúnan a todas esas jóvenes hermosas en el harem de la ciudad de [...]. Que sean puestas bajo el cuidado de Diavel, el encargado de las mujeres del rey, y que se les dé un tratamiento de belleza. Y que se convierta en reina la joven que más le guste al rey.» Esta propuesta le agradó al rey, y ordenó que así se hiciera.
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La luz del amanecer es fría, y la brisa que corre a esas horas la trae de vuelta del estupor en el que ha caído luego de su intento de fuga. Abre los ojos parpadeantes de sueño y lo primero que ve es el perfil hermoso del monarca dormido.
Su rostro arde recordando los últimos sucesos que la encierran en la situación actual. Desvía la vista hacia abajo y comprende porqué despertó a medias. Se halla desnuda por completo, el frescor del alba baña su piel de alguna forma. También descubre que aunque quisiera moverse le resultaría un tanto imposible, tal vez adivinando que volviera a intentar escaparse, el rey tiene una de sus firmes brazos sujetando su cintura, y aunque dormido, su firmeza es evidente.
Sonríe para sí contemplándolo con mayor detenimiento. Él es muy atractivo para su propio bien, piel blanca, distinta a la suya dorada por su otrora transacción al sol, el cabello es tan negro como el ébano, algunos mechones le tapan los ojos desde esa posición, pero es suave y agradable como los de un niño.
Sus pómulos altos y la mandíbula cuadrada pone en evidencia ese estatus del ser acostumbrado a ladrar órdenes y mantener bajo su yugo a los subordinados. Pero allí en el lecho junto a ella, solo es un hermoso muchacho dormido, el cual luce despreocupado ante el escrutinio de su amante.
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Cuando despierta es de día y el sol es tibio y agradable. Por supuesto se halla sola en el enorme lecho, cobijada ahora sí por las mantas de lino. Sin embargo, sigue siendo verano y hace un poco de calor. Se quita el cabello de los ojos y como descubriera la vez anterior que despertó en esa cama, las doncellas le han preparado el baño, y una nueva muda de ropa para esa jornada.
Con las energías que el baño le da, y mientras las siervas le peinan el cabello, se concientiza en los deberes que debe cumplir ese día, la idea que plasmara en el papel el día anterior le cosquillea las manos por llevarla a cabo… Solo espera que Kazuto le crea y le apoye. Aunque será un plan un tanto imposible, el rey y sus hombres de confianza son muy orgullosos, y consideran una afrenta que una mujer sea más astuta que ellos. Suelta un suspiro y se encomienda al destino, confiando que todo irá acomodándose conforme su tiempo en el palacio se afiance.
No sé ha demorado demasiado en su arreglo matutino, pero cuando se presenta en el salón principal para ingerir alimentos, se da cuenta que su pequeña hermana no está a la vista. Kazuto tampoco está en su lugar. Hay fruta cortada y vino dulce preparado para que ella deguste, pero le inquieta ser la única en la enorme habitación. Hasta echa de menos a Alice. Se vuelve hacia uno de los escoltas que permanece impasible en el lugar.
Sabe que le deben respeto, pero aún le resulta extraño tanta parsimonia hacia si misma, hasta hace no mucho tiempo, era una plebeya como ellos.
—¿Dónde están todos? —pregunta en voz baja.
El guardia se inclina reiteradas veces, no la mira a los ojos —Nuestro señor se retiró a una junta con sus consejeros y el capitán de la guardia.
Asiente, no es lo correcto transmitir sus dudas, y el muchacho parece bastante apenado por hablarle. Toma un poco de fruta para sí y mastica lentamente.
De pronto las puertas se abren y el monarca hace aparición, sus ojos de plata brillan con ilusión cuando la encuentra. Se le acerca con prisa y antes de que Asuna pudiera saludarle, él se inclina ante ella, y claramente sin importarle de los guardias que permanecen cual estatuas, le roba unos cuantos besos impetuosos.
La sangre se amontona en las mejillas de la soberana cuando el rey se aleja sonriente de ella, le pasa la yema de los dedos por su labio inferior y se deja caer a su lado —Buenos días —la saluda como si fuera lo más normal del mundo dar semejantes muestras de afecto.
—Buenos días— le responde —¿Dónde está Yui?
Quizás el rey esperaba que dijera otra cosa, pues una ligera arruga se marca en su entrecejo. La contempla fijamente —Le he puesto un tutor, pienso que ya que va a vivir aquí, necesita educación.
Asuna se queda en silencio, repasando si se trata de un reproche encubierto o si realmente es una buena acción.
—¿No estás conforme?— su voz es demasiado seca.
—Lo que mi señor decida estará bien —murmura —He hecho lo posible con ella, transmitiéndole lo poco que sé… que mi rey se preocupe es un gran gesto, y se lo agradezco —decide sepultar sus inquietudes maternales en su mente y aceptar el gesto con una ligera sonrisa.
La frente del rey de suaviza ante sus palabras. De igual manera, esboza una sonrisa que juguetea en las comisuras de sus labios —Creí que había quedado claro que me llamaras por mi nombre.
Sí, se lo ha dicho millones de veces, pero algunas costumbres son difíciles de cambiar.
—Gracias Kazuto —susurra con evidente esfuerzo.
Es legible la dicha en el monarca, cuyos ojos brillan por un segundo, busca la mano de Asuna y la retiene en la suya. Se inclina ante ella de tal forma que, la intensidad de sus pupilas es absoluta. Y es acero. Acero que la atraviesa —¿Te sientes bien?
La joven parpadea sin comprender hasta que, la lenta caricia que acompaña la frase del rey en su mano, le recuerda los hechos de la víspera. Lo ha dicho en un susurro para que la guardia no escuche, pero es inevitable que las mejillas le ardan de pena. No esperaba que le mencionara palabra al respecto.
Asiente, mordiéndose el labio con pena, y él ya no insiste más. Pero no suelta su mano. Es otra clase de intimidad a la que tendrá que acostumbrarse, y de momento le agrada.
Le agrada mucho.
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Ante ella está el pequeño plano en el que aún sigue trabajando. Sus manos tiemblan mientras traza algunas líneas, la tinta de la pluma le salpica los dedos, y ya se imagina a Alice riñéndola por el poco cuidado que tiene consigo misma.
Aunque sus sentidos se encuentran allí, su mente está en un lugar muy lejano. Específicamente, repasando las palabras que Yui mencionara con tanta liviandad la tarde anterior. Está preocupada por su hermana Shino. Si la pequeña no la ha visto luego de que ella misma liberara a las doncellas significaba que algo grave ha ocurrido… ¿Que ha pasado con ella? ¿Dónde se había metido? Otra vez siente que su parte maternal, esa que se ha hecho cargo desde siempre velando por sus hermanas, se antepone por sobre su papel de reina.
Está preocupada, muy preocupada por el paradero de la joven.
Siente frío y humedad en los dedos, y mirando hacia abajo se da cuenta que la tinta se ha derramado y tiene las uñas manchadas de forma miserable. Esboza un suspiro y decide dejar de trabajar por el momento. Su mente es un caos y no puede concentrarse. Dobla el papel en el que con tanto esmero plasmara sus ideas y lo mete en su escote.
—¿Qué haces?
La voz profunda la hace saltar, es cierto que cuando está tan ensimismada en algo, se abstrae del mundo, pero en esta ocasión su mente y su corazón navegan por dos mares diferentes aunque parecieran la misma cosa. Voltea y su cabello suelto se despliega cual estela a su alrededor.
El rey la observa con ojos amorosos. Viste de negro como siempre, y para su propio bien, luce increíble. Sus ojos destellan como plata líquida.
—Has estado muy extraña desde la mañana —le dice con cierto dejo de preocupación. Le toma la mano pese a que ella las esconde —¿Te he hecho daño ayer?
Otra vez sacando ese tema a colación. La vergüenza, tanto por el estado de sus manos y por la novedad de haber compartido la cama con él, la enmudece. ¿Cómo puede hablar de eso con tanta soltura?
—No —contesta tímida, y notando que él espera más, se apresura a agregar —No me has hecho daño.
—Si es así, quisiera que me lo dijeras Asuna. Quiero saber todo lo que pasa por tu cabeza, y que tú también sepas lo que pienso y quiero…
Hay tal ardor en las palabras que el soberano menciona, que sus mejillas arden copiando el color de su cabello. Por un segundo vuelve a ser ese muchacho hermoso que contemplara bajo las brumas de la noche, aquí no es el rey impasible y burlón de los primeros días, parece un ser completamente diferente. Y ese detalle cada vez más constante, la abruma de sobremanera.
—Estoy preocupada por mi hermana —dice la verdad a medias. Lo cierto es que le ha hablado de ellas como si fueran una sola persona, y Kazuto piensa que se trata de Yui… Entiende que debe esclarecer el error, pero ya lo hará más adelante, cuando todo se aquiete.
—Ella esta bien ahora —el joven toma los dedos de la joven y los observa. Una ligera sonrisa se le dibuja al notar las manchas de tinta —¿Qué has estado haciendo?
—Tenía una idea en mente y quería… —musita avergonzada, y su pena crece aún más cuando el rey lleva su mano a los labios y le besa esos dedos embadurnados de tinta, seca a estas alturas —No… —aunque reniega del gesto, él es más fuerte. Siente el tacto de su lengua y Asuna se estremece sin remedio, olvidando lo que iba a decirle.
Se hallan en uno de los jardines tras la fuente de Stacia, y la sombra de los árboles es oportuna para cubrirlos de los curiosos. Allá afuera hay guardias por todos lados, no corren peligro. Y aunque seguros, no pierden ese grado de intimidad que los cobija.
Los besos del rey no solo abarcan su mano, sino que suben por su muñeca, y antes de que Asuna se diera cuenta, su boca se encuentra presa de esos labios firmes y diestros que la subyugan.
Sus ojos se cierran, inevitables, perdiéndose en ese alud de hermosas sensaciones donde él la transporta Su lengua hace algo delicioso tras su paladar y se escucha a si misma suspirar buscando más, se inclina en su dirección hasta que éste la rodea con sus brazos, aplastándola contra su pecho. Y la caricia arde por incontables segundos.
Cuando se separan ambos tienen la respiración rota, la distancia que los separa es mínima y Kazuto parpadea sorprendido porque es Asuna quien vuelve a buscarlo en un beso tímido, renuente a dejarlo ir.
—¡Hermana! ¡Hermano! —la voz risueña de Yui suena por el sendero obligándoles a separarse.
La niña viste de cerúleo, una gasa liviana para ese clima. Cuentas adornan su cabello recogido en una diadema. Sonríe apenas ve a la pareja de adultos y se lanza hacia ellos.
—¡Asuna! ¡Kirito! —exclama alborozada. La sonrisa que se dibuja en sus labios es genuina y feliz.
—¿Dónde estabas? —la pelirroja intenta sonar normal, pese a sus mejillas encendidas.
—Lice dijo que necesitaba aprender unas cuantas cosas —contesta con cierta seriedad que resulta adorable —Dijo que posiblemente llegue a ser consejera del futuro rey y debo saber mucho… —mira a su hermana quien de pronto parece un tanto incómoda ante sus palabras —Pero no comprendo a qué futuro rey se refiere…
—¿Te gustaría ser consejera? —interrumpe Kazuto con una sonrisa socarrona. Ve la duda en los ojos grises de la pequeña y se apresura a explicarse —El consejero ayuda al rey a tomar decisiones importantes, un buen rey no es nada sin esa ayuda extra…
—¿Quien es tu consejero, Kirito?
—Eugeo.
Yui asiente, y de pronto se vuelve hacia su hermana que permanece callada y roja como una amapola —¿A qué se refiere Lice con un futuro rey? ¿Kirito va a dejar el reino?
—No, pero no soy eterno. En algún momento mi reinado se acabará y se lo entregaré a mi heredero —la duda hace que el entrecejo de la niña se arrugue en confusión —Con esto me refiero a que tarde o temprano tendré un hijo, el cual se convertirá en el futuro rey… y tú tendrás que estar a su lado para ayudarle…
—Eso quiere decir… —abre la boca con obvia sorpresa y observa a su hermana mayor con ojos como platos —¡Asuna y tú tendrán un bebé!
—¡Yui!
—Todavía no —el monarca no puede evitar que una ligera carcajada se le escape. La niña parece maravillada, su esposa tiene el rostro en llamas, por lo que decide interceder un poco —Aun no tendremos un bebé, pero es un bonito plan, ¿verdad? ¿Te gustaría tener un… —¿sería lo correcto? —Hermanito…?
—¡Sí! —en verdad parece emocionada con la idea. Sus ojos brillan como gemas. Se aleja, presumiblemente para contarle a la blonda la novedad, quien venía en sentido contrario para reunirse con ellos.
Y ésta no deja escapar la oportunidad; observa a la reina por encima de su hombro, como lo hiciera mientras la acompañaba a la sala, y le muestra una sonrisa insinuante. Asuna siente que su rostro vuelve a incendiarse.
—No es buena idea meterle esos pensamientos a una niña —murmura con un dejo de irritabilidad mientras deciden caminar de regreso a la seguridad del palacio. Delante de ellos Alice va custodiando a la pequeña que parlotea emocionada ante la idea de que su hermana mayor tenga un bebé, y detrás, muy por detrás, el propio grupo de escoltas del rey cierra la comitiva, brindándoles un poco de intimidad.
—¿Por qué? —pregunta el monarca sorprendido, viéndola de soslayo —No es ningún secreto que debo tener un heredero, y lo sabes —la expresión dura que ella le muestra, le obliga fruncir el entrecejo —Claro que si la reina se niega, siempre puedo ordenar que alguna concubina ocupe su lugar.
Ha sido una respuesta cruda, lo sabe a ciencia cierta apenas las palabras salen de su boca, además el gesto ofendido que ella adopta dice que la ha lastimado. Pero ella también le daña con sus silencios y frases a medias.
Asuna es un misterio demasiado complejo y hermoso, y aunque tiene todo el tiempo del mundo para desentrañarlo, pareciera que la reina misma le pone sus propias trabas logrando que los muros que se ciernen entre ellos sean cada vez más altos y difíciles de atravesar.
La noche anterior… Kazuto pensó que todo podría solucionarse si ella compartía su cama, pero al parecer ese fue un espejismo, tan real y precioso como cuando las doradas arenas del desierto, a la hora que más pega el sol, se unen danzantes para crear un oasis falso ante los ojos de cualquier peregrino que se halla a la deriva en el desierto, y en vez de conducirlo a un paraje perfecto, lo envuelven en una trampa mortal, hasta sepultarlo bajo sus pesadas dunas quemantes.
Asuna también es un espejismo, demasiado hermoso y letal.
—Yo sé que las órdenes de mi señor son absolutas, y si él así lo predispone…
Kazuto siente deseos de gritar, y arañar su máscara de indiferencia. Pero en cambio, suspira, buscando sosegarse —Puede que estés encinta en estos mismos momentos…
Asuna enrojece y guarda silencio. Metros más allá se escucha la algarabía de Yui parloteando con la rubia.
—Si así fuera, me haría muy feliz… —continúa el rey en un susurro —Pero estoy dispuesto a esperar lo necesario hasta que mi esposa también lo deseé.
Empero la reina tiene otras preocupaciones en la cabeza, y aunque está aliviada por esa pequeña tregua, ruega internamente que él se esté equivocando. No quiere ser madre, aún debe ocuparse de Yui y Shino.
Además tiene miedo… ¿y si el rey le quita el niño luego de nacido y la echa a la calle? Ha oído historias terribles de niños separados de sus madres al nacer y llevados al palacio para ser educados bajo mano de hierro. ¿Acaso no fue eso lo que hicieron con Kazuto? Él mismo le dijo que su infancia fue terriblemente infeliz, y no está segura de que quiera que pase lo mismo con su hijo.
Ahora que lo piensa, quizás la educación de Yui no sea lo más apropiado…
Se estremece, lo que Kazuto aprovecha para abrazarla de la cintura, y aunque sus pensamientos van en contramarcha gestando una tormenta de sentimientos contradictorios en su subconsciente, le gusta esa sensación de fortaleza y bienestar que siente cuando se encuentra con él.
Otra vez, Kazuto se convierte en ese muchacho inocente que dormitara a su lado y ayer jugara en el río junto a Yui.
Pero la desesperación que siente por su hermana puede más que las emociones que están allí, revoloteando en su pecho como si se hubiera tragado una bandada de mariposas que de pronto lucha por escapar de su estómago. La única forma de saber algo al respecto es hablar con Rika, sabe que le debe un agradecimiento gigante por haber hecho que Yui volviera con ella. Y es el único nexo que tiene con el mundo exterior fuera del palacio.
—Kazuto —él la mira con esos ojos de ensueño y su boca se tuerce en una sonrisa seductora a oírle decir su nombre —¿Cuándo vendrán las bailarinas al palacio?
La pregunta lógicamente borra toda esa expresión sosegada en el semblante del joven rey, entonces vuelve a ser ese hombre frío y terminante que se aleja de ella como si tuviera la misma peste —No he solicitado que vengan… Creí que ya no necesitaría esa clase de entretenimiento —uno, tal vez dos pasos los separan y él sigue imponiendo distancia —¡Agil! —llama a su capitán de guardia que caminaba tras ellos y presuroso se le acerca con cierta parsimonia —Dile a Eugeo que quiero reunirme con él de inmediato.
El imponente hombre se inclina ante su empleador y se aleja en silencio a cumplir la orden.
Asuna luce consternada, ¿qué ha dicho para ameritar tal cambio en el ánimo de ese joven que hasta unos minutos estaba riendo con la idea de tener un bebé?
—Esta noche puedes dormir en tu habitación, no requeriré de tu presencia en mis aposentos.
A Asuna la noticia la toma desprevenida no siente ni alegría o triunfo ante esas palabras. Lo primero que cruza por su mente es que tiene la libertad de salir a investigar y saber que le ha pasado a su hermana Shino. Apacigua el aguijonazo que siente en el pecho ante las palabras inertes del rey y asiente en silencio. Ya luego pensará que hacer con esas emociones extrañas que le carcomen el pecho en desilusión.
Kazuto al parecer no tiene más que decir, se inclina ante ella en una severa caravana y se aleja con su escolta, tomando otro de los senderos rumbo al palacio, dejando su cuidado en manos de Alice.
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—¿Porqué tienes esa cara?—la voz ligera del joven rubio resuena alegremente, en contraparte a él que no está sonriendo en absoluto.
—Es la única que tengo.
Eugeo abre los ojos ante ese descargo —Oye, pensé que estarías feliz. A mis oídos han llegado algunos detalles que… —sonríe de lado —Algunas noticias son imposibles de evitar que corran, aún más si los sirvientes han esperado por ello por más de seis meses.
—Debería mandar a que le corten la lengua a todos.
Eugeo no le cree ni por un segundo —¿Entonces podemos esperar a que el heredero llegue pronto?
Kazuto no responde, se dedica a observar los confines de su reino por la gran abertura que ocupa la pared central, desliza sus cansados ojos hasta donde la vista alcanza.
—¿Señor? —insiste el consejero.
—Esperemos que así sea.
La sonrisa deja los labios del joven rubio, su expresión es seria y preocupada —Kazuto, seré franco contigo, y espero que aceptes este consejo en el nombre de la amistad que nos une.
—Dime, sabes que espero me hables con toda la franqueza posible.
—No puedes mantener a esa mujer en la casa de las concubinas —menciona directo, sin dar rodeos —No solo por el hecho de la afrenta que te ha causado a ti y a todo el pueblo, sino porque le debes tu respeto al nombre de la reina.
—No es la primera vez que lo mencionas, y a decir verdad estaba considerándolo —se da vuelta para contemplar los ojos cristalinos de su mejor amigo —Ya no me apetece tenerla cerca…
—¿La reina Asuna sabe que ella está ahí?
—Por supuesto que no —replica convencido — Pero ya no quiero que viva aquí, cerca de nosotros, envíala con su padre con una buena dote. Ocúpate de eso pronto, Eugeo ¿está bien?
—Por supuesto, señor —se inclina —Hace mucho tiempo esperaba que me dijeras algo así —ve que el monarca sigue con esa arruga marcada que parece imperturbable —¿Eso es lo que te preocupa?
—No —suspira sonoramente y vuelve a enfrentarlo. Una ligera preocupación late en esos ojos grises que lo hace ver vulnerable —¿Cómo le haces con Alice?
—¿Alice?
—¿Cómo le haces para que te obedezca?
Eugeo ríe con evidente humor —Kazuto, ella no me obedece. Me ama —responde lentamente, mientras una sonrisa soñadora aparece en sus labios —Y si actúa de la forma en la que lo hace, es tan solo por su amor hacia mí. Piensa que debe protegerme y cuidarme, de la misma forma en la que yo lo hago por ella. Es recíproco.
El monarca asiente, en silencio.
—Dale tiempo —vuelve a decir el consejero con acento simpático —No diré que la reina está locamente enamorada de ti como tú lo estás, pero… —la expresión del rey es cómica, se ha quedado con los ojos abiertos como platos, mientras un rubor extraño trepa por sus mejillas hasta incendiarle el puente de la nariz y las orejas —Ella tiene alguna clase de sentimiento hacia ti… El deber del rey es cultivarlo y hacerlo florecer…
—No empieces con tus metáforas —Kazuto es orgulloso y terco por supuesto —Lo único que realmente ansío es comprenderla. No estamos hablando de sentimientos. Es una caja de Pandora… cuando pienso que he logrado algún avance con ella, de repente reacciona como un animal salvaje… Hace preguntas extrañas y actúa como si no le importara que me desvivo por hacer su estadía aquí más confortable.
—Quizás debas decírselo claramente y no esperar a que lo descubra por sí misma. La reina es tan o más testaruda que tú.
—No es cierto.
Eugeo ríe. Siente simpatía hacia él. Le gustaría ayudarle, pero comprende que no puede y no debe. No le corresponde. Pero eso no evita que no pueda ayudarle y avergonzarle al mismo tiempo. Amplia el gesto de modo que dos hoyuelos aparecen en sus mejillas.
—Dile que la amas, tan sencillo como eso.
Kazuto decide no responder. La sola idea de negar tal acotación con el rostro ferozmente ruborizado le quitaría credibilidad, por lo que escoge callar. Pero quedarse allí a ser victima de más metáforas de Eugeo tampoco es una perspectiva agradable… Sobre todo porque, en alguna parte recóndita de sus sentimientos, intuye que el rubio tiene razón y… aún no está mentalmente preparado para asumir eso.
—¿Porqué no salimos a recorrer el pueblo? Agil mencionó que podría preparar una guardia real, pero me apetece hacerlo como antes, de forma furtiva ¿lo recuerdas?
Eugeo acepta la tregua —¿Otra vez planea escaparse su majestad?
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La noche ha caído tiñendo los muros con su manto púrpura. En el palacio reina la calma absoluta. El silencio es roto solo por el siseo de las antorchas apostadas en las paredes, Asuna envuelta en los velos que pudo robar apresuradamente de una de las doncellas, lo usa para envolver su cabeza a modo de turbante. Sabe demasiado bien que su vistoso cabello delataría su identidad de inmediato. Y… no quiere pensar qué más podría ocurrir si la descubren. Camina silenciosamente por los pasillos, descalza evitando cualquier sonido que pudiera delatarla.
Apenas el rey le confió que esa noche estaba en libertad de dormir en su propia habitación, y ella sorprendida al principio por esa nueva perspectiva, exultante luego porque eso significaba que podría esclarecer sus preocupaciones; aceptó la sugerencia de buena gana, planeando inmediatamente esa expedición fuera del palacio para visitar su antiguo hogar, y averiguar el paradero de su hermana menor.
Valiéndose de su buena suerte, al poco tiempo tuvo en su poder algunas vestimentas simples de campesina que podría usar para disfrazarse y ocultar su identidad.
El palacio está tranquilo, algunos guardias continúan apostados en el patio de la fuente de Stacia, pero aquel predio tras la casa de las concubinas está vacío. Asuna lo sabe porque, luego de que ella misma liberara a las doncellas, el rey ya no consideró oportuno que guardias velaran por un lugar que estaba casi deshabitado… salvo por la reina. La ex reina. Aunque no tiene idea de que ha pasado con ella, y no está en posición de averiguarlo.
Aquella parte del muro tal y como lo sospechó está inhóspito. Y ella no fue una pastora de ovejas en balde. Sabe trepar y encaramarse a sitios complicados valiéndose de su equilibrio, agilidad y fuerza.
Toda una vida persiguiendo ovejas tontas por desfiladeros y precipicios, de alguna forma la ha preparado para este momento, en el que usando su agilidad, se trepa por los ladrillos sueltos del muro hasta llegar arriba, y salta, sin dificultades fuera de aquella fortaleza de oro. Sus pies se hunden, diestros, en el polvo del camino, y toda ella se yergue bajo la plateada luz de la luna, la cual oportunamente ilumina el fantasmagórico sendero que se extiende serpenteante ante sus ojos.
Del otro lado hasta se respira de otra manera, parece que el aire tiene otro olor… y no se equivoca. Es una noche de verano y los vahos de la ciudad ponen en manifiesto su estatus; huele a ocre y azufre.
Frunce la nariz y ajustando el velo sobre sus labios, cierra los ojos concentrándose en recordar el camino que otrora conocía de memoria. Pasa de medianoche, pero eso no la asusta. En verdad hay pocas cosas a las que tiene miedo, y todas ellas están relacionadas con sus hermanas.
Tarda una buena parte de tiempo en llegar al que alguna vez fue su hogar. Ahora luego de tantos meses, parece una edificación triste y abandonada. Hasta el corral que usaba para cuidar de Wa'el, su precioso caballo,ha sufrido la inclemencia del desarraigo. Todo luce tan fúnebre e inhóspito, que siente deseos de llorar.
Pisas los hierbajos secos, que crujen en burlona melodía, y se aventura a la puerta la cual empuja, precipitándose hacia el interior. Dentro, la negrura más profunda la recibe, vaticinando algo que ella misma ha intuido desde que salió del palacio.
Shino no está allí.
Camina a tientas reconociendo los escasos muebles que aún conserva. Pero ya no tiene nada que hacer en ese lugar, lo reconoce. La única persona que puede ayudarle ahora es Rika… Quizás debió llegarse a su hogar primero antes de emprender tamaño de aventura. ¿Pero cómo iba a saber que su hermana no estaría en su hogar? Se hace mentalmente la promesa de que antes de regresar irá a visitar a su amiga, necesita oír de su boca que sucedió luego de su baile ante el rey...
Sigue tanteando sobre una especie de mesón, buscando la yesca que normalmente tiene preparada para cuando necesita hacer fuego. Ya que está ahí revisará qué tanto se ha deteriorado todo durante su ausencia.
Toma las piedras y al primer roce certero, el chispazo enciende la yesca. Se apresura a tomar una vela casi derretida que debía estar allí desde la última vez y acercándola al fuego, la enciende. La luz titila, fría y pequeña, pero alcanza a lamer con su claridad todos los recovecos de la edificación. Rebelando de pronto la negra silueta sentada en una de las esquinas, la cual permanece inmóvil aún sabiendo que ella acaba de descubrirlo.
Asuna ahoga el grito de sorpresa y se aleja lentamente hacia atrás sin quitarle la vista de encima. Parece un assassin del desierto. Vestido de negro, con el rostro envuelto en un manto tan oscuro como la noche… Pero, luego de tantos minutos sigue tan quieto que ella se pregunta si no estaría dormido. Quizás escogió ese lugar para guarecerse de la noche. Muchos forasteros hacen ese tipo de cosas, buscan las edificaciones vacías para pasar la noche.
Intentando regularizar su respiración, Asuna se aproxima y cuando alza el pie para tocarle lo que presume sería su rodilla bajo el manto, una mano rápida la jala del tobillo, y de un rápido revés se halla de espaldas contra el suelo, con el intruso echado sobre ella.
Pero otra vez, ella no ha sido una pastora de ovejas en balde, ni ha empuñado una daga amenazando al rey por nada. La adrenalina que corre por sus venas la vuelve letal y salvaje. Levanta el codo y se lo clava al intruso en las costillas, al mismo tiempo que alza sus rodillas buscando pegarle en el lugar más vulnerable que un hombre poseé. Pero éste parece predecir sus movimientos, pues la evita soltando una maldición ronca y usando su mismo brazo la inmoviliza contra él de tal forma, que se encuentra indefensa.
Asuna siente la respiración agitada del hombre sobre su nariz y entonces mira sus ojos que son tan oscuros como la noche. Luego de ese movimiento su velo se ha soltado y su cabello se derrama como el sol de la tarde, pero por más que quiera recomponerlo no puede.
—¿Qué quiere? —le pregunta tratando de no sonar temblorosa. Se apreta las uñas en la palma de las manos como una forma de no sucumbir al terror. Cada vez que respira su pecho choca contra el de él.
—¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?
Asuna parpadea porque esa voz le resulta parcialmente familiar. Y justo cuando estaba buscando la valentía necesaria para morderle el hombro…
—¿K-Kazuto…? — su voz se pierde cuando el assassin se quita la capucha, y la fisonomía bien parecida de su marido hace aparición.
Aunque la expresión furiosa que tiene es algo que no le ha visto nunca. Luce muy enojado.
—¿Tiene idea de lo que acaba de hacer, su majestad? —esta vez usa un tono de burla, pero se percibe la furia gestando detrás de cada palabra. No la suelta. Con la misma fuerza con la que la tiene prisionera, los pone a ambos en pie, y sujetándola contra su cuerpo se acerca a la vela cuya flama parpadea ya a punto de extinguirse.
Asuna nota por fin las líneas tensas de su rostro, el musculo que le late en la barbilla, y la mirada enojada que parece irreversible.
—Deliberadamente has actuado, escapando del palacio y burlando una guardia a la que se le paga por cuidarte —el tono de voz del muchacho era engañosamente suave, empero se notaba el esfuerzo que estaba haciendo para no empezar a gritar —Pero hay algo más… ¿estás preparada para asumir la culpa de que algo malo le ocurrió al rey?
—Señor… yo realmente…
—¿Estás preparada? —la cortó —¿Sabes el castigo que puede caer sobre ti si algo malo me ocurre por estar sin mi guardia personal? —Asuna abrió los ojos en horror, por fin comprendiendo a qué se refería.
—Kazuto, jamás quise que algo… N-ni te desearía el mal…
—Piensa por un momento toda esta situación, ¿y si ahora mismo un criminal de verdad entra por esa puerta…? —deja el resto en suspenso para que ella se hiciera la imagen menta en la cabeza —Y nos asesina a los dos… ¿quién se haría cargo de mi reino, y quién se ocuparía de mi pueblo?
Asuna baja lentamente la cabeza —No pensé en todo eso...
— ¿Y si en verdad yo era un homicida que buscaba aprovecharme de ti? —su voz vuelve a ir a la carga con idéntica furia —¡Eres la reina, maldita sea! ¡No puedes salir como una ladrona en medio de la noche! ¿Te estás burlando de mí?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces explícame… ¿qué haces aquí?
Ella se muerde el labio —Aquí vivía.
Él mira a su alrededor. La pequeña vela parpadea hasta que se apaga finalmente. La negrura de pronto es tan densa y profunda que Asuna se estremece sin darse cuenta. Kazuto no la suelta, pero tampoco la abraza para contenerla como ha hecho en otras ocasiones, sino que la arrastra hacia afuera. La fantasmal luz de la luna es suficiente para que puedan verse a la cara aquellos dos.
Sin mencionar palabra la toma de la mano y la jala por la colina, sendero abajo. Ahí recién se da cuenta que el joven está solo, no hay guardia, ni comitiva que lo cuide. Entonces sus palabras, aquellas que le escupió con tanta furia le golpean la cara en una verdad ineludible.
¿Sabes el castigo que puede caer sobre ti si algo malo me ocurre por estar sin mi guardia personal?
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Adiós idea de hablar con Rika, adiós idea de volver a su hogar…
Mientras caminan por las callecitas torcidas rumbo al palacio, Asuna por fin comprende lo que acaba de hacer. Escaparse sin guardia privada, obligar a su rey a que la siga poniendo en peligro su vida…
Tiembla, de frío, de miedo, ya no sabe. Y la mano que sujeta su muñeca se siente firme, no cariñosa como era lo usual en él. Ven los muros teñidos de azul, que en esa penumbra parecen negros como el pedernal, y en vez de dirigirse a la entrada principal, como Asuna creyó que sería, Kazuto rodea el palacio y tras un mecanismo que la deja boquiabierta, acciona una saliente en la pared, y una piedra de importante tamaño se mueve dejando un hueco por el que fácilmente entraría una persona. No tiene que escalar como pensó, sino simplemente agacharse.
El rey no dice palabra, le hace un gesto de que entre primero. Asuna es ágil y lo logra fácilmente. Una vez dentro, descubre que justamente están detrás de la fuente de Stacia. Una enredadera de hojas gigantes los oculta de la vista de los guardias. Kazuto vuelve a ponerse la capucha, y tomando su mano de nuevo la arrastra hacia el interior usando la pared verde como escudo.
Parece pensar que si vuelve a soltarla, ella tomará la primera oportunidad y escalará un muro buscando su libertad.
Pero Asuna ya no tiene ganas de pensar algo semejante. Las luces de las antorchas parpadean casi extinguiéndose cuando ellos cruzan los pasillos con rapidez. Kazuto dobla hacia la derecha, hacia la habitación de ella. La reina constata, consternada, que no hay guardias que vigilen la puerta, por lo que atraviesa la abertura en silencio, sin mencionar palabra.
—Kazuto, señor, yo…
—No tengo ánimos de oírte, Asuna. Estoy cansado.
Ella por un segundo prefiere que siga gritándole como lo hizo allá afuera. Pero él no parece dispuesto a volver a decir otra cosa. En verdad luce agotado. La deja en el medio de la habitación, y tras cerciorarse visualmente de que ella se halla bien, desaparece cerrando la puerta tras de sí.
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Apenas pudo pegar un ojo en toda la noche. Está desesperada, asustada que sus locas acciones alcancen a Yui. Por lo que a primera hora de la mañana, y antes de que las doncellas entraran a despertarla, ella ya se encuentra lista, luciendo el vestido de la víspera.
—Pero, señora… —la doncella de largo cabello gris y rostro serio se inclina sorprendida al verla. Habían ingresado con una nueva muda de ropa y la bañera cargada de agua.
—No necesito eso ¿mi hermana dónde está? —la voz casi se le quiebra al final, ante la posibilidad de que Kazuto se deshiciera de ella mientras dormía.
—Con la señorita Alice como todos los días —responde arqueando una ceja.
—Bueno, me reuniré con ellas —sin esperar respuesta, se peina el cabello con las manos y sale de sus aposentos.
Al parecer acaba de cometer una afrenta gigante por usar el mismo vestido amarillo del día anterior. Pero le gusta; ese color pálido hace un bonito contraste con el tono encendido de su cabello. Camina por los pasillos notando que la guardia que usualmente la sigue, de pronto ya no está.
Tiene la libertad de caminar a solas por todo el palacio.
Llega a la sala donde usualmente se sirven las comidas. Es temprano, pero ya están todos allí: Eugeo, Alice, Kazuto y… Yui. La niña parlotea alegremente con su esposo como si fuera muy normal levantarse al alba.
Eugeo la mira con una expresión cortante, extraño en él quien siempre fue bondadoso y hasta comprensivo con ella. Alice le sonríe como siempre, Yui pega un chillido de felicidad y le señala el asiento contiguo al suyo, entre Kazuto y ella, que se halla vacío.
—Buenos días —saluda con educación mientras se acerca. El grupo le responde con movimientos de cabeza, y solo Alice le da una respuesta oral. Sin embargo los dos muchachos se ponen de pie al verla, y no vuelven a sentarse hasta que ella lo hace.
El ambiente es tenso, raro. Kazuto ni siquiera voltea a verla pese a que se encuentra a su lado, parece muy concentrado en su charla con Eugeo. luego de unos minutos, ambos se levantan y repitiendo las inclinaciones de cabeza, ambos se retiran en silencio.
Asuna comprende que el rey le está evitando con toda deliberación. Y le duele.
—Ha ido muy lejos esta vez, mi señora —le confía la blonda en voz baja.
—¿Lo sabes?
La joven asiente, pero mira a Yui indicándole con ese gesto que no es momento de hablar.
—No estaba buscando escaparme ¿sabes?
—¿Hermana? —la niña ha escuchado eso y la mira con sus grandes ojos grises, similares a los de su rey —¿Porqué quieres escapar?
—No pienso ir a ningún lado lejos de ti, quiero estar contigo —su mirada se humedece por lo que sonríe y le acaricia el cabello.
La pequeña recibe el gesto con un mohín risueño.
—¿Por qué no vas a buscar tus muñecos? Muy pronto empezaremos las lecciones —le recomienda Alice. La niña no se hace esperar, sale corriendo de la sala en compañía de una de las doncellas de la cocina.
Finalmente, la reina y su guardaespaldas se quedan a solas. Asuna tiene el estómago tan revuelto que no se siente capaz de probar un bocado. La fruta está deliciosa pero no tiene apetito.
—No buscaba irme de aquí —hace una pausa —Tengo un problema que debo resolver.
—No puede tener asuntos fuera del palacio cuando su vida entera se gesta aquí dentro —la voz de la blonda suena firme y determinante.
—No lo comprenderías, Alice.
—Kazuto no está molesto por su intento de fuga, sino porque aún no se siente capaz de confiarle sus secretos. Está herido en su orgullo.
Pero ya no dice más, Yui entra en escena llevando sus juguetes de la reina y el rey. Los cobija con obvio mimo mientras se les acerca.
—¿Tendremos la lección ahora?
Alice asiente, mira a Asuna de reojo —Es bienvenida a quedarse si así lo desea, pero considero importante que ocupe sus pensamientos en algo productivo, ¿quizás en cómo ayudar al pueblo?
—He descubierto que ya no poseo una escolta —le comenta con voz apretada.
—El rey debió considerar que andar libremente la haría feliz— Pero Asuna no se siente feliz, al contrario se siente triste y desdichada —Use su tiempo libre.
Asuna asiente recordando la idea que plasmara en el papel y que luego con lo de Shino ha dejado a la deriva. Se mete unos cuadrados de manzana a la boca y se aleja de la sala dándose cuenta que en verdad nadie sigue sus pasos.
Podría escapar si así lo quisiera, pero lastimosamente eso es lo último que desea.
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Lleva diez días sin ser llamada a los aposentos del rey, y no es que ese desplante la asuste, sino que él le dijo que necesitaba un heredero y… no estaba haciendo nada para conseguirlo. Al menos no con ella. No le dirige la palabra más que lo necesario y siempre cuando se encuentra Yui en la misma habitación. Antes aprovechaba cualquier momento para tomarle la mano o besarla, ahora ni siquiera la mira a los ojos cuando le habla.
Kazuto actúa como si ella no existiera, y eso está volviéndola loca. Nunca creyó que echaría de menos sus caricias, y su presencia constante y segura que la llena de confianza y pertenencia. Siente una desazón horrible en el pecho que conforme los días se afianzan, se transforma en desesperación.
Tiene que hacer algo para romper el gélido ambiente entre ambos y se juega la última carta que cree le pueda funcionar.
—¡Lord Eugeo! —lo llama apenas lo ve salir de la sala de juntas donde su marido ha permanecido inmerso desde el alba hasta el atardecer, desde el episodio fuera del palacio.
El joven rubio frunce el ceño al ver a la hermosa reina acercándose a él, se inclina ante ella y le ofrece el brazo para que camine a la par. Tal y como Kazuto le mencionó anda en libertad por el castillo, sin un escolta que la acompañe. Pero en vez de parecer feliz por esa libertad, la soberana se ve marchita y triste.
—¿Puedo habar con usted por algunos segundos? —le pregunta dudosa.
—Por supuesto, majestad.
Ya en las afueras del palacio, en el centro del jardín, Asuna se suelta de su brazo y lo confronta.
—No ha sido mi intención poner en peligro la vida del rey —es lo primero que se le ocurre decir, y el rubio abre los ojos con sorpresa —Nada está más lejos de mi corazón que atentar contra la vida de mi señor.
—Señora, no tiene que darme explicaciones.
—¡Sí debo! ¡Sé que tanto usted como Kazuto creen que soy una especie de malagradecida que solo está jugando con los límites que le han impuesto! —se muerde el labio —¡Y le juro que no es así…! Pero Kazuto se niega a oírme… —recuerda las veces que intentó hablar con él, y como muy amable, y cortante, el joven de cabello negro le decía una y otra vez que no tenía deseos de oírla.
—Él es muy orgulloso, como usted. Y terco… ¡cómo usted! —ríe silenciosamente —Su orgullo está herido, y eso llevará un poco más de tiempo sanar.
—¿Qué puedo hacer para qué me escuche? —su voz vuelve a bajar de intensidad. Se mete la mano en el escote, ante la mirada escandalizada del lord rubio y extrae un papel cuidadosamente doblado, el cual le ofrece —Tengo esta idea, y quisiera que la considere… no por respeto a mí, sino por el pueblo… y las cosechas…
Eugeo toma el papel con curiosidad y lo abre. Mira los diferentes dibujos que se encuentran plasmados allí, y vuelve a contemplar la pelirroja cabeza que se halla inclinada ante él.
—¿Esto se le ocurrió a usted, mi señora?
—Yo-yo fui una pastora de ovejas —le confiesa con voz pequeña, pero el escucha no parece sorprendido ni asqueado. Entonces él ya lo sabía —¿Cómo cree que dábamos de beber agua a los rebaños?
La fascinación que sintió por ella aquella primera vez que desafió toda una guardia con una daga, vuelve a tomar control de él y la observa orgulloso, y embelesado. Es una gran mujer. La ideal para el cabeza dura de su mejor amigo.
—Majestad, le prometo que llevaré su idea a la próxima junta y…
—Por favor, no diga que fue mi idea —le pide con un dejo de pena.
—Pero… ¿Por qué no?
—Ya he ocasionado demasiado mal, no quiero provocar un mal mayor —aprieta el puño del joven que lleva el papel y lo suelta —Gracias por escucharme, milord —le hace una reverencia y gira sobre sus talones para volver al palacio. Quizás dar una vuelta por las cocinas y ver que prepararán de cenar le ayudará a hacer más amena la tarde. Desde que Yui empezara con sus clases de tutoría apenas la ve, la niña se ha pegado completamente a Alice, al extremo de que casi ni la busca. Sus últimos días han sido muy solitarios dentro del palacio.
—Majestad— el llamado la frena —¿Le gustaría hacer las pases con Kazuto?
—Es lo que más deseo —sus mejillas se encienden al reconocer eso, pero el muchacho ante ella sonríe como si le hubiera dado la respuesta que esperaba.
—¿Sabe cuándo fue el momento en el que Kazuto se fijó en usted? —ella niega, abochornada por la pregunta —Cuando la vio bailar la primera vez.
Los ojos color miel de la reina se abren en reconocimiento. Recuerda la voz de él en su oído no una sino varias veces ¿Bailarías para mí si te lo pidiera?
Y entonces se da cuenta que tiene una posibilidad. Solo una posibilidad de esclarecer las cosas.
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—Me han dado esto para ti— Alice le extiende un sobre adornado a su amigo, el cual se encuentra entrenando en la arena de combate al otro lado del palacio. Se seca el sudor apresuradamente y mira a su amiga con extrañeza. Ella mantiene una expresión imperturbable y parca.
Quisiera que mi señor me acompañara a un banquete dentro de mis aposentos esta noche. Asuna~ El rey frunce el ceño dolorosamente y se gira hacia su escolta, hace más de quince días que no ve a su reina apropiadamente, y la echa de menos más de lo que está dispuesto a reconocer —¿Fue tu idea?—Por supuesto que no, quiere acercarse a ti. ¿Vas a considerarlo al menos?
—Déjame entrenar, Alice —pese a su voz monótona guarda la nota en la cintura de su pantalón y alejándose de la rubia, toma su espada de madera que dejó olvidada a un lado al verla entrar a su santuario y hace algunas fintas al aire. Una expresión relajada asoma en su semblante y no puede evitarlo. Se ve guapo.
Alice suspira y se aleja, le hubiera gustado llevarle una respuesta concreta a a reina que espera bajo el dintel de la puerta con expresión esperanzada; pero al verla, la blonda sacude la cabeza en señal negativa. Si Kazuto hubiera visto como la luz se apagó en aquellos ojos de oro, sin duda su respuesta habría sido otra. Pero el caballero es altivo y orgulloso.
Empero, mientras el joven practica sus rudimentos con rapidez, se toca la cintura varias veces como para cerciorarse de que el papel continúa ahí.
Y por supuesto, allí está.
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Cuando la noche cae con su manto purpura, todo el palacio se halla en silencio. No hay algarabía, ni siervos corriendo de un lado al otro por la sala principal, buscando los platillos para su señor. La sala se halla desierta, las lámparas de aceite: apagadas.
Kazuto aprieta el paso mientras se dirige por el solitario pasillo, sus guardias detrás conservando el silencio. Dobla hacia la derecha y se encuentra en esa parte del castillo que le provoca intriga. Hace más de quince días que no pone un pie en ese lugar.
Se debate entre llamar o no, y no lo hace, siendo dueño de todo lo que lo rodea, le resulta ridículo pedir permiso para entrar. Abre directamente la puerta y una hilera de doncellas, las que usualmente le sirven a su esposa, lo reciben con inclinaciones de cabeza y le indican una mesa pequeña que tiene lugar para un solo comensal. Se permite suspirar antes de comprender que las siervas esperan que él tome asiento. Apenas lo hace le ofrecen varios manjares junto a una copa y una jarra de vino afrutado.
Sin embargo Asuna no está allí. No se la ve por ningún lado.
Reconoce a la doncella que antes estaba al servicio de la anterior reina, y le pregunta en voz baja —¿Dónde está mi esposa?
—El deseo de mi señora fue que el rey pueda disfrutar del banquete con tranquilidad, ella vendrá después, majestad.
Aquello no le agrada en absoluto, pero son sus platillos favoritos los que han preparado, y el vino tiene un sabor delicioso. Come en silencio descubriendo con estupor que, mientras mastica el último bocado, la habitación se ha quedado vacía, las doncellas han desaparecido oportunamente. Pero no por mucho tiempo, de la esquina mas cercana a la puerta un grupo de cuatro músicos portando sus instrumentos hace aparición y se sientan en el suelo.
Son parte de algunos de los músicos que acompañan al séquito de bailarinas cuando deben presentarse en el palacio.
Antes de que pueda decir algo al respecto, el ligero sonido de un pandero lo detiene. Parece el latido de un corazón, es increíble. A ese pandero se suman dos más, y luego el tañer de un laúd que entre los golpeteos de la percusión flota como un ave suspendida en vuelo. El sonido transporta a Kazuto a aquella primera vez que viera a su reina bailar. El ambiente creado es parecido, la melodía fluye de modo sensual y le atrapa en una caricia que lo hace estremecer.
De pronto sus fosas nasales advierten el delicioso vaho que se esparce por la estancia, una fuerte fragancia a jazmines y almendros se le mete bajo la piel, alborotando sus sentidos, y cuando busca la fuente de dicha interrupción, ve la silueta envuelta en velos color medianoche que, saliendo de alguno de los ángulos de la habitación, se mueve despacio al compás de la música, acercándose hacia donde él continúa sentado, atónito.
El tintineo de cascabeles acompaña sus pasos cortos. Parece saltar con gracia acompañando cada golpe de pandero. Se mueve y se contonea con una facilidad tal que Kazuto no puede quitarle los ojos de encima.
El vestido que usa le tapa la mayor parte del cuerpo, pero le deja los brazos al desnudo, y la falda tiene dos cortes laterales muy profundos para que pueda enseñar y mover las piernas. En la cabeza un velo violeta le cubre el cabello y parte de la cara, dejando sus preciosos ojos de ámbar, que en esa ocasión están teñidos de Kohol, al descubierto.
La melodía se ralentiza y los saltos que la bailarina pega acompañando la composición se han convertido en verdaderas expresiones de anhelo. Su respiración errática es el preludio a los débiles jadeos que suelta a medida que el baile alcanza el punto culmen; toda ella moviéndose con gracia, y deliciosa sintonía; parece fusionarse con la música como una amalgama perfecta y la gracia felina de cada uno de sus movimientos transluce que lleva todo eso en su sangre, como si su vida hubiera estado escrita en las estrellas, y los astros prepararan ese momento idóneo para ejecutar esa danza.
No obstante, cuando la mujer se lleva las manos al sostén de seda para deshacerse de algunos velos, Kazuto se pone de pie… Pero no se dirige a ella que sigue moviéndose, como si no diera importancia a otra cosa, más que a ilustrar con su cuerpo cada acorde, cada nota fuerte de la melodía con tintes arábigos… De pronto, el sonido cesa de modo tajante, deteniéndose del todo, y cuando la bailarina es consciente otra vez, el rey se yergue frente a ella, su rostro dibuja una sombra en el semblante femenino.
Apenas tiene tiempo de darse cuenta que los ejecutantes no están allí en los aposentos, ahora solo ella y el rey permanecen viéndose las caras. Y él no alarga el momento, extiende la mano hacia el velo que cubre su cabeza mientras ella sigue moviéndose, lenta, sensual, sin quitarle los ojos de encima, su respiración errática sale en ligeros suspiros que acompañan el martilleo de su corazón. Al contrario, la mirada lánguida, plateada y lujuriosa no esconde el deseo que está quemándole por dentro.
Su cabello de fuego cae en desorden absoluto por sus hombros y espalda, en caóticos rizos que huelen a flores. Sus labios húmedos lucen invitantes, Kazuto no hace otra cosa más que mirarle la boca por varios segundos, embelesado por la belleza hechicera de su reina. Usa el velo que acaba de quitarle, y la atrapa de la cintura inmovilizándola por competo, pegándola a su cuerpo.
El tremor que recorre el cuerpo de Asuna, fruto de su anterior actividad, le provoca por igual un espasmo de anticipación, y ya no puede resistirse a su seducción. Inclina la cabeza y como si fuera un peregrino sediento en el desierto, bebe de sus labios buscando el beso que le provocará el alivio a su sed interna.
Asuna no se resiste, ¡si ha esperado por eso desde que toda esa pesadilla empezó!, por lo que le rodea el cuello con brazos temblorosos y se entrega al fervor de la caricia, amoldándose a su lengua cuando ésta le pide permiso para ingresar a su boca y acariciarla más íntimamente.
El beso pronto se convierte en un nudo demandante que ninguno de los dos quiere soltar, respiran entrecortadamente pero ni aún así se separan, aspiran aire a contramarcha, entre caricias, completamente ávidos uno del otro, mientras sus cuerpos se buscan con igual desespero, las manos deambulando libremente por el terreno antes recorrido. Las vestiduras de ambos también provocan cierto contratiempo que no dura mucho, la premura carcomiendo y tiñendo sus acciones.
Kazuto no ha querido ser brusco con ella, pero la urgencia apremia y el hambre de no degustarla por tantos días hace lo suyo. La abertura del vestido de la reina es adecuada para la intimidad, por lo que él solo se desviste lo necesario para encontrar el alivio. Pero Asuna no se queja, parece alentar su presteza cuando de un salto enreda las piernas a su cadera desnuda, y Kazuto se sumerge tembloroso en su interior, y se deshace en suspiros anhelantes contra el pálido hombro femenino donde ha apoyado la frente para evitar que ella viera lo necesitado que está de ese paraíso que fluye dentro suyo.
Las oleadas de plenitud crecen a medida que Asuna se mueve respondiendo a los embates de él, y pese a que el rey soporta el peso de ambos, se permite contonearse con suavidad, similar a la danza que otrora ejecutaba; ciertamente con más vehemencia porque es una pieza que están ejecutando juntos. Como un todo. Y él responde a su danza, con labios abiertos, sonidos de plenitud se le escapan ante lo maravillosa que Asuna es, ante su hermosura que desborda de todos sus poros y ante las sensaciones desconocidas que le provoca.
Ella suelta sus hombros, donde se ha sujetado desde el comienzo de todo, e inclina la cabeza besando el húmedo cabello negro de Kazuto, ante su gesto sus ojos se encuentran; plata y oro unidos por algo más que un lazo íntimo, y por algo más que una necesidad terrenal.
Kazuto sabe que está completamente perdido en esas pupilas que lo devoran, y dentro de ese Edén que lo tiene preso, pero no desea otra cosa más que seguir así todos los días de su vida. Abre la boca sin dejar de mirarla, mientras la sujeta a su cuerpo con la escasa fuerza que aún poseé y la frase delatora se le escapa antes de darse cuenta.
—Te amo…
Asuna no tiene tiempo de responder, sus ojos se cierran, su agarre se suelta y ella se desvanece, uniéndose a la sensación extraordinaria que la recorre, porque su orgasmo acaba de asaltarla y toca una íntima cuerda en su ser que la hace vibrar sin remedio una y otra vez.
Asuna no tiene tiempo de responder, sus ojos se cierran, su agarre se suelta y ella se desvanece, uniéndose a la sensación extraordinaria que la recorre. Porque su orgasmo acaba de asaltarla y toca una íntima fibra en su ser, y como si fuera una cuerda de Laúd vibra una y otra vez sin remedio.
Las piernas de Asuna pierden firmeza y su cuerpo se derrumba, ocultando su faz en el hueco del cuello de Kazuto, respirando agitada.
Y él sabe que una sola vez esa noche no bastará. Quiere más. Necesita más de ella.
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El lecho de Asuna es demasiado pequeño para albergarlos a ambos, pero allí están, en una amalgama adorable mientras comparten besos y caricias sin dejar de verse.
Las sabanas de hilo cumplen su cometido solo lo justo y lo necesario para cubrirlos de la indecencia, pero se adivinan los montes, valles y ondulaciones que evidencian que sus piernas se hallan unidas a gusto.
Kazuto enreda los dedos en el largo cabello de su esposa y lo contempla fascinado, no es secreto lo mucho que adora esas hebras encendidas que, en ese momento se derraman sobre su hombro y parte del colchón.
—Kazuto… —empieza Asuna por enésima vez buscando sus ojos.
—No digas nada, no es necesario que…
—¡Pero necesito hacerlo si ansío que confíes en mí…! —habla con tal efusividad que él detiene su actividad para observarla de reojo —Nunca fue mi intención provocar una revuelta o algo similar, mucho menos atentar contra ti… —le acaricia la mejilla con tal suavidad que el joven se queda quieto y sus ojos se cierran en disfrute —No quiero que nada malo te ocurra.
—Asuna…
—Quiero decirte la verdad. Esa noche estaba buscando a mi hermana menor… Yo... es que tengo dos hermanas, no solo a Yui… Mi motivación para obrar de ese modo durante la revuelta con las doncellas… fue porque ella se encontraba prisionera aquí gracias a ese edicto… y por eso actué así…
—Lo sé —la interrumpe —Sé que estás preocupada por Shino, ese era su nombre ¿cierto? — Los ojos ambarinos de la reina se abren con tal sorpresa que él ríe e impulsivo, la besa una, dos, tres veces —Lo sé todo de ti, Asuna.
—Pero... —las pupilas de la joven tiemblan sin comprender —Nunca…
—Siempre estuve esperando que vinieras a decirme todo, desde que traje a Yui que lo sé…
Ella da vuelta la cara con pena —Te has burlado de mí con toda deliberación, y me has hecho sentir culpable —resopla molesta en tanto él ríe —Y lo único que me preocupaba era saber dónde está mi hermana.
—Tengo una parte de mi guardia ocupándose de eso —menciona como al pasar.
—¿En verdad? —sus ojos tiemblan conmovidos —¿Harías eso por mí?
—Ya lo estoy haciendo, majestad.
Asuna hace un esfuerzo para no dejar que su mirada se cristalice de lágrimas de agradecimiento. Inesperadamente siente que el peso que antes ciñera su corazón comienza poco a poco a aligerarse —Gracias…
—No tienes porque darlas.
El ambiente vuelve a ser íntimo y agradable entre los dos, hasta que ella parece recordar algo más. Alza la cabeza para verlo —A todo esto ¿qué hacías tú esa noche?
—¿Cuál noche?
—Cuando casi me matas de un susto en mi casa… en la que solía ser mi casa.
—Ahhh — se toca la nuca sonriendo de lado con bochorno —También tengo la costumbre de escapar del palacio cuando las obligaciones están a un paso de sofocarme… en ese caso no eran las obligaciones, sino la esposa que me busqué en suerte, la cual estaba volviéndome loco…
—¡¿Escapas del palacio?! —exclamó sin poder evitarlo, ocasionando que él le tapara la boca con su mano.
—No es algo que quiero que los guardias sepan. El único que lo sabe es Eugeo y no siempre está de acuerdo —le sisea obligándole a guardar silencio.
Asuna asiente con energía, por lo que la deja ir —¿Me hiciste creer que podría ocurrirte algo por mi culpa? —le sisea en igual tono.
Pero Kazuto se gira en la cama, quedando oportunamente encima de ella, inmovilizándola con su magnánima presencia —Lo cierto es que te seguí, estaba realmente desesperado, Asuna. Aún lo estoy. No tienes idea de lo mucho que me afectas y me perturbas… no puedo sacarte de mi mente ni por un instante y creo que estoy volviéndome loco porque no quiero que eso cambie…
Los ojos de Asuna relampaguean similares al oro, antes de alzarse y devorarle la boca en un beso ávido.
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—Señora es más sencillo de lo que cree, solo debe poner los dedos aquí y tensar el arco, no piense en otra cosa, la flecha vendrá luego.
—Es más difícil de lo que suena —se queja la reina sacudiendo los dedos, enrojecidos ante la presión ejecutada en la cuerda la cual parecía no querer tensarse por más esfuerzo que le pusiera.
Alice ríe —Apenas es la segunda semana de entrenamiento, señora. Le aseguro que al terminar el mes, usted será una de las mejores arqueras del reino.
—Puedo entrenar con una espada de madera, como esas que Kazuto usa en la arena —replica cruzándose de brazos.
Alice la mira de soslayo reprimiendo una risita malintencionada —¿Así que ahora se dedica a espiar a nuestro señor mientras entrena?
La aseveración hace que sus mejillas ardan de pena —No es eso, pero creo que podría ser más diestra en el manejo de una espada —la rubia no cambia el mohín divertido que colorea sus labios de carmín —¿Olvidas que sé manejar una daga?
—En mi opinión, pienso que el rey cree que ese fue solo un golpe de suerte y tiene miedo de que usted se haga daño a si misma.
Asuna murmura algo entre dientes que se oye como una maldición, y corriendo la trenza que sujetara su abundante cabello hacia un lado, vuelve a tomar el arco y preparando la flecha, estira la cuerda y dispara… fallando de modo miserable.
—Esto no es para mí —musita avergonzada y vuelve a intentarlo con penoso resultado.
—Quizás si cambias tu actitud… —murmura una conocida voz detrás, antes que unos brazos fuertes la sujeten de la cintura y le quiten con suavidad el arco.
—Kazuto —lo llama con un puchero que él besa enternecido —Esto no está resultando, enséñame a manejar una espada…
—Por supuesto que no, eso dañaría tus manos de modo horrible —besa la cicatriz que Asuna siempre oculta con la manga de su vestido —Una espada no es arma para una mujer, demasiado pesada y letal —le explica —Aquí, déjame mostrarte.
Se ubica detrás de ella y la insta a tomar el desgraciado objeto. Pone sus manos sobre las femeninas y le enseña el movimiento con suavidad una y otra vez hasta que Asuna puede copiarlo por sí misma. Luego, ubica la flecha delgada y empujando la cuerda hacia atrás, la suelta. La flecha hace un siseo y se clava fácilmente en el árbol que se encuentra frente a ellos.
—¿Lo ves? No ha sido tan complicado —se vuelve hacia Alice buscado su apoyo, pero la rubia está viendo hacia otro lado como si se sintiera incómoda de estar allí, Kazuto ríe malicioso —Puedes retirarte Alice, yo me ocuparé de ser el tutor de Asuna.
La blonda no se deja repetir la orden, sale disparada en busca de Yui que se halla en la otra parte del jardín, dejando su acostumbrada ofrenda diaria en la fuente de Stacia.
—Creo que disgustamos a su escolta, majestad —como Asuna sujetara el arco, él la abraza con mas fuerza pegándose a su espalda. Apoyo el mentón en el hombro femenino y le besa la mejilla.
—Kazuto… estamos fuera de palacio… —menciona con voz suave —Los guardias pueden vernos…
—Pues que miren —de pronto se incorpora y de un movimiento le suelta la trenza.
—¿Qué haces? —le pregunta alarmada, botando el arma al suelo para sujetarse el cabello, que de pronto vuela en toda direcciones.
—No me gusta que tu cabello permanezca atado, lo sabes.
—Pero no puedo sujetar el arco si esto me tapa la vista —lo señala molesta.
Empero el rey se ríe de su infantil enojo, la da vuelta entre sus brazos y la alza fácilmente. Sus ojos de plata se pierden en ese mar de miel, que lo atrapa impetuoso, logrando que sus respiraciones laten como una sola y sus labios se encuentran en un beso suave.
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Los días transcurren mientras ella sigue luchando en aprender a manejar el arco. La técnica la domina casi a la perfección, pero es la puntería quien parece rehuirle como si Asuna fuera la persona menos capaz del planeta.
Y eso la frustra.
Kazuto ha permanecido a su lado, semana tras semana, mostrándole los rudimentos básicos con excelentes resultados, pero basta con que él la deje a su suerte para que la reina falle de modo desastroso en cada uno de sus tiros.
Ademas de frustrada, pierde la paciencia con facilidad, y siente absurdos deseos de llorar por todo. No basta con que el rey esté a su lado diciéndole que puede hacerlo mejor, y siendo tierno y amoroso con ella, se ve miserable y fracasada.
Esa mañana... aquella fatídica mañana dónde todo cambió, arrojó el arco a suelo y corrió en dirección contraria al palacio llena de furia consigo misma. Las emociones negativas eran tantas que nublaban su vista y posiblemente equivocó el camino, encontrándose de pronto en el patio pequeño que llevaba hacia la casa de las concubinas. La cual hasta donde sabía estaba deshabitada. Los guardias no llegaban hasta allí.
—¡Asuna no puedes actuar así porque algo no sale como deseas…! Debes aprender a controlar tu genio.
Kazuto está detrás de ella como siempre, pero realmente no tiene ganas de verlo. ¡Es su culpa que ella se sienta desgraciada de esa forma! ¡Fue su idea que aprendiera a realizar esa maldita actividad!
Se da la vuelta para refutarle todo eso a la cara y entonces sobre el tejado de la casa principal la ve. La figura vestida de azul resalta en ese cielo gris que vaticina una posible lluvia. E incluso oye el sisear de la flecha antes de que fuera lanzada hacia él. Es como un sexto sentido que posee, la intuición.
Ni siquiera lo piensa, empuja a Kazuto hacia un lado. Deja vu. Pero la misteriosa arquera no es Alice, ella está con la niña como todos los días. La intrusa sujeta el arco tenso en su mano, saca otra flecha del carcaj en su espalda y la apunta en su dirección, lista para rematar su primer golpe. El viento sacude su vestidura y su rostro limpio se ve bajo la luz del día: es Sachi, imposible no reconocerla, su porte real es innegable. No tiembla, se la ve tan segura e imperturbable mientras dispara la siguiente flecha hacia ella, que Asuna siente una envidia increíble.
Pero Asuna ya no ve lo que sucede, un dolor horrible en su hombro izquierdo la doblega, y se derrumba en medio de un delirio de dolor y sangre en los brazos de Kazuto, quien a gritos pide ayuda, mientras la vida escapa del cuerpo de su reina.
Los guardias alertados por sus gritos corren desde todas las direcciones del palacio viendo a la atacante que parece sorprendida de lo que acaba de hacer. Alice es la primera en reaccionar, ni siquiera lo duda, toma la daga del cinto de su rey y la lanza inequívoca hacia la ex soberana. No se detiene a ver si le da o no, está furiosa y su furia se transluce en sus movimientos cuando toma la espada de alguno de los guardias y se lanza a enfrentarla. La rabia escrita en todo su hermoso semblante.
Pero Eugeo la detiene sujetándola fieramente —Le has dado, tranquilízate…
Ella forcejea algunos segundos hasta que se echa a llorar en su pecho.
Del otro lado el griterío es increíble. Asuna ha caído inconsciente apenas la flecha desgarró su carne. La sangre que la cubre pronto parece un mar y el rey se niega a soltarla, está lelo, sujetándola y ejerciendo presión en su hombro de la mejor forma que puede. Pero aunque le piden que reaccione, e insisten en que deben llevar a Asuna a un lugar más cómodo, él se niega porfiadamente.
Hasta que Agil pasando por alto su juramento al rey, le arrebata el cuerpo sangrante de la chica y se precipita al interior de la casa de las concubinas, el sitio más próximo y con toda la calma que su imponente altura sustenta, ordena a gritos que busquen a los médicos.
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Y estamos precisamente donde nos dejó el capítulo pasado… Perdón! Pero sentía que entre los dos párrafos finales del anterior capítulo quedaban muchas cosas que no pude narrar y por baka… tuve que arreglar ese lío en este.
El próximo es el final! Yeiiii! aunque siento que extrañaré a mis reyes tercos una vez acabe este fic… pero aún no quiero pensar en eso.
Bueno, las dudas que hayan quedado de este capitulo las responderé en el próximo donde espero cerrar todo cabo suelto.
Y… amo el papel de Alice! Kyaaaa la imagino lanzando la daga y uff! la adoro! No culpen a Kiri por su inmovilidad, estaba demasiado asustado, pobrecito. Imaginen que siempre le han enseñado que el peligro latente para él se halla fuera de la seguridad de su palacio, y de pronto alguien le arrebata la felicidad desde adentro… ¡Pobre Kiri!
También… quería actualizar este fic el 21/09 que fue mi cumpleaños, pero miren lo que es esta monstruosidad de capitulo… ¡casi 12k! Me ha llevado tiempo eh…
Dedicado a Nati que sé que ama este fic, y a Iri que sé que también lo adora!
Gracias a todo el que se pase a leer.
Horrores y errores a corregir mañana o el fin de semana.
Y el lunes 30/09 arrancamos con la #kiriasuweek2019, kyaaa que emoción!
Sumi~