Disclaimer:
Este fic corresponde a la #KiriAsuweek2016.
Día 4: (fecha) 03 de octubre
Tema: 'Antiguo Egipto'
Nota: Este escrito pertenece a una persona super especial Naty aka Selector18 perdón por tardarme tanto! Lo siento. Pero aquí tienes, con todo el fluff y la miel que tanto querías.
Advertencia: extremadamente fluff, lee bajo tu propio riesgo.
‹‹Galbi››
Capítulo 1.
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«Que se busquen jóvenes vírgenes y hermosas para el rey.Que nombre el rey para cada provincia de su reino delegados que reúnan a todas esas jóvenes hermosas en el harem de la ciudad de […]. Que sean puestas bajo el cuidado de Diabel, el encargado de las mujeres del rey, y que se les dé un tratamiento de belleza.Y que se convierta en reina la joven que más le guste al rey.» Esta propuesta le agradó al rey, y ordenó que así se hiciera.
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Amanece.
Los primeros rayos del sol se reflejan en las arenas brillantes del desierto. Las colinas ondulantes parecen de oro al recibir las caricias del astro rey.
En la lejanía se distinguen un grupo de hombres montados a caballo, sus prendas exquisitas revelan que no se tratan de mercaderes comunes, sino de soldados del rey. Llevan a la rastra a una chica de corto cabello castaño ataviada con una túnica vaporosa, sus gritos tienen un signo de histeria. Se opone tajantemente a que se la lleven. Y aunque sus ojos se aprietan para evitar las lágrimas, éstas bajan raudas por sus mejillas.
Sus gritos prosiguen en pos de una niña que la ve partir. La pequeña de no más de seis años está aferrada a una de las columnas que rodean su casa, la cual no es muy lujosa, pero sirve para guarecerla del mal clima, y de las tormentas de arena tan comunes en el desierto.
—¡Yuiii…! ¡Avisa a Asunaa…!
Uno de los soldados la amordaza inmisericorde, y los gritos de la reciente esclava se pierden en la melodía eterna del sol candente y el cielo azul. La montan en un caballo y ya no importa que se resista, no tiene escapatoria y lo sabe.
—¡Shinooo! —la llama la pequeña, sabiendo que no hay nada que pueda hacer. Llora —Shino…
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El sol del mediodía cae inclemente tiñendo las colinas con su dorada apariencia. Un viejo caballo viene en sentido recto a la pequeña casa de antes, se le nota cansado, sus patas se hunden en la arena arcillosa, y aún así avanza lento pero seguro.
El jinete en su lomo mueve las riendas sin prisa, como convencido de seguir marchando a su paso, su figura es menuda, y aunque cubierta por velos, se adivina la apariencia de una mujer.
Finalmente desmonta, y corre a traer un cántaro de agua para dar de beber al animal. Acaricia la cabeza de este, y desliza los dedos entre sus crines oscuras en un gesto amoroso que el equino celebra relinchando con suavidad antes de hundir el hocico en el bebedero.
—Buen trabajo Wa'el— le susurra, e incorporándose se afloja esa especie de turbante que cubre su cabeza. El sol en esa región es despiadado por lo que los habitantes del desierto deben protegerse de las inclemencias del clima como fuera.
Ya al abrigo de las sombras que proyecta la pequeña edificación, se quita la capa y el velo. Su rostro es juvenil, de líneas suaves. Un leve tono dorado sombrea su piel fruto del verano eterno que atraviesan, sus ojos ambarinos destacan como oro líquido, al igual que su cabello rojo, trenzado a un lado de su cuello. Una joven mujer que aún no había llegado a la veintena.
Abre la puerta con una mano suspirando de alivio, y apenas pone un pie dentro del hogar, una pequeña figura llorosa se impacta contra sus rodillas.
—¿Yui? —profiere sorprendida, dejando caer las telas y demás cosas que había adquirido en la feria de aquel pueblito que se encontraba varias millas al norte.
—¡Hermana! ¡Se la llevaron! —sigue gimoteando la niña sin despegar su tembloroso cuerpito de las rodillas de la joven —¡N-No pude hacer nada…!
—¿Qué pasó? —se inclina hasta su altura y con ternura seca sus mejillas, los ojos grises de la niña brillan anegados de lágrimas contenidas. De pronto recae en un detalle que no consideró hasta el momento —¿Dónde está Shino?
—¡Unos hombres se la llevaron…! —exclama asustada —¡V-Vinieron hasta aquí…! —se atraganta al intentar explicar —¡Y se la llevaron…!
La muchacha frunce el ceño y contempla a la niña más de cerca, acaricia su largo cabello negro que fluye fácil entre sus dedos temblorosos, y repara en su vestido rosa pálido en perfecto orden —Te hicieron algo… ¿Yui?
Ésta menea la cabeza con ahínco y nuevamente se echa a llorar, abrazando a la muchacha por el cuello, denotando el grado de intimidad o confianza que hay entre ellas —Se llevaron a Shino…
—No te preocupes —le asegura, confundida ante lo que ha pasado, pero tratando de no demostrarlo para no alterar aún más a la infante —¿Viste cómo eran? ¿O qué querían?
Ella asiente apretando los párpados al recordarlo.
—Vestían de blanco, y eran muchos… el emblema del sol naciente grabado en los escudos y cascos… eran hombres del rey.
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—Yo creo que el edicto ha sido una idea muy acertada, mi señor…—un joven rubio, de brillantes ojos azules, saluda sus palabras inclinándose ceremoniosamente tras pronunciarlas. Viste el atuendo rico de un noble oriental; una túnica de seda azul con bordes de oro, y una capa emblema de su posición acaudalada —Las doncellas ya están a disposición de Diabel ocupando las habitaciones disponibles del harem y la casa de las concubinas… pero ¿señor?... —el noble deja de hablar al darse cuenta que el monarca no está poniéndole atención. Se le ve apesadumbrado y perdido dentro de sus pensamientos. No hay que ser muy entendido para darse cuenta de lo que ocurre, y que tiene que ver con la posición actual de la reina. O de quien fuera la reina hasta hace dos días atrás. El joven rubio se aclara ruidosamente la garganta —Kazuto.
Ante la mención de su nombre el rey voltea a ver a su subordinado confiriéndole una sonrisa de disculpa —Lo siento, Eugeo. ¿Me decías?
—Todo marcha de acuerdo a como usted lo predispuso —resume dando un suspiro.
—¿Crees que obré bien?
—Mi señor hizo lo correcto ante los ojos del pueblo, no podía permitir que una mujer banal desaire sus designios de tal forma… era un pésimo ejemplo que pondría en duda su autoridad sobre el reino…
El monarca lo mira ansioso, tratando de creer en los consejos y sugerencias de sus consejero y amigo. Se le ve joven, apuesto. Su tez blanca demuestra que nunca se ha expuesto al sol, cabello negro como el ébano, ojos grandes y semejantes al acero. Sus prendas oscuras delatan su porte real, así como la palidez inmediata de su piel. Se pone de pie y camina a lo largo del salón ricamente adornado. En su andar hay un dejo de melancolía.
—¿Qué han hecho con ella?
—La… reina…—duda en nombrarla así el noble rubio—Fue recluida en la casa de las concubinas…
El monarca llega a la ventana y le da la espalda a su consejero, se adivinan sus músculos tensos bajo su capa. Seguramente lucha por contenerse, sabe que dar un mal paso no sería bien visto por el pueblo. Por lo que calla.
—Señor, usted debe dejar de preocuparse por este asunto.
—Lo sé… solo espero que esto no influya en el ánimo del reino…
—Lo mejor que se puede hacer es golpear el hierro cuando aún está candente…—manifiesta una tercera voz.
Ambos voltean a ver quién es el nuevo invitado. Un hombre de altura imponente y tez morena esta junto a la puerta que acaba de cerrarse. Viste de blanco con el clásico atuendo militar de la guardia real; una pechera de cuero que lleva la pequeña insignia del sol naciente, el casco bajo su brazo. Se hinca sobre su rodilla derecha en el acostumbrado saludo de respeto.
—Agil…—se voltea el monarca y se dirige a su encuentro poniendo una mano sobre su hombro indicándole que se pusiera en pie.
—Solo he venido a decir que el edicto ha sido bien recibido por los jefes de las familias, el pueblo esta alborozado ante la perspectiva de una semana de festividades… para ellos ver feliz a su rey compensa cualquier ofensa.
El joven monarca asiente y da unos pasos hacia atrás, vuelve a caminar hasta sentarse en su trono, mueve su pie nerviosamente.
—Creo que hemos llegado a una cantidad considerable de doncellas, mi señor. Si usted lo desea empezaremos mañana mismo con la selección para encontrar a la joven adecuada.
El rey suprime un suspiro, luego alza su mirada acerada y observa la expresión de Eugeo quien asiente en complicidad, sonríe entonces y apoya la mejilla contra su mano en un gesto que realza la soberbia que refleja su porte.
—Adelante.
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Desciende del cabello con agilidad cargando a la niña dormida contra su pecho. Usa una manta gruesa esta vez para protegerlas del sol. Sostiene su carga con un brazo mientras con el restante engancha las riendas de su corcel a un poste. La pequeña edificación a la que se ha acercado está más próxima a la ciudad que se adivina abajo en el valle, la cual brilla con toda opulencia, y a la que solo va cuando necesita algo realmente importante.
Asuna está orgullosa de poder subsistir sin ese imperio que crece a pasos agigantados. No está muy bien visto que una mujer sea independiente y lleve las riendas de la economía en un hogar, pero ¿qué se puede hacer cuando el destino cruel impone que dos jóvenes pastoras quedaran huérfanas criando una niña casi recién nacida? Han sido años muy difíciles sacando adelante a sus hermanas, y cumpliendo el rol de madre y padre a la vez. Ella maduró a la fuerza, y todo aquello moldeó su carácter. Aún no tiene veinte años, pero el brillo altivo de sus ojos denuncia que ha vivido lo equivalente en dos vidas.
—¿Asuna? —otra joven cubierta con un velo rosado la saluda desde la puerta, se adivina un mechón de cabello castaño que se escurre hasta su mejilla, y un rostro pálido orlado de pecas, luego al reconocerla corre hacia ella y la ayuda sosteniendo a la pequeña que pese a tanto jaleo duerme profundamente —¿Qué haces aquí?
Se quita el manto, ya no importándole que el sol queme su piel —Se llevaron a Shino.
Aquella revelación cumple su cometido, la joven dueña de casa no profiere palabra, pero le hace un gesto de que la siga al interior. Era una vivienda pequeña, pero infinitamente más lujosa que la que ella posee. Tiene algunos elementos que le dan cierta clase y embellecen esas paredes pintadas con cal. Lo que le causa algo de envidia; unos cortinados transparentes de color purpura, una alfombra de colores brillantes de esas que los mercaderes traen de tierras lejanas, cojines de seda en el suelo…
Todo eso grita el lujo que su oficio le da, hasta su vestimenta; aquella túnica color malva y sus sandalias finas, evidencian el estatus que posee y que Asuna calla.
—¿Sabes que está pasando?
—Es el edicto— responde suave, depositando a la pequeña contra los cojines, ésta se remueve apenas para acomodarse.
—¿Qué edicto? —prosigue la invitada sentándose en el suelo, quitándose la manta. Su cabello anaranjado cae desordenado como pequeños relámpagos de fuego. Insiste —¿A qué te refieres Rika?
—Al parecer la soberana ha ofendido gravemente a su majestad, y ha sido destituida de su función… Los consejeros reales concluyeron que se eligiera una nueva reina, y que cada doncella elegible dentro del reino fuera llevada al harem para que el rey eligiera entre ellas a quien ocupara el lugar de su esposa, y reinara a su lado…
Los ojos ambarinos de la escucha fueron abriéndose de aprensión a medida que comprende —¿Toda doncella elegible? —repite, y observa a su pequeña hermana dormida entre los almohadones, ajena a lo que ocurre.
—La guardia real se ha presentado casa por casa para cumplir esa orden del rey— la contempla escéptica —¿Qué hay de ti? ¿No tendrías que estar en el harem?
—Estuve día y medio de camino vendiendo y adquiriendo nuevas mercancías…—dice afligida y se toca la frente —De haber sabido esto me hubiera llevado conmigo a Shino…
—Ella está en buenas manos, la tratarán como una princesa— la interrumpe —Y quien sabe, quizás el rey se enamore de ella y la convierta en reina.
—¡Rika sabes que eso es imposible! —exclama airosa—No dudo de la belleza exótica de mi hermana pequeña, sino de su futuro… De no ser seleccionada se verá confinada a pasar su vida dentro de ese harem, sin la posibilidad de casarse o de vivir libremente… Sujeta a las exigencias sórdidas de un hombre que poco aprecio tiene por una mujer… Y… jamás volveríamos a verla…— contempla el rostro dormido de la pequeña —No… ese no es el destino que quiero para Shino…
—Asuna— comienza la otra con simpatía —No puede ser tan malo.
—Debo salvar a mi hermana de ese fin horrible.
—No creo que…
—¡Debo hacerlo! —proclama con ardor —¡Debe haber algo que pueda hacer! Rika, ayúdame, tú debes conocer alguna forma…
—La única forma es entrar al harem como doncella…
—No pienso hacerlo.
—O tal vez…
—¿Qué? Dime— la urge.
—Es más arriesgado, pero creo que funcionará…—sonríe —El señor Eugeo siempre está reclutando nuevas bailarinas, quizás puedas hacerte pasar por una de ellas y obtener información de Shino.
—¿Bailarina? —repite con cierta decepción.
—Es la única forma de ingresar a palacio sin ser descubierta.
—Pero una bailarina…— repite —El rey tiene facultad de hacer con ella…
—Lo que quiera —completa Rika con voz débil y observa sus manos. Ella misma es una bailarina y sabe a lo que se refiere, solo que tuvo un destino al que no todas las muchachas con tal oficio pueden aspirar.
—Parece que tenemos visitas…—dice una jocosa voz desde la entrada y ambas voltean sorprendidas en su dirección, donde un muchacho de complexión mediana las saluda con un movimiento de su mano —Hola Asuna, Rika. Estoy en casa —dice lo obvio.
La dueña de casa se acerca a él y lo abraza con ansiedad —Ryo… te eché de menos.
—Ya llegué— el recién llegado rodea los hombros de la joven castaña con cariño y besa su frente antes de quitarse el turbante y sacudirse la túnica —Toda la ciudad esta alborotada con ese edicto real…
—Ni lo menciones Ryoutarou, esa es la razón que me trajo hasta aquí —murmura la pelirroja con pesar.
El joven despeina su cabello; también es pelirrojo pero en una tonalidad ligeramente más oscura que la de su invitada. Se lava las manos en el cuenco que le han llevado y observa a ambas con recelo —Tanto silencio es sospechoso. ¿Qué están planeando ustedes dos?
Rika ignora su pregunta, y le ofrece un plato de comida y un vaso de agua.
—Debido a las festividades debo ir al palacio durante toda la semana…—comenta cabizbaja.
—Lo imaginé—la consuela tomando su mano —No te preocupes.
Ella le sonríe con adoración. Ryoutaru es la razón de que ella no fuera una más en el harem de bailarinas del rey. Él la vio bailar una vez, y se enamoró profundamente, desde entonces han estado juntos viviendo en esa casita a la entrada del pueblo.
—¿Qué tiene que ver Asuna en todo esto? —pregunta suspicaz.
—Quiere probar suerte…— responde Rika antes de que la nombrada lo haga.
—¿En serio? —en su vida que jamás imaginó a esa seria pelirroja en una actitud tal, pero se guarda de comentarlo.
—Y tengo otro favor que pedirte…—continua Asuna tomando la palabra tras el asentimiento de su amiga, observa a la niña dormida de la que el dueño de casa aún no ha hecho referencia. Traga el nudo de nervios que es su garganta —¿Puedo pedir que entre Keiko y tú cuiden a Yui? Solo será en lo que voy y… pruebo mi suerte…
Ryoutarou asiente ante la mención de su joven y bonita hermana —Mandaré traerla inmediatamente.
—Gracias Ryo —le sonríe Asuna con sinceridad, y sus ojos ambarinos tiemblan al contemplar a su propia hermana menor —Haré hasta lo imposible para que volvamos a estar las tres juntas Yui, lo juro…
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—Recuerda lo que te dije —advierte Rika con acento firme —No hables con nadie a menos que te den la palabra, no mires a los ojos es señal de descortesía, siempre mantén una posición de respeto y sumisión primeramente con el rey, y luego con cada uno que esté por encima de ti…
Asuna caminaba detrás de ella examinando incómoda la túnica aguamarina con el velo a juego que llevaba puesto, y que Rika había insistido en que usara. 'Si eres una bailarina, debes lucir como una…' le había dicho con obvia razón. Desde que salieron de la pequeña edificación y entraron a la ciudad junto a un grupo pequeño de jóvenes que vestían como ellas, Rika no había cesado de dar consejos y sugerencias que consideraba apropiados para caer en gracia a los ojos de quienes fueran a recibirlas dentro del palacio.
—…Y lo más importante… no te alejes de mí —continuó —Trata de no llamar demasiado la atención con tu cabello, mantenlo siempre oculto bajo el velo…
—Lo sé, Rika…— suspiró ya algo fastidiada de tanto protocolo que debía cumplir. La vida en el campo era más libre, podía ser como quisiera sin preocuparse de que pensaban de ella. Las ovejas no se fijaban como iba vestida, o si su cabello lucía bonito… Sus padres le habían enseñado a amar hasta los detalles más pequeños de todo lo que la rodeaba, alentando su carácter tosco, y esa forma de ser que según todos era impropia de una doncella.
Pero Asuna dejó que toda esa dulzura y elegancia floreciera en Shino. Y mientras ella se ocupaba del trato rudo e impersonal con quienes hiciera los negocios, dejaba que su hermana menor aprendiera las labores propias de una joven ama de casa para que en el futuro pudiera ser una buena esposa.
—Asuna ¡despierta! —la castaña la sacude al ver que se ha quedado lela.
La pelirroja reacciona y se da cuenta que han llegado ante un edificio inmenso de grandes columnas de mármol y oro, con detalles en azul. Una hilera de diez guardias vestidos de blanco se aposta impávidos ante sus puertas. Uno de ellos se adelanta ante la pequeña comitiva que se acerca.
—Alto —proclama, ojeando de modo desconfiado a cada una —Identidad.
La mujer que encamina la marcha, se abre camino entre las muchachas y se acerca al oficial, se descubre apenas el rostro del velo turquesa que la cubre —Somos las bailarinas requeridas por el rey para el festival —dice sin amedrentarse, y hace una ligera caravana.
—Pasen— el guardia se hace a un lado, y las enormes puertas de oro y azul se abren ante los sorprendidos ojos de Asuna que en su vida ha visto tanta magnificencia. Se ajusta el velo en torno a su rostro, y sigue a Rika hasta el interior.
Detrás escucha cerrarse las puertas y no puede evitar el escalofrío que le corre por la columna por un presagio de que una vez adentro de aquel palacio ya nunca podrá salir.
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Camina por el patio exterior maravillándose de los jardines colgantes, el verdor de las enredaderas pone vida a esos muros altos y fríos. En el centro de aquel oasis verde se erige una gran fuente de agua cristalina, la cual -según le han contado algunas siervas- siempre está cubierta de flores. La razón es el par de estatuas que se alzan y que Asuna se acerca a examinar con curiosidad y fascinación.
Representan la escultura de una joven mujer de vestido etéreo que está colocando una corona de flores sobre la cabeza de un demonio que se encuentra arrodillado a sus pies. La actitud amorosa de la estatua, y la expresión culposa en el rostro de piedra del hombre-bestia hacen que se quede absorta contemplando.
—Es la diosa Stacia…—le dice Rika con suavidad tratando de no sobresaltarla —La leyenda dice que la diosa se enamoró perdidamente de un mortal, y que abandonando todos sus lujos los cambió por la dicha de estar a su lado. Sin embargo ese amor no fue bien recibido por quienes los rodeaban… lo consideraron una abominación y una afrenta, y jamás pudieron ser felices en el tiempo que estuvieron juntos…— también observa la escultura del par de amantes —Esto representa el momento en que la diosa redimió a su amado de toda condenación…
—Es una historia muy triste— acota compungida deslizando los dedos por esa fría cara de piedra —Amar a alguien y no poder estar a su lado…
—La diosa Stacia sacrificó todo para poder estar con él, con su amado Alistair… aún siendo la portadora de la vida, renunció a todo por su amor… —suspira y su voz adquiere una tonalidad dulce —Normalmente los amantes, y quienes contraen nupcias vienen a pedir su bendición y buenos augurios. Por eso esta fuente siempre está llena de flores… señal de las ofrendas que los contrayentes siempre le dejan.
Asuna se inclina ante la esfinge de la diosa y realiza sus oraciones 'Por favor, permite que vuelva a reunirme con mis hermanas…'
Sabe que ese patio que se adivina gigante y hermoso, une el palacio ostentoso con el harem, y la casa de las concubinas. La única razón de eso es que ninguna de las mujeres del monarca pueda alejarse de territorio real. Y aunque ciertamente es provechoso para las circunstancias actuales, también conlleva la verdad horrible de que esas mujeres se hallan presas dentro de una bonita jaula de oro.
—Vamos adentro, te enseñaré la rutina de belleza para que luego la cumplas tú sola, su majestad tiene algunas exigencias que no pueden ser pasadas por alto… —Rika toma del brazo a su amiga y ambas cruzan por detrás de la fuente hacia una edificación hermosa de color blanco, y columnas de marmol. Dos guardias custodian la entrada y apenas advierten a las dos muchachas que cruzan la abertura.
Al mismo tiempo un grupo pequeño de mujeres gloriosamente ataviadas salen en sentido contrario, y Asuna reprime el ligero resquemor que escuece en su pecho al verlas, y estudiarlas con atención.
Se encuentra en el harem. El harem de las concubinas del rey.
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Allí dentro todo es de un lujo exultante, suelos brillantes, alfombras ricamente bordadas, y toda la fruta y la comida que puedes desear.
Diabel, ese hombre de aspecto amable que recibió a todo el séquito de danzarinas, dispuso para cada una de ellas una habitación y todo lo que considerara necesario para amenizar la estancia dentro del palacio.
Asuna quiere salir desesperadamente para encontrar información del paradero de su hermana, aunque sabe que a Rika no le parece una buena idea el que se exponga de ese modo. No está muy segura de cuál será el castigo si una de las doncellas osa escapar de la protección del rey.
Pero Asuna debe investigar. Su papel de hermana mayor es más fuerte que su lazo de amistad con la castaña, y no quiere que nadie mancille el honor de su pequeña hermana. Está dispuesta a luchar por su libertad con uñas y dientes de ser necesario.
El patio donde se alza la hermosa fuente dedicada a la diosa Stacia, está a reventar de muchachas ataviadas con vestidos etéreos y velos de colores. Ella misma se acomoda la prenda en torno a su cabello y transita entre las jóvenes buscando si Shino se encuentra entre ellas.
Hay más guardias en las puertas que antes, y Asuna no puede dejar de notar que ninguna de esas beldades se halla triste o compungida. Al contrario, la mayoría ríe y conversa con alegría con su compañera inmediata. Reina una atmósfera tranquila y alegre; la única que parece realmente desesperada -nota- es ella misma.
Camina sin rumbo entre una joven y otra hasta que finalmente reconoce esa ligera risa que se cuela por sus oídos. Da una vuelta completa sobre si misma captando de donde proviene aquel sonido, y entonces lo descubre. Sentadas en el césped se halla un grupo de jovencitas que platica animadamente, Asuna reconoce a Shino entre ellas, su risa ligera es inconfundible.
Intentando actuar con normalidad se acerca a ellas con el corazón galopante; sus ojos recorren sorprendidos el aspecto de su hermana menor. Luce diferente en esa túnica esmeralda, con el velo que recubre su hermoso cabello. Sus ojos castaños están maquillados con kohl. Se ve realmente hermosa y le sorprende.
—¿Shino? —la nombra con suavidad para no sobresaltarla. Y sabe que ésta la ha oído a juzgar porque detiene su charla y la mira. Primero con asombro, luego con alegría.
—¡Asuna…! —exclama. Luego alzándose sobre sus pies corre a su encuentro y la abraza con fuerza. Fuerza que la otra le retribuye por igual —¿Qué haces aquí? —le susurra consciente de que de pronto se han vuelto el centro de la atención.
—¿Qué más? Vine a sacarte.
Shino se aleja lentamente y la mira, a pesar del velo que le cubre gran parte de la cara reconoce las facciones de su hermana mayor.
—¿También te han traído al harem? —cambia de tema.
— No exactamente.
—Es peligroso que estés aquí, hermana— le dice con preocupación y su voz desciende.
—Asuna.
La nueva voz llega desde atrás, en una orden directa que causa que el par de muchachas se separen de inmediato. Rika se encuentra allí, ya completamente ataviada para los festejos. Velos en diferentes tonos de rosa y coral conforman su falda, el sostén de seda que resguarda la parte delantera de su cuerpo brilla orlado de perlas y canutillos que tintinean con cada movimiento que realiza. Sus ojos lucen delineados con kohl, su cabello brilla y de toda ella emana un fuerte aroma a mirra. Era el atuendo escogido que una bailarina de la corte debía usar.
—Rika— la reconoce la pelirroja con cierta pena.
—Esto no es lo más correcto, harás que la ira del dios vector caiga sobre nosotros si se descubre esta mentira…—la riñe —¿Quieres que me castiguen por meterte aquí?
—N-No…—Asuna siente la reprimenda en carne propia, e inclina la cabeza con pesar —Lo siento, Rika.
—No estoy diciendo que no puedan verse, pero necesitamos un plan para llevarnos a Shino de aquí. No actúes de forma impulsiva.
La nombrada sonríe débilmente.
—Tienes razón, y lo siento— suscita —Necesitamos un plan…—se vuelve a Shino quien de pronto ha endurecido su mirada —¿Estas bien aquí? ¿Te han hecho algo?
—Estoy bien— toma la mano de la pelirroja entre las suyas y la aprieta —No te preocupes por mí, y…—se detiene no sabiendo si continuar. Lo que va a decir no será del agrado de su hermana, por lo que decide ganar tiempo —Ten calma.
—Piensa en Yui— añade la amiga. Luego vuelve a adoptar el gesto serio y resuelto que la caracteriza —Es hora de irnos, en cualquier momento el rey mandará por nosotras, y no podemos llegar tarde. Su alteza no tolera una afrenta tal.
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El monarca está sentado en el gran salón del trono rodeado de los miembros de la corte. Su copero, nobles e intérpretes se encuentran detrás, admirando el espectáculo que iba en su apogeo.
Ven con interés a las bailarinas que recorren con gracia todo el salón, con sus velos etéreos y sus movimientos sensuales, y ensayados encantan al rey, quien no quita la vista de ellas. La melodía arábiga acompaña el baile y el corazón de los presentes que está alegre a causa del vino que corre sin control entre los invitados. Todos están tan absortos disfrutando de aquel entretenimiento, que cuando acaba reina un silencio incómodo y triste. Que ocasiona que todos se alcen en sus pies y aplaudan con denuedo.
Sin embargo llama la atención que las bailarinas no se han movido del centro del salón pese a los aplausos, y que con sus velos de colores han formado una especie de capullo. Una flor de tamaño considerable. Que empieza a moverse acorde a cada doncella que se aleja de la escena. Ahora cada una tiene un pandero entre las manos, y acompañando el son del tamboril cada golpe imita un latido. Como si se tratara de un corazón. Nuevamente reina el silencio cuando los invitados descubren que el espectáculo aún no ha terminado. Las bailarinas se alejan y toman asiento junto a los músicos, mientras acompañaban el golpe de los tambores con los panderos.
Todos miran el capullo del centro que de acuerdo a la música se mueve, palpitante. Una mano sale triunfante hacia arriba como si se tratara de un brote que rasga la tierra en busca del sol, luego sale la restante y ambas se enlazan creando figuras al compás de la música que lentamente ha cambiado de ritmo hipnotizando a todos.
Entonces la prisión de velos se quiebra, y una bailarina emerge del centro. Pero ésta viste diferente a las otras. Su cara no se vislumbra, y solo sus ojos ennegrecidos por el kohl brillan como oro líquido. Su cabello está escondido por un grueso velo esmeralda, al igual que su cuerpo que se adivina bajo el corto y translucido vestido compuesto por varias capas de tul verde. Hay brazaletes de cascabeles en sus manos y tobillos, que acompañan a los instrumentos que aún siguen sonando.
Ella se mueve grácil, su andar es suave y ondulante, como si evocara el recuerdo triste de un sentimiento. Su cadera vibra haciendo sonar los cascabeles que lleva en las extremidades. De pronto los movimientos se disocian y los brazos desnudos vuelven a elevarse en sintonía a sus piernas, a sus pies de empeine perfecto.
Todo el público sigue hechizado sus movimientos, y aunque su rostro no se vea, la sensualidad que se desprende de su cuerpo resulta tan obvia que el monarca ha dejado de beber para contemplarla.
Los jadeos que emite la bailarina, tan concentrada en su baile, han despertado cierto ardor en su interior. Una necesidad que también hace que su propia respiración se agite mientras no quita la vista de esa mujer.
—Agil— llama a su capitán que se encuentra más próximo a él, y este le brinda su oído sin titubear.
—¿Si, mi señor?
—Quiero a esa mujer en mis aposentos…
El soldado contempla a la presa en cuestión y asiente. Abandona el lugar que ocupa y se escabulle para cumplir con la orden de su amo. Eugeo contempla toda la situación con una sonrisa torcida. Conoce las mañas de su amigo y rey; y que está acostumbrado a tener lo que desea. Mujeres incluidas.
El ritmo de la melodía disminuye hasta convertirse en un sonido suave y sibilante que la bailarina adopta con su cuerpo, con sus caderas y brazos hasta que finalmente se detiene. La ovación no se hace esperar, pero ella no se queda allí para recibirla, y tras hacer una reverencia apresurada desaparece entre los músicos y demás ejecutantes que se acercan a recibir el favor del rey.
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Asuna se quita el pesado velo de su cabello y se seca la frente. Eso ha sido extenuante. Siente que sus rodillas flaquean y se sostiene de una pared en tanto intenta recuperar el aliento.
No lo logra, salido de la nada un hombre de color de aspecto imponente la toma del brazo y sin mediar palabras, e ignorando su resistencia, la lleva por un pasillo adornado de azul y oro, hasta una habitación donde varias siervas la están esperando.
—Ya saben que hacer— les dice lacónico y sin esperar respuesta la deja allí. Las puertas se cierran tras esa orden, y las mujeres la desvisten pese a sus protestas.
Peinan su largo cabello y lo perfuman. Untan aceite de lirio en su piel, y colocan collares y sarcillos en sus orejas. Corrigen el maquillaje de sus párpados y aplican bálsamo en sus labios. La visten con un vestido nuevo en tonos de aguamarina, y vuelven a cubrir su rostro y cabello con un nuevo velo.
Se siente aturdida. Jamás ha tenido semejante atención, huele bien y se siente bien. Su piel esta suave y perfumada, y su cabello brilla como miel…
Las siervas prenden collares a su cuello, y brazaletes a sus manos. Luego sin decir palabras todas se inclinan ante ella y desaparecen dejándola a solas en esa habitación que le es completamente ajena.
'Shino puede acostumbrarse a estos lujos…' piensa entristecida mientras contempla esa pulsera de oro y pequeñas piedras azules que adorna su muñeca derecha.
La puerta se abre a sus espaldas y Asuna se queda inmóvil. Se siente confundida y mareada por lo que ha hecho allá en el palacio, aquel baile alteró sus sentidos de un modo que jamás imagino. Y ahora se siente laxa y completamente relajada.
Sin embargo una mano invasora que aprieta sus caderas la pone tensa y en guardia inmediatamente. Un cuerpo se ciñe a su espalda, y la mano restante la palpa desvergonzada.
—¿Quién eres? —suena la voz ronca y alterada junto a su oído.
Ella no tiene tiempo de responder, el velo abandona su cabello y cae al suelo revelando su rostro. Algo que Asuna considera una afrenta ante un desconocido. Su cabello se libera con aquel gesto, pero antes de poder cubrirse siente que gira sobre sus talones para contemplar finalmente a su captor.
El monarca en persona está ahí. Ese que ha decidido que su hermana pequeña formara parte de su séquito de amantes.
La furia se gesta en su pecho. Sus ojos ambarinos no desmienten que lo halla muy guapo. Es joven, pero mayor que ella. Y la contempla con esa ansiedad nefasta con la que un depredador juega con su presa antes de devorarla.
—Desvístete —le ordena sin preámbulos. Sus ojos de plata no cesan de buscar su mirada, retándola. Extiende la mano y le toca el cabello con fascinación.
El pecho de Asuna sube y baja de miedo. Sabía que esto podría pasar al arriesgarse a entrar a ese palacio… Pero… ¿en verdad aquel rey la iba a violar?
Al notar su pasividad él mismo desliza los tirantes de la prenda por sus hombros. Asuna sigue inmóvil pero sus ojos atrapan el brillo difuso de un arma en el cinturón labrado que el rey porta.
De un rápido movimiento manotea la daga y la empuña con agilidad, acercando el filo a la yugular del rey quien no entiende lo que está pasando hasta que siente el ligero pinchazo en sus carnes.
—Soy su tormento, alteza…—le sisea con rabia contenida —Aquel que va a desbaratar su deseo de arruinar la existencia de cientos de doncellas…
Alza la rodilla y le da un puntapié en sus partes nobles. Golpe que lo obliga a retroceder y doblarse de dolor.
Asuna aprovecha ese desvarío para escapar.
Sabe que se ha metido en un gran lío al golpear a su rey.
Pero no se arrepiente. Al contrario se siente feliz, e increíblemente viva.
(Parte 1 de 2 -o 3?- capítulos)
Nota:
Bueno… en realidad esto iba a ser un oneshot… pero los tiempos y yo no nos llevamos muy bien… escribo esta nota mientras mi adorado perro está mordiéndome los cables de mi pc… aish…
Bueno, Naty ¡Perdón! Perdón por ser tan terrible amiga y no haberte obsequiado nada hasta ahora. En serio, sabes que te admiro mucho, que adoro platicar contigo, y me divierto mucho cuando fangirleamos hasta altas, altas, horas de la madrugada n.n
Este fic es para ti, y estará lleno de fluff y miel… sé que en esta primera entrega mucho no se verá, pero así es! Disfrútalo! Y mí te quiere hartooo *inserte corazón aquí*
Y bueno hice trampa… la persona que propuso este tema lo nombró 'Antiguo Egipto' pero hablando con las niñas del grupo me hicieron notar que más que antiguo Egipto era más bien 'Arabia' así que me basé en eso (y en mis recuerdos de lo poco que estudié de Babilonia en el pasado) para escribir este fic.
También tomé la idea de mi historia bíblica favorita, la de Esther, esa extranjera que llegó a ser reina y que por poco se sacrificó para salvar a su amado pueblo… Pero este fic no sigue esa línea, solo me basé en usar un contexto similar para explicar el porque de ese 'concurso' para buscar una nueva reina.
Bueno, ya me dejo de hablar. Espero volver a escribir algo para el viernes. Les comento que me quedaron dos temas en los que quería escribir pero mi tiempo no llegó. De todas formas subiré esas historias cuando acabe la week.
Gracias por leer!
Sumi Chan~