DISCLAIMER: Todo lo reconocible pertenece a J.K. Rowling.

AVISO: Este fic participa en el Amigo Invisible del grupo Dramioneras bitch!

NOTA: Post-Hogwarts situado en la actualidad. Me encanta hacer que los personajes interactuen con objetos muggles como móviles, etc. En definitiva, me gusta que se mezclen el mundo mágico y el muggle.

Y mi Amigo Invisible es... *redoble de tambores* ¡Gizz Malfoy Granger! Amor, espero que esto te guste. Sé que no es lo que habías pedido, pero no por eso tiene que ser malo (?). Además, ya llevo escritos 7 capítulos (y los que me quedan), así que, si no te gusta, me auto-crucio y lo reescribo todo. P.D.: Sé que amarás la cita célebre de este capítulo ;)

A la gente que sigue alguno de mis otros fics, por favor no me queméis en la hoguera *carita de pena*. Organizamos este AI hace semanas y tenía el capítulo escrito desde entonces. Pronto actualizaré los demás fics (aunque no sé aún cuándo, sorry).

Podría publicar cuál fue la petición de Gizz, pero prefiero mantener vivo el encanto de lo desconocido ;) ¡ALLÁ VA!


PRESCINDIBLE


‹‹Pero mientras la gente se deje arrastrar por su imaginación para formarse juicios errados sobre nuestra conducta y la califique basándose en meras apariencias, nuestra felicidad estará siempre a merced del azar››.

Jane Austen

Capítulo 1: Cinco fotos

Hermione se secó las lágrimas con rabia. No, no iba a consentir derramar una sola lágrima más por él. No se las merecía. No se merecía nada que procediera de ella. Bueno, sí. Un sillazo en la cara. Eso sí podía dárselo con gusto.

Se levantó de un salto, apretando con fuerza el sobre que había llegado aquella mañana. Se obligó a relajarse: no podía romperlo, necesitaba aquella información. Empezó a pasear por la habitación, meditando cuál sería su siguiente movimiento. Por un momento, pensó en llamar a alguno de sus amigos, pero desechó la idea rápidamente. Lo único que conseguiría de ellos era una mirada de pena de Harry, un comentario crítico de Ginny y un «Te lo dije» de Ron. Lo peor de todo era la vergüenza que sentía. ¿Cuántas veces se había peleado con sus amigos de toda la vida por él? ¿Cuántas veces ella les había replicado que ya no era el que había sido en Hogwarts? Qué ingenua había sido.

De repente, su móvil vibró. Hermione estuvo a punto de arrojarlo contra la pared, pero se contuvo al ver de quién era el mensaje.

«Mira en el vestidor. Tercer armario por la derecha».

Hermione enarcó una ceja. Se dirigió a la habitación y entró en el vestidor. En realidad, el vestidor era más un capricho que una necesidad, al menos para ella. Apenas tenía ropa con la que llenarlo, y la que tenía estaba compuesta por pantalones vaqueros, algún traje, unas cuantas blusas y un par de vestidos, cortesía de él. «No puedo dejar que vayas en vaqueros a estos restaurantes tan caros».

Pasó la mano por las chaquetas de él. Le encantaba acariciar las telas. Cuando llegó al tercer armario, descubrió que había colgado un vestido que no había visto nunca. Lo cogió por la percha y lo levantó en alto. Tenía que reconocer que era un vestido de un gusto exquisito; miró la marca: Dior. Torció el gesto. Tendría que haber establecido unos límites al principio de la relación, en vez de sonreír maravillada con cada regalo, cada uno más caro que el anterior. Ahora solo tenía la sensación de que lo había hecho para burlarse de ella. De la base de la percha colgaba un cartelito amarillo.

«Esta noche en La vie est belle a las ocho y media. Te quiero».

Hermione resopló con incredulidad. Aquel «Te quiero» dolía más que una decena de puñaladas en el pecho. Pero así se sentía: como si la hubieran apuñalado en el corazón. Como si se lo hubieran arrancado del pecho y lo hubieran pisoteado sin miramientos.

De repente, lo vio todo muy claro; debía empezar a arreglarse: había quedado para cenar con su novio. Puso especial atención en su aspecto: se puso el vestido rojo y se subió a unos tacones negros de escándalo. Se peinó, consiguiendo que su pelo quedara sedoso, contrariamente a como solía llevarlo. Se maquilló, aplicando sombra oscura a sus ojos color chocolate; utilizó el pintalabios rojo sangre que sabía que tanto le gustaba a él. Se miró al espejo, satisfecha por cómo había quedado; nunca había tenido un cuerpo especialmente bonito, pero con aquel vestido, casi podría decirse que estaba atractiva. Sonrió, pero era una sonrisa vacía. Tenía que recordarse cada maldito segundo por qué se tomaba tanta molestia, en vez de echarse a su cama a llorar. «Ah, sí», pensó con un sabor agridulce en la boca, «La venganza...».

Salió del ático media hora antes de su cita y condujo hasta el restaurante. Desde que terminó la guerra, Lucius Malfoy se había tomado muchas molestias en aparentar normalidad. No se relacionaría con los muggles ni muerto, pero había descubierto el maravilloso —y lucrativo— mundo de las inversiones y especulación. Se había convertido en el mayor inversor de una importante empresa de construcción. Pero Lucius había ido más lejos: había encargado a su hijo que llevara los negocios familiares en el mundo muggle, mientras él se quedaba en el mágico. Esto, sumado al hecho de que no participaran activamente en la guerra, ayudó a que la sociedad mágica empezara a considerar a los Malfoy dignos de una segunda oportunidad. Ellos eran el claro ejemplo de alguien que, aunque la cagara siempre, conseguía salirse con la suya.

Bajó del coche y se acercó al restaurante, inmune al frío típico de Londres en el mes de abril. Debía reconocer que Draco tenía buen gusto: La vie est belle era uno de los mejores restaurantes de la ciudad, además del favorito de Hermione. Pero, claro, era lo que tenía ser rico: no hacía falta preocuparse por el precio. Cuando entró, el metre se apresuró a saludarla.

―Qué placer verla de nuevo, señorita Granger. Sígame, por favor.

No había ido tantas veces como para obtener la deferencia del metre, pero salir con un hombre que cada vez que iba, se dejaba en un vino el equivalente al sueldo de un mes del camarero. La acompañó hasta una mesa situada al lado de la ventana, el lugar favorito de la pareja.

―¿Desea tomar algo para beber mientras espera al señor Malfoy? ―preguntó el hombre de forma servicial.

Hermione se lo pensó durante un momento; normalmente no bebía, pero aquella era una ocasión especial.

―Un whisky con hielo, por favor.

El metre asintió y se alejó con rapidez. Volvió treinta segundos después con un vaso lleno de un líquido dorado. En otras circunstancias, Hermione le habría dado las gracias, pero aquel día no estaba de humor para comportarse como se esperaba de ella.

Se limitó a tomar un sorbo mientras se cruzaba de piernas y observaba a la gente que pasaba por delante de la ventana. Padres con sus hijos, amigos que salían a divertirse, parejas felices, cogidas de la mano.

―Voy a vomitar ―susurró para ella misma, bebiéndose el vaso de golpe. Esbozó una mueca de asco al sentir el ardor que recorrió su garganta al tragar el whisky, pero se repuso pronto. Necesitaba algo de dolor físico que la ayudara a olvidar que el emocional, pero lo único que consiguió fue que le escocieran los ojos por el alcohol y tener el corazón tan roto como antes.

De repente, sintió un roce familiar en el hombro. Se giró y se encontró de frente con esos ojos grises que conocía mejor que los suyos propios. O eso creía. Draco se agachó para darle un beso en los labios. Hermione le devolvió el beso casi inconscientemente, pero sintió tal repulsión que se apartó inmediatamente.

―Qué pronto has llegado.

―¿No será que tu llegas tarde a todos lados? ―inquirió Hermione, entornando los ojos. Intentó enmascarar su frialdad con un tono burlón.

Draco rio, ajeno al huracán que devastaba a Hermione por dentro en aquellos momentos. Tener que actuar como si nada hubiera pasado la estaba matando. En aquel momento llegó una camarera para tomarles nota. Hermione apenas le prestó atención, pero vio de reojo cómo la miraba Draco, y cómo la miraba ella a él. No supo cómo consiguió contenerse para no romper el vaso de cristal en la cabeza de su novio. La castaña señaló lo primero que vio en la carta, sin pararse a leer qué había pedido.

―¿Qué te pasa? Te veo rara ―preguntó Draco.

―Digamos que hoy no ha sido un buen día ―se limitó a responder ella. Como el rubio le dedicó una mirada sospechosa, decidió que podía seguir con aquel teatro un poco más; al fin y al cabo, él lo había hecho durante Merlín sabía cuánto tiempo―. Ollard está muy estresada últimamente y lo está pagando conmigo. El lunes tengo que ir a pasar un test de control de calidad a varios productos de Sortilegios Weasley. ―Lo cual no era del todo falso: sí tenía que ir a inspeccionar un par de tiendas de artículos mágicos para comprobar que no hubiera ninguna violación de la normativa de Seguridad Mágica, pero aquello no sucedería hasta dentro de dos semanas.

―Esos Weasley... ―dijo él en tono ligeramente despectivo. «¿Conque los viejos prejuicios de sangre ya estaban olvidados, eh, Malfoy? ».

Les trajeron la cena pocos minutos después, y Hermione se limitó a asentir e intervenir con monosílabos mientras él hablaba del último negocio en el que estaba metido. Si hubiera dicho que un elefante cruzaba la calle en aquellos momentos, Hermione le hubiera prestado la misma atención que a aquella conversación: ninguna. Se limitaba a mirar a su novio. A observar cualquier indicio en su rostro que le indicara que lo que había descubierto aquella mañana era mentira. Sacudió la cabeza levemente: ya estaba bien de justificar siempre sus acciones.

Terminaron de comer (Hermione no sabía cómo había conseguido digerir la mitad de su plato sin vomitar) y llegó el postre: tarta de chocolate negro con nueces. Hermione sonrió con tristeza: era su favorita. Draco cogió su vaso de vino y lo levantó.

―Antes de que te lances sobre la tarta, brindemos. ―Hermione levantó su copa, pero no se molestó en sonreír —. ¡Por una noche especial! ―exclamó él, mirándola con atención.

Hermione enarcó una ceja.

―¿Especial por qué?

―¡Por Merlín, pensaba que no preguntarías nunca! ―Draco soltó una risa nerviosa.

En aquel momento, se metió una mano en el bolsillo del pantalón. Antes de que sacara la mano, Hermione cerró los ojos con dolor. Sabía lo que venía a continuación y le parecía una broma de muy mal gusto. En otros tiempos, más concretamente unas horas atrás, habría llorado de la emoción, pero las cosas habían cambiado. Aquel sobre lo había cambiado todo.

Draco depositó una cajita cuadrada tapizada con cuero negro encima de la mesa, cerca de la mano derecha de Hermione. Ella miró la caja con incredulidad y luego lo miró a él.

―Vamos, no muerde ―bromeó él. Hermione se mordió el labio con fuerza, resistiendo la tentación de romper esa nariz tan perfecta a golpes.

Alargó la mano lentamente y tomó la cajita entre los dedos. Cuando la abrió, un diamante de tamaño enorme brilló con el reflejo de las luces del restaurante. Era un anillo precioso. Qué lástima que no despertara en ella más que rabia y odio. Cuando Hermione apartó la vista de la piedra preciosa, Draco había hincado una rodilla en el suelo, a su lado, y había tomado la mano derecha de ella entre las suyas.

―Hermione Granger, ¿me harías el honor de casarte conmigo?

Hermione clavó sus ojos oscuros en los grises de él. Casi creyó la sinceridad que vio en ellos. Casi. En vez de responderle, liberó su mano y abrió su bolso. Sacó el sobre marrón que había recibido aquella mañana.

―Yo también tengo algo para ti ―repuso en tono gélido, tendiéndole el sobre.

Draco, aún de rodillas, la miró sin comprender. Cogió el sobre y lo abrió. Cuando sacó el contenido, sus ojos se abrieron con sorpresa. Cerró los ojos por un segundo antes de levantarse y volver a ocupar su silla. Dejó las fotos encima de la mesa.

Hermione había recibido cinco fotografías aquella mañana. Fotos de su novio con otras chicas. Fotos de su novio besando a otras chicas. Fotos de su novio, completamente borracho, sobando a chicas medio desnudas sentadas en su regazo. La castaña las cogió con cuidado y contempló la primera con asco. La dejó en la mesa, enfrente de Draco, y la acercó a él con un dedo. El chico estaba con los ojos cerrados y el ceño fruncido.

―Nochevieja ―señaló. Era cierto eso que decían de que para ser feliz había que tener mala memoria―. Me dijiste que pasarías esa noche con Blaise, Theo y los demás. ―Draco se dignó a mirarla al fin, pero no dijo nada―. Se ve que lo pasasteis bien.

Hermione cogió la segunda foto.

―¿Conque te quedarías trabajando hasta tarde, verdad? ¿Qué investigabas? ¿Cuántos billetes podías meter en el tanga de la stripper? ―A medida que hablaba, Hermione iba sintiendo como el fuego de la ira recorría sus venas.

Cuando llegó a la tercera foto, ya no tuvo el coraje de seguir manteniendo la fachada de tranquilidad. La arrojó delante de él.

―¿Esta cuándo fue? ¿Cuando fui a visitar a unos familiares? ¿O tal vez cuando dijiste que querías pasar unos días en casa de tus padres?

Draco cogió la foto, la observó durante un segundo y la dejó en la mesa, boca abajo. Dedicó a Hermione una mirada indescifrable. Miró a su alrededor; la gente empezaba a fijarse en su «pelea». Hermione soltó un bufido. Le importaba una mierda si todo Londres se enteraba de que Draco Malfoy era un hijo de puta mentiroso. Cuando él alargó una mano para coger la suya, ella sintió que ya no podía más. Necesitaba salir de allí; se ahogaba. La presión de sentir que a él le preocupaba más que la gente los mirara que por lo que le había hecho a ella la aplastaba. Cogió la caja con el anillo de compromiso y se la tiró a la cara.

Salió del restaurante sin preocuparse por las miradas perplejas que le dedicaron los clientes y camareros. A la mierda con ellos. Cuando pudo respirar aire fresco, se tomó un segundo para cerrar los ojos y contener las lágrimas. Se había jurado que no lloraría. No iba a dar a Draco ese placer. Al final, abrió los ojos. Había tomado una decisión: se marcharía de allí. Volvería al lujoso ático en el que había estado viviendo hasta aquel momento, recogería sus cosas y se iría. Aún no sabía dónde, pero tenía claro que necesitaba alejarse de todo lo que le recordara a él. Cuando se dispuso a moverse, una mano la sujetó por el brazo. Hermione cerró los ojos con fuerza. Reconocía esa mano sin verla. Era la misma mano que tantas veces había sujetado entre las suyas, que tantas veces había recorrido su cuerpo desnudo.

―Déjame en paz ―siseó, zafándose de él de un tirón brusco. Apretó los dientes. No. No se iría sin una explicación. No huiría como si fuera ella la que había hecho algo malo. Se volvió hacia él―. ¿Por qué?

Él la soltó y suspiró.

―Se suponía que no debías...

―¿Qué? ¿Enterarme de que me has puesto los cuernos incontables veces?

―¿De dónde has sacado las fotos? ―preguntó él, completamente serio.

Hermione lo miró con la boca abierta.

―¿En serio eso es lo único que te preocupa en estos momentos? ―Con cada palabra de él, se confirmaba su peor temor: no había explicación racional que pudiera reparar en lo más mínimo su destrozado corazón. Se cruzó de brazos―. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Después de que aceptara casarme contigo? ¿En la boda, delante de todos? ―Él permaneció imperturbable―. Nunca, ¿verdad? ¿Te das cuenta de lo despreciable que eres? ―escupió con todo el asco que pudo.

Draco enarcó una ceja.

―Ya sabías cómo era antes de que empezáramos a salir. No sé de qué te sorprendes.

¿Que no sé de qué...? Ah, no sé. Tal vez solo me esté comportando como una puta loca y que tu novio se folle a otras es algo normal.

Salía tanto ácido de su boca que creyó que se quemaría en cualquier momento. Qué importaba, las heridas ya las tenía.

―¿Tienes alguna explicación para esto? ―Hermione ya conocía la respuesta: Draco Malfoy no inventaba excusas. Para él, todas sus decisiones eran correctas porque su apellido y dinero lo avalaban. Draco Malfoy era la medida de todas las cosas. Formuló la pregunta que tanto temía expresar. No sabía si soportaría escucharla en alto―. ¿Me has querido alguna vez?

―¡Por supuesto que sí! ―Ahora él parecía indignado―. ¿Crees que me habría tomado tantas molestias por conquistarte si no hubiera estado enamorado de ti?

Molestias ―repitió ella―. Siento mucho que tus sentimientos por mí te hayan causado tantos problemas ―inquirió con sarcasmo.

Draco se acercó un paso hacia ella, pero Hermione retrocedió un paso hacia atrás. Ni loca se acercaría a ese maldito cerdo.

―Te quiero, pero... ―Se pasó una mano por el pelo rubio platino. Hermione levantó el mentón, esperando el final de la frase. No quería mostrarse débil― a veces... me aburro. Necesito algo más.

No, no quería mostrarse débil, pero aquella confesión golpeó a Hermione de lleno en el pecho y la resquebrajó por dentro. Se aburría, había dicho. La engañaba porque se aburría con ella. Genial, y ella que temía que lo hiciera porque era un hipócrita de mierda que le mentía cuando aseguraba que la amaba. Ahora todo estaba claro.

―Eres un gilipollas de mierda, Draco. ―No pudo contener las lágrimas por más tiempo―. Nunca me he arrepentido de nada en la vida tanto como de haberme enamorado de ti. ―Los ojos claros de él se agrandaron y le dedicó una mirada ofendida―. Nunca te has preocupado por las personas a las que hieres a tu paso, ¿verdad? ―Una vez empezó, ya no podía parar. Sentía que, si no lo soltaba todo, explotaría―. ¿Qué más da, si el gran Draco Malfoy consigue lo que quiere? ―Se llenó de un valor que no supo de dónde sacó para acercarse a él―. Si tu plan durante todo este tiempo era hacerme sentir como basura, lo has conseguido. ¡Enhorabuena! ―Aplaudió un par de veces―. No quiero volver a verte ―sentenció―. Ojalá pases el resto de tu vida solo. ―Le dedicó una última mirada de absoluto desprecio antes de alejarse de él―. No mereces que nadie te ame. Yo, desde luego, no lo haré más.

Se alejó en sentido contrario al del lugar donde había aparcado su coche, recordando que ni el coche era suyo: había sido un regalo de él por su veinte cumpleaños. También de él era el piso. Y mucha de la ropa y joyas que llevaba. Se abrazó con fuerza mientras vagaba sin rumbo fijo por las calles de la ciudad, clavando las uñas con fuerza en los antebrazos. No paró hasta que sus dedos se llenaron de sangre.

Hacía frío, pero ella apenas sentía o veía nada que no fuera las lágrimas que empañaban su visión. Al final decidió coger un taxi hasta casa de sus padres. Necesitaba estar en algún lugar en el que hubiera sido feliz. Cuando estos abrieron, la sorpresa que se llevaron fue mayúscula: su hija, llorando, con el maquillaje corrido y heridas en los brazos.

―Cariño, ¿qué ha pasado? ―exclamó su madre.

Hermione abrió la boca para responder, pero de sus labios solo salió un grito ahogado. Cayó de rodillas, incapaz de detener el llanto. No sabía si sería capaz de parar alguna vez.


Bueno... Acepto cualquier crítica (constructiva, please, mi frágil autoestima no soportaría un "qué historia tan horrible"), ¿felicitación? o review en general :) A lo largo de la historia veréis a Hermione llorar, ser borde y comportarse de manera errática y contradictoria. Entendedla, tiene el corazón roto.

Nos vemos en un par de semanas con el segundo capítulo.

Un beso enorme,

MrsDarfoy

P.D.: ¡10 puntos para Gryffindor! Gizz sabe por qué, jeje.