Nombre del fic: BIMINI

Fandom: MCU (Marvel Cinematic Universe)

Pareja: Steve/Tony, eventualmente.

Género: Drama/Romance

Rating: para mayores de edad.

Resumen: Donde Steve Rogers no se congela durante la Segunda Guerra Mundial y es parte de la vida de Tony Stark.

Nota: Historia basada en fanarts donde Steve no fue congelado en la Segunda Guerra Mundial y conoce a Tony desde bebé, especialmente inspirada en el art "What if Captain America had survived WWII" realizado por Noinamon en tumblr.


BIMINI

1970

Era un mini-Howard, tan parecido a éste: ojos oscuros enormes y llenos de curiosidad, mata de cabello grueso y abundante, inteligente y perspicaz. Steve lo conoció pocos meses después de su arribo. Por esos días el Capitán debía haber tenido más de medio siglo de edad, pero el suero mantenía su físico en sus veintitantos de manera permanente. Había estado fuera del país en una de esas tantas misiones en las que les prometían el fin de la guerra fría, por lo que se perdió el nacimiento del hijo de Howard en mayo. Pero al volver Steve del otro lado de la cortina de hierro, finalmente el ingeniero millonario pudo tener el orgullo de presentarle a su primogénito.

Habían pasado tantos meses, que el bebé ya gateaba, aunque María insistía que se debía a que era muy listo para su edad y que se había adelantado. Steve se sentó en el suelo a observarlo, inseguro e incapaz como se sentía de tratar a un infante; el bebé se acercó arrastrando su pancita hasta el adulto de cabello rubio. Él le sonrió y el niño se le quedó viendo. Era tan diferente a cualquier otro bebé que Steve hubiese visto antes.

Parecía saber que el hombre era diferente también.

Fue ahí donde Steve tuvo que darle la razón a la madre.


1972

Esos fueron años en los que Steve no vio mucho al bebé de Howard, no como le hubiese gustado hacerlo.

Con aquella amenaza constante de parte de sus vecinos los rojos, la vida de Steve era un ir y venir entre oriente y occidente. No podía negarlo, ya estaba un poco cansado; parecía que jamás llegaría la paz y que esos congéneres suyos cada día irían de mal en peor directo a la aniquilación. Peggy, por otra parte, hacía mucho que lo había dejado, horrorizada y resignada porque la edad madura la había alcanzado y a Steve, no. Para la triste decepción de éste, ella lo olvidó pronto y encontró refugio y felicidad en un compañero agente que, como ella, era sólo una persona normal y no un fenómeno que se negaba a envejecer.

El Capitán América, contrario a lo que mucha gente pudiera creer, era perfectamente infeliz.

Pero llegaba a la mansión Stark en sus días de asueto y Tony y su familia eran un consuelo.

Tony era un prodigio, su padre no se cansaba de contárselo a quien le tuviera un poco de tiempo y paciencia. Era un bebé creativo, su madre no dejaba de repetirlo mientras mostraba todo el arte hecho por sus manitas, dibujos dignos de cualquier chico de secundario cuando el bebé apenas tenía sólo dos años. Era un diablillo, decía Jarvis mientras trataba de alimentarlo cuando Tony sólo quería salir corriendo a destrozar cualquier aparato de su padre, para mirar cómo era por adentro y luego volver a armar pieza a pieza dejándolo perfecto.

Era un encanto, un niñito adorable. Era todo lo que Steve podía pensar mientras le contaba sus estúpidas penas, cuando le narró la manera en que se salvó de morir al estrellar un avión durante la Segunda Guerra. Los actos heroicos del grandioso Capitán América le importaban cinco minutos a lo mucho, luego, el inquieto ingenio del pequeño lo obligaba a pasar a hacer otra cosa. Steve habría podido jurar que el bebé ni siquiera le prestaba atención, pero después se daba cuenta de que Tony era capaz de recordar palabra a palabra las historias que le narraba. Una vez, por toda respuesta a una de sus anécdotas, Tony le mostró un diagrama de circuitos eléctricos que había dibujado mientras Steve hablaba.

—Tú eres el tío Steve, no un capitán América —dijo Tony con su voz clara de bebé superdotado y ese gesto sabihondo marca Stark—. La gente no sabe. La gente es idiota. ¿Te quedarás a vivir aquí?

—Tony, de veras me encantaría, pero debo trabajar…

Tony hizo un mohín de tristeza. Steve pensó que se iba a poner a llorar, pero Tony era bastante maduro para su edad y aparentemente comprendió ese concepto de que los adultos están comprometidos con sus idiotas horas laborales.

Le regaló su dibujo a Steve.

En el siguiente asalto al otro lado del Muro de Berlín, El Capitán no podía dejar de pensar en el niño. Eran las ganas de volver a verlo, de volver a disfrutar de su relajante compañía de bebé y de sus juegos, lo que lo hacía continuar adelante. Steve cambió la fotografía de Peggy por el dibujito incompresible de Tony en las pocas pertenencias que llevaba consigo a cada misión y estuvo cien por ciento seguro de que eso le trajo mucha mejor suerte.


1974

No, no era posible que a Tony se le pudiera considerar un niño normal.

Apenas tenía cuatro años y ya mostraba rasgos que, Steve estaba seguro, tendrían que haber sido signos de rebeldía de un adolescente.

Steve no se enteró muy bien de qué era lo que había sucedido; sólo supo que implicó un asunto con Tony construyendo algo tecnológico muy avanzado para su edad (una placa de circuito impreso, Jarvis le dijo) y a Howard rechazándolo cuando Tony fue ilusionado a mostrárselo. Howard siempre estaba ocupado, siempre con mucho trabajo, cosas importantes que podrían significar perder o ganar millones de dólares, o la aniquilación mundial. Un hombre como él no debía haber considerado dedicarse a ser padre. No es que fuera mala persona o no le tuviera cariño a su hijo... era simplemente que se debía a otros, a muchos más que no eran Tony. Asuntos urgentes.

No le otorgó ni un minuto de su tiempo al niñito para que le hablara de su proyecto, para dedicarle una palabra de ánimo o de orgullo.

Dolido, Tony había arrojado la placa al cesto de la basura de la cocina, sitio de donde Jarvis la rescató.

Tony se enojó con el mayordomo por eso. Le gritó, reclamándole una supuesta traición y desobediencia a él, que era su "Señorito". Entonces, a consecuencia de eso, María regañó fuerte al niño y Howard lo castigó bastante duro. Llegó Steve y Tony se abalanzó sobre él. No le dijo nada de su proyecto electrónico, sólo algo acerca de lo mucho que odiaba a su padre y a todo lo que había en esa mansión.

Steve se horrorizó de oírlo hablar así. ¿No era muy pequeño para tanto y tan grande resentimiento?

Se le ocurrió algo.

—Tony, esa cosa que Jarvis encontró en la basura, ¿verdad que es el plano en miniatura de una ciudad del futuro? Le he apostado a que eso es.

Su plan resultó. Tony se rió durante minutos completos de la ignorancia del Capitán. Corrió a la cocina, cogió la placa y regresó a mostrársela y a darle una cátedra.

—… la verdad es que preparé tres placas iguales que son tres decodificadores de sonido caseros para una locomotora, pero al final solo he trabajado para la soldadura una de ellas, la última. Le rebajé un poco el grosor, recorté con la sierra, lijé los bordes, preparé los componentes, soldé con cuidado, ¿me estás siguiendo, tío Steve? Luego, probé el montaje. ¿Qué piensas de ello? ¿Crees que lo hice bien?

—Pues… supongo que no está mal —le respondió.

Tony se rió, se subió al regazo de Steve y se dejó abrazar por él. Jarvis llegó a su lado, colocó una bandeja con galletas y chocolate caliente y Tony comió y bebió sin perder el ritmo y sin dejar de charlar.

—Quería construir una central digital para manejar mi maqueta de trenes. Jamás había hecho una placa ni nunca había soldado una resistencia. Tío Steve, ¿cuándo vas a dejar de irte? Este montaje es una central digital para manejar cuatro locomotoras... ¿Tío Steve? ¿Puedes llevarme a vivir contigo? ¿Cuándo vas a dejar de ser el Capitán América? ¿Tío Steve?

Steve lo abrazó fuerte y Tony, abrumado, se retorció hasta escapar de entre sus brazos.


1975

Steve supo que tendría que haber escuchado al niño.

Pero no lo hizo, continuó siendo el Capitán América y dejó de verlo crecer por casi un año.

Habiéndolo mandado a una campaña en África para detener el avance soviético, lo metieron en líos verdaderamente gordos. Fue una guerra cruenta. En Etiopía lo hicieron prisionero y aparentemente en Estados Unidos lo dieron por muerto, pues cuando finalmente pudieron escapar y regresar a línea amiga, mucha gente lo miró con ojos incrédulos.

Y es que el trato que Steve recibió de parte de los etíopes debía haber matado a cualquiera. Él quiso morir muchas veces, pero el recuerdo de Tony, de su querido niño, fue el que lo mantuvo luchando contra la agonía de la tortura. Encontraron el dibujo del circuito que había hecho Tony entre la ropa de Steve y, creyendo que era el plano para una bomba, lo torturaron todavía más. Pero lo que más le dolió al Capitán fue que lo hicieron pedazos ante sus ojos.

Cuando finalmente regresó a casa, ninguna bienvenida le conmovió a excepción de la del niño. Howard, bendito él, lo había llevado a la base militar a donde llegó el avión. Tony corrió hacia Steve, se le arrojó encima, abrazándolo firmemente de las piernas y, llorando a lágrima viva, le rogó con gritos desgarrados que por favor no se fuera nunca más.

¡Estaba tan alto! Ya tenía más de cinco años. Steve había dejado de verlo durante tanto tiempo, y pensó en lo que habría sufrido, en las meriendas que habría tenido que tomar solo con Jarvis, en todas las charlas que su papá no tenía tiempo de escuchar y que el niño se tenía que tragar.

Steve soltó el escudo y trató de despegar al niño de sus piernas. Parecía lapa y Steve no pudo evitar reírse un poco; una risa escasa y cansada que lo conmovió hasta el alma.

"Tony, oh Tony, no tienes idea. Tenía meses enteros sin haber sonreído, mucho menos reído."

Steve lo apretó contra su pecho y el niño no dejaba de llorar.

—Tú ganas, Tony Stark —susurró Steve y sintió el suspiro de Tony contra la tela de su traje y sus deditos clavarse en su espalda.


1976

Fiel a su palabra, Steve luchó por retirarse, pero el Tío Sam no quería dejarlo marchar y menos en ese año, el año en que Estados Unidos de América cumplía 200 años de Independencia. Ingenuo de Steve Rogers que pensó que ya se había ganado su jubilación con creces. Jimmy Carter intentaba por todos los medios recuperar la confianza de la gente hacia el gobierno, además de no perder la supuesta supremacía de su nación ante el mundo; y el Capitán América era una pieza clave en ese juego. Era la cara bonita, el símbolo nacional, el maldito edecán en aquella celebración de la libertad.

Tenía un doble uso. A la vista de todos, el Capitán era la tarjeta de presentación de la superioridad armamentista de América: el único país que había conseguido fabricar un súpersoldado en apariencia inmortal. Por debajo de la mesa, Steve Rogers era un arma poderosa y casi infalible para detener las invasiones soviéticas en el Tercer Mundo.

Estaba harto, físicamente enfermo. De Vietnam a Camboya, pasando por Nicaragua y terminando en Afganistán, aquella guerra infernal parecía no tener fin. Apenas celebraban el pequeño triunfo de alguna firma contra la carrera armamentística, cuando recibían la sorpresa de que otro país más se había sumado a la larga lista de naciones bajo el yugo soviético.

Después de todo y a pesar de su cansancio, el Capitán continuaba creyendo en la libertad. Quería terminar con las injusticias. Quería heredarle a Tony y a toda la humanidad un mundo soberano, feliz y en paz, libre del miedo a la guerra nuclear. Por tanto, continuó combatiendo, pero todavía insistiendo ante sus superiores que quería y necesitaba su retiro. Tony, por supuesto, lo resintió. Resintió que Steve no cumpliera su promesa y resintió todavía más que durante ese año prácticamente el Capi lo hubiese abandonado.

Howard, al igual que Steve, estaba con la agenda hasta el tope de trabajo. A punto de comenzar con un proyecto gubernamental que implicaba la creación de un escudo de energía que, en teoría, destruiría todo misil que entrara en su campo aéreo, el padre de Tony estaba virtualmente a punto de sufrir un "secuestro amistoso" de parte del ejército, lo que iba a alejarlo una buena temporada del lado su familia. Siendo ése un proyecto secreto, el público vivía engañado con la historia de que Howard trabajaba arduamente en el mejoramiento de su Reactor Arc para la obtención de energía limpia y económica.

Sabiendo lo que se avecinaba, Howard se dedicó completamente a Tony aquel verano del 76, pasando casi todo su tiempo con el niño en su mansión y el taller de las Industrias Stark.

Sí, hasta Steve se sorprendió cuando lo escuchó. No cabía en él de gusto cuando tuvo en sus manos la revista Popular Mechanics donde los Stark eran portada y noticia; Howard por su trabajo en energía limpia y Tony por haber construido su primer motor V8. A Steve le alegraba tanto ver al niño así de feliz. "¿No es jodidamente increíble? ¡Este niño de verdad es un genio! Y es mi amiguito, yo lo conozco desde bebé", le dijo Steve a quien lo quisiera escuchar, con una gran sonrisa, hojeando la revista que había llegado a sus manos en una de las tantas bases militares por las que transitaba sin descanso.

Ver sus fotos y leer de los Stark le llenó el alma de un sentimiento contradictorio; algo muy poderoso que era mezcla de alegría por Tony, de mucho orgullo por sus logros, y de una envidia profunda y lacerante hacia Howard. Envidia por tener al niño y tener la oportunidad de vivir así de libre con él. Añoranza porque los Stark parecían tan lejanos y ajenos a esas guerras y guerrillas que Steve tenía que vivir cada día, que tenía que…

Pero… ¿qué demonios estaba pensando y sintiendo? Después de todo, Howard era su padre. Obviamente Tony lo prefería a él. Steve… Steve sólo era un amigo de ambos y un maldito símbolo nacional que aparentemente jamás iba a poder vivir sin pelear. Y de hecho, ése era el motivo por el que peleaba, ¿qué no?

Por ver a Tony así de libre y feliz.


Esa felicidad de tener a su padre a tiempo completo le duró poco. Finalizando el verano, mandaron a Tony a un internado.

Steve tuvo mucha, muchísima suerte de poder hacer una escala en Nueva York justo antes de que comenzara el ciclo escolar y Tony se fuera de casa. En cuanto pudo escaparse de la base, se dirigió a Long Island a verlo. Al llegar a casa de los Stark, primero tuvo que aguantar una conversación muy amarga con Howard. Éste insistía en que ese internado era lo mejor que podía pasarle al niño; que él iba a estar muy ocupado los siguientes meses, que Tony necesitaba de esa escuela para niños prodigio donde no se aburriría tan fácilmente, que de todas maneras podría visitar a su madre cada fin de semana.

Howard parecía genuinamente dolido y preocupado, pero también estaba firme en su decisión. A Steve no le quedó más remedio que concederle que seguramente tenía razón.

El Capi fue a buscar a Tony a su cuarto donde Jarvis lo ayudaba a hacer maletas. Entró y lo vio, estaba de espaldas a él. Steve se quedó conmovido al ver que Tony traía puesta una pequeña mochila con el dibujo de su escudo; mercancía que el gobierno había licenciado para obtener recursos a costa de su popularidad entre la población. Steve odiaba cada objeto con su cara o su nombre, pero reconoció que ver a Tony usando esa mochila fue casi como una caricia directa a su corazón y autoestima.

Pasó saliva antes de saludar.

—Tony… —murmuró—. Hola.

Tony se giró a verlo con el rostro contorsionado; primero de sorpresa, luego de enojo. Steve sabía que el niño estaba enfadado por sus largas ausencias; lo sabía porque Tony había dejado de contestar a su correspondencia. No sabía cómo pedirle perdón, cómo explicarle por qué había fallado a su promesa. Dio un par de pasos hasta Tony y se puso de cuclillas.

—Te vi en la portada de una revista —comenzó, quizá para ganar tiempo. Tony lo miraba con resentimiento, pero ante la mención de su gran logro, sus bonitos ojos se ablandaron un poco—. No puedes imaginarte lo orgulloso que estoy de ti, Tony. Les presumí a todos que te conocía en persona. Es que... ¡Un motor V8! ¿Qué has hecho con él? ¿Se lo han puesto a alguno de los carros de tu papá? ¡Eres increíble, Tony! ¿No crees que podrías construirme una motocicleta para mí? Imagíname en la Unión Soviética con una máquina fabricada por Tony Stark, estoy seguro de que ni…

Tony, quien poco a poco fue diluyendo su furia por algo mucho más triste, silenció a Steve arrojándose sobre él y plantándole un beso en la mejilla, muy, muy cerca de su boca.

Steve se quedó helado. Nunca antes Tony lo había besado.

—Me encantaría charlar contigo de motores, tío Steve, pero tengo que irme. Voy a estar en el Instituto Johns Hopkins para jóvenes talentosos. Si no me escribes, ahora sí voy a enojarme contigo y no voy a construirte una motocicleta increíble para que patees traseros rojos. ¿De acuerdo?

Steve asintió, anonadado.

Tony le sonrió antes de salir con paso firme y seguro de su habitación, dejando a Steve de una pieza. El Capi no sabía qué era lo que más le asombraba: si la manera tan sencilla en que fue perdonado o la fantástica confianza en sí mismo que Tony parecía haber adquirido en tan sólo un verano.

Jarvis también sonrió.

—Con su permiso, Capitán Rogers —dijo y salió detrás de Tony cargando un par de maletas enormes.

Steve se quedó así, en cuclillas, durante un largo rato, observando y escuchando. A lo lejos, el motor del auto que llevaba a Tony a su internado. A su alrededor, montón de mercancía, juguetes, adornos y fotografías del Capitán América.

¿Qué había hecho Steve para merecer el cariño de un ser tan especial como Tony? No tenía idea y no podía dejar de sentirse absurda y totalmente bendecido. Juró escribirle cada semana, o visitarlo ahí en su casa, así se le fuera la vida en ello.

Esa vez no le iba a fallar.