Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi.
Capítulo Tres
Vivir recordando los momentos felices, dolorosos y tristes, es la única forma de saber que eso alguna vez existió. Pero no se vive solo de recuerdos…
Del diario de Kagome, condesa de Shichinintai, 1721
Kagome regresó al castillo con Bankotsu a su lado. Se sentía devastado y por si fuese poco, con el horrible sentimiento de haber sido traicionada por el hombre que amaba. No le habría importado volver y aceptar sus excusas. De no haber sido por el conde, ella habría corrido escaleras arriba y habría vuelto a su lado.
—Tranquila, no dejaré que nadie te señale —dijo Bankotsu a su lado. La calesa se detuvo frente a la entrada del castillo. No era lo que esperaba para esas horas. Ella soñaba con estar en Essex y vivir su amor con Sesshomaru.
El conductor les abrió la puerta, sin mirarla. El conde bajó para luego extenderle una mano y ayudarla a bajar. Kagome sintió pavor al rozar las manos de su esposo. Eran finas y delicadas. No eran fuertes y grandes como las de Sesshomaru.
El llanto se le atoró en la garganta. Y el nudo le creció de manera desconsiderada. Sin embargo, no iba a llorar frente al conde, ni frente a los demás lacayos. Suficiente humillación había pasado en un mismo día.
En cuanto el conde la dejó en la habitación, corrió a la doncella y puso seguro a la puerta. Quería estar sola y pensar. Por supuesto, también necesitaba llorar.
Todo se había convertido en una pesadilla horrible de la que no podía despertar. Deseaba estar a kilómetros de ahí con Sesshomaru y vivir. ¡Ah! Pero no, Bankotsu les había encontrado. Si ellos no se hubiesen quedado dormidos, él no los habría enfrentado.
Ni siquiera le importaba lo que sabía de él, porque ella estaba segura que lo que habían vivido era real. Lo sentía en la forma en que la había besado y la forma en que le había hecho el amor. Todo era real. No podía estar mintiendo.
Se quedó tendida en el centro de la cama. La doncella volvió a entrar minutos después con una tina y agua tibia que vertieron en la misma. La ayudaron a quitarse el vestido y las enaguas para poder darse un baño.
Media hora después estaba en el salón principal con Bankotsu. Les habían servido la cena y las doncellas entraban y salían con bandejas de comida. Kagome sintió la mirada de ellas, la miraban con lástima, y tal vez más de una debía de estar pensando que era una cascos ligeros por revolcarse con el mozo de cuadras. Si ellas supieran… pensó.
Se dedicó a mirar su plato. Bankotsu sentado frente a ella metía comida a su boca como si nada hubiese pasado, como si minutos antes no la hubiese encontrado con su amante.
—Antes de retomar nuestros deberes conyugales, tengo que estar seguro que no estés encinta —Oh, maldición, eso era lo peor que le pudiese haber dicho. Kagome levantó la mirada del plato y miró a Bankotsu con los ojos llenos de lágrimas.
—Esto no va a funcionar.
—Por supuesto que va a funcionar, tú eres la condesa y tienes que estar a mi lado —dijo de manera decidida.
—Soy una condesa que ha manchado tu título y te ha hecho quedar como un…
—¡Ya basta, Kagome! —Arremetió él levantándose de la mesa con un golpe que la hizo brincar del susto—. Estoy haciendo hasta lo imposible por perdonarte, pero si continuas con esa actitud no sé de lo que podría ser capaz.
—Ya te he hecho perder tu propia reputación, no sé qué más puedes esperar de mí. Ni siquiera soy capaz de darte el heredero que tanto deseas.
—¿Es que no entiendes que eso no me importa? No me importa el título, por mí que se lo quede Suikotsu, yo solo quiero a mi querida condesa.
Kagome se estremeció al escucharlo. Él realmente la amaba y eso era lo que había temido al marcharse con Sesshomaru, hacerle daño. Y lo había hecho. Había traicionado a su esposo, y posiblemente cuando el chisme llegase a Londres, también a su familia.
—Lo he arruinado todo —susurró quedita. Bankotsu se acercó y se hincó a un lado de ella, tomándola de las manos.
—No es así, todavía podemos hacer algo.
—No solo te arruiné a ti, sino a mis hermanas y mi familia.
—Por supuesto que no —dijo él, mientras le limpiaba una lágrima que escurría por su mejilla—. Yo les daré una dote bastante grande y podrán encontrar un buen marido.
—¿Por qué haces esto? Yo no te merezco.
Él no respondió nada. Sin embargo, ella puedo escuchar su respuesta. Lo hacía porque la amaba. Y ella era incapaz de corresponderle de la misma manera.
Pasaron dos meses en el castillo en los que Kagome no tuvo paz y ni sosiego en su corazón. Extrañaba a Sesshomaru con todas sus fueras y no dejaba de pensar en él. Bankotsu no había intentado estar con ella de nuevo. La puerta que comunicaba a la habitación del conde seguía cerrada con el seguro que ella había puesto antes de marcharse aquella mañana.
Él mostraba una gran paciencia con ella; no obstante, sabía que llegaría el momento en que tendría que estar de nuevo con él y cumplirle como la condesa que era.
Tampoco es que no se hubiese dado cuenta de que su menstruación se había retrasado. El conde no dijo nada al respecto, sólo mandó a su doncella que le diera sus sales para los achaques cuando cayó en cama por un dolor en el vientre.
A la semana de aquello, volvió a recuperarse, y fue cuando el galeno le informó al conde del estado de salud de la condesa y de la nueva vida que se estaba formando en su vientre.
—La condesa está encinta.
Y después de aquella noticia. Las cosas empeoraron. La condesa no salió de su habitación ni para comer. Y sus doncellas tuvieron que encargarse de mantener aseado el lugar sin interrumpirla tanto. Así como tuvieron que llevarle los alimentos arriba.
Kagome se sentía devastada. Al principio de su matrimonio con Bankotsu, había deseado quedar embarazada y darle el heredero que quería. Pero, ahora, no estaba tan segura que estar embarazada fuese la mejor de las circunstancias. Y no es que no amara al pequeño ser que crecía dentro de ella. Lo amaba. Era lo único que le había dejado su fugaz amor con Sesshomaru. Ella sabía que era imposible que fuese del conde. Mas sin embargo, eso es lo que la tenía al borde del abismo.
¿Y si el conde decidía deshacerse de su hijo? Al final de cuentas era el hijo de un mozo de cuadras. Era el fruto de una relación licenciosa.
No podía seguir pensando de ese modo, porque cada que lo pensaba, su pecho se encogía de dolor. Trataba de evitar lo más que podía al conde. ¿Qué le diría? No tenía derecho a exigirle nada para su hijo.
El sonido de la puerta, esa mañana, la sacó de sus pensamientos. Al abrirse, la corpulenta figura del conde entró con un par de doncellas que dejaron una bandeja de comida a un lado de la cama. Una más abrió la puerta de su closet y comenzó a sacar su ropa. Kagome observó horrorizada los movimientos de la doncella. Y a continuación miró la cara severa del conde.
Cuando la doncella hubo terminado, salió de la habitación dejándolos solos. El silencio que los rodeó, incomodo, se rompió con el carraspeo del conde.
—Kagome, te irás a la mansión de la condesa viuda, por una temporada —dijo sin mirarla a la cara. Kagome sintió que la sangre se le hacía hielo en las venas—, no te preocupes por nada. Yo estaré al pendiente de lo que te haga falta.
—¿Qué pasará con mi hijo? —el conde la miró en ese momento y luego clavó la mirada en su vientre aun plano. Kagome no necesitaba ser muy inteligente para saber lo que iba a pasar. Apretó las sabanas con fuerza.
—Podrás verlo unas temporadas. Y habrá alguien que se encargue de él cuando haya nacido. Obviamente tú regresarás conmigo al castillo y seguiremos como si nada hubiese pasado. Le daré lo que necesite, pero no lo quiero aquí, Kagome.
—No puedes hacerme esto.
—Es mi decisión. No le daré mi nombre a un bastardo.
Kagome abrió los ojos sorprendida. Por supuesto, tenía que haberlo imaginado. El conde no se ocuparía de su hijo.
—Pero creí que estabas dispuesto a perdonarme —susurró. Bankotsu se acercó a la cama y quitó la sabana que la cubría.
—Te acepto a ti, Kagome, porque te amo y eres mi esposa, pero no quiero que un bastardo se quede con mi título y mi fortuna. No soportaré ver el fruto de esa relación prohibida paseándose por mi casa.
Después de eso, Kagome fue exiliada a una pequeña casa a las afueras de Yorkshire. Los primeros meses fueron los más difíciles. Estaba sola en esa casa con la única compañía de una doncella. El conde llegaba cada semana a ver su estado de salud, pero como siempre, evitaba mirarla levantada y darse cuenta del avance de su embarazo.
Al final de la primavera, por fin la condesa dio a luz un niño. Un precioso niño de ojos ámbares y cabello negro. El cual le fue arrebatado en el mismo momento en que abrió los ojos.
Kagome estuvo un par de días más en la casa de la condesa viuda hasta que no fue necesario alimentar al niño con su cuerpo. Entonces, fue devuelta al castillo.
Los problemas con el conde fueron en aumento después de eso. Como era de esperarse, todos los días le recriminó su engaño y su hijo. La alejó de su presencia y la mantuvo en su habitación sin comunicación. Escuchando solamente los ruidos de vidrios haciéndose añicos cada noche. Bankotsu se había hundido en el alcohol y en la desesperación.
Kagome pasó un mes sin poder ver a su pequeño bebé y cayó enferma. Era más la tristeza lo que la mantenía en ese estado que un verdadero problema físico.
Hasta que una mañana, el conde entró de nuevo y ordenó de nuevo arreglar sus cosas. Las maletas las metió en una calesa descapotable, junto con otras pertenencias.
—Te amo tanto que prefiero dejarte ir, antes que verte morir a mi lado.
Y esa fue la última vez que vio al conde. Una de las doncellas llegó al castillo con su hijo y la enviaron a Essex sin darle más explicaciones.
Sesshomaru tiró de las riendas de su caballo esa mañana. Bajó del castrado y lo amarró a una de las postas de la cuadra.
Llevaba más de un año sin ver a Kagome. Había intentado por todos los medios verla. Pero todos sus intentos quedaron frustrados por los lacayos del conde. Y lo último que había sabido de ella, es que estaba esperando un hijo suyo. Eso lo había devastado por dentro. Y era un sentimiento nuevo que experimentaba. La frustración y la impotencia.
Ya había perdido las esperanzas de verla de nuevo. Cada día fue al castillo y cada día fue imposible cruzar palabra con ella. El conde la mantenía lejos de él, encerrada. Se había propuesto esperarla, pero cada día era más difícil continuar adelante con su vida.
El ruido del arnés de unos caballos los sacó de su ensimismamiento. Una calesa aparcó frente a su casa. El sol hacia que el sudor le escurriera por la cara y por consiguiente, le dificultaba la mirada. La figura de una mujer descendiendo de la calesa, le recordó la presencia de Kagome. Debía de estar demasiado desesperado como para imaginársela hasta en esos momentos.
Sin embargo, la dama que bajó de la calesa, cayó de rodillas al suelo y desfalleció sobre la tierra seca y caliente.
Otra mujer arriba de la calesa dio un grito horrorizado al mirar la escena, sin poder hacer nada por el bulto que traía entre brazos, así que Sesshomaru corrió a auxiliarla mientras la otra mujer descendía.
—Milady ha estado muy enferma y el trayecto hizo que su estado de salud empeorara.
Entonces Sesshomaru la reconoció. Era su Kagome. De verdad era ella. Sin esperar demasiado, la levantó en brazos y la llevó dentro de la casa.
El galeno llegó tan pronto como le fue informado el asunto. Y trató a Kagome de la mejor manera posible.
—Está débil. Debe haber estado días sin probar bocado.
—Ella no quiso comer nada de lo que se le ofrecía —dijo la doncella a un lado de la cama. Sesshomaru la miró con el ceño fruncido y luego miró a Kagome que descansaba. Su cara estaba pálida y tenía unas ojeras muy marcadas.
—Necesita alimentarse y reposar. Si sigue sin comer nada, podría haber una tragedia.
—Yo me encargaré de que se alimente bien, doctor —dijo Sesshomaru. La doncella lo miró aun con el bebé en brazos. Sesshomaru sintió que, de pronto, el corazón le palpitaba con fuerza. ¿Sería acaso…?
—Señor, milady ha estado muy enferma, y todo empezó desde que milord los encontró.
—Lo sabía —contestó. La mujer de cabello negro asintió y meció al bebé entre sus brazos que empezaba a removerse inquieto.
—Las cosas estaban empeorando y milord decidió que era mejor dejarla ir antes que verla morir de tristeza por su ausencia. Sin embargo —susurró mirando al bebé. Luego miró a Kagome y después a Sesshomaru—, si usted se deslinda de la responsabilidad, es mi obligación volver con milady al castillo.
—Eso no será necesario. Yo me quedaré con ella.
—¿Y el bebé? —preguntó dubitativa. Sesshomaru miró al pequeño entre los brazos de la doncella. Se levantó de la silla en la que estaba sentado y se acercó a la mujer.
—¿Puedo? —ella asintió mientras se levantaba y ponía con delicadeza al pequeño entre los brazos de Sesshomaru. En cuanto el pequeño se amoldó entre su pecho y brazos, a Sesshomaru le despertó un sentimiento irreconocible en su interior. No estaba muy seguro de lo que debía sentir en esos momentos, mas, si de algo estaba seguro, es que quería tenerlos a los dos, a él y a Kagome, junto a él.
—Se quedarán conmigo, por supuesto.
La mujer no dijo nada más después de eso y se retiró de la casa. Sesshomaru se quedó con el bebé en brazos y esperó toda la noche a que Kagome despertara.
La mujer que lo ayudaba con la limpieza de la casa, lo ayudó a cuidar al bebé. Así como con la recuperación de Kagome. Ella despertó al día siguiente cuando la mujer entró llevándole un plato de sopa calentita para reconfortarla. Al verla despierta, corrió a la habitación donde se encontraba Sesshomaru con su hijo para darle la noticia. Dejó a su cuidado al bebé y fue a verla. Necesitaba explicarle muchas cosas y pedirle perdón por la forma en que su amor surgió.
Empujó la puerta y se encontró con sus orbes marrón mirando dubitativos el techo de la habitación. Seguramente estaba confundida por el cambio.
—Buen día, milady —ella se envaró en su lugar al escuchar su voz. Tardó un par de minutos antes de girarse a verlo y abrir los ojos de par en par. El corazón de Sesshomaru se agitó con fuerza en su pecho. Era la segunda vez que eso le pasaba. La primera había sido cuando se sintió morir sin ella a su lado. Esta vez era un sentimiento de dicha.
—Sesshomaru —gimió echándose a llorar.
Se acercó a ella sin saber qué decirle y la rodeó con los brazos. Era un abrazo que necesitaban los dos. La abrazó con fuerza como si fuese la única cosa que lo pudiera mantener aferrado al suelo. Y la mantuvo pegada a su pecho más tiempo del que hubiese querido. Como si ella fuese a irse de nuevo si la soltaba.
—Ya todo está bien, Kagome, estás conmigo —susurró pasándole la mano por el cabello. Aunque esas palabras las necesitaba él.
—Yo no quería irme, yo quería quedarme contigo —dijo ella.
—Tal vez era lo mejor —inquirió.
—¿Cómo iba a ser lo mejor?
—Yo te engañé y todo esto fue mi culpa —Kagome negó. Se limpió las lágrimas y se alejó de él.
—No necesito saber demasiado. Con saber que me amas, seré feliz —Ella lo miró expectante con sus ojos café. Él sabía la respuesta que quería, pero no estaba muy seguro de qué era lo que debía sentir.
Sólo no quería volverla a perder.
—No estoy seguro lo que es el amor, Kagome —dijo tomándola de la mano. Ella tembló ante sus palabras y él tuvo pánico de nuevo—, pero me pasa que no puedo imaginarme lejos de mi hijo y de ti.
Ella lo miró un momento, sin comprender sus palabras y cuando él pensó que no contestaría nada, ella soltó un gemido y habló.
—Con eso me basta —contestó sonriente arrojándose de nuevo contra él.
Ese día, Sesshomaru le mostró la pequeña casa en la que vivía mientras le explicaba todo lo ocurrido.
Él simplemente necesitaba dinero para sacar adelante las propiedades que su padre había dejado en quiebra. Había sido un hombre dedicado al comercio de opio, que había caído en la desgracia por el alcohol y el juego. Toda la fortuna que había hecho en ese entonces se había perdido entre burdeles y cortesanas que solo se aprovechaban de la situación.
Y por si eso no hubiese sido poco, había muerto de la forma más miserable que un hombre podía morir. Había caído de su caballo mientras regresaba a casa borracho. Y después de eso, lo que él había heredado había sido una inmensa cantidad de deudas.
Así que cuando aquella mujer, Yura, llegó ofreciéndole una gran fortuna a cambio de arruinar a la condesa de Shichinintai, él había aceptado sin pensárselo dos veces. Necesitaba el dinero para salvar sus propiedades y para recuperar la reputación de lo que quedaba de su familia.
Pero entonces, la condesa había resultado ser una mujer bellísima, hija de un vizconde y con la elegancia propia de la cuna aristocrática en la que había nacido. Además de aquella manera de caminar y de contonearse con sensualidad, y la forma de mirarlo.
Por supuesto, había caído en su propia trampa hasta que decidió que la casa y las propiedades podían irse al infierno solo por tener a esa mujer, y no solo por hacerla perder la reputación. Y ahora estaba ahí, en su casa con su hijo para quedarse a su lado.
Epílogo.
… se vive disfrutando cada día como si fuese el último.
Del diario de Kagome, señora de Taishō, 1730
Kagome despertó esa mañana con el sol entrando por las ventanas. El día parecía ser precioso con todo y lo que tenía qué hacer por delante. Ya se había acostumbrado a su vida como la señora Taishō, y a que la gente dejara de llamarla milady. Había sido raro al principio, pero si era sincera con ella misma, resultaba hasta tranquilizador. Esos títulos conllevaban una gran cantidad de restricciones que ella había odiado desde el mismo momento en qué una institutriz le enseñó a comportarse con la rigidez que la sociedad londinense exigía. Suspiró aliviada de que aquello fuese solo un recuerdo.
—Mi señora, vuelva a dormir que aún es temprano. —Sesshomaru se removió a un lado de ella mientras le pasaba un brazo por la cintura para atraerla hacia su cuerpo tibio y fuerte. Kagome sonrió ante aquel contacto y se dejó guiar un rato más.
Sin embargo, el hombre a su lado no pensaba en dejarla dormir ese rato tan prometedor antes de comenzar el día, pues comenzó a tocar su cuerpo de manera escandalosa haciendo que todo su cuerpo respondiera excitado y enardecido por sus caricias.
Le amaba como nunca había amado a ningún otro hombre. Y despertar todas las mañanas a su lado era tan gratificador como la primera vez que lo vio y se volvió estúpidamente necia y obscena.
—Si no nos levantamos, Hikari vendrá por nosotros.
—Hikari irá directo a las postas en cuanto despierte. Su nuevo caballo lo tiene entretenido —la mano de su hombre cubrió uno de sus pechos que empezaban a levantarse por la excitación.
—Sabes que pienso que no es buena idea, apenas tienes ocho años, puede hacerse daño. —él le acarició la nuca con el aliento y ella se estremeció.
—Mi señora, es mejor que deje de preocuparse tanto por Hikari, es mejor jinete que su madre.
—Oh, pero qué calumnia señor, sé montar a horcajadas muy bien.
—¿Ah, sí?
—Si —respondió mientras se daba la vuelta y se apoyaba con los brazos para montarse sobre él. Lo miró con los ojos llenos de deseo y entonces lo besó de manera salvaje como un jinete corriendo contra el viento fresco. Y cuando por fin le hizo el amor y lo montó de manera deliciosa, se estremeció sobre él al sentirlo llenarla de manera placentera.
—Qué maravilla, señora.
—Le dije que lo suyo eran calumnias, espero le haya quedado claro.
—Creo que tengo un par de dudas más —dijo besándole la frente y apoyándola con fuerza hacia su pecho. Empezó a acariciarla de nuevo, haciendo que sus entrañas se contrajeran de manera deliciosa para dejarse arrastrar de nuevo por esa indebida pasión.
Fin
Otra aclaración: La casa de la condesa viuda, era una pequeña casa en la que la anterior condesa pasaba después de que su hijo heredara el título y se casara. Aunque ahí no sé si es opcional, pero imaginando las restricciones de esa época, tal vez.
Espero que a mi pervertida navideña le guste lo que he hecho. angeles-sama 99, espero no haberte decepcionado, linda, y a ver qué te parece.
Con cariño, Danper.