Disclaimer: los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es de bornonhalloween, yo sólo la traduzco.

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Hola! Después de dos años por fin he podido volver (aunque sea a ratos). Solo decir que aún no estoy bien, pero como tenía esta historia ya traducida antes de enfermar, me han ayudado a corregir los fallos y he decidido publicarla.

Pondré un capítulo por semana, ya que no puedo estar en el ordenador mucho tiempo, y además son capis bastante largos, creo que estará bien. No me lío más y os dejo leer, a ver qué os parece. Saludos a todos!

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Capítulo beteado por Flor Carrizo

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Capítulo 1

Prólogo: Orientación de primer año

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EPOV

—Emmett, así no estás ayudando —me quejé.

—Confía en mí, me lo agradecerás más tarde, hermanito, cuando no estés atrapado usando algo que diga a gritos Instituto. De buenas a primeras, algo amarillo no pega nada en una casa con gente. —Al decir eso, cogió mi polo del Campeonato de golf del Sur de la pila y lo arrojó por la puerta.

Puse los ojos suplicantes hacia mamá con la esperanza de que controlara a su hijo mayor, pero ella sonreía con indulgencia.

—Sólo está compartiendo su sabiduría acumulada contigo —explicó ella, mirando cómo Emmett tiraba brutalmente los cestos de ropa en el centro del suelo de mi dormitorio.

Entrando en la habitación y cediendo ante el peso de una caja grande, papá sopló:

—Me gustaría que él compartiera sus músculos acumulados. ¿Por qué yo estoy haciendo todo el trabajo pesado cuando engendré a dos hijos robustos?

Mamá nos señaló a ambos para que ayudáramos a papá y nosotros obedecimos sus órdenes. Algunas cosas nunca cambiaban.

Tomando la caja de sus brazos cansados, me reí entre dientes:

—¿Engendraste, papá? ¿En serio? ¿Vas de medieval con nosotros?

—Oh, bien —mamá se animó—. Esa es la caja con la ropa de cama. —Ella se puso a trabajar sacudiendo y limpiando las suaves sábanas para intentar compensar el tema del colchón del dormitorio. Traté de fingir que no había visto los años de manchas y manchas estropeando el diseño de la tela azul a rayas de la cubierta externa del colchón.

—Mamá, no tienes que…

Papá me tiró hacia atrás con una mano en mi codo. En silencio, él me dijo:

—Déjala, Edward. Ella tiene que hacerlo.

Por el rabillo de mi ojo vi a Emmett enviando mi camiseta favorita a la pila de descartes.

—Oh, claro que no, Em. ¡Esa se queda!

Él hizo una mueca por mi camiseta azul clara llena de caritas felices verdes y un cursi eslogan, pero finalmente se rindió al ver mi mano esperando.

—¿Le vas a dar una oportunidad? Ugh, ¿sabes que tengo una imagen que mantener?

—Tengo serias dudas de cómo una camiseta así va a echar a perder tu reputación como el más caliente jugador de Holden, Em —respondí, sabiendo muy bien que el cumplido me haría recuperar mi camiseta.

Él rompió en una sonrisa y estuvo de acuerdo conmigo, tirándome la camiseta a la cabeza.

—Sí, supongo que tienes razón.

—Muy bien, chicos, esto casi está. —Me giré y vi a mis padres de pie, juntos, en el lado opuesto de mi cama recién hecha.

Emmett dejó su lugar en el suelo y saltó sobre mi edredón, como si fuera el dueño del lugar. Cruzando las manos detrás de su cabeza en la almohada y con los pies colgando justo en el final, suspiró en voz alta.

—Buen trabajo, mamá. ¿Por qué no vienes a mi habitación aquí al lado y me la arreglas?

—Lo siento, Emmett. Sabes que esto es una vez en la vida y tú ya te lo cobraste hace tres años.

—Sí, sí, lo entiendo. Tú sólo quieres volver a tu nido vacío y empezar... ¿qué vas a hacer de todos modos? No hay más partidos de fútbol de instituto, ni partidos de golf, ni magdalenas que hornear...

Pillé a mi padre dándole a mi madre un pequeño y secreto guiño.

—Bueno, todo será muy aburrido sin vosotros dos, eso es seguro. Probablemente vamos a empezar con un nuevo pasatiempo: puzzle, rompecabezas, colección de sellos, ajedrez, algo emocionante.

—No te preocupes por nosotros, vamos a estar bien —dijo mamá. A pesar de sus palabras, vi que ella estaba casi llorando. Mi padre la empujó hacia mí y los dos me rodearon en un fuerte abrazo.

—Mi bebé… —Mamá suspiró. Oh, maldita sea—. Lo siento —dijo ella, tirándose hacia atrás—. Me prometí que no lo haría.

—Está bien, mamá. —Papá me dio una última palmadita en la espalda y dijo:

—Sé inteligente. Sé cuidadoso. Y…

—No hagas nada de lo que te puedas arrepentir —Emmett recitó junto a él.

Todos nos reímos, aliviando la tensión repentina que parecía haber absorbido el oxígeno de mi pequeña habitación.

—Ven, Emmett —dijo mamá, tirando de él en un abrazo.

—Oh, ¿así que no vas a hacer mi cama, pero todavía quieres un abrazo?

—Sí, así es como funciono.

—¿QUÉ? —Me reí a carcajadas—. ¿Has estado viendo MTV otra vez, mamá?

—Escucha, no dejes que en el campo te golpeen hasta hacerte demasiado daño —mamá amonestó a Emmett, haciendo caso omiso de mí—. No me acostumbro a verte herido.

—Vaya, gracias, mamá.

Papá se acercó:

—Vendremos a la mayor cantidad de partidos de fútbol como podamos.

—No te preocupes, papá. No es como si sólo tuvieras que cruzar la calle.

—Sabes que estaríamos aquí cada fin de semana si pudiéramos.

—Lo sé —respondió, cayendo en un abrazo de papá.

—Vosotros vigilaros el uno al otro ahora.

—Marchaos ya —Emmett respondió.

Todo se había dicho y habíamos llegado a ese punto en el que alguien sólo tenía que cortar el cordón. Siempre podíamos contar con Emmett para eso.

—¿No tenéis que coger un vuelo?

Papá cogió la mano de mamá.

—Esto es duro, hijo. —Se movieron hacia la puerta. Mamá se giró y dijo:

—No te olvides de llamar.

—Lo sé, mamá.

—¿Os dejo dinero para la ropa?

—No lo necesitamos. Utilizaremos nuestras tarjetas.

—Oh —dijo ella, volviéndose hacia atrás y marchándose a través de la puerta.

Ella se detuvo de repente y se giró.

—No te olvides, he puesto todos tus suéteres en las maletas.

—Vale. —Sonreí. Pobre mamá.

—Te he dejado un poco de Windex y un trapo...

—Vamos, Esme —le dijo papá, enrollando su brazo alrededor de sus hombros y girándola hacia la puerta—. Él va a entender todo esto.

Mamá se dio la vuelta una vez más y me dio una sonrisa valiente. Yo hice lo mismo. Papá me guiñó el ojo y giró la esquina.

—Pensé que nunca se iría —se quejó Emmett—. ¡Vamos a dejar esto y a echar un vistazo a la carne fresca!

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BPOV

—Warwick, 303 —dijo papá—. Hogar, dulce hogar.

Le di la vuelta a la llave y abrí la puerta de la habitación. Como mi compañera no había llegado todavía, elegí la cama junto a la ventana mientras papá deslizaba las cajas restantes a través de la puerta.

—Creo que los ascensores no se habían inventado aún cuando se construyó esta residencia de estudiantes —dijo, ligeramente disgustado. Su camiseta estaba empapada de sudor y hasta pude ver pequeñas gotas de agua en las puntas de su bigote.

—Lamento que hayas tenido que hacer todo el trabajo, papá.

Otra disculpa más en sus brazos.

Siento no haber nacido niño.

Siento haber sido alguien tan difícil con quien vivir.

Siento haber hecho a mamá irse.

Siento haber hecho que te preocuparas todo el tiempo.

Siento dejarte solo.

—Eso no es problema, Bells. Entonces, ¿puedo ayudarte a desempaquetar antes de irme?

—No, papá. Ya lo hago yo. Tú ya has hecho demasiado.

Él pasó la palma de su mano por su frente.

—Entonces, ¿qué te parece un bocado para comer?

—Creo que esta noche cenaré en el comedor con mi compañera de habitación.

—Oh. Bien.

Tomó un vistazo alrededor de la habitación y caminó hacia la ventana. Reconocí esa mirada. Estaba vigilando todo.

—Asegúrate de mantener las cortinas cerradas durante la noche. Hay chicos justo al otro lado del patio.

—No te preocupes, papá. —Me reí entre dientes. Lo más probable era que también hubiera chicos justo al otro lado del pasillo, pero si él no lo había notado, yo no iba a decírselo.

—Oh, toma, casi se me olvida —dijo sacando un bote de algo tóxico de su bolsillo—. Por si acaso.

—Gracias, papá. Lo voy a poner con los otros.

Él asintió con la cabeza y sonrió tímidamente.

—Y, Bella, todas las cajas azules que están alrededor del campus, son para…

—Papá, ya sé cómo funcionan. Hay seguridad por todos lados y estoy en Stockton, New Hampshire, no en la Ciudad de Nueva York. Voy a estar bien.

—Lo sé, sólo prométeme que nunca irás a ningún lado tú sola después de que anochezca.

—Claro, papá.

—¿Y Bells?

—Lo sé, papá. Primero, un rodillazo en la ingle y, luego, un golpe firme debajo de la barbilla...

Él se rió en voz baja.

—En realidad iba a decirte que te lo pases muy bien.

Sonreí con él.

—Oh.

—¿Estoy demasiado sudoroso como para que me des un abrazo de despedida?

—No, papá —le contesté, levantándome para recibir su abrazo. Sentir sus huesos a través de su camiseta envió una punzada de culpabilidad justo a mi corazón—. ¿Quién va a cocinar para ti mientras estoy fuera?

—Oh, uh... no te preocupes, ya lo tengo cubierto.

Me alejé para poder ver su rostro.

—¿Qué quieres decir? ¿Tienes planes ya?

—Bueno… —Él miró hacia abajo, a sus botas—. Sue Clearwater puede haberse ofrecido...

—Bueno, ¿y eso? El jefe tiene a alguien.

Él sonrió y me miró a los ojos.

—¿Eso está bien contigo?

—Por supuesto, papá. ¿Por qué no puedes ser feliz?

Él me abrazó otra vez.

—Gracias, Bells.

—Está bien, papá. Corre. Tu coche patrulla se encuentra en una zona de descarga.

—Bella, nadie se llevará un coche de policía.

—¿Incluso con la matrícula de otro estado? —Nos dirigimos hacia la puerta.

—En serio, Bella, puedes dejar de preocuparte por mí ahora. Estoy bien. Y tú vas a estar muy bien aquí.

—Gracias, papá. —Un abrazo más y le envié a su camino.

Miré sus pasos seguros por el pasillo. Cuando él giró el primer rellano, hizo una pausa para saludarme de nuevo sin decir palabra.

—Te quiero, papá —dije para mí misma, volviendo a mi habitación y buscando mi ropa de cama.

O) (O

—¡Toc, toc! —dijo una voz cantarina en la puerta, abriéndose paso en la habitación.

Una mujer rubia impresionante, impecablemente vestida con lo que parecía ser un traje de St. John de color rosa brillante, atravesó el suelo y extendió su mano perfectamente cuidada. Si yo no lo supiera —y no lo hacía, en realidad—, pensaría que ella había asaltado a la actriz que interpretaba a Elle en Una rubia muy legal y le había robado el traje.

—Tú debes ser Isabella —ella borboteó.

Me puse de pie y tomé su mano, sintiéndome de pronto gravemente mal vestida con los pantalones de chándal y una camiseta de Muse.

—Bella —la corregí de forma automática.

—Yo soy Abilene Hale y allí está tu compañera de cuarto, Rosalie.

Me dirigí a la puerta, donde una versión más joven de Abilene Hale estaba entrando en la habitación. Yo la reconocí de inmediato porque la había visto por Facebook. Ella sonrió ampliamente y se apresuró a llegar a mi lado, echándome los brazos alrededor de mis hombros.

—¡Bella, es genial conocerte por fin en persona!

Ella era increíblemente más perfecta que lo que sus fotos de Facebook podrían sugerir. Un cuerpo atlético, piernas delgadas y largas, intensos ojos azules y grises, nariz delicada y pequeña, un conjunto de labios rogando compañía, pómulos aptos para una reina… En una palabra, Rosalie era femenina hasta el último folículo de su pelo rubio.

Le devolví el abrazo, preguntándome lo que ella y sus padres debían estar pensando de mí. Seguramente mi imagen de perfil apuntaría a que tenía sobrepeso, ¿pero ella estaba esperando una compañera de cuarto de la talla 36? Si estaban decepcionados, eran demasiado corteses para mostrarlos.

Su padre entró completando el retrato de la familia real. Era pulcro con sus pantalones grises y su chaqueta azul marino. Y la pajarita rosa era el accesorio más llamativo. Cruzó la habitación para presentarse.

—Gordon Hale. Encantado de conocerte, Bella.

Sus tres caras perfectas me miraban expectantes, como si por estar ahí diez minutos antes supiera todos los secretos.

—Bueno… he puesto mis cosas aquí, pero si…

—Eso está bien —dijo Rosalie agradablemente—. ¡Ugh, no puedo esperar a cambiarme estas medias! Papá, ¿te importa?

—Oh, por supuesto. Voy a ir a... —Giró alrededor de la habitación, pareciendo un poco perdido.

—Vamos a ir a tomarnos una o dos copas mientras vosotras dos os conocéis —Abilene se hizo cargo.

—Encantada de conocerte, Bella —dijo alegremente, espantando a su marido hasta la puerta y cerrándola detrás de ellos.

Rosalie rodó los ojos y se rió.

—Bueno.

—Bueno.

Dejándose caer a sí misma en el colchón desnudo de la habitación, ella comenzó a quitarse los zapatos y sus medias de nylon rodaron hacia abajo sin contemplaciones. Ella se quitó la chaqueta para revelar un top blanco.

—Bueno, esto está un poco mejor —dijo ella, levantándose para excavar a través de la caja que ponía: ROPA 1: PANTALONES CORTOS Y CAMISETAS. Ella cogió uno de cada y los lanzó a la cama. Sin un ápice de modestia, se desprendió de la parte superior y se bajó la falda. Tuve que recordarme a mí misma no mirar. En general no me atraían las mujeres, pero Rosalie tenía un cuerpo que era digno de ser comido con los ojos, hasta por una chica no lesbiana.

La mayor parte de su trasero fue revelado y sólo su tanga lavanda cubría la delgada línea entre sus nalgas bien tonificadas. Con práctica, ella metió cada pie a través de su respectivo orificio y luego deslizó sus pantalones cortos de mezclilla hacia arriba, moviendo su trasero y tirando del trozo de tela, alternando los lados hasta que quedó perfectamente en su culo. Entonces descubrí por qué llevaba un tanga, cualquier otra cosa sería arriesgada meterla ahí. La camiseta diminuta que había seleccionado era igualmente reveladora, abrazaba cada curva y dejaba muy poco a la imaginación.

Ella se dio la vuelta y me pilló mirándola. No pareció molestarle en lo más mínimo. Supuse que estaba acostumbrada a eso después de dieciocho años viviendo con un cuerpo perfecto.

—Bueno —dijo amablemente—. ¿Deberíamos desempaquetar o ir a explorar?

—¡Vamos! —grité, sintiéndome más valiente ahora que mi compañera de habitación me había conocido en carne y hueso, a mis 90 kilos de peso. Mi instinto sería hibernar en la habitación, pero recorrer el campus con esa criatura exótica podría ser muy interesante.

EPOV

—Acabo de recibir un mensaje de Jasper. Ha llegado a la habitación. ¿Quieres venir y reunirte con él?

—Claro, ¿por qué no? —Emmett dijo amablemente—. Quiero ver esa mierda caliente que ganó el premio escolar americano de Golf.

—Em —le advertí, sintiendo su lado competitivo saliendo a jugar—. Dame la oportunidad de conocerlo antes de saltar, ¿quieres?

Jasper dejó caer la camiseta que estaba doblando y se giró para mirar por encima del hombro. Una amplia sonrisa se rompió en su cara. Se precipitó hacia mí, con la mano extendida.

—Al fin, tío.

Cada parte de él se veía como un atleta de All-America. Cabello rubio, lo suficientemente largo para poder apartárselo de los ojos de vez en cuando, perpetuo bronceado, estaba fuerte pero no como si se hubiera tomado esteroides. Él tenía un consuelo en su propia piel que yo admiraba.

Di un suspiro nervioso. ¿Por qué sentía como si estuviera en una primera cita? Maldito infierno, estaba nervioso.

—Lo sé. ¿Hemos estado charlando por Facebook desde cuándo… octubre del año pasado?

—Sí, y por fin estamos aquí.

Asentí con la cabeza.

—Oh, este es mi hermano Em…

—Emmett Cullen, #84, metro noventa, 104 kilos. Promedio de 55.6 metros, 65 recepciones, 12 TD´s...

Claramente halagado, Emmett se acercó para darle la mano a Jasper.

—Amigo, ya basta. Estás haciendo que mi propia madre se avergüence de mí. —Se rió.

—Es genial conocerte, Emmett. Soy un gran fan. De hecho, el récord de victorias del equipo de fútbol es una de las razones por las que elegí Holden.

—Sí, apuesto a que tenías algunas opciones dulces. —Vaya, ese no era el tipo de respuesta que esperaba de Emmett. Jasper no sólo le había desarmado, sino que, positivamente, había conseguido envolverlo alrededor de su dedo meñique después de treinta segundos. Impresionante. Si esa habilidad se traducía en pillar a chicas, estaba firmando ya para ser su escolta permanente.

Jasper pareció avergonzado por la atención de Emmett, así que intervine para romper el festival de amor.

—¿Has estado fuera del campo ya?

—Sí, mi padre y yo hemos dado una vuelta rápida antes de que él me dejara aquí. ¿Y tú?

—Todavía no, pero tengo que hacerlo.

—Lo haremos por la mañana. —Jasper sonrió.

—¡Mierda! —Emmett corrió a la ventana—. ¡Creo que acabo de verla!

—¿A quién? —preguntó, mirando por la ventana.

—Más tarde —dijo Emmett corriendo hacia la puerta. Se detuvo con una mano en el marco de la puerta—. Encantado de conocerte, Whitlock. —Y se fue.

Observé con regocijo por la ventana, tratando de identificar qué chica le había llamado la atención. Segundos después, Emmett brotó a través de la puerta principal, mirando frenéticamente a la izquierda y luego a la derecha. Su lenguaje corporal, junto con el hecho de que podía oírlo desde el tercer piso decir 'mierda' con la parte superior de sus pulmones, me dijo que había perdido a su chica. Fácil venía, fácil se iba.

O) (O

—Está bien, tenemos veinte minutos. ¿Debemos ir a por un montón de las fáciles o a por un valor alto?

—Ya contamos con 225 puntos. Creo que estamos en buena forma. Vamos a recoger una última cosa y asegurarnos de que lo tenemos —le respondí.

—Está bien —dijo Jasper, leyendo las instrucciones de búsqueda del tesoro—. Tenemos dos opciones. Sumergirnos hasta el cuello en el lago Chickami nos dará 50 puntos.

—Uf, ¿y cuál es la otra opción?

—Conseguir que dos chicas intercambien ropa con nosotros por 75 puntos.

—Eso suena interesante...

—Si tenemos 50, probablemente ganaremos. Si vamos a por 75, será sellar el trato.

—¿Y dónde vamos a encontrar a dos chicas que quieran cambiar de ropa con nosotros? —proseguí.

Jasper sonrió y señaló un punto en la calle.

—Dos chicas de nuestro tamaño a las 2:00. Vamos.

Mierda. Por mucho que yo no quisiera esa noche remojarme en el frío lago, esa opción no parecía mucho más cómoda. Había aprendido en sólo tres cortos días que tenía que dejar que mi compañero de habitación hablara. Le seguí medio paso atrás y dejé trabajar su magia.

—Chicas.

—Chicos. —Ellas se rieron.

—¿Cómo podríais ganar 75 puntos fáciles en este momento?

La que parecía ser la encargada miró la lista, luego nos observó, dándonos a ambos una larga mirada y evaluándonos una vez más.

—¿De qué talla son tus vaqueros? —me preguntó.

—40. ¿Y los tuyos? —le pregunté, sabiendo que los suyos eran más pequeños que los míos.

—36.

—Lo bastante cerca —dijo Jasper, inmediatamente tirando a la chica más pequeña hacia el árbol más cercano.

Por encima de su hombro, él gritó:

—¡Date prisa, Edward! A nosotros sólo nos quedan doce minutos para el final.

Mi chica escogió otro árbol y la seguí de cerca, uno estaba a cada lado del ancho tronco. Oí un forcejeo y, muy pronto, ella estaba sosteniendo sus pantalones vaqueros. Se veía jodidamente pequeña.

Solté otro mierda al universo mientras desabotonaba y peleaba con mis propios jeans. Ella los cogió rápidamente y yo escuché un susurro mientras se los ponía.

—No te preocupes —dijo riéndose—. Mi camiseta es muy larga.

Empujé una pierna en sus pantalones vaqueros y me di cuenta de inmediato que no subían más allá de mis muslos. Iba a arrancarle la cabeza a Jasper más tarde. De todos modos, ¿cuál era el primer premio? Esperaba que valiera la pena.

Su mano se extendió alrededor del árbol de nuevo y esa vez ella estaba sosteniendo una fina camiseta blanca. Yo estaba demasiado preocupado por su longitud —o falta de ella— como para disfrutar correctamente de la chica al otro lado del árbol en topless. Rápidamente me quité mi propia camiseta negra por encima de mi cabeza y la intercambié.

Puse un brazo a través de su camiseta y luego el otro y, por un momento, me asusté, no creía que mi cabeza fuera a caber por ahí.

—Mierda —murmuré.

—Es elástica —dijo ella—. No te preocupes. Tengo como veinte más.

—Gracias —le respondí con gratitud. Estaba siendo una campeona. Giré y giré el torso hasta que por fin pasé esa cosa por mi cabeza y, luego, por mi pecho. Quiso pararse en mi cintura, pero le di algunos meneos buenos y, ella tenía razón, la cosa se extendió y se amplió como si estuviera esperando la invitación. Eso no tapó los pantalones en mis piernas, pero cubría mis partes y la mayor parte de mi culo. Bastante bien para la foto.

Jasper y su chica reaparecieron y no pude dejar de reír. Su chica llevaba una falda muy corta y camiseta sin mangas, eso estaba en el cuerpo musculoso de Jasper y también se habían cambiado los zapatos. Maldita sea, si Jasper no se veía bien, que me mataran.

—Joder, te ves caliente, Jas. —Le guiñé un ojo.

—Sí, tú te ves bastante impresionante —dijo, recordándome mi propia situación—. Cámbiate los zapatos con ella. ¡Rápido!

Me quité las chanclas y ella me dio sus zapatos planos. Deslicé mis dedos de los pies, pero eso era todo lo que iba a entrar.

—Vale, que alguien tome la foto —dijo la chica de Jasper.

—Voy —le respondí, sacando mi teléfono. Nos pusimos en fila y puse mi brazo hacia afuera todo lo que pude sin romper mi camiseta.

—¿Puedes enviármela? —pidió mi chica.

—Claro. ¿Cuál es tu número?

—Caramba, pensé que nunca lo preguntarías —dijo ella.

Rodé los ojos y ella me dijo su número. Lo escribí y le envié la foto.

—Gracias. ¿Puedo recuperar mi ropa ahora? —Ella sonrió.

—Me parece una idea fantástica.

Nos dirigimos de nuevo a nuestro árbol y nos intercambiamos la ropa y los nombres.

—Bueno, tienes mi número —dijo Bree—. Creo que la pelota está en tu tejado. ¡Ahora corre!

Ella tenía mi número también, me di cuenta cuando era demasiado tarde para contestar.

—¡Edward, vamos! —me llamó Jasper—. Tenemos cuatro minutos para volver a la Unión de Estudiantes.

Salimos corriendo después de las chicas y, rápidamente, las adelantamos.

—¡Hey! —lloró la chica de Jasper—. ¡No es justo!

—¡Lo siento, Alice! —Él se rió mientras le pasaba.

Seis minutos más tarde llegamos a la Unión. Jasper entregó el papel y el tipo de la recepción puso un enorme 'TARDE - menos 50', en el papel.

—¿En serio? —me quejé—. ¿Dos minutos tarde?

El tipo se encogió de hombros sin mostrar arrepentimiento por nuestra pena.

—Déjame ver tu foto, número 27.

Le mostré la foto que acababa de tomar y apuntó en el papel.

Las chicas aparecieron unos minutos más tarde con la misma suerte. Bree me miró y dijo:

—Esto es una mierda.

—Lo sé, ¿verdad? ¡Todo ese trabajo para nada!

Miré a mi compañero de cuarto, quien no estaba prestando nada de atención a nuestra conversación o a cualquier otra cosa. Su enfoque apuntaba en una dirección, Alice. Y, sin quitarle los ojos de encima por un segundo, él sonrió y respondió a mi queja:

—Oh, yo no diría que ha sido en vano.

BPOV

Ahora sabía cómo se sentía el infierno. Tenía la garganta y los pulmones quemando, estaba chorreando sudor, mis pies se sentían como si estuvieran corriendo sobre carbones calientes y me había quedado más atrás de Rosalie con cada uno de sus pasos monstruosamente largos. Me faltaba el aliento incluso para pedirle que redujera la velocidad, así que hice lo único que podía en ese momento: me agaché, puse mis manos sobre mis rodillas y traté desesperadamente de meter un poco de oxígeno en mi sistema.

Alrededor del décimo paso, Rose sintió que la había dejado, se detuvo y se giró hacia atrás.

—Lo siento, Bella.

Yo negué con la cabeza de lado a lado, pero no podía decir lo que quería decir:

Siento ser una patética perdedora que necesita pararse cada tres minutos.

Siento mucho que estés cargando conmigo cuando tú podrías haber ganado todo esto sin ayuda de nadie.

Siento que vayamos a pasar a los anuales de la caza del tesoro del primer año con la puntuación más baja en los libros de récords.

Finalmente solté una respiración entrecortada.

—Lo siento.

Ella se sacudió.

—Bella, de verdad. De todos modos, ¿a quién le importa la estúpida caza del tesoro? Me siento mal porque estés teniendo un momento difícil.

—Yo... no... sé... deberíamos... correr... —Eso fue todo. Acabé con mi suministro de aire disponible. Caí miserablemente al suelo.

Rose se inclinó y colocó su mano en mi hombro.

—¿Bella?

Miré su irritante cara.

—Hay algo que me gustaría decirte, pero tengo miedo.

Bueno, le di crédito. Ella había esperado tres días. Eso era casi un récord.

—Adelante —le dije, concediéndole permiso para que arrancara mi corazón fuera de mi pecho y pisara fuerte por todas partes.

—Te puedo ayudar.

—¿Ah, sí?

—Sí.

La ira empezó a construirse dentro de mí mientras recuperaba la voz.

—¿Cómo?

Ella se arrodilló para que nuestros ojos estuvieran a la misma altura.

—Sé de fitness.

Resoplé groseramente en su rostro.

—Obviamente.

—No —dijo ella suavemente—. Quiero decir, yo puedo ayudarte a alcanzar tu meta.

—Sin ánimo de ofender, Rose, pero, ¿qué puta flaca como tú sabría ayudar a una chica gorda a perder peso?

Ella se rió en voz baja.

—No hay problema. Lo he hecho antes.

—No me digas. No he visto ninguna estría en tu cuerpo, por lo que no puedes haber perdido tanto. —Oops, creo que acababa de admitir que me había comido con los ojos el cuerpo desnudo de mi compañera de cuarto. Alejé mis ojos.

—No soy yo. Es mi hermana pequeña.

Mis ojos la miraron de nuevo por la sorpresa. Esa era una noticia. ¿Había otra mini-Abilene en casa? ¿Alguien menos que perfecta en esa piscina de genes? Era difícil de creer.

Rose cayó al suelo delante de mí.

—Hope siempre tuvo un poco de sobrepeso, pero hace unos años todo se salió de control. Un día del año pasado ella tocó fondo. Me la encontré en la cama con una botella de píldoras en la mano. No sabía si ella lo podría haber hecho, pero era evidente que estaba pidiendo ayuda a gritos. La convencí para que confiara en mí. Caminamos juntas tres veces a la semana e íbamos juntas a un entrenador dos veces a la semana. La ayudé con su plan de alimentación. Pusimos de nuestra parte y seis meses más tarde, ella era una persona nueva.

—Esa es una buena historia, Rose, pero, ¿qué pasa si yo no quiero ser una persona nueva? —Estaba luchando contra las lágrimas.

—Simplemente no pareces tan feliz con... la situación, Bella.

—Rosalie, entiendo que estás tratando de ayudarme, pero si no puedes aceptarme como soy, no vamos a ser amigas.

Ella se alejó de mí de repente, como si la hubiera abofeteado en la cara. Yo moví mis pies y me levanté del suelo.

—Tenemos que volver.

Ahora yo estaba caminando y ella me seguía detrás. Ninguna de las dos dijo una palabra en toda la noche. Cuando por fin mi cabeza cayó en la almohada, caí en un sueño profundo e inmediato, gracias a Dios.