Los personajes no son míos, son de la increíble Stephanie Meyer, yo sólo se los cojo prestado para dejar volar mi imaginación.

Edward y Bella acaban de mudarse juntos a un estupendo ático. Su relación era perfecta, pero ahora las cosas no parecen ir tan bien. Edward se ha convertido en un importante abogado y nunca está en casa, no tiene tiempo para ella y cuando él puede ella no. Bella se siente incómoda en su mundo refinado y las discusiones y los celos se han convertido en el pan de cada día.

1

Isabella Marie Cullen.

En Manhattan los viernes por la mañana se respiraba felicidad. El tráfico seguía siendo infernal y ruidoso, pero los conductores eran más pacientes y permisivos; los niños llevaban otra cara de camino al colegio; los jóvenes llevaban inscrito en la frente "esta noche se sale"; los trabajadores del sector servicio tenían una sonrisa de oreja a oreja y los funcionarios del estado rebosaban comprensión y alegría. Un viernes por la mañana en Manhattan, era el mejor día para solucionar cualquier tema de importancia ya que una gran parte de los trabajadores neoyorkinos, estarían dispuestos a realizar su trabajo con buena cara. Los lunes ya eran otra cosa.

Como cada mañana laboral, después de haber madrugado y tras haberme arreglado para enfrentar una dura jornada de trabajo, espero a mi mejor amiga, empleada y cuñada Alice Hale en la yogurteria de siempre, dos calles antes de llegar a nuestra oficina.

Mientras espero por Alice y por el yogurt natural con miel y nueces que acabo de pedir, abro la Cosmopolitan y empiezo a echarle una ojeada. Sonrío con aprobación, al parecer la bisutería de nuestra última colección ya ha llegado al mercado. Recordar pelearle a Alice por no habérmelo dicho- me digo mentalmente.

La campana de la puerta suena con la llegada al local de un nuevo individuo. Levanto la mirada de la revista y la veo, Alice, con sus característicos vestidos largos que se han convertido en su sello de identidad, hoy viste uno verde muy bonito. Recordar también pedirle el vestido verde a Alice para alguna ocasión especial.

-Al fin apareces, pequeño cactus – digo mientras coloco mi mano izquierda debajo de mi barbilla para darme un aire más serio y molesto. – estás haciendo que llegar tarde al trabajo sea una costumbre de tu rutina, y no me gusta.

Ella se ríe, se deja caer en la silla que se encuentra frente a mí y tira su bolso encima del mío sin ningún cuidado.

-Hay pequeña Bella, no te vas a creer de lo que me he enterado – le da un golpe a mi codo y la postura de enfado desaparece.

-Sorpréndeme.

-Ángela ha pasado la noche con un magnate del petróleo iraní – comenta con suficiencia.

Abro los ojos sorprendida.

-¿Me lo estás diciendo en serio o estás intentando burlarte de mí? – pregunto.

Mis palabras quedan en el aire sin contestar pues justo en ese momento el dependiente de la yogurtería se acerca a nosotras para traer mi pedido, le pregunta a Alice si va a querer algo y esta niega con la cabeza. Esta maldita perra debe de haber desayunado como una reina esta mañana. Estiro el brazo y pago la cuenta de mi desayuno antes de que el trabajador se vaya. Lo que me parece una eternidad después mi amiga habla:

-¡Te lo juro Bella! Tendrías que haberle visto la cara a Ángela mientras me lo iba contando, me dijo que era guapísimo y asquerosamente rico – aprovecha que estoy atenta a su historia para atacar mi desayuno, le arrebato la cuchara y prosigue. – era tan rico que cenaron en un restaurante cuya cubertería tenía incrustaciones de swarovski. ¡Incrustaciones de swarovski, Bella! ¿Lo entiendes?

Asiento con la cabeza y como una cucharada de mi yogurt.

-¿Y qué hicieron después de cenar? – pregunto aún ya sabiendo el desenlace de la novela.

-¿Tú que crees? – una sonrisa traviesa se forma en la comisura de sus labios. – aunque la tenía pequeña me dijo, pero era juguetona así que se divirtió un rato, no estuvo mal.

-Menos mal que es rico – comento con fingida maldad.

-¡Qué mala! – empieza a descojonarse de la risa. – Pero tienes razón – se pone seria de repente. – imagínate siendo un pene pequeño y pobre.

-Vaya mierda de vida – agrego y me río con esa sonrisa maliciosa que sólo me sale cuando estoy con ella. – Aún sigo sin creer que esta historia que me has contando le haya pasado a mi secretaria y amiga Ángela Weber, ¡A ella! Que es tranquila, callada, tímida y tan correcta que el taco más grande que ha dicho en su vida ha sido "mierda" – frunzo el ceño. – ni siquiera me la imagino hablando de penes, y mucho menos contigo que eres una jodida pervertida.

-Oh sí, Bellita. Y al parecer tu marido, ósea mi hermano, es el abogado de ese maldito millonario. ¿Te imaginas cuanto puede estar ganando Edward ahora? ¡Tienes que estar montada en el dólar, amiga!

Hago una mueca con la boca.

-Edward sería el rico en todo caso – agrego. – tenemos separación de bienes, ¿Recuerdas? Y de todos modos, no sé, sé que ha estado trabajando más de la cuenta este último tiempo, casi ni le pillo en casa. Ha estado asistiendo a más actos sociales de lo normal y de vez en cuando me comenta que tiene una importante comida o cena de negocios. Quizás se haya hecho rico y no me lo ha dicho.

Alice frunce el ceño y me mira con detenimiento.

-¿Hay problemas entre ustedes?

Me quedo callada, me pienso muy bien la respuesta.

-No – niego rotundamente pero luego empiezo a dudar. – bueno no sé, quizás. Es que es extraño. Desde que nos mudamos al ático las cosas han cambiado.

-¿Cómo que han cambiado?

-Antes estábamos más unidos, hacíamos más cosas juntos, nuestra relación era diferente. Ahora las cosas parecen haberse enfriado, ya casi no nos vemos porque o él está muy ocupado o lo estoy yo – me llevo la mano a la frente y me froto la piel, insegura. – siento como que hemos alcanzado el lugar en el que queríamos estar laboralmente, ambos – hago una pausa. – él con su buffet de abogados y yo con mi marca de bisutería, sin embargo, aunque hayamos alcanzado la plenitud laboral, no me siento feliz por él porque de algún modo, su éxito nos está alejando.

Miro por la ventana del pequeño lugar, los vehículos, las personas que caminan por la calle, todo parece estar tranquilo y en armonía. Mientras, yo me siento intranquila e insegura. Edward es posiblemente una de las cosas que más quiero en mi vida, siempre ha estado ahí, no recuerdo un solo momento de mi corta existencia en la que él no haya estado presente. Al principio como vecinos, luego como compañero de clase y en el momento en el que llegó la etapa de la universidad, se convirtió en mi pareja, y estuvo, estuvo todos los días, todos los años apoyándome aun cuando mi cabeza me decía que era una locura estudiar diseño de joyas, que no conseguiría trabajo nunca, que sería una vividora de mi marido y una patética ama de casa. Ha estado en lo bueno, pero sobre todo en lo malo.

-Hay Bells, no te preocupes, son etapas, yo también las he tenido con Jasper y muy duras además.

Sonrío, mi pequeña duende siempre dispuesta a tranquilizar mi conciencia.

-Bueno señorita Cullen, creo que esta conversación la ha sacado para alargar la mañana y llegar tarde a su puesto de trabajo. ¿Me equivoco? – alzo las cejas y las muevo.

Se ríe, traviesa.

-Me preocupo por ti y por mi hermano, y ya de paso si puedo acortar mi jornada laboral pues bienvenido sea.

Riendo salimos del establecimiento y emprendimos el camino a la oficina. Chameeeleon era mi marca. La marca de joyas que había soñado toda mi vida y que, desde hace dos años era real. Tras haber acabado la universidad, y con todo el apoyo de Edward y mis padres, había pedido un préstamo al banco y había empezado a diseñar y fabricar mi propia bisutería. Desde el primer momento conté con la colaboración de Alice que había estudiado diseño de modas y que por cierto, se había adaptado muy bien al poco dinero que teníamos. Ella había luchado tanto como yo contra el duro comienzo de montar una firma de joyas de la noche a la mañana. El comienzo había sido difícil y largo hasta el momento en el que Rosalie Hale se ofreció a ser nuestra comercial, ahí empezamos a tener tantos encargos que no dábamos abasto con tan sólo dos fabricantes. Ahora, cuento con un edificio y un taller lo suficientemente grande como para abastecer de productos a setenta boutiques y joyerías diferentes que demandan los productos de Chameeeleon. En lo laboral estaba plenamente feliz, el amor era otra cosa.

Alice interrumpe en mi despacho.

-Bells, tenemos un problema – dice algo apurada.

-¿Qué pasó? – me pongo de pie y camino hacia ella.

-Jessica Stanley me ha llamado, que necesita el modelo de pendientes Chameeeleon X3 con dicroico y plata. Están saliendo muy bien, se los están llevando como churros y se ha quedado sin nada en la tienda.

-¿Los pedimos al taller la semana pasada, no? – pregunto desorientada.

-Sí, están aquí hace días.

-¿Y no se habían llevado a ningún proveedor? – me empiezo a poner nerviosa, odio la pérdida de tiempo y productividad.

-Ángela se olvidó de avisarnos que ya había llegado – responde con cautela Alice.

-Joder.

-La cosa es que yo no puedo acercarme a la tienda de Jessica. Están a punto de llegar los proveedores de Jade&Co para enseñarme el nuevo catálogo de plata y piedra y necesitamos material para nuestros diseños, estamos en reserva.

-Está bien, iré yo – camino hacia mi escritorio y cierro los cuadernos que tenía abiertos y meto los rotuladores en sus respectivos estuches. – de todos modos hoy no consigo crear nada decente.

Alice se acerca a mí y me coge la mano.

-No te frustres – me consuela mandando un aura de energía positiva a mi alrededor. – cuando tengamos todo el nuevo material listo, los diseños nos saldrán solos y una vez que estén fabricados, lo venderemos todo.

-Eso espero – suspiro. – porque si no esta temporada vamos jodidas. Por cierto, no te olvides de coger piedras que peguen con el oro rosa, es tendencia esta temporada.

-Claro jefa, lo tengo todo controlado.

Sonrío ante su saludo militar y me dirijo al colgador de la pared para coger mi bolso. Cuando estoy a punto de salir del despacho Alice habla:

-Recuérdale a Edward que mañana tenemos comida familiar y no podéis faltar.

Levanto mi dedo pulgar en señal de aprobación y salgo del edificio.

Después de haber dejado el pedido en la tienda de Jessica Stanley y de haberme tomado un café con ella tras una larga charla sobre trabajo, moda y cuchicheo, llego a casa con los pies reventados. Aguantar durante nueve horas unos tacones de doce centímetros durante cinco días a la semana iba a acabar conmigo. El ascensor abre sus puertas en la última planta y tras pasar una tarjeta por el lector digital de la gran puerta del ático entro a mi hogar. Lo primero que hago nada más entrar es desprenderme de los odiosos zapatos y liberar mi pelo del amarre de la coleta. Avanzo y dejo el bolso en la primera mesita que encuentro y tiro la gabardina al suelo. Me siento muy cansada tras haber caminado medio Manhattan hasta llegar al Upper East Side donde residía hacía apenas unos meses. Edward había llegado un día a nuestro pequeño dúplex en Roosevelt Island diciendo que tenía una oferta que no podía rechazar, se trataba de este ático, que pertenecía a uno de sus clientes y que nos había vendido según mi marido, a un precio muy inferior de su valor por la estrecha relación que los unía. Para Edward este ático era un sueño, para mí no lo era. Amaba nuestro pequeño dúplex, me gustaba el pequeño jardín trasero con piscina, me encantaba pasear por ahí y respirar aire puro, en este lujoso ático me siento como un león enjaulado. Y además, mi sueño de tener un perro se había ido al garete.

Mi móvil vibra y retrocedo unos pasos hasta llegar a la mesita de la entrada en la que lo había dejado, rebusco en mi bolso y saco mi Iphone blanco y plateado, cortesía de Edward Cullen.

Tengo un acto muy importante esta noche, no me esperes despierta.

Besos, E.

Genial, estupendo, justo lo que me apetecía un viernes por la noche. Pasarlo sola, en una casa enorme y vacía que odiaba por encima de todas las cosas, comiendo helado cual depresiva incontrolable y para colmo viendo la película del Titanic en el plasma del salón. ¿Se podía ser más patética que yo en estos momentos? ¿Una persona que lo tenía todo pero que a la vez no tenía nada? Desearía volver atrás, no ser tan ambiciosa. Hace años pensaba que, si Edward y yo conseguíamos el suficiente dinero como para no preocuparnos por gastar, seríamos felices siempre. ¡Gran equivocación la mía al pensar que el dinero podría comprar la felicidad! Siendo mi marido millonario como decían, era más desdichada e infeliz que cuando éramos dos jóvenes preocupados por si llegaríamos a final de mes.

No sé en qué momento me quedé dormida pero sin embargo, me desperté sobresaltada en el sillón del salón con todo a oscuras. ¿Había apagado la tele antes de quedarme frita?

-Bella, ¿Te he despertado?

Su voz, mi voz favorita en el mundo. Pero, ¿No estaba en un acto importante? ¿Qué hora era?

-¿Edward? – le busqué a tientas en la oscuridad, con los ojos entrecerrados que luchaban por adaptarse al medio.

Una luz me cegó y gemí.

-Recuerdame mañana cambiar ese bombillo por uno más flojo – dijo mi voz rasposa.

Una sonrisita apareció en los labios de Edward que se acercó al sofá donde me encontraba. Estaba increíble con aquel esmoquin hecho a medida en un tono azul marino y camiseta blanca, con el pelo más largo de lo normal en la parte superior que le caía hacia un lado, ambos lados los tenía más cortos.

-¿Te has comido tu sola ese bote de helado? – preguntó desplomándose a mi lado en el sillón.

-Sí, ¿Por qué? – inquirí molesta. ¿Trataba de llamarme gorda?

-Por nada – contestó mirándome fijamente. - ¿Qué has hecho toda la tarde?

Le devolví la mirada y dije:

-Comer toda la tarde y ver películas. ¿Te molesta?

-¿Estás a la defensiva, Isabella? – frunció el ceño.

-¿Debería estarlo, Edward? – inquirí frívola.

-No entiendo por qué estamos teniendo este encontronazo ahora.

Le ignoré y proseguí:

-¿Te lo pasaste bien en tu acto importante? – estaba dispuesta a soltarlo todo, quizás.

-¿Me lo estás echando en cara? – se inclinó hacia delante, para verme mejor.

-¿Yo? – pregunté sarcásticamente. - ¡Qué va! Para nada, a un buen marido como tú no se le puede echar en cara, ¿No? Dime, millonario Edward Cullen, ¿puedo echarte algo en cara?

-¿Millonario Edward Cullen? – preguntó con retintín.

-Déjalo Edward – resoplé levantándome del sillón. – Es muy tarde, me voy a la cama.

Hice amago de subir las escaleras pero Edward me impidió el paso cuando iba a poner el pie en el primer escalón.

-No hemos terminado de hablar – acusó.

-Creo que no tengo nada más que hablar.

-Isabella… - respiró profundamente y se agarró el tupé con las manos para calmarse. – no juegues conmigo, cuanto más viejo me hago menos paciencia tengo.

-Será conmigo – inquirí. – tengo entendido que con la gente de la calle eres muy amable, tanto que tu saber estar te ha llevado a convertirte en millonario.

-¿Cuál se supone que es el motivo por el que estamos peleando, Bella? Explícamelo porque no lo entiendo.

Aprieto los labios y los puños con fuerza, siento un calor abrazador sobre mi cuerpo, el enfado recorre mi cuerpo, seguro que tengo las mejillas al rojo vivo. Tengo que estallar, necesito estallar.

-¿No lo entiendes? Espera, ¡Qué te lo explico! – levanto la voz. - ¿Por qué no me pides que te acompañe a tus actos importante? – hago comillas con los dedos. - ¿Te avergüenzas de tu esposa? ¿Por qué no me habías comentado que eras tan asquerosamente rico? ¿Por qué ya no estamos juntos casi nada de tiempo? ¿Por qué es más importante tu trabajo que tu matrimonio, Edward? ¿Por qué cada vez pasas menos tiempo en tu estúpido ático que tanto te gustaba? ¿No era que lo amabas? ¡Pues no veo que lo disfrutes! Y sin embargo aquí estoy yo, todos los días, encerrada en estas cuatro odiosas paredes por tu culpa, sola – lo acuso con un dedo. – porque me acuesto sola y me levanto sola la mayoría de los días. ¿Qué se supone que estás haciendo Edward Cullen? ¿Tienes mucho trabajo o te estas follando a otra?

Paro, mi pecho sube y baja acelerado. Necesito aire, me asfixio.

-¡Oh dios mío! ¿Me estás montado esta bronca increíble tan sólo porque estas celosa? – dice Edward en su defensa.

-¿Yo? ¿Celosa? ¡Por supuesto que no! Estoy cansada y aburrida de esta situación, Edward. Necesito que pares de trabajar más que sea un jodido día – grito.

-Si no paro de trabajar es para darte lo mejor a ti, maldita egoísta – eleva más la voz.

-¿Darme lo mejor a mí? ¡Tú no tienes que darme nada a mí! – inquiero. - ¡Yo soy mayorcita! Trabajo, puedo conseguir todo lo que quiera.

-Eres increíble – dice.

-¿Yo? ¿Por qué? – grito, estoy nerviosa, muy nerviosa.

-Te quejas porque no te invito a los actos a los que estoy obligado a ir, te quejas cuando te he invitado a un gran número de ellos y me has dicho siempre que no te gustan. A parte, me estás echando en cara que trabajo mucho, ¡Cuando tú siempre has sido la que ha presionado con el tema dinero! Hay Edward, tenemos que ser los mejores para conseguir el dinero suficiente como para vivir bien, tener una casa estupenda, viajar, que no nos falte de nada – me imita con una voz irritante. - ¿Y te quejas cuando lo conseguimos? ¡No hay quien cojones te entienda! – hace un gesto de desdén y comienza a subir las escaleras.

-¡Todavía no hemos terminado de hablar! – le grito, pero desaparece de mi vista y no obtengo contestación.

Enfadada porque me ignore subo las escaleras como alma que lleva al diablo y vuelo por el largo pasillo hasta nuestra habitación, donde lo encuentro desanudándose la corbata de su carísimo traje.

-¡Me dejaste con la palabra en la boca, estúpido! – le grito, me acerco a su lado y le empujo.

-Isabella, dejémoslo por hoy – suena tranquilo, pero sé que es una fachada, está tratando de controlarse.

-No, no lo vamos a dejar, porque esto es algo que lleva sucediendo desde que nos mudamos a este maldito ático pijo, ¡Este es tu mundo, el mundo en el que has vivido toda la vida con tu familia, pero no es el mío! ¡Y lo odio! – las lágrimas se agolpan a la entrada de mis ojos. - ¡Odio todo esto porque no me siento bien viviendo en una casa tan grande sola!

-¿Vives sola? Ósea, ¿No soy nada para ti? – aprieta la mandíbula esta tenso.

-¡Eres un gilipollas! – le grito. – ¡Un estúpido, un egoísta, un niño pijo y estirado!

-Suficiente – pronuncia y tira la corbata hacia un lado antes de avanzar hacia mí.

Me atrapa con fuerza entre sus fuertes brazos y me sella la boca con un beso hosco y bruto, muerde mi labio, saborea mi boca y lo hace todo de un modo rudo y desesperante, necesito más.

Paso mis manos alrededor de su cuello y acaricio su nuca. Gime contra mi boca y me muerde el labio tan fuerte que siento un sabor metálico en la lengua, acaba de hacerme una herida. Pero no le importa, pero no me importa.

Apresurada y desesperadamente le quito la chaqueta y empiezo a desabrocharle los botones hasta que me parecen mucho y tiro de la camisa con fuerza, rompiéndolos. En cuestión de minutos estoy sin pijama, Edward es más rápido que yo. Me tira en la cama con fiereza y reboto del impacto. Atrapo la cintura del pantalón de mi esposo y desabrocho el botón y la cremallera, rozo sin querer su erección y noto como se estremece. Se quita los zapatos y lo que le queda de ropa y me mira, desnudo, con su enorme y ancho pene erecto. Oh joder, ¿Cuánto tiempo hace que no hacemos esto?

No se lo piensa y sin esperar ni un segundo más se acomoda encima de mi cuerpo y me penetra de una fuerte estocada. Al principio siento una molestia, no estaba lo suficiente lubricada como para recibir algo tan grande en mi interior, sin embargo, solo hace falta dos penetraciones más para hacerme arder en deseo. Edward no tiene piedad, me está castigando por gritarle, por decirle cosas que no quiere escuchar. La saca y la mete con rapidez, casi de manera brutal, la mete tan al fondo que siento que ha llegado al máximo de mi cupo. Debería tener cuidado con el DIU. Pero no puedo decírselo, no puedo articular palabra, estoy extasiada de deseo. Y, cuando creo que voy a rozar el cielo, Edward sale de mí dejándome un enorme vacío y me besa los labios, el cuello, los pechos, me muerde la oreja y me acaricia el pelo. Cuando pasan unos minutos vuelve a introducirse dentro, está martirizándome. Pero llega un momento en el que ya no puede aguantar más, ni el, ni yo, y con una larga y ruda penetración nos venimos los dos juntos, ambos vaciando nuestro orgasmo en mi interior.

NT: ¿Continuo? Háganmelo saber a través de un reviews. ¡Nos seguimos leyendo!

Saludos, J.