Sí, otro fic, lo sé xD.
Advertencias:
Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen. Son de Kishimito hasta el momento en que decida vendérmelos por un euro.
Notas del fic:
Título: Amor vendido.
Estatus: Incompleto. Longfic.
Parejas: Canon principalmente. NaruHina, Sasusaku, etc. Aunque puede que entre un poco de GaaMatsu.
Rango: M+
Términos: Au/ Ua. IC + Ooc. Oc (solo personajes extras, nada dentro de la historia). Lime + Lemon (Smut). Yuri leve. Lenguaje Soez alto.
Beta Reader: No.
Autora: Chia S.R.
Actualización: Despues de Roto... y tú. Si no varia por equis motivo.
Resumen:
Los hombres en la nueva ciudad de Konoha gobernada por mujeres han caído en el uso de algo exótico por ellas. A partir de ahora, las mujeres que deseen tener una vida sexual o tener hijos, pueden escoger a sus padres o amantes a través de cristales. Pueden ser devueltos si el hombre no da la satisfacción que debe y el coste suele ser elevado. Una vez cumplida su función, puede devolverse o simplemente mantener. Una vez la mujer muera, será desechado.
Hinata y Sakura son dos amigas universitarias que desean hacer una locura. ¿Qué mejor idea que comprarse un hombre? Lo que no sabía ninguna es que iban a escoger a los más problemáticos.
ºAmor vendidoº
º.ºTengamos un día de comprasº.º
Es navidad. La nieve cae a mi alrededor. La gente pasa feliz, con sus gritos y buenos deseos.
Aún así, yo no puedo apartar mi mirada. De ti.
Suspiró y recostó la cabeza sobre el reposa cabezas de la silla giratoria. Por más vueltas que le diera, aquella dichosa tesis no salía. Y empezaba a sentirse tan engarrotada que temió que todo su cuerpo crujiera o llegar a caminar como un robot.
Desde la pequeña ventana de su habitación pudo ver cómo nevaba y la nieve empezaba a teñir los tejados de blanco. Era navidad. Una navidad demasiado larga para su gusto. Le gustaba la idea de llevar calcetines, pantalones cómodos y calentitos y un jersey de esos que te daban ganas de achuchar cuando lo llevabas. Pero odiaba ver la felicidad en el rostro ajeno cuando no eras feliz.
Era como si la gente quisiera restregarle que ella estuviera ahí encerrada, con las narices metidas entre libros y cuadernos y ellos ahí, con el frio, cantando villancicos.
Incluso por esas fechas, los llamados vigilantes hacían excepciones y levantaban el toque de queda de los hombres.
Se levantó y apoyó la mejilla contra el frio cristal, cerrando los ojos. Uno de los vigilantes, máquinas enormes en forma de chibi humano femenino, pasó frente al cristal, escaneándola. Sakura no se inmutó. Estaba ya acostumbrada.
Desde que había nacido la convivencia con ese tipo de elementos era algo natural. Los robots vigilantes pasaron a ser parte de la policía y lentamente, a vigilar las calles mejor que nadie. Exceptuando que eran fáciles de manipular algunas veces. Sin embargo, su capacidad irrompible dificultaba cualquier intento de fuga.
Pocas mujeres habían detenido. Los hombres detenidos aumentaban en rangos de porcentaje.
Y es que, desde hacía más de cincuenta años, Konoha era una ciudad gobernada por mujeres. Los hombres han caído en el uso de algo exótico y especialmente, para procrear. Su único contacto con un hombre fue con su padre.
Este solo la tuvo una vez en brazos. El resto del tiempo, tenía que contentarse con verle a través de un cristal. En aquel momento le había parecido demasiado cruel.
Años después, cuando se mudó para ir a la universidad, las grandes noticias de asesinatos y violaciones, la aterraron y agradeció que Konoha fuera una ciudad tan segura. Sin embargo, se sentía vacía. Aburrida. Frígida.
Se frotó los brazos y apartó la mejilla del cristal. Cerró la cortina y miró su taza de café. Vacía y tan solitaria como ella misma por culpa de su condenada tesis. ¿Cuándo fue la última vez que se tomó un respiro? Ni lo recordaba. Estaba segura de que hasta llevaba siglos sin tomarse un tiempo para ella y su cuerpo.
Miro su cama con aburrimiento y el cajón de su mesita de noche. Sí. Aquel aparato descansaba ahí. Probablemente sin pilas ya. Pero se sentía tan poco caliente como un trozo de hielo en el polo norte.
Suspiró, cogió la taza y salió al pasillo. La puerta de su compañera de piso estaba medio encajada. Veía la lucecita de la mesita de noche encendida. Se acercó algo más y levantó la mano con ideas de llamar. Pero se detuvo. El ruido la hizo detenerse. Especialmente, un recatado suspiro. Por un instante, sus mejillas se tiñeron de rojo y dio varios pasos atrás. Estuvo a punto de correr hacia la cocina, pero sonrió y tras suspirar, continuó su camino.
Su compañera de piso no es que fuera la bomba. Ni mucho menos. Era limpia, educada, cortés y siempre, muy reservada. Provenía de familia rica y según había entendido, su padre y madre todavía continuaban juntos. Al parecer, era uno de los pocos hombres que habían obtenido el privilegio de llevar tras sus espaldas un clan tan importante. Eso sí, bajo la vigilancia de varios vigilantes.
En resumidas cuentas, Hinata Hyûga, era la mejor compañera de piso que hubiera tenido nunca. Todavía recordaba sus convivencias con Ino Yamanaka, la que era su mejor amiga y que, pese a las distancias, continuaba siéndolo. Solo que Ino decidió seguir el camino del negocio de las flores de sus padres, y ella seguir en la universidad en busca de un camino, nada fácil, en el mundo de la medicina. Además, Ino se hizo cargo de un hombre y desde entonces, apenas se le veía el pelo.
Y cuando aparecía, era tan solo para hablar maravillas de cómo era su hombre perfecto. Parecía no cansarse nunca.
Entró en la cocina con el vago recuerdo del hombre de Ino en la mente y preparó café. Se apoyó contra la pared y metió los dedos de ambas manos en sus cabellos, revolviéndolos. Otro de los pecados de no haberse cuidado en ese tiempo, es que su cabello estaba largo y pesaba en sus hombros y espalda. Solía dejarlo suelto cuando salía a la calle, demasiado atareada como para preocuparse en hacerse algo más, pero demasiado femenina como para ir en greñas.
Perfiló su cuello con los dedos y bajó por sus hombros. Delgados y huesudos. Bajó más, lentamente, por ambos senos. Sus pezones reaccionaron al instante, pero la excitación total no llegó. Suspiró y miró por encima del hombro al ver la luz del baño encenderse y escuchar el grifo del lavabo.
Hinata había terminado de buscar su placer.
Alargó la mano hasta la jarra y empezó a llenar su taza de café, frustrada.
—Ah, Sakura-chan.
La vocecilla dulce de Hinata llegó por detrás, entrando en la cocina con su propia taza. Le sonrió con timidez e inocencia y Sakura le devolvió la sonrisa lo mejor que pudo. No podía echarle en cara que ella pudiera disfrutar de su sexualidad cuando ella se sentía como un dichoso témpano de hielo.
—¿Has podido adelantar algo? — cuestionó cediéndole el puesto en la cafetera.
Hinata negó y movió la cabeza.
Tenía una preciosa cabellera de un tono azul oscuro, casi negro, que le caía hasta la espalda. La tez blanca y limpia. Era bajita y para añadido, un buen busto y caderas rellenas donde debía. Tímida y completamente adorable. Diablos, lo tenía todo.
Quizás es que ella se había criado más en el campo que entre buenas señoritas. Que para Sakura era más fácil poner los pies en la mesa que sentarse adecuadamente en el sofá. Y diablos, si fuera lesbiana, estaba segura que no tendría ningún problema en desear besarla ahí mismo. Porque esas mejillas enrojecidas tras lo que había experimentado y su piel brillante, debían de ser excitante para los hombres.
Se llevó la taza a los labios, pensativa. Por un momento sopesó la idea de que quizás eso fuera lo que ocurría. Que de tanto disfrutarse a sí misma se había empezado a sentir excitada por una mujer. Pero al menos, con Hinata no funcionaba.
Clavó sus ojos en sus largas pestañas, en la forma tan cuidadosa en que sujetaba la taza de café para calentarse las manos.
Y entonces, en medio de su frustración, llegó la idea del cambio.
—Hinata, salgamos de compras.
Hinata dio un respingo, mirándola. Parpadeó como si quisiera intentar comprender qué había dicho.
—¿D-de compras? ¿Ahora? — Sus ojos buscaron el reloj más cercano.
Justo daban las diez de la noche.
—Sí. Ahora. Hasta las doce estarán abiertas las tiendas por la navidad. Démonos un regalo de navidad a nosotras mismas. Estoy empezando a hartarme de estar tanto tiempo encerrada.
La joven Hyûga guiñó los ojos, pero dejó la taza a un lado, apretó las manos en la falda y sonrió.
—¡E-está bien! ¡Vayamos de compras!
Sakura la observó alejarse hacia su dormitorio, casi dando saltos.
Por un instante, su boca se torció y sintió una excitación muy lejana al sexo.
(…)
En la calle hacia frio si te quedabas demasiado tiempo quieto. Pero gracias a la caminata que Sakura se había impuesto hacer, Hinata empezó a obtener calor enseguida y la bufanda comenzó a molestarle. Además, su cuerpo sentía ligeramente los resultados de su momento íntimo.
Avergonzada, apretó el paso para poder ponerse a la altura de Sakura. Ella diría lo que quisiera, pero llamaba la atención. Varias mujeres ya se habían vuelto para observarla y estaba segura de que alguna le había guiñado el ojo. Sakura simplemente las ignoraba.
Ella la admiraba.
Desde que se habían conocido en la universidad cuando ella buscaba piso y Sakura una compañera, se habían llevado de maravilla. Además, convivir juntas era algo maravilloso y fácil de llevar. Incluso Sakura le había abierto puertas a mundos que desconoció hasta entonces. Especialmente, la necesidad de aliviarse a sí misma. La experiencia de comprender que no podía beber más de una copa. Que el tabaco era horroroso y no lo volvería a probar en su vida. Y que dormir con una chica no tenía por qué ser peligroso, entre otras.
Además, Sakura tenía la suerte de que, se pusiera lo que se pusiera, todo le quedaba bien. Y en eso la envidiaba. Ella tenía que comprarse ropa grande por culpa de sus senos.
—Hinata.
Detuvo sus pasos y miró hacia ella, arqueando una ceja. Se había quedado tan pensativa que ni se dio cuenta de dónde habían llegado. Al reconocerlo, tragó. El barrio de los hombres. Comúnmente conocido como "El barrio de las ventas".
Miró hacia Sakura con los ojos abiertos de par en par, incrédula.
En su vida había estado en ese lugar.
Debía de reconocer que, como toda chica, había sentido curiosidad. Era realmente extraño ver cómo su padre era el único hombre en su casa y los chicos que nacían dentro del clan se conservaban hasta cierta edad. Después, nunca volvían. Su madre daba las gracias porque ambas hijas fueran mujeres. Su padre sin embargo, siempre decía que su hermano no tuvo mejor suerte y que, tras darle un varón a su mujer como único heredero, esta lo mando a la tienda de nuevo, como defectuoso. Su hijo se marchó al cumplir los diez años.
Hinata no volvió a verle y el último recuerdo que tenía de él era una mirada furiosa en sus ojos.
Había entrado en esa tienda en internet con la intención de encontrar a su primo. Pero fue tan tremenda la visión de tanto hombre desnudo, en diferentes posturas, mostrando sus partes y otras zonas tan despreocupados, que tuvo que cerrar antes de que todo fuera a mal. Por aquel entonces no entendía porque el botón entre sus piernas palpitaba tanto.
Pero de ahí a estar en el centro exacto, sin si quiera haber consultado antes nada, era puramente vergonzoso.
Sakura se mordisqueaba el labio inferior, sacudiéndose sobre sus deportivas de adelante atrás, como si sopesara si esa idea era buena o no. Finalmente, clavó en ella sus ojos verdes y arqueó dos rosadas cejas.
—Hinata, hagamos una locura.
—Una locura— repitió lamiéndose los labios.
Sakura asintió.
—Sí. ¿Qué mejor locura que comprarnos nuestros propios hombres?
Hinata balbuceó, colorada. Sentía todo el calor de su cuerpo acoplarse en sus mejillas. Sakura tenía un pequeño rubor en las mejillas, pero estaba segura de que no se sentía como ella.
Ambas conocían las reglas.
Comprarse un hombre no era como tener una mascota. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué ese tipo de locura? Vale. Ambas estaban muy solas. Ambas nunca habían experimentado qué se sentía tener un hombre dentro de sí misma, porque dudaba que aquello fuera exactamente igual que su pequeño juguete sexual. Y ambas tenían dinero para mantenerlos. Pero, pese a que todo era correcto, ¿qué se supone que debían de hacer? No era algo tan sencillo.
—Ven. — Sakura tiró de ella y de la mano, ambas se adentraron en aquel mundo extraño.
Luces y vitrinas. Música y sonidos escandalosos. Antiguamente, según los libros de historia, aquella situación era como la de una mujer recatada en medio de un barrio de putas.
A medida que daban pasos, otras mujeres regresaban por ese camino, hablando animadamente de su compra efectuada, de sus gustos o de otros tantos. Azorada, apretó la mano de Sakura cuando esta se detuvo en seco. Giró hacia ella y volvió a tirar, confusa. Pero Sakura continuó sin moverse.
Sus ojos fijos en frente a ella, en una de las vitrinas.
Uno de los machos de su especie. Un hombre. Sentado completamente desnudo en un banco, con las manos apoyadas en sus rodillas. Los cabellos húmedos goteando por su mejilla y hombros, oscuros como el petróleo. Y al igual, sus ojos. Fríos. De tal modo que la estremecieron.
Y su cuerpo. Dios. Musculado, grande. Pálido. Y, si bajaba más la vista…
—Lo quiero.
Hinata dio un respingo, desviando la mirada antes de que terminara de pecar, hacia su compañera.
—¿Qué?
—Quiero a este hombre— confesó Sakura mirándola. Se mordía el labio inferior y las manos le sudaban—. Hinata, voy a comprarlo.
Apenas tuvo tiempo de aconsejarle nada. El hombre continuaba ahí, sentado, mirándolas con aburrimiento. No debía de tener más edad que ellas y sin embargo, sus ojos parecían más viejos.
Sakura tiró de ella hacia la puerta de entrada. Una campanilla tintineó. Una mujer estaba sentada tras el mostrador, mientras otros dos parecían echar agua con una manguera dentro de una de las vitrinas. Alguien gritaba, enfurecido.
Ambas se miraron, tragando, pero la mujer desvió su atención.
—¿Puedo ayudarlas?
Sakura se adelantó a su negativa.
—Quiero al moreno del mostrador— respondió. La mujer se subió las gafas, incrédula.
—¿Ha leído el cartel? Su precio es mucho más que el de la mayoría de este lugar. Es la joya. ¿Comprende lo que quiero decirle?
Sakura asintió, sin achantarse.
La mujer suspiró, cerró la revista que estaba leyendo y se levantó.
—Esperen mientras preparo todo.
Y desapareció tras una cortina.
Los hombres cerraron el cristal con un ruido sordo, recogieron las mangueras y entraron en la misma tras tienda que la mujer. Hinata se mordió el labio, nerviosa. Sentía su pecho subir y bajar emocionada.
Aquello era tan nuevo para ella… que era hasta excitante. No pudo evitar dejarse llevar por la curiosidad.
(…)
Se apartó de un manotazo el agua de la cara y blasfemó nuevamente. Aquellos bastardos iban a pagar tarde o temprano cómo le habían tratado. Él solo había querido probar aquella condenada comida que se llamaba Ramen y que tanto le llamaba la atención. No tenía la culpa de que la tipa que lo llevaba en la mano fuera una estirada que decidiera gritar como loca y salir huyendo de la tienda.
Su castigo fue un buen chorro de agua y relegado al interior de la tienda, fuera de las vitrinas principales. Algún otro desgraciado ocuparía su lugar.
Él conocía el precio de ser una de las principales estrellas de la tienda. Te explotaban a cualquier punto por tal de que alguna estúpida mujer decidiera comprarte. Y de nuevo, ser un esclavo. La diferencia era ser más libre.
Ellos no salían de esas cristaleras ni para ir al baño. Tenían un compartimiento en la parte trasera si eras interior y en el suelo si formabas parte de las vitrinas delanteras, donde un cubo era guardado con tus heces. Cada hora un chorro de agua caía sobre ti para limpiarte y si era posible, hacerte ver más atractivo para la clientela.
Si de ese modo no las atraías, ellas mismas se encargaban de demostrar que tu capacidad como macho estaba intacta. En pocas palabras, te sacaban fuera frente a la clienta interesada, te hacían abrir levemente las piernas, echar las manos hacia atrás y te masturbaban hasta que la clienta estaba satisfecha. Algunas te compraban. Otras se iban satisfechas de haber visto a un hombre por primera vez correrse.
La comida era tres veces al día. Según la época y tu estado de salud, te alimentaban de un modo u otro, pero la comida siempre era igual de asquerosa y parecía haber sido cagada por el mismo cocinero.
Llevaba de los diez años ahí dentro. Al principio le dejaron salir para ir a algunas clases, ejercitarse y crecer. Al cumplir los catorce empezó a pasar más tiempo dentro de las vitrinas que fuera de estas. Al final, a sus veinte años, estaba más encerrado que un gato.
Y nadie quería comprarle.
A ese paso iba a terminar en el matadero. Junto a los inservibles. Seguro que se reían por ver llegar a un jovencito.
Furioso, sacudió su cabeza y miró hacia el frente, justo para verla pasar.
Una joven mujer, de cabellos largos, falda y abrigo. Parecía como la pieza que no encaja en un puzzle. Todo lo contrario a las mujeres que solían ir a esa tienda. La gran mayoría siempre buscaban buenos amantes y sobrepasaban los cuarenta. Esa no debía de tener más que su edad.
Pegó la nariz contra el cristal y las manos y miró hacia ella. Parecía estar buscando algo pero sin ver realmente. Iba de delante atrás y regresaba sobre sus pasos, mirando hacia el mostrador donde una chica parecía estar inclinada, como si revisara ropa.
Dio unos golpes en el cristal para llamar su atención.
Al instante, unos ojos increíblemente hermosos y extraños se clavaron sobre él. La rojez cubrió sus mejillas y casi parecía tartamudear mientras respondía algo a la chica de cabellos rosas, que se apoyaba más contra el mostrador.
Pero su chica. Sí, mierda. Su chica. Al cuerno todo lo demás. Continuaba ahí de pie, mirándole como si acabara de ver a un ángel o algo así. Aunque él sabía que estaría horrible, todo mojado. Con el agua chorreando por sus cabellos, mojándole las mejillas, resbalando por su torso y su entrepierna.
Ella perfiló las formas de su cuerpo en tímidas miradas, asegurándose de que su sexo no quedara a su visión y aquello fue adorable. Todas las mujeres, absolutamente todas, siempre eran lo primero que miraban. Y si no les gustaba, mal iba el camino. Como si un pene pudiera ser hermoso, diablos. Para él todos eran feos.
No se lo pensó demasiado. Movió los labios.
—Com. Pra. Me.
Como hipnotizada, ella pareció comprender. Aunque se alejó a base de saltitos hacia el mostrador, tomó de las manos a la otra chica y ambas se inclinaron sobre el folleto ante ellas.
Mierda. Quería, por primera vez en su vida, que una mujer le comprara. Y debía de ser esa.
Sí. Esa.
(…)
Abandonó la vitrina con cierto reparo. Desnudo, sintiendo el frio del suelo en las plantas de sus pies. Llegaba el momento de lucirse ante su compradora. Aunque dudaba que esta se echara atrás. La forma en que sus ojos le habían observado momentos antes era como de alguien que necesitara a toda fuerza algo que la sacara de una rutina especialmente aburrida.
Y cuando estuvo de nuevo frente a ella, sin cristal de por medio, pudo verla mejor.
Era bajita, quizás le sacara dos cabezas. Tenía el cabello rosa y largo suelto por su espalda. Pese al abrigo, podía ver que estaba delgada en la forma de su cuello y la limpieza de su papada. Los ojos grandes y verdes. Piel sonrosada y una boca pequeña.
Comparada con las ricachonas que habían querido comprarle, ese detalle de juventud, casi fue un completo alago. Pero estaba seguro de que ella no sería capaz de pagar la suma que él valía. Quizás ella no lo supiera, pero era el último de su especie. Y eso le hacía valer el doble.
Sin embargo, la chica asintió y se volvió hacia su vendedora con seriedad.
—Le quiero.
—Son 2 billones más gastos suplementarios. ¿Está segura?
La chica no titubeo.
—Sí.
Frunció el ceño. ¿Acaso esa pequeña escondía dinero en los bolsillos?
—¿No quieres comprobar antes si funciona bien? — cuestionó la mujer señalando directamente hacia sus partes. Echó las manos hacia atrás y tensó su cuerpo.
Pero la respuesta le sorprendió.
—No. Me lo llevo igual. Si no funcionara, no lo tendrías en venta, estoy segura.
Aquello pareció divertir a la mujer, porque sonrió e hizo una señal. Uno de los hombres que trabajaba en la tienda le tiró del brazo para llevárselo a la tras tienda. Una sala donde solían prepararlos cuando iban a ser vendidos.
Tenía ropa colgando de una percha, la ducha lista, jabón, zapatos y colonia.
Demasiado tiempo sin gozar de esa sensación. El hombre le empujó en demanda de prisa y él, sin embargo, se demoró lo suficiente bajo el chorro de agua caliente, disfrutando de la sensación del jabón, hasta que un alborotador entró dando palmadas. Una de ellas, en su espalda.
—Sasuke, Teme.
Y esa sonrisa de idiota cruzándole la cara.
—Naruto, dobe— saludó a su vez, con algo de curiosidad.
—La chica de cabellos largos azules, me ha comprado— explicó, canturreando mientras se metía bajo la chorro de agua—. Libres al fin.
Sasuke bufó. No entendía qué veía él por libertad. Pero comparado a estar todo el tiempo tras un cristal, sí. Aquello era mejor.
Salió de debajo del agua para secarse. Con el reflejo de un espejo cercano, pudo ver a su compradora inclinada sobre unos papeles que firmaba, echándose tras una oreja unos mechones de cabello que entorpecían en su visión.
Sí. Bien mirado no era mala idea esa libertad.
Pero empezaba a estar bastante harto de ese lugar.
Se metió los zapatos casi a empujones y antes de que pudiera salir, uno de los hombres ayudantes le pinchó el cuello. Dolorido, se llevó la mano hasta el cuello. Vio a Naruto sufrir el mismo gesto y frotarse de igual forma el cuello.
—Son los chips. Así os podrán controlar cuando estéis fuera. Salid. Están explicando las normas.
Sasuke maldijo esa condenada sociedad. Sus normas y el sentirse como un perro faldero.
(…)
Sakura asintió mientras levantaba la cabeza. Ambos chicos salieron de detrás de la cortina, frotándose el cuello. Vestidos con vaqueros y jersey como regalo de la casa. Pero dentro de la cuenta que había pagado, estaba demandado otro tipo de ropa que esperaba que llegara a su casa cuanto antes.
Hinata se decantó por algo más deportivo. Ella por algo más oscuro. Y por algún motivo, sopesaba que no se equivocaba. Aunque algo tendría que ver que aquel jersey negro le quedara como un guante al hombre.
Sasuke Uchiha era su nombre. Y era suyo.
Las sensaciones que había sentido mientras lo miraba a través de la vitrina fueron tan explosivas que no podía evitar cumplir esa locura.
—Bien. Aparte de las reglas que conocéis para poder comprarlos, que cubrís todas— continuó la mujer llamando su atención—. Hemos hecho la petición de la ropa adecuada a vuestros gustos para vuestro hombre. Más adelante, si la cosa va bien, os enviaremos un catálogo nuevo. No solo de ropa, si no por si queréis que trabajen. Están instruidos en muchas cosas, pero al ser dos casos especiales, vienen con algunas cosas más que los demás.
Extendió dos carnets sobre la mesa.
—Esta es su documentación. Sus chips ya han sido colocados.
Cogió el carnet y lo guardó junto al suyo, viendo a Hinata hacer lo propio.
—Ahora, escuchadme con mucha atención, chicas.
Ambas asintieron.
—Tener un hombre en casa significa que tenéis que seguir estas reglas de oro.
Y citó:
Siempre tenerlos alimentados y saciados sexualmente para evitar que sean agresivos hacia otras personas.
Nunca permitir el contacto con otra mujer que no seáis vosotras. Prohibido los tríos o el intercambio de hombres, a menos que se pida una solicitud.
Utilizad precaución siempre que tengáis relaciones sexuales, pero si en algún momento creéis estar embarazadas, es vuestra obligación avisar a vuestro ginecólogo para que lleve el seguimiento. Si es un varón, deberéis de entregarlo cuando cumpla los diez años.
El hombre es vuestra responsabilidad, cualquier falla, cualquier enfermedad, cualquier daño público, deberéis de pagarlo.
Si en algún momento vuestro interés en ellos mengua o fallece la dueña, el hombre será enviado al matadero más cercano. En caso de pertenecer a un clan extinto y todavía ser capaz de reproducirse, se reciclará. Pero su precio desvaluará.
Recordar los toques de quedas. A las doce de la noche en festivos, a menos que se dictamine lo contrario. Y sin festivos, las diez de la noche. Los varones deberán de recluirse en las casas de sus amas hasta las siete del día siguiente. A menos que fuera necesario por daños graves, el abandono de la casa, sea como incendios o siniestros naturales.
—¿Habéis comprendido todo? — Ambas cabecearon afirmativamente—. Bien. Entonces, eso sería todo. Recordar que sus pertenencias os llegaran mañana lo más tarde. Muchas gracias por su compra— e hizo una reverencia.
Sakura e Hinata se miraron y luego miraron a ambos hombres. Con un gesto de cabeza se despidieron de la mujer y, aún tomadas de la mano, salieron al exterior. Los hombres las siguieron tras tomar unas bolsas y un abrigo con el que cubrirse del frio.
Había hecho una de las locuras más grandes de toda su vida.
Lo que ambas desconocían, es que los dos hombres que habían entrado en su vida, de todos los que estaban tras aquellas vitrinas, eran los más problemáticos.
¿Continuará?
n/a
¡Hola amores!
Este es un fic que llevo dándole vueltas desde hace bastante tiempo. Desde que vi una imagine que me dio la idea. (podrán verla en mi face de fics, como siempre nwn).
Una ciudad gobernada por mujeres, los hombres en venta. Las mujeres comprando para continuar con la cadena de reproducción. Y dos chicas estresadas que deciden comprar a dos de los más problemáticos. ¿Qué pasará ahora que los han comprado?
La verdad, me da mucha curiosidad saber qué opinión tiene al respecto nwn. ¡Muchas gracias por leer!