Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Sin embargo, la historia si es de mi propiedad.


Chapter 31:

Promise

D.

¿Alguien estaba siguiéndome?

La primera vez que crucé con esa sospecha fue la tarde de anteayer. Por regla general, no suelo exponerme al día sin usar gafas de sol. Éstas cumplen una doble función: protegerme de los rayos UV, e impedirle al mundo el acceso a mis ojos, idea particularmente útil para evitar cruzar miradas con los idiotas arrojando piropos durante mi paso. Por ese motivo, mi presunto acosador no se habrá percatado de que yo me había percatado de que acababa de cruzar exactamente la misma calle que yo. Sucede que yo era malditamente buena actriz.

Por un momento presumí que podría tratarse de Edward –lo cual sería muy propio de él, sopesando la situación-. No obstante, la anatomía del sospechoso no correspondía con la suya. Edward era alto y corpulento, mientras que este tipo, a cierta distancia, parecía más bien flacucho, de aspecto alargado, como una mantis religiosa.

Hoy, cuando abandoné mi escuela de artes marciales por la noche, me había asegurado de escanear la zona disimuladamente, mientras pretendía estirar las piernas en las afueras de la escuela, y no había percibido nada raro. Le conté sobre mis sospechas a Luke, quien, si bien suele prestar atención a este tipo de cosas, sugirió que quizá me lo había imaginado y me instó a entrar a su auto. Su desinterés me pareció inusual, hasta que descubrí –mediante un mensaje de texto bien subidito de tono en su teléfono, cuando él recargaba el auto en la estación de gasolina-, que su mente estaba muy, muy lejos de allí, probablemente sobre los pechos de su nueva conquista. Tal vez eso explicaba la paliza que le di hoy, en donde Luke terminó en el suelo y jadeando y conmigo sentada sobre él, sonriendo como una maniática. Lucas era más hábil que yo, y era también el consentido del profesor, cabe destacar. No todos los días saboreaba una victoria como esta.

Como todas las noches de la semana, Lucas me trajo a casa. Y como todas las noches, cené sola en la cocina, y luego me metí a la ducha. Al terminar le di las buenas noches a la tía Maddie y me encerré en mi habitación, presionando el seguro de la puerta. Con tranquilidad, accioné el interruptor de la luz, y honestamente no me sorprendió encontrarme a Edward en uno de los extremos de la colcha, con los brazos cruzados debajo de su cabeza y sus pies colgando del borde. Era la representación más perfecta y bien parecida de la despreocupación.

Sujetos extraños metidos en alcobas de muchachitas eran una buena razón para armar un escándalo. Pero lo primero que se me vino a la cabeza fue un genuino agradecimiento hacia él por deshacerse de sus zapatos para no estropearme las sábanas.

—Buenas noches, Darice. ¿Cómo estuvo tu día? —preguntó. Así, como si nada.

Habíamos acordado postergar cualquier acción de nuestro acuerdo hasta que terminara la escuela, lo cual sería en unas pocas semanas. Desde ese entonces, cada noche de las últimas dos semanas –solo, y solo cuando yo dejaba la ventana abierta para él-, Edward se presentaba. Me acompañaba hasta que lo despedía para irme a dormir, y no sabía nada de él sino hasta la noche siguiente.

Nuestra relación era bien particular. Durante la primera semana, habíamos diseñado una forma extraña de cohabitación que básicamente consistía en mí ignorándolo, demasiado enfocada en mis deberes escolares como para dedicarle mi atención, conforme él se limitaba a estirarse sobre mi cama como un gato, estudiando mis movimientos con esos ojos suyos brillantes. A veces, cuando se aburría, pedía mi permiso para juguetear con mi tablet o entretenerse con uno de mis mangas. Otras veces parecía sostener un chat de conversación desde su móvil, aunque era lo suficientemente orgullosa como para no preguntarle al respecto. Era cierto que su combinación de presencia, belleza y conducta me sacudía los nervios, pero hacía mi mejor esfuerzo en comportarme como la propia adolescente petulante de diecisiete años para ocultarlo.

Inevitablemente, con el paso de los días, la presencia del otro forzó nuestra interacción social. Todo empezó una noche de estudio, echada sobre mi vientre en el suelo con mis libros esparcidos por doquier, acorralada ante un ejercicio de cálculo que me estaba brotando canas verdes. Solo debía seleccionar con un círculo la respuesta correcta, pero ninguna de mis ejecuciones se acercaba ni un poquito a las opciones dispuestas por el profesor. Estaba a solo dos segundos de cerrar la maldita cosa y refunfuñarme inútilmente en una esquina cuando Edward, desde la completa comodidad de mi cama, musitó:

—La opción es correcta es la segunda.

Detuve el balanceo de mis piernas en el aire, mirándolo.

—¿Cómo puedes saberlo? Ni si quiera has sacado la cuenta —sin contar el hecho de que era casi imposible que fuese capaz de entender mi letra desde su posición. ¿Verdad?

Edward respondió estirando su brazo y flexionando los dedos en señal de que le alcanzara el lápiz y el cuaderno. En unos cuantos parpadeos, el ejerció estaba listo. Y parecía estar correcto.

—Eres como una calculadora —No contuve el elogio. Era asombroso—. ¿Conoces las respuestas de los demás? —pregunté, esperanzada.

Resulta que Edward no solo podía resolver cualquier ejercicio matemático en cuestión de segundos, sino que era mil veces más útil que el internet. Historia, química, ciencias naturales, biología… bastaba con que yo formulara la pregunta, y Edward ya tenía una paráfrasis perfecta para mí. Por supuesto, sospechando un fraude, contrasté su información con la que aparecía en internet, en espera de toparme con una coincidencia perfecta entre su discurso y algún artículo indexado o algún blog pirata, pero no encontré ninguna. Él parecía realmente saber de lo que estaba hablando. Así que después de varias comprobaciones comencé a confiar en él para realizar mis asignaciones. No me enorgullecía particularmente la idea de hacer trampas, pero necesitaba mejorar mi promedio horroroso y a Edward no parecía importarle ayudarme.

A veces charlábamos. Yo, acurrucada en mi cama, y él, sentado en el suelo o sobre mi taburete. Fue así como, discretamente, fuimos conociéndonos el uno al otro. Aprendí que Edward era un lector ávido, un amante de la política, los negocios, los idiomas y la ciencia. En torno a este último tópico, descubrí que teníamos puntos de interés en común, como la física cuántica y la astronomía, lo cual dio paso a acalorados debates que se extendían hasta que mis ojos se cerraban del agotamiento.

También compartíamos otros elementos, como la música. Ambos apreciábamos el jazz, el rock y la música clásica de igual manera, y concordábamos en que la música pop actual era una basura. Le gustaba el anime y el manga, como a mí, aunque sus intereses y preferencias sobre los mismos se remontaban veinte años en el pasado. Quizá era por eso que me lo encontraba haciéndole muecas a los mangas que le prestaba conforme los leía, como si no estuviese de acuerdo. Aunque nunca me dijo nada.

En ocasiones, Edward presentaba una mentalidad algo tradicional, y su discurso era ciertamente anticuado. Sin embargo, a mí me parecía encantador. A veces me deslumbraba como una idiota al escucharlo utilizar expresiones elegantes y elocuentes, porque no era un lenguaje con el que tuviese mucho contacto en mi instituto, donde todos eran una manada de idiotas superficiales.

Vibraba por dentro cada momento en el que cruzábamos miradas. Sus ojos destellaban como un millón de estrellas. En ocasiones, parecían temerosos, precavidos, anticipando la llegada de una catástrofe. Era desconcertante, porque era la mirada de un amante. Uno que se había acostumbrado a lidiar con la pérdida, y uno que había esperado diecisiete años por un amor perdido, basándome en sus confesiones. Era ridículo, también, por la lamentable falsedad de la historia.

Regresando al presente, descargué mi mochila y me derrumbé en el suelo, justo al lado de mi ánimo.

—Estuvo bien, supongo —respondí a su anterior pregunta, con un encogimiento de hombros—. Aunque un tipo me ha estado siguiendo.

Sé que mi comentario atrajo su atención. Su expresión tranquila casi se descompuso en otra emoción, pero la reguló a tiempo.

—¿Ah, sí? ¿Por qué piensas eso?

—Soy una persona muy atenta —alardeé, porque así era—. Y el tipo es un idiota.

Edward se quedó callado.

Curiosa, elevé mi rostro hacia él, detectando un cambió en su actitud. Justo cuando el entendimiento me golpeó.

—¿Contrataste a alguien para que me vigilara?

Mi arrebato de ira me ganó su encogimiento. Al menos tenía la maldita decencia de mostrar algo vergüenza, el muy bastardo.

—Lo hice para tu protección. Las ciudades son peligrosas, y solo eres una niña —argumentó, todo raciocinio en la vida.

—He practicado Kick Boxing, Krav Maga y Artes Marciales Mixtas desde los once años, todas las semanas. Sé defenderme muy bien, para ser una niña, cerdo machista.

Suspiró. Por primera vez desde que nos conocimos, casi lucía fastidiado.

—No seas soberbia, Darice. No se trata de machismo, sino de tu juventud. No subestimo tu capacidad para darle una paliza a alguien, pero por más entrenada que estés, incluso en el desarme, las probabilidades no son muy buenas frente a un sujeto armado. Deberías saber eso.

Me levanté del suelo, hirviendo de rabia por su imperturbabilidad y su arrogancia. ¿Ahora él pretendía darme lecciones?

—¡Eres todo un hipócrita, Edward! ¡No puedes venir a hablarme de tu deseo de protegerme de un victimario, cuando eres tú quien no deja de arrastrase detrás de una jovencita!

Eso le cerró la boca.

—¿Te quedaste sin replicas? ¿No piensas decir nada? —presioné, cruzándome de brazos porque por supuesto que consideraba seriamente la idea de correrlo para el infierno de mi casa.

—No hay mucho que pueda decir. Ciertamente, eres una niña, y yo un hombre mayor —su boca se torció con desagrado, y bajó la mirada.

Su expresión decaída era lo suficientemente sincera como para creer en su palabra. ¿Era esa una de las razones por las cuales parecía reacio a tocarme? ¿Porque reconocía su inapropiada obsesión por mí?

Reflexione sobre ello. La noche que cerramos el acuerdo, aquella en la que se arrodilló como un príncipe y sostuvo delicadamente mi mano, desarmándome con esos ojos suplicantes, el contacto físico acabó. Él no había elaborado ninguna excusa para tenerlo. Procuraba mantenerse del otro lado de la habitación, trazando los límites con una línea invisible. Pensé que respetar mi espacio personal era un medio para ganarse mi confianza, pero nunca se me había ocurrido que quizá, también podría sentirse avergonzado por desear a una adolescente.

En serio agradecía que fuese tan respetuoso porque, yo, por mi parte, no confiaba en mí misma lo suficiente como para atreverme a dar el primer paso. Por más natural que se sintiese el impulso de simplemente avanzar hacia él y juntar mis labios con los suyos, temía ser incapaz de detenerme si deseaba llevarlo más lejos. Sabía que él no me presionaría, no en contra de mi voluntad. Pero a juzgar por la pasión con la que me correspondió durante nuestro primer beso, cuestionaba su determinación para rechazarme si yo lo sugestionaba. Él era un hombre, después de todo. O al menos, actuaba como uno.

Sintiéndome particularmente benevolente hoy, decidí dejar a un lado el conflicto para profundizar en sus razones, por más ridículas y falsas que fuesen. Así que, relajando los hombros, avancé hacia él, sentándome en una de las esquinas de la cama.

Él se enderezó de mi inmediato, respondiendo a mi encuentro. Todavía lucía algo perturbado mientras me miraba y… sí. Era incluso más bello así, vulnerable frente a mí.

Controlé mi respiración para mermar las mariposas que revoloteaban en mi estómago, y jugueteé con mis dedos. Era evidente que sentía un flechazo por Edward, no tenía sentido negarlo a estas alturas. Mi atracción hacia él parecía ignorar el contexto de ese enamoramiento –su inhumanidad, su persecución, la absurda historia en torno a su aparición-. Había procurado postergar cualquier charla que se relacionara con toda su historia, principalmente, porque me decepcionaba la idea de que no existiese ninguna remota posibilidad de explorar una relación con la única persona con quien había sentido un verdadero apego en toda mi vida, además de Lucas, simplemente porque el objeto de mi interés estaba loco, loco de remate.

—Esto es tan jodido, Edward —al fin hablé, restregando mis ojos con cansancio—. Te di mi confianza y acepté tu trato. Estás más loco que una cabra y soy lo suficientemente estúpida para confiar en ti. ¿Por qué contratar a alguien para seguirme sin mi permiso? Eso es una falta de respeto a mi privacidad. Es jodidamente demasiado.

—Ya te lo dije. Quería protegerte en el único momento del día en el que yo no puedo hacerlo personalmente —resoplé. Por supuesto, los vampiros no podían salir a la luz del día, aunque para Edward representara más verse como una bola de disco que deshacerse en cenizas—. Es un profesional, y estoy realmente sorprendido de que te dieras cuenta —explicó, con una sonrisa demoledoramente tierna—. Aunque, con esto que me dices, me doy cuenta de que, de nuevo, he insultado tu perspicacia. Siempre has sido excepcionalmente observadora.

—¿Te refieres a Bella o a Alba? ¿O a las tres? —inquirí sardónicamente—. Qué tontería. Ya sabes lo que pienso de esto.

—No lo he olvidado. Pero me diste una oportunidad, en toda tu misericordia. ¿Te arrepientes de negociar conmigo?

Negué con la cabeza, masajeando mis sienes. Una punzada que amenazaba con convertirse en una jaqueca terrible.

—No he dicho eso. Seguiré adelante con esto. Todavía siento curiosidad.

Vampiros, licántropos… cuando lo pensaba con detenimiento, supongo que no sería demasiado descabellado concluir que éstos pudiesen ser diseñados en un laboratorio. La ingeniería genética seguía siendo un epicentro de polémicas, sí, pero siempre existían organizaciones secretas y corruptas por ahí haciendo de las suyas, sean cuales sean las razones. Si Edward había sido creado para contener ciertos atributos normalmente vinculados a la mitología vampírica, eso no explicaba el por qué él se encontraba tan convencido de que era un vampiro.

¿Quién le había metido esa idea en la cabeza? Porque no podía imaginar cual podría ser el propósito de implantar recuerdos falsos –y, sobre todo, una historia tan ficticia-, en una criatura diseñada en un laboratorio. ¿Alguna clase de experimento social? ¿Yo había sido un blanco seleccionado de manera arbitraria? ¿Me vigilaban en este momento los espías científicos? No. Simplemente no tenía sentido. Una corporación que se tomaba la molestia de construir algo tan preciso y acertado como Edward, no perdería su tiempo con algo tan infantil. Incluso descarrilándome hacia las teorías conspirativas, como que él podría perfectamente ser un arma, algún prototipo de tecnología militar, sus convicciones seguían siendo incoherentes. ¿Quizá la inestabilidad mental era un efecto secundario de la experimentación?

Me situé en un escenario en el que le concedía la razón. En donde aceptaba su naturaleza tal como me la presentaba, y sopesé lo que me había contado sobre su versión de los vampiros: un cuerpo físico irrompible por la fuerza, posible de destruir solo a través del fuego, de la decapitación –llevada a cabo por uno de su especie, de su cazador, el hombre lobo-, o de la tecnología moderna. Un organismo que sobrevivía alimentándose de sangre, como los murciélagos. Además de esto, tanto él como sus compañeros estaban dotados de aptitudes físicas superiores a las del ser humano, incluyendo la ampliación de los sentidos básicos. Incluso si Edward evidenciaba la veracidad de sus habilidades increíbles, ¿significaba, necesariamente, que ha habido humanos y vampiros coexistiendo desde tiempos inmemorables, pero estos últimos sin ser descubiertos? Era insólito. Estábamos avanzando como sociedad. Revertimos parte del daño en los ecosistemas y en los cambios climáticos, viajamos a la Luna y a Marte, planeamos colonizar otros planetas, ¿pero nadie era capaz de notar a un montón de gente inhumanamente fuerte e inmortal rondando por ahí? ¿Y qué hay de los licántropos, tan presuntamente capaces de picar en trocitos a un vampiro con sus fauces? ¿Qué tan desapercibido puede pasar un sujeto con genes de lobo y de homo sapiens?

Con respecto a los dones sobrenaturales… parecía ciencia ficción o fantasía, pero supongo que es algo más que Edward tendría que demostrarme. Sin embargo, quedaba única cuestión, la incomprobable: el bendito temita de la existencia del alma. Situándome en un escenario en el que aparentemente la sociedad es lo suficientemente idiota como para ignorar todas estas cuestiones, el supuesto del alma es sencillamente ridículo. Imposible. No existe prueba científica, ni una sola, en toda la historia, que de fe de la existencia de vidas pasadas, por más insistentes que puedan ser las religiones orientales y los charlatanes con su basura astrológica. Si es que llegase a ser cierto, no existe forma de comprobar la existencia del alma.

—Imagina que te creo —propuse de pronto, gesticulando exageradamente con mis manos—. Imagina que me creo todo esto, incluso que soy la reencarnación de otra chica. ¿Cuáles son tus planes conmigo? ¿Convertirme en vampiro para que viva contigo por el resto de la eternidad?

—Eso es bastante exacto, sí. Pero solo mientras tú lo desees. Aunque te seré franco: conservo la esperanza de que te enamores de mí.

Su mirada casi me arrebata la respiración. Ardiente, poderosa. Llena de determinación.

—¿Y qué pasa si no lo hago? —lo desafié.

—En ese caso, me quedaré contigo tanto tiempo me lo permitas, esperando ser útil para ti, asumiendo el rol que me asignes, sea cual sea. No te mentiré diciéndote que no me dolería tu rechazo, pero me importa mucho más que seas feliz. Y si en alguna oportunidad llegases a despreciarme —frunció las cejas, como si la sola idea fuese dolorosa—. Si decides que ya no quieres saber más nada de mí, me esfumaré de tu vista para siempre. Jamás me interpondré en el camino de tu felicidad. Pero tengo que advertirte que no te abandonaré, aunque no puedas verme. Permaneceré a tu lado cada día, cada oportunidad que me sea posible. Seré tu sombra, tu escudo y tu guardián. Si algún día me necesitas, acudiré a tu llamado —me atrapó con su mirada apremiante, hipnotizante. No podía moverme—. Es una promesa —declaró por fin.

Tapé mi boca con mi mano un segundo demasiado tarde para evitar que un jadeo quebrado escapara. Mis ojos abiertos con desconcierto y asombro miraron los suyos fijamente, tan serios y llenos de convicción. Mi garganta se apretó, y tuve que hacer un gran esfuerzo por contener las lágrimas.

Toda la vida había sido una indeseada: para mi padre, quien probablemente me preferiría muerta antes que siendo su hija bastarda, y para mi propia madre, quien prefirió cortarse las venas antes que cuidarme sola, porque su amor por mí no fue suficiente. Y aunque mi tía me quisiera, yo no era más que una carga. Ella nunca quiso hijos. Nunca esperó niños. Y entonces llegué yo y desquebrajé todo el futuro tranquilo que esperaba para sí misma, y no le quedó de otra que hacerse cargo de mí solo porque era lo suficientemente religiosa y ética como para no lanzarme a un orfanato.

Hasta ahora, mi existencia nunca le había importado a nadie, no realmente. Mucho, muchísimo menos lo suficiente como para merecer toda la adoración en el rostro de Edward cada vez que me miraba. Porque esta no era una ofrenda de amor cualquiera: era una declaración de entrega rotunda y completa.

Y lo más terrible y atroz de toda la situación es que, ¡no tenía nada que ver conmigo! No se trataba de mi apariencia, de mi talento, o de mi recorrido en la vida. Él solo se hallaba aquí debido a su convicción patológica de que su querida Bella se encontraba dentro de mí, en alguna parte. No era por mí.

Nunca soy suficiente para nadie.

Edward identificó de inmediato que algo andaba mal, su ceño frunciéndose en preocupación, y casi me provoca reírme. Su preocupación era vano y mi tristeza también lo era, porque él era un loco y yo una tonta.

—¿Pasa algo? ¿Te he hecho sentir incómoda? —concluyó, comenzando a verse alarmado por mi mutismo.

—Estoy bien —mentí, aunque se me entrecortó la voz, así que me aclaré la garganta—. ¿Es en serio lo que dijiste? ¿Lo de convertirte para mí en lo que yo quiera?

—Completamente en serio.

Lo contemplé con detenimiento. A su premura y a su belleza inhumana, a su seguridad y a la determinación de sus palabras, y de pronto tuve una revelación.

La naturaleza de Edward no era un inconveniente para mí, ya no, incluso con toda su locura en medio. Toda mi vida he despreciado la crueldad humana lo suficiente como para querer escapar de ésta, y es por eso que cuando aprendí a pintar, pincelé mi propio mundo, uno en el que el honor, la lealtad y el sacrificio lo eran todo. Independientemente de lo que resultara ser Edward… por más aterrador y desconcertante que fuese, el solo hecho de que no fuese humano, que no perteneciese a esta realidad egoísta y vil, y que se encuentre aquí, tan dispuesto a dar todo de él por amor tan ilusorio y etéreo… eso es lo que lo hacía especial.

Entonces comprendí, después de tantos días de meditación sin salida, por qué había accedido a su acuerdo de ponerse a prueba. Mi interés partía de un afecto posesivo y hedonista, totalmente independiente de mi inexplicable fascinación romántica. Edward era lo más auténtico con lo que me había topado. Y por esa razón, yo quería extender su estadía, conservarlo, como quien encierra dentro de una jaula de oro al ave más raro del mundo.

Y ahora, con esta bomba que acababa de soltar, esta promesa de amor infinito… quizá si hubiese alguna posibilidad de construir algo con él, aunque en este momento no estuviese muy segura de qué. Incluso cuando sabía que estaba perdiendo su tiempo con una impostora, era una oferta demasiado buena como para no considerarla. No sabía cuánto le duraría la psicosis a Edward, pero quería tanto que alguien me amara, así sea por un rato, que me vi a mi misma cediendo, incluso cuando yo no lo amaba de regreso.

Porque no solo quería quedarme con el pájaro, exótico y despampanante, para tenerlo y admirarlo cuanto quisiera. También quería su devoción.

Edward se relajó notablemente cuando le dije que aceptaba sus condiciones.

Permanecimos unos cuantos segundos en silencio, cada uno retirándose hacia sus propios pensamientos. Y tras desarrollar una batalla interna conmigo misma, terminé rindiéndome ante la curiosidad. Después de todo, conocer el alcance del mundo que él había construido era sumamente importante si había decidido seguir adelante con esto.

—¿Qué sucede cuando la gente comienza a darse cuenta de que ninguno de ustedes envejece? —me senté de rodillas sobre la colcha, a la altura de sus piernas extendidas.

Levantó la cabeza de la almohada y sonrió, tan sorprendido como animado de que quisiera preguntar sobre eso, y se sentó derecho, descansando la espalda en la cabecera de la cama.

—Nuestra vida en sociedad depende fundamentalmente de una falsificación a gran escala. No siempre lo hacemos nosotros, sino que contratamos a falsificadores expertos. Con cierta regularidad debemos obtener certificados de nacimiento, licencias de conducir, diplomas, pasaportes…. Créeme, con las credenciales apropiadas, la gente suele creerse casi cualquier cosa que le digas.

—¿Y qué pasa si alguien que se haya encontrado con ustedes, no sé, cincuenta años atrás, los reconoce? ¿O si conservan fotografías de ustedes?

Se pasó una mano distraídamente por el cabello, revolviendo las hebras. Su cabello era oscuro y rizado en las puntas, e impresionantemente sedoso. La verdad no lo culpaba por toqueteárselo todo el tiempo. Yo también lo haría, si fuera él.

—Suele ser improbable. Normalmente no visitamos la misma área hasta que haya pasado suficiente tiempo como para que la generación que podría recordarnos esté muy anciana o haya fallecido. Pero en caso de que eso ocurra, siempre podemos contar con Alice para advertirnos. Entonces empacamos y nos vamos —ahora su atención estaba sobre un rizo rebelde, justo detrás de su oreja, el cual enroscaba entre su dedo anular—. También solemos jugar con nuestras identidades, asignándonos diferentes apellidos y roles, así que las relaciones que compartimos suelen cambiar. En un sitio dos miembros pretendemos ser padre, e hijo, en otro, en hermanos, y en otro, esposos.

"Y respondiendo a tu otra pregunta, solemos evitar que nos fotografíen, aunque no podemos escapar de la foto para algunos papeleos legales. Así que, bueno, más o menos cada setenta años, fingimos nuestras muertes. Solo si es necesario borramos nuestras identidades de los sistemas, pero normalmente nos limitamos a alterar las fotografías. Es muy complicado. Antes de toda la era digital era mucho más fácil ocultar la evidencia, pero ahora somos mucho más precavidos que antes. No manejamos redes sociales, tampoco, y siempre tenemos contratamos a gente para que borren nuestros rostros del internet, en caso de que aparezcan por casualidad.

—Pero… Seguramente alguien habrá notado un error. O tuvieron un desliz, rompieron la ley sin saberlo, cosas así. Las autoridades tuvieron que haber puesto la mirada sobre ustedes, así sea una vez. ¿Cómo lo evitan?

—La gente suele ceder ante nosotros, en parte, porque somos depredadores. La transformación nos dota del atractivo necesario para "seducir" a los humanos —explicó—. Por otro lado, somos encantadores, aunque todo se trata de una actuación, por su puesto. Pero si ninguno de los métodos tradicionales es efectivo, los sobornamos para que nos dejen en paz —se encogió de hombros.

—¿Todo el tiempo? —asintió—. ¿Se venden, así no más?

—Cualquier persona tiene un precio por el cual venderse —asentí en acuerdo. Eso ya lo sabía—. En el tiempo que llevo existiendo, nadie ha sido la excepción. Afortunadamente, el dinero nunca ha representado un problema para nosotros.

—¿Por qué? —insistí. Él me había comentado que, en muchas formas, eran tan funcionales como cualquier "familia" normal. Estudiaban, se graduaban, ejercían sus oficios, asistían a eventos sociales. Pero no imaginaba que eso fuese suficiente para costear la millonada invertida en expertos para que limpiaran sus desastres.

—Somos considerablemente adinerados. Cada uno por sus propias razones y méritos. Por ejemplo, Carlisle, ¿lo recuerdas? —asentí—. Es el líder y fundador de nuestro clan, el primero de nosotros en interesarse en respetar la vida humana, y el primero en desear convivir con ellos. No fue fácil para él. Al principio, obtuvo ayuda financiera de Los Vulturi, quienes eran sus amigos en ese entonces.

—¿Los que te mataron? ¿La… realiza vampírica, no? O algo así.

—Los mismos.

—Pues no pareces muy enojado por eso.

—No lo estoy, realmente. Se supone que no debemos exponernos y rompí la norma. Así que yo me lo busqué —encogió un hombro, completamente despreocupado.

De acueeerdo.

—Continúa —lo insté.

—En fin. Carlisle, luego de eso, comenzó a ganar su salario como médico durante muchos años sin tener gastos más allá de los lujos para combatir el ocio. No comemos y no enfermamos, después de todo. La fortuna que almacenó, y que sigue almacenando, es generosa. Sin embargo, en términos generales, todos somos inversionistas y compradores. Alice ama el mercado bursátil —sonrió nostálgicamente, mirando hacia la nada. Parecía extrañarla—. Y, como solemos sobresalir en los campos en los que nos especializamos, la paga suele ser buena.

Incliné la cabeza, meditando al respecto. Viéndolo desde otra perspectiva, la historia sonaba bastante interesante, digna de su propia novela. Sobre todo la parte de una psíquica inmortal que conozca cómo y cuándo invertir en la bolsa. Con esa tremenda ventaja, siendo Edward, yo no me molestaría para nada viviendo en una mansión. Pero supongo que vivir como un millonario era el antagonismo de pasar desapercibido.

—¿Qué hay de ti? ¿Qué has hecho para ganarte la vida?

—He ejercido varias carreras y he cursado el instituto más veces de las que quisiera pensar cuando era solo Edward —sonrió, enseñando los dientes—. Afortunadamente, debido a la edad en la que morí como Eithan, ya no aparento ser un adolescente para nada, así que puedo ejercer casi cualquier carrera sin que mi edad sea demasiado cuestionada. Ya no tengo que fingir ser un estudiante, gracias al cielo.

Me rasqué el cuero cabelludo. Edward Masen, Edward Cullen, Eithan Grant. Seguía siendo algo confuso y enrollado. Sobre todo la parte de la edad actual de Edward. Me había dicho que su cuerpo físico –o el de Eithan-, tenía veinticinco años, pero Edward lleva acumulando experiencias desde 1901. Dejando a un lado los tecnicismos complicados en cuanto a las fechas de nacimiento y defunción de todas sus vidas, podría decirse que tengo a un vampiro de 153 años de existencia charlando conmigo en mi dormitorio.

—¿Y qué haces actualmente? —pregunté.

—¿De verdad te interesa saberlo? —sus ojos brillaron un poco. Creo que le alegraba que siguiera preguntando por él.

—¿Por qué no? Casi fui tu esposa, ¿no? —me burlé, recordando su compromiso con Alba—. ¿Por qué no querría conocer la vida de mi prometido?

Tan rápido como se encendieron, sus ojos se apagaron. Ay. Creo que se me había ido la mano con la broma. Todavía me costaba asimilar que, por más tonto que fuese, su realidad era tan válida para él como lo era la mía. Tenía que aprender a cerrar la boca y ser menos insensible en el futuro. Era un buen hombre, después de todo, y me sentía culpable por herir sus sentimientos.

—Yo… perdón —musité, casi a regañadientes, pero no agregué nada más. No era una mujer de ofrecer disculpas.

—No pasa nada —sus labios se curvaron en una sonrisa amable—. Y mi trabajo… No es tan convencional. Soy un hacker.

—¿Un hacker? —antes de darme cuenta me incliné ligeramente hacia él, emocionada—. Pero, aguarda. ¿Un hacker tipo: "Publicaré tus fotos desnudas desde tu SocialLife*"?, ¿O uno nivel: "Robaré todos los millones de tu cuenta bancaria en Suiza"?

—De los segundos —reveló con modestia.

—Eso es... wow. Genial —no era tan fácil burlar el sistema de seguridad de las bancas electrónicas. Nada, pero nada fácil—. ¿Dónde lo aprendiste?

—Un sujeto me enseñó. Estaba metido hasta la cabeza en asuntos turbios, como todos los contactos de Jasper —asentí, dándole a entender que reconocía el nombre. El marido de Alice, si mal no recuerdo. También el tipo que supuestamente quiso comerme, cabe destacar

—¿Puedes dejar a alguien en bancarrota?

—Técnicamente puedo hacerlo, pero no me malinterpretes —se apresuró a agregar—. No soy tan invasivo. Quito de aquí y de allá, y mis blancos son gente tan absurdamente rica que probablemente su dignidad sale más afectada que su bolsillo.

—¿Y alguna vez te han pillado?

—Tuve un desliz cuando estaba empezado, pero me escabullí antes de que los órganos de seguridad acorralaran mi edificio. Desde entonces, no ha habido accidentes.

—Entonces está hecho. ¡Róbale a alguien! —ordené con afán. Después de todo Edward prometió que haría todo lo posible para demostrar que sus palabras eran ciertas, y acaba de decidir que eso incluía esta situación. Sí de verdad era un genio, de ninguna manera pensaba perderme la diversión de un acto criminal de ese calibre.

Edward me sorprendió accediendo de inmediato. No esperaba que fuese colaborador a la primera.

—Por mí está bien. ¿Qué quieres que haga?

—No tienes escrúpulos —me carcajeé—. No pienso pedirte ni un solo centavo, si es lo que piensas. No soy una ladrona. Solo busca a alguien asquerosamente rico, un empresario o algo así. Quítale una suma enorme de dinero y devuélvela a su cuenta tres horas después. ¿Puedes hacer eso?

—Seguro. No será un problema —confirmó, absolutamente relajado al respecto.

—¡Genial! —exclamé. Creo que brinqué un poco y todo.

Sus rasgos se iluminaron con una hermosa sonrisa, encantado con mi entusiasmo, y casi se me derrite el corazón. Parecía importarle una mierda arriesgarse solo para satisfacer mis caprichos. De hecho, parecía importarle una mierda acabar con el mundo entero con tal de arrancarme una sonrisa.

Quizá esta sea la única oportunidad que tengas de importarle a alguien de esta forma, me recordé.

Fue así como tomé la decisión de recompensárselo, de agradecer todo lo que estaba dispuesto a sacrificar por la mujer que él creía, era el amor de su vida. Me arrastré levemente hacia adelante, colocando mi mano sobre la suya en un gesto de agradecimiento, suspendiendo así la barrera física entre nosotros. La descarga de confort que se extendió por mi cuerpo con ese contacto fue alucinante, y la urgencia de besarlo volvió, pero mi autocontrol fue más fuerte que mis hormonas.

Puede que haya sido un simple toque, pero para Edward, por esa mirada esperanzada en el rostro, parecía el cielo.


*SocialLife: Nombre que inventé para referirme a una red social futurista tipo Facebook/Instagram/Pinterest.

Como lo prometido es deuda, les he traído un capítulo largo y algo emotivo. Las aguas comenzarán a moverse más rápido a partir del siguiente capítulo. Y me gustaría también agregar unas cuantas cosas:

1) Antes de que comiencen a acribillarme con respecto a lo manipuladora que es Darice, es salir en defensa de su honor, jajaj, el de ella y el del Alba, en realidad. No me importa que exista más afinidad por una versión de Bella que de otra, de hecho, tener sentimientos encontrados respecto a ellas (o hacia Edward o Eithan) es justamente lo que quiero provocar. Quiero dejar muy claro que yo NO creo personajes perfectos., porque éstos no existen. Cuando leímos por primera vez la saga de Meyer, estuvimos convencidas de los perfectos que eran muchos personajes. Probablemente nos pareció que así eran, porque la mayor parte de la saga fue narrada a través de los ojos de Bella, quien es considerablemente inocente, ingenua y crédula en muchos aspectos. En mi fic, yo no estoy buscando crear modelos que parezcan perfectos, personajes completamente nobles y agradables, sino algo un poco más realista. Y el realismo incluye también lo malo.

2) Me imagino que más de una se preguntará qué pasó durante esos años de convivencia entre Edward y Alba antes de que ella falleciera. Eso se explicará más adelante, pero puedo adelantarles que no fueron buenos. También queda pendiente conocer cómo fue la vida de Edward durante los últimos 17 años.

3) Los capítulos anteriores a este serán sometidos poco a poco a un proceso de edición, solo para mejorar la redacción.

En fin! Me gustaría saber qué les pareció el capítulo. Pero, sobre todo, estaría encantada de conocer sus opiniones acerca de Darice, sean buenas o malas, porque reconozco que ella es un poco -bastante- extraña, y estoy segura de que más de uno pensó WTF más de una vez conforme leían el capítulo.

Por otro lado... ¡803 REVIEWS! No lo puedo creer. Nunca esperé tener tanto recibimiento en un fic mío. De verdad les doy gracias, gracias, gracias y miles de gracias por su receptividad!

Y bueno, para cerrar, quiero darle las gracias por sus favoritos, sus alertas, sus reviews, así como darle la bienvenida a los nuevos lectores. Por sus reviews desde la penúltima actualización, quiero agradecer a bbluelilas, Dess Cullen, A. CULLEN, Luli ,Chiarat , Adriana Molina, Mss1-cullen-swan, nicomartin, Mitzuki19 , Tary Masen Cullen , sofihikarichan, Teffy Cullen Salvatore, bluesweet , DaisyBadillo, Hanna D. L, mariees , Vikkii Cullen, , Denisse, sofihikarichan, Xi0t , GaByMaY91, liduvina , Liseth Cabrera , Mitzuki19, caritoreh, Carol Rosalie Cullen, Valro , CecyBlack, RosieBlackie , Shandra1, somas, erizo ikki , musegirl17, Yoliki , KaChicahualiztliH, inmerse in another life , Isis Janet, EliAnaGisele , Euge32, PauBooks , y todos los guests!