ºMadre olvidadaº


Capítulo Primero

Tragedia

Lo que hagas hoy será el fruto que recogerás mañana.


Advertencias:

Disclaimer: Los personajes utilizados pertenecen a Mashashi kishimoto.

Parejas: Sasuke x Sakura, Itachi x Sakura, Naruto x Hinata y posiblemente alguna más extra.

Rango: M.

Estatus: En proceso.

Autora: Chia S.R

Temas: Drama, alcohol, sexo, romance, comedia, abandono, muerte de personajes.


Nota:

La historia tendrá muchos regresos al pasado y presente. Estos estarán marcados por fechas o por Flashback.

Los (...) indicarán que cambia de personaje. Es decir, si antes de aparecer (...) está viéndose desde el modo de sakura, al aparecer (...) cambiará a otro personaje.


Resumen al final.


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10 años atrás…

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Sa… Sasuke-kun.

Clavó las uñas sobre los hombros del nombrado. Un moreno de ojos negros y tez pálida que semi desnudo, embestía en su interior como si fuera el fin del mundo. Las paredes del sanitario crujían en cada una de sus embestidas y sus gritos empezaban a crear murmullos, llamando la atención.

Él gruñó y demandó silencio, cubriéndole la boca con la palma de la mano y mirándola por un instante en advertencia.

Lejos de sentirse ofendida o menos excitada, apretó sus piernas más alrededor de sus caderas y le clavó las uñas en busca de más.

Cualquier persona diría que era una fresca, que no tenía autoestima o que simplemente, con solo ver que estaba teniendo sexo con un compañero de su clase, en el baño de mujeres de un karaoke, la tacharían de desvergonzada. Pero estaba muy lejos de preocuparse por eso.

Estaba demasiado borracha.

Tanto, que solo podía pensar en su propio placer.

Y desde luego, que estaba teniendo sexo con uno de los tipos más populares de todo el colegio.

Era fin de curso. Pasarían a la universidad. Y toda la clase quedó claramente con intenciones de celebrarlo por lo alto. Terminaron en un karaoke. Alguien sacó las bebidas. Sakura no pudo dejar de beber.

Cuando se quiso dar cuenta, salía de la mano de ese chico del pequeño cuarto de karaoke sin que nadie los viera, se metía dentro del sucio baño y le permitía bajarle la ropa interior e introducirse en ella con la misma necesidad que tanto el alcohol como el deseo podían otorgarle.

Y ni siquiera la había nombrado una sola vez.

Estaba sudado y cada vez más cerca del orgasmo, sujetándola contra la puerta que se mecía con cada uno de sus embistes. Hasta que, repentinamente, tuvo la sensación de sufrir el mejor orgasmo de la vida, con él, sacudiéndose en su interior, llenándola.

Un momento después resbalaba por la puerta, jadeante, apoyándose sobre sus talones mientras él sacudía su sexo, limpiándose y la miraba fríamente.

Sakura esperó poder tenerse en pie para apartarse. Ni un beso en la mejilla o esperarla. Salió del baño, dejando como todo recuerdo el sexo vivido.

9 meses después…

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Todas las madres sonreían con felicidad mientras sostenían sus pequeños entre sus brazos, besaban sus rojizas caras y apretaban sus diminutas y rechonchas manos. Todos, menos ella.

Su pequeño retoño descansaba en la cuna, ajena a las miradas que su madre le profería. Había sido un parto difícil y aún así, al ver a su hija, sintió deseos de llorar por un motivo diferente. Como un castigo enviado del cielo.

Aquella niña era idéntica a su padre.

Ojos negros y unas pequeñas hebras oscuras junto a tez pálida. Claramente, una Uchiha. Sasuke Uchiha era su padre. Era un adolescente como ella. Y había sido engendrada en el cuarto de baño de mujeres, mientras sus padres eran víctimas del alcohol y tan solo fue sexo consentido.

Su padre jamás le dedicó una palabra de amor o simplemente cariño, Para él, era la chica de cabellos rosas molesta que pululaba alrededor de él cuando tenía oportunidad. Y para ella, había sido el chico inalcanzable que todas deseaban.

En pocas palabras: no había sido querida.

Y ella no podía mantenerla.

Su madre había puesto el grito en el cielo y se aseguró que el resto de vecinos no se enterasen, teniéndola encerrada en casa durante los nueve meses. Probablemente, lo único que hacían de bueno por ella era pagarle las facturas del parto. Su padre le había retirado la palabra de por vida.

Todo había sido una completa y nefasta metedura de pata.

Y su hija, su pobre hija… ¿cómo iba a cuidarla? Era imposible para ella.

Sus padres habían insistido en que cargara con su pecado, que comprendiera que tener una hija era algo más duro que, según su padre y el tremendo enfado que cargaba, abrirse de piernas para un tío que ni siquiera sabría jamás que era padre.

Se cubrió el rostro y sintió el llanto caer por sus mejillas. Cálido y doloroso.

Había sido madre sin desearlo. No amaba a su hija. No amaba a su padre. Su padre no la amaba a ella.

Y éste jamás sabría que habían concebido un hijo juntos.

Tiempo después…

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Llovía. Una condenada lluvia que retenía sus pasos. El paraguas hacía tiempo que lo había perdido y el agua calaba por sus huesos. Sin embargo, entre sus brazos, conservaba en perfecto estado el pequeño bulto caliente.

Se detuvo y miró su pequeña cara, enrojecida por el calor de las mantas que ocultaba bajo el protector de lluvia. No se había atrevido a ponerle nombre. No. No quería encariñarse más con ella.

Tenía que salvarla.

Salvarla de tener una madre tan horrible como ella. De asegurarse de que tuviera una vida mejor. Algo que ella no podía entregarle.

Buscar en intentar las formas más fáciles de deshacerse de un bebé la habían aterrado. Se preguntó cómo permitían que la gente fueran capaces de encontrar esas páginas y se negó a dejar a su hija junto a un contenedor o dejarla caer por la tubería de un inodoro. No.

No es que fuera mejor lo que iba a hacer. ¿Qué demonios? Iba a abandonar a su hija no deseada. Y eso era lo más horrible del mundo.

Pero estaba asustada. Aterrorizada de no ser capaz de darle lo que necesitaba. El bebé necesitaba una madre: Ella no lo era.

Caminó unos pasos más, notando como las botas empezaban a encharcarse. Los cabellos se le pegaban al rostro y el frío la hacía tiritar.

Cuando sus ojos visualizaron la luz fue como un escalofrío de satisfacción. Unos pasos más y todo habría terminado.

Cruzó la verja sin hacer el menor de los ruidos, siempre acunando al bebé para que no despertara, y se detuvo frente a la puerta. Era gruesa, resistente y tenía por mirilla la forma extraña de un abanico.

Depositó el bebé sobre el suelo, asegurándose que ni la humedad ni la lluvia golpearan su piel o ropas. Incluso decidió quitarse el abrigo y colocarlo de forma que quedara por encima de ella.

Y miró por última vez su rechoncho rostro. El gesto de felicidad al reconocerla.

Sakura cerró los ojos e hizo de tripas corazón.

Su dedo apretó el timbre. No hubo vuelta atrás.

(…)

La chimenea crujía y calentaba la sala. Algo que agradecía bajo la lluvia que estaba cayendo en el exterior. Esos días tendían a hacerle sentir solitario, más de lo que era. Hundirse en su propio mundo. Y también eran los mejores para que la inspiración recayera en él.

Sin embargo, algo le agitaba esa noche. Algo que no terminaba de encajar.

Cuando el timbre sonó, con aquel sonido de cascarrabias al que hubieran despertado de un duro letargo, comprendió que algo muy gordo debía de suceder para que alguien decidiera llamar a su puerta con tremenda tormenta encima.

Pero jamás pensó en encontrarse lo que vió.

Una figura corría calle abajo, empapada por la lluvia, chapoteando por los charcos sin mirar atrás. Una mujer. Y justo frente a sus pies, un pequeño bulto.

Durante toda su vida había visto cosas extrañas. Vivido situaciones incomodas y difíciles. Pero esa era… la peor de todas.

Se agachó y con sumo cuidado, recogió lo que imaginó sería un bebé. Solo una madre desesperada podría adentrarse a esas horas entre la maleza, subir una carretera desolada hasta dar con su casa. Imaginaba que los rumores la amedrentarían, pero no fue así. La prueba era claramente lo que sostenía entre sus brazos.

Quitó la húmeda chaqueta de encima que seguramente la madre, en un último espasmo de culpabilidad decidió colocar sobre el bebé. La dejó caer de cualquier forma sobre el parqué y trató de buscar al pequeño entre los rollos de mantas que lo envolvían.

La sorpresa fue cada vez más grande a medida que descubría a lo que resultó ser una niña.

Una niña de ojos negros, pequeños mechoncitos oscuros.

10 años después, Tokio, pasarela mil noches.

—No puedo creerme que me esté pasando esto.

Sakura hundió las manos en sus cabellos, echando la cabeza hacia atrás mientras miraba el pie sobre el tocador. El zapato se había roto justo sobre la cinta. El staff iba a matarla.

—No es para tanto. Has modelado en peores condiciones— murmuró su ayudante mientras intentaba arreglar el estropicio—. Recuerdo la última vez que…

Sakura levantó una mano y siseó.

—Hinata, de verdad, para. No necesito recordar cada uno de mis desfiles.

La nombrada sonrió con ternura, pero aún así, pese a su petición, continuó hablando del último desfile en estados unidos. Para Sakura fue un desastre. Para su ayudante, Hinata Hyûga, una maravilla. Sakura podía maldecir todas aquellas condenadas modelos que se habían empeñado en destruirla cuando rasgaron el precioso vestido que el diseñador había creado únicamente y tan solo para ella.

Sakura había salido a la pasarela pisando tan fuerte que nadie se percató de los errores en el modelo. Pero después tuvo que pagar un condenado vestido que terminó en su armario pasando los días, esperando con que alguien quisiera volver a usarlo. Ella nunca lo haría.

Hacía seis años que era modelo. Seis años desde que un cazatalentos la encontró y explotó todos sus puntos fuertes. Pasaron tres hasta que pudiera desfilar en zonas importantes como una de las más famosas representantes de Japón. Su rostro, cabellos y ojos llamaron enseguida la atención de diferentes diseñadores que buscaban algo exótico. Ella podía dárselo.

No necesitaban mucho más. Solo su cuerpo.

Se lo entregó con toda su alma. Al fin y al cabo, era un cascarón vacío.

Dos años después, encontró a Hinata. Una tímida muchacha cuyo sueño de ser modelo se veía truncado por culpa de sus enormes senos, la grasa en su cintura y sus problemas con los tacones altos. Sakura se enamoró de ella cuando la vio.

Era tan pura, tan sincera y tan… tan suya que no podía dejarla. Por más que a ella le gustara menospreciarse y verse como algo menor, Sakura la admiraba.

Pese a su timidez, era capaz de crear algo maravilloso con sus propias manos. Maquillaje, ropa… cualquier cosa. Sakura se había prometido a sí misma lanzarla al estrellato cuandito que pudiera. Esas manos eran un completo pecado como para mantenerlas ocultas por más tiempo.

—Listo.

Sakura miró el zapato y movió el tobillo. Como nuevo. Bajó el pie, pisó y se levantó. Con la misma gracia de siempre, caminó unos cuantos pasos y esperó. Todo seguía en orden.

—Hinata, eres un completo sol. Tus manos deberían de estar prohibidas.

La joven Hyûga enrojeció hasta las orejas y negó, moviendo las manos con nerviosismo.

—No, no. Con tal de verte desfilar, me basta. Te admiro demasiado, Sakura.

Aquellas palabras siempre eran una punzada para ella, directa a su corazón. Se llevó las manos hasta el vientre, apretando los nudillos con fuerza contra su carne. SI ella supiera…

—No deberías de verme así, Hinata. No soy tan perfecta como crees.

Y giró sobre sus talones, dispuesta a desfilar.

Luces, cámaras, aplausos, vítores y sobretodo, miradas. Miradas que recaían en todas y cada una de las modelos. Especialmente, en ella.

Pisar con fuerza, mover su cuerpo, dirigir el espectáculo como los demás querían. Era algo que se le daba bien. Dejar que su cuerpo hablase mientras su mente volaba.

Volaba a diez años atrás.

Todavía poderse verse como aquella chiquilla asustada que corría calle abajo, tropezándose de bruces, hiriéndose las rodillas y llorar como una niña pequeña hasta que la garganta le dolió. Aún recordaba la fiebre que la tuvo dos semanas en cama y como gritaba, suplicando que la perdonaran.

Pero nadie la perdonaría.

Sus padres se habían divorciado y convivir con su madre había sido duro y terrible. Sus miradas acusadas y sus frases eran como cuchillos.

Abandonaste a tu hija. ¿Te habría gustado que yo lo hubiera hecho contigo el día que naciste?

No. Por supuesto que no. Mas quizás hubiera sido lo mejor.

Lo tuviste dentro de tus entrañas. Podrías haberle dado un hogar.

Esperaba. No. Rogaba porque así hubiera sido. Con todas sus fuerzas.

Muchos rumores siempre llegaban de aquella casa que escogió. Pero ninguno eran ciertos. Días atrás había ido para ver qué había ocurrido. Una de las noches vio a un hombre cargar con un bebé al que daba leche en un biberón.

No volvió nunca más.

Cuatro años después de emprender su carrera como modelo, su madre se suicidó. Lo único que le dejó fue una carta en la que no solo la acusaba de haber sido una mala madre, si no que se culpaba a sí misma por haberla dejado tener a esa criatura. Sakura no podía estar más de acuerdo. Pese al odio que sentía hacia su persona, nunca pudo olvidar que, si sus padres hubieran sido más sensatos, debieron de hacerla abortar.

Nada de aquello hubiera pasado.

Ah. Pero tampoco habría pasado si no hubiera sido una adolescente idiota teniendo sexo en un baño con el tipo más popular del instituto.

Ahora aquella estúpida frase le parecía ridícula. No era un logro de gran importancia. Para nada. Solo habían compartido fluidos. Ella cargó el bulto y él, seguramente sería feliz, ignorando que su hija vivía en algún lugar de Tokio, criado por el hombre que vivía en la vieja casa del bosque.

Los aplausos la hicieron regresar.

El diseñador, Sasori de la Arena, extendió una mano y esperó por ella. Sakura sonrió y aceptó el apretón, saliendo juntos hasta el final de la pasarela, mostrando de nuevo el vestido predilecto del artista.

Los aplausos cayeron como cascadas, así como los cumplidos y las fotografías.

Sakura deseó poder quitarse los zapatos cuanto antes, pero sonrió como una estúpida y permitió que la movieran de un lado a otro, que la toquetearan en busca de las marcas del vestido.

Agotada, se dejó caer sobre la silla y esperó que Hinata quitara todo ese disfraz de encima de ella. Pero nada más que la joven le quitó el primer pendiente, Sasori apareció.

—Sakura, has estado increíble, como siempre. — Oh. No. Hinata y ella intercambiaron una mirada cómplice. Eran las típicas palabras que el pelirrojo diseñador solía utilizar cuando quería algo de ella—. Ese vestido quedó menguado con…

—Sasori, al grano— pidió poniéndose en pie cuando él le ofreció las manos. El hombre apenas sonrió.

—Cómo me conoces, Sakura. Por eso preferí escogerte a ti entre tantas muñecas— murmuró guiándolo hasta los bastidores.

La gente había abandonado ya la sala y solo unos pocos esperaban junto a la cortina, más trabajadores y limpiadoras.

—Quiero presentarte a alguien. Es un viejo amigo mío. Diseñamos juntos algunas cosas. Es más, es quien ha creado las joyas que hoy llevabas puestas.

Sakura fingió sentir interés, aunque la realidad, es que eran preciosas, no podía negarlo. Caminó junto a él, para detenerse en seco.

Un hombre esperaba junto a la cortina, con una mano dentro del bolsillo izquierdo del pantalón. Ojos oscuros y cabellos tan negros como un agujero. Dos marcas de cansancio entre sus ojos. Apuesto.

Por un instante, tuvo un pequeño déjà vù.

—Itachi— nombró Sasori cuando estuvieron a su altura—. Te presentó a mi mejor muñeca.

El nombrado la miró de arriba abajo, fijándose especialmente en su cuello, rostro y muñecas. Sakura estaba acostumbrada ya a ello. Demasiado. El hombre hizo un gesto de asentimiento y extendió la mano libre hacia ella.

—Itachi Uchiha— se presentó.

Sakura sintió como si la tierra se moviera.

Uchiha.

Tragó y extendió su mano. Él la apretó firmemente y ladeó para revisar la forma de su muñeca más cerca, asintiendo satisfecho al ver su creación resbalar por su piel.

—Sakura Haruno— respondió con toda la firmeza que pudo.

—Mi mejor modelo— puntualizó Sasori dándole una palmadita en el trasero.

Aquello la hizo regresar momentáneamente, frunciendo el ceño en desaprobación y advertencia. Sasori había intentado de todos los métodos posibles invitarla a cualquier acción que tuviera que ver con sus dos cuerpos desnudos. Sakura los había despachados todos como mejor podía, logrando mantener su puesto casi a riesgo de que el paso de los años terminara por expulsarla a la calle de la amargura.

Era algo que había aceptado desde que se despertó de aquella fiebre: ningún hombre volvería a ponerle la mano encima.

Y hasta ahora era algo que había llevado a la perfección. Por muy trágico que fuera para Sasori.

—Sakura. Itachi está buscando nuevas modelos para el aniversario de su firma. Busca una especialmente para las fotografías de la revista de joyas más importante de Tokio. Me pidió que le buscara la que más atractivo pudiera darle a sus joyas y te recomendé al instante.

Sakura supo enseguida que Sasori esperaría algún tipo de agradecimiento, pero no era algo que ella pudiera otorgarle.

—Estoy entrando en mi semana de descanso, Sasori. Me temo que no va a poder ser, señor— añadió, mirando hacia Itachi.

Este se había llevado una mano hasta la boca, pensativo.

—Permítame— demandó.

Y alargó una mano hasta tocarle el rostro, marcando sus facciones, tocando su nariz, bajando por su cuello lentamente y presionando sus hombros.

—¿Disculpe? — gruñó cuando descendió hasta sus costillas y caderas.

Itachi entrecerró los ojos y después llevó una mano hasta su bolsillo izquierdo, sacando una cartera y de esta, una tarjeta de identificación que colocó sobre su mano.

—Mañana a las nueve quisiera verla en mi estudio. — Fue más una orden que demanda—. No se atrase.

Sasori sonrió y volvió a darle una palmada en el trasero. Sakura abrió la boca y le fulminó con la mirada. Pero antes de que tuviera tiempo de reclamar nada más, el pelirrojo se alejó. Sakura no le quedó más remedio que enfrentarse sola a sus problemas.

Itachi había girado tras la cortina y maldiciendo los condenados tacones, le siguió.

—¡Disculpe! — exclamó—. No creo que pueda…

Algo dentro de ella le pellizco, como si su corazón acabara de saltar de un brinco tremendo. Itachi se había detenido a medio descender de la pasarela. Justo enganchada en su brazo con una mano, una niña esperaba, impaciente.

Sakura notó como las lágrimas empezaban a acunarse en sus ojos. No era algo raro. Una acción que siempre que veía niños sucedía. Sin embargo, no fue la niña en sí quien lo provocó.

Detrás de la niña, sosteniéndola con una mano en su vientre para evitar que Itachi cayera sobre ella, estaba alguien que no esperaba ver nunca.

Sasuke Uchiha.

—Haruno— intervino Itachi sonriendo de medio de lado—. Estoy seguro de que mañana a las nueve la veré. Procure no perder la tarjeta. Sarada— nombró, sujetando la mano de la niña—. Vámonos.

La niña clavó por un instante los ojos en ella antes de quitarlos con aburrimiento, centrando la atención de su mundo en el hombre.

Sasuke Uchiha se levantó a su par, dando dos pasos, deteniéndose y mirándola por encima del hombro.

Sus ojos brillaban, con aquel brillo extraño, superior. Como siempre que le había molestado la miraba en antaño. Del mismo modo que diez años atrás en el baño.

—Sakura. ¿Ah?

Y continuó su camino sin mirar atrás.

Continuarán...


Resumen:

10 años atrás, Sakura se quedará embaraza de un compañero de clases en la reunión de último día de clase donde el alcohol y las drogas mandaban, en el cuarto del baño de un Karaoke.

Nueve meses después, abandonará a su hija en la puerta de una casa a las afueras de la ciudad, sin saber que la persona que vive en ese lugar no es otra que el tio de la niña, quien terminará adoptándola.

10 años después, Sakura no cesa de sentir la culpabilidad por lo que hizo en antaño, sin embargo, su trabajo como modelo no le deja demasiado tiempo para hundirse. Aunque ese peso del tiempo está sobre sus espaldas, no será consciente del error que cometió hasta que el destino hace que no solo conozca a su hija y al tio de esta, si no que vuelva a encontrarse con el padre de la niña.


n/a

Bien, primero que nada, agradecer mucho que haya leído hasta aquí. Me gustaría mucho poder saber qué piensan y si he de continuarlo o no. Si les llama o no. Una duda que tengo, pues algunos de mis fics sobre Naruto tienen poca atención y me preocupa.

Igualmente, agradezco cualquier motivación de todo corazón.

Espero poder llevarlos en un nuevo viaje con estas parejitas.

¡Un saludo enorme!