La Leyenda de los Sennin:

Con la hierba de almohada


Declaración: Semi adaptación del libro La leyenda de los Otori de Lian Hearn. Esto es sin fines de lucro, solo entretención para el fandom de Naruto. Tanto los personajes del libro como los del anime pertenecen a sus respectivos creadores.

Advertencias: Ninguna.

—Diálogos —

«Pensamientos»

Nombres o palabras sobresalientes.


Capítulo 1

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Hyūga Hinata yacía sumida en un profundo sueño, en ese estado de semi-inconsciencia que los Shinobi, los pocos que lograban dominar tal técnica, logran provocar con solo su mirada. Pasó la noche, y con la llegada de la madrugada las estrellas palidecieron y los sonidos del templo aumentaban y disminuían su intensidad; pero Hinata seguía inmóvil. No oía a Rin, su acompañante, quien, preocupada, la llamaba de vez en cuando con la intención de despertarla. Tampoco notaba la mano de ésta sobre su frente, ni escuchaba a los hombres del señor Obito que, impacientes, se acercaban a la veranda y le recordaban a Rin que su amo deseaba conversar con la señora Hyūga. La respiración de Hinata era tranquila y reposada, y los rasgos de su rostro permanecían tan imperturbables como los de una máscara.

A la caída de la tarde, el sueño de Hinata se tornó más ligero. Sus párpados comenzaron a agitarse y en sus labios se perfiló una sonrisa. Sus dedos, que horas antes habían rodeado delicadamente las palmas de sus manos, empezaban a estirarse.

«Ten paciencia. Él vendrá a buscarte».

En su sueño, Hinata se había convertido en una figura de hielo; pero estas palabras resonaban en su mente con absoluta nitidez. No sentía miedo alguno, tan sólo notaba que algo frío y blanco la sujetaba, y que se encontraba inmersa en un mundo mágico y helado donde reinaba el silencio.

Abrió los ojos.

Aún quedaban restos de luz. Por las sombras dedujo que había llegado el ocaso. Una campana tañó con suavidad, una sola vez, y el aire quedó inmóvil de nuevo. Lo más probable era que ese día, día que Hinata no podía recordar, hubiera sido caluroso, pues bajo su cabello la muchacha notaba la piel húmeda. Los pájaros piaban desde los aleros y se escuchaba el golpeteo de los picos de las golondrinas, que atrapaban los últimos insectos del día. Pronto viajarían hacia el sur, pues había llegado el otoño.

El sonido de las aves recordaba a Hinata el dibujo que Naruto le había entregado hacía poco más de un mes en ese mismo lugar. Se trataba del boceto de un pájaro del bosque que a ella le hacía pensar en la libertad. Cuando el castillo de Inuyama fue pasto de las llamas, el dibujo se perdió junto a las demás pertenencias de Hinata, como su manto nupcial, el resto de sus ropas... No contaba con posesión alguna en esos momentos. Rin había encontrado algunas prendas viejas en la casa donde se habían alojado, y también pudo hacerse con algunos peines y otros objetos. Era la vivienda de un comerciante, y Hinata nunca había estado en un lugar parecido. La casa olía a soja fermentada y en ella vivían muchas personas de las que la joven intentaba apartarse, aunque de vez en cuando las criadas la espiaban a través de las mamparas.

Hinata temía que los moradores de la vivienda se enteraran de lo que había sucedido en la noche de la caída del castillo. Había matado a un hombre y había yacido con otro, junto al que luchó blandiendo el sable del difunto. Aún no daba crédito a tales acciones. A veces la invadía la sensación de estar hechizada, como se rumoreaba. Se decía que todo hombre que la deseaba encontraba la muerte, lo que en parte respondía a la realidad. Varios ya habían muerto, pero no Naruto.

Desde que fuera asaltada por un guardia cuando residía en el castillo de Orochimaru en calidad de rehén, Hinata temía a todos los hombres. El terror que Pain le inspiraba la había llevado a defenderse de él; pero Naruto no le producía temor alguno. Tan sólo anhelaba abrazarle. Desde que se conocieron, Hinata le había deseado: quería que él la acariciara, y ardía en deseos de sentir la piel de Naruto junto a la suya. Mientras recordaba aquella noche, la muchacha se daba cuenta —cada vez con mayor claridad— de que no podía casarse con nadie más que no fuera él, que nunca amaría a hombre alguno, salvo a Naruto.

«Seré paciente», prometió. Pero ¿de dónde llegaban aquellas palabras?

Hinata giró un poco la cabeza y vio la silueta de Rin al borde de la veranda. Tras la muchacha se erguían los árboles centenarios del templo. El aire desprendía olor a cedros y a polvo, y la campana anunciaba el crepúsculo. Hinata no pronunció palabra. No deseaba hablar con nadie ni escuchar ninguna voz. Quería regresar al mundo helado de su sueño.

Entonces, tras las partículas de polvo que flotaban en los últimos rayos de sol, acertó a vislumbrar una figura. ¿Un espíritu, tal vez? No, debía de ser algo más, pues los espíritus carecen de cuerpo. Allí estaba, frente a Hinata; su presencia era real e indiscutible, y emitía el resplandor de la nieve recién caída. Hinata clavó la mirada en la figura y empezó a incorporarse; pero en el instante mismo en el que reconoció a la diosa Blanca, la compasiva, la misericordiosa, ésta se desvaneció.

—¿Qué ocurre? —Rin percibió el movimiento y corrió junto a Hinata.

Ésta miró a Rin y advirtió en sus ojos una honda preocupación. Entonces cayó en la cuenta de lo importante que esta mujer había llegado a ser para ella: era su mejor amiga; en realidad, la única que tenía.

—Nada, estaba soñando.

—¿Te sucede algo? ¿Cómo te encuentras?

—No sé. Me siento... —la voz de Hinata se fue apagando. Fijó la mirada en Rin durante unos instantes—. ¿Es que he dormido todo el día? ¿Qué me ha ocurrido?

—Él no debería haberlo hecho —contestó Rin, cuya voz delataba tanta preocupación como ira.

—¿Fue Naruto?

Rin asintió con la cabeza.

—No tenía ni idea de que Naruto poseyera tal habilidad. Es una característica de muy exclusivos Shinobis...

—Lo último que recuerdo es su mirada. Nos miramos a los ojos y, entonces, me quedé dormida.

Rin observó que Hinata fruncía el entrecejo. Tras una pausa, ésta continuó:

—Se ha marchado, ¿no es así?

—Mi compañero, Hatake Kakashi, y el maestro Hiruzen, vinieron a buscarle anoche —respondió Rin.

—¿Entonces, no volveré a verle? —Hinata recordó su desesperación de la noche anterior, antes de quedar sumida en aquel sueño largo y profundo. Le había suplicado a Naruto que no la abandonase. No podía pensar en un futuro sin él, y se había sentido irritada y herida cuando Naruto la rechazó. Pero aquella agitación ya se había disipado.

—Tienes que olvidarte de él —opinó Rin, tomando la mano de Hinata entre las suyas y acariciándola suavemente—. De ahora en adelante, su vida y la tuya no deben encontrarse.

Hinata esbozó una ligera y falsa sonrisa. «No soy capaz de olvidarle», pensaba. «Nadie podrá apartarle de mí. He visto a la diosa Blanca».

Bajo la luz mortecina, Rin tuvo la sensación de que el rostro de Hinata flotaba y revoloteaba, como si se estuviera disolviendo y transformando.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Rin otra vez, con una voz que denotaba angustia—. Son pocos los que sobreviven al sueño Shinobi. No sé en qué medida te habrá afectado.

—No me ha perjudicado; pero, de alguna forma, me ha transformado. Me siento como si no supiera nada, como si tuviera que aprenderlo todo de nuevo.

Confundida, Rin se dejó caer de rodillas junto a Hinata y atravesó con sus pupilas el rostro de la muchacha.

—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Dónde irás? ¿Regresarás a Amegakure con Obito?

—Debo ir a mi casa, junto a mis padres. Tengo que ver a mi madre; temo que haya muerto durante el tiempo que pasamos en la ciudad. Mañana partiré. Supongo que tendré que informar al señor Obito sobre mi marcha.

—Comprendo tu preocupación —respondió Rin—, aunque puede que Obito no esté dispuesto a dejarte marchar.

—Pues tendré que convencerle —rebatió Hinata con aplomo—. Primero debo comer. ¿Te importa pedir que me preparen algo de comida? Y, por favor, tráeme un poco de té.

—Señora.

Rin hizo una reverencia ante la joven y salió. Mientras se alejaba, Hinata escuchó las tristes notas de una flauta que un músico invisible tocaba en el jardín situado a espaldas del templo. Ella creyó acordarse del intérprete, un joven monje, aunque no acertaba a recordar su nombre. Era él quien les había enseñado las famosas pinturas de Sai cuando visitaron el templo por primera vez. La melodía le hablaba a Hinata de lo inevitable de la pérdida y el sufrimiento. Mientras tanto, los árboles se mecían bajo el empuje del viento y las lechuzas comenzaban a ulular desde la montaña.

Rin regresó con el té y entregó un cuenco a Hinata. Ésta lo bebió como si lo probara por vez primera: en su lengua notaba el sabor de cada una de las gotas. Cuando la anciana que atendía a los huéspedes le ofreció arroz con verduras y salsa de judías, también experimentó la sensación de que nunca antes había probado comida alguna. En silencio, se asombraba de las nuevas sensaciones que estaban despertando en ella.

—El señor Obito desea hablar contigo antes de que acabe el día —le informó Rin—. Le he dicho que te encuentras indispuesta, pero ha insistido. Si no te sientes con fuerzas para enfrentarte a él, iré a hablarle de nuevo.

—No podemos tratar al señor Obito de manera semejante —replicó Hinata—. Si él me lo ordena, estoy obligada a obedecer.

—Está furioso —terció Rin en voz baja—. Se siente ofendido e indignado por la desaparición de Naruto, pues con ello perderá dos alianzas valiosísimas. Ahora se verá forzado a luchar contra los Sennin sin contar con su apoyo. Obito abrigaba la esperanza de que Naruto y tú se uniesen en matrimonio cuanto antes...

—No quiero que hables de eso —objetó Hinata antes de terminar el arroz, colocar los palillos en la bandeja y hacer una reverencia en agradecimiento por la comida.

Rin suspiró.

—Obito aún no acaba de entender al Gremio; desconoce su forma de actuar y las obligaciones que imponen a quienes les pertenecen.

Ante esto último mencionado, Hinata se extrañó.

—¿Acaso Obito no sabe que tú también eres miembro del Gremio?

—Él siempre ha sabido que yo podía recabar información y transmitir mensajes. Se daba por satisfecho con utilizar mis habilidades para poder sellar la alianza con el señor Jiraiya y la señora Tsunade. Obito había oído hablar del Gremio; pero, como la mayoría de la gente, pensaba que era poco más que una hermandad. Quedó muy impresionado al descubrir que el Gremio tuvo que ver con la muerte de Pain, de la que él mismo se benefició —Rin hizo una pausa, y después continuó en voz baja—: Ha perdido su confianza en mí. Creo que se pregunta cómo ha podido yacer conmigo tantas veces sin que yo le asesinara. Lo cierto es que ya no volveremos a estar juntos. Nuestra relación ha terminado.

—¿Le temes? ¿Te ha amenazado?

—Está furioso conmigo —respondió Rin—. Piensa que le he traicionado o, peor aún, que ha quedado en ridículo por mi culpa. Nunca me lo perdonará —la voz de Rin adquirió un tono de amargura—. Desde que apenas era una niña he sido su aliada más cercana, su amante, su amiga... Le he dado dos hijos; pero él me habría enviado a la muerte sin dudarlo si no fuera por tu presencia.

—Mataré a cualquier hombre que intente hacerte daño, Rin —sentenció Hinata.

Rin sonrió.

—¡Pero qué aspecto tan fiero adquieres al pronunciar esas palabras!

—Los hombres mueren con facilidad —la voz de Hinata no denotaba emoción alguna—. Con el pinchazo de una aguja o la estocada de un cuchillo... Tú misma me lo enseñaste.

—Confío en que aún no hayas utilizado tales enseñanzas —respondió Rin, con cautela—. Pero luchaste bien en Amegakure, y Naruto te debe la vida.

Hinata permaneció en silencio durante unos instantes. Entonces, con un hilo de voz, confesó:

—No sólo luché con el sable. Hay algo que no sabes.

Rin atravesó a Hinata con sus pupilas.

—¿A qué te refieres? ¿Es que fuiste tú quien mató a Pain? —susurró Rin.

Hinata asintió con un gesto.

—Naruto cortó la cabeza de Pain... cuando ya estaba muerto. Yo hice lo que tú me enseñaste, Pain iba a violarme.

Rin sujetó con fuerza las manos de Hinata.

—¡Nunca cuentes a nadie lo sucedido! Ningún guerrero, ni siquiera Obito, por muy noble que seas; te permitiría seguir con vida.

—No siento culpa ni remordimiento —aseguró Hinata—. Fue la menos infame de cuantas hazañas he realizado. No sólo me protegí a mí misma, sino que también vengué la muerte de muchos: la del señor Jiraiya, la de la señora Senju, y la muerte de otros inocentes a quienes Pain torturó y asesinó.

—En todo caso, si la verdad llegara a conocerse, serías castigada por lo que hiciste. Si las mujeres empezaran a alzarse en armas con afán de venganza, los hombres pensarían que el mundo se está desmoronando.

—Mi propio mundo ya se ha desmoronado —intervino Hinata—. No obstante, debo ir a ver al señor Obito. Tráeme... —la muchacha se interrumpió y lanzó una carcajada—. Iba a pedirte que me trajeras algunas ropas, pero no poseo prenda alguna. ¡No tengo nada!

—Tienes un caballo —respondió Rin, con una sonrisa—. Naruto te ha dejado su caballo.

—¿Me ha dejado a Kurama? —entonces, a Hinata se le dibujó una amplia sonrisa que le iluminó el rostro. Fijó la mirada en la distancia, y entonces sus ojos se tornaron oscuros y pensativos.

—¿Señora? —Rin puso la mano en el hombro de la joven.

—Péiname el cabello... y haz llegar un mensaje al señor Obito: iré a visitarle enseguida.


Cuando las mujeres abandonaron sus aposentos, ya había oscurecido por completo. Se dirigieron a las habitaciones principales de la posada, en las que se alojaban Obito y sus hombres. Desde el templo llegaba el resplandor de las luces, y en lo alto de la ladera, bajo los árboles, había hombres con antorchas encendidas que rodeaban la tumba de Jiraiya. Incluso a estas horas, eran muchos los que venían a visitar su sepulcro trayendo consigo incienso y otras ofrendas. Colocaban linternas y velas sobre la tierra que rodeaba la lápida con la intención de obtener la ayuda del difunto, quien con el pasar de los días se iba convirtiendo para ellos en un dios.

«Jiraiya duerme bajo una capa de fuego», pensó Hinata, y rezó en silencio a su espíritu para que la guiase, mientras meditaba sobre lo que debía decir a Obito. Era la heredera de las tierras Hyūga y de Senju, y sabía que Obito deseaba sellar una alianza con ella, tal vez un matrimonio que la vinculase al poder que el guerrero estaba acumulando progresivamente. Habían conversado en varias ocasiones durante la estancia de Hinata en Amegakure y una vez más a lo largo del viaje, aunque Obito había concentrado toda su atención en lograr el dominio de la campiña y en planificar sus estrategias futuras. No le había hablado de sus intenciones a Hinata, tan sólo le había mencionado su deseo de que, por medio del matrimonio, ésta se uniese a los Sennin. En el pasado —hacía ya una eternidad— Hinata había deseado ser algo más que un peón en manos de los guerreros que decidían su destino. En la actualidad, gracias a la fortaleza que la diosa Blanca le había otorgado, había reafirmado su decisión de asumir el control de su propia vida. «Necesito tiempo», pensó. «No debo actuar con precipitación. Antes de tomar cualquier decisión, es necesario que acuda a mi casa».

Uno de los hombres de Obito, la recibió al borde de la veranda y la guio hasta el umbral de la puerta. Todas las contraventanas permanecían abiertas. Obito estaba sentado al fondo de la estancia, con tres de sus hombres a su lado. El hombre anunció la llegada de Hinata, y el señor de la guerra levantó la cabeza y volvió sus ojos hacia la muchacha. Durante unos instantes se observaron el uno al otro. Hinata le aguantó la mirada, y sintió en sus venas el pulso del poder. Entonces, cayó de rodillas e hizo una reverencia. No deseaba hacerla; pero se daba cuenta de que tenía que aparentar una actitud de sumisión.

Obito devolvió la reverencia, y ambos se incorporaron a la vez. Hinata notaba cómo Obito clavaba su mirada en ella. Levantó la cabeza y le miró tan fijamente como lo hacía él. Pero el guerrero fue incapaz de sostener la mirada de la joven. El corazón de ésta latía con fuerza a causa de su propia osadía. En el pasado, el hombre que tenía frente a ella le inspiraba confianza, pero ahora apreciaba que su rostro había cambiado. Las líneas que rodeaban la boca y los ojos de Obito eran más pronunciadas. Antaño era una persona sensible y justa; pero ahora estaba atrapado por sus intensas ansias de poder.

No lejos de la residencia de los padres de Hinata, el rio fluía a través de inmensas cuevas de piedra caliza, en las que el agua había moldeado la roca hasta formar numerosas columnas y formas. Cada año, cuando Hinata era niña, acudía hasta allí con su familia para venerar al dios que habitaba en una de las figuras de roca, situada en la falda de la montaña. Daba la impresión de que la estatua gozaba de vida propia y se movía, como si el espíritu que ocupaba intentase salir al exterior atravesando la capa de piedra. El pensamiento de Hinata volvió a ese manto de roca. ¿Y si el poder fuera como un río que convertía en piedra a cuantos nadaban en él?

El aspecto imponente de Obito y su fortaleza física hacían que la joven se desanimara, pues le traían a la memoria aquel momento en que se encontró indefensa en brazo de Pain. Meditaba Hinata sobre el poderío de los hombres que podían forzar a las mujeres a su antojo. «No permitiré que hagan uso de su fuerza», pensó. «Siempre llevaré un arma conmigo». Hinata notó en su boca un sabor tan dulce como la fruta fresca y a la vez tan intenso como la sangre: era el sabor del poder. ¿Era éste el que llevaba a los hombres a combatir eternamente entre sí, a someterse y a destruirse unos a otros? ¿Por qué razón no podían las mujeres gozar de ese mismo poder?

Hinata buscaba en el cuerpo de Obito aquellos lugares donde la aguja y el cuchillo habían perforado a Pain, exponiéndole ante el mundo que él intentaba dominar y logrando que su sangre dejara de fluir. «No debo olvidarlo», se dijo a sí misma. «Los hombres también pueden morir a manos de las mujeres. Yo he matado al hombre más poderoso de los Tres Países».

Hinata había sido educada para complacer a los hombres, para someterse a su voluntad y a su inteligencia superior. El corazón de la muchacha latía con tanta fuerza que por un momento creyó que se iba a desmayar. Respiró hondo, tal y como Rin le había enseñado, y notó cómo la sangre que corría por sus venas se apaciguaba.

—Señor Obito, mañana partiré hacia Hyūga. Le agradecería que me proporcionase hombres para mi escolta.

—Prefiero que permanezcas en el este —respondió Obito con voz calmada—. Pero no es ése el asunto que ahora quiero tratar contigo —los ojos del guerrero se contrajeron al mirar a la muchacha—. Hablemos de la desaparición de Sennin. ¿Qué puedes decirme sobre este hecho insólito? Puedo afirmar que me he ganado el derecho a ejercer el poder. Ya había sellado una alianza con Jiraiya. ¿Cómo es posible que el joven Sennin haya hecho caso omiso de sus obligaciones para conmigo y para con su difunto padre? ¿Cómo ha podido desobedecer y marcharse, sin más? ¿A dónde ha ido? Mis hombres le han buscado por la comarca durante todo el día; han llegado incluso hasta Kusagakure. Naruto se ha desvanecido por completo.

—Yo no sé dónde está —respondió Hinata.

—Me han dicho que anoche habló contigo antes de su partida.

—Sí —replicó escuetamente la muchacha.

—Tuvo que darte alguna explicación...

—Estaba comprometido por otras obligaciones —Hinata notaba cómo la congoja la atenazaba mientras pronunciaba esas palabras—. Él no tenía la intención de insultarle —lo cierto era que no recordaba que Naruto le hubiera hablado de Obito, pero no hizo mención alguna al respecto.

—¿Obligaciones para con el Gremio? —hasta entonces Obito había logrado controlar su ira, pero ahora ésta quedaba patente en su voz y en su mirada. Hizo un ligero gesto con la cabeza, y Hinata supuso que había vuelto su mirada hacia Rin, que permanecía arrodillada bajo las sombras de la veranda—. ¿Qué sabes de ellos?

—Muy poco, señor —replicó Hinata—. Ayudaron a Naruto a escalar los muros de Amegakure, y por ello todos nosotros estamos en deuda con el Gremio.

Al mencionar el nombre de Naruto, la joven se estremeció. Recordaba el tacto de su cuerpo junto al suyo, en aquellos momentos en que estaban convencidos de que iban a morir. Sus ojos se oscurecieron y su rostro se suavizó. Obito notó este cambio en la expresión de Hinata, aunque no imaginaba a qué obedecía. Cuando el guerrero habló de nuevo, la muchacha apreció en su voz un nuevo matiz.

—Puedo concertar otro matrimonio para ti. Los Sennin cuentan con otros jóvenes, parientes de Jiraiya. Enviaré mensajeros a Myoboku.

—Estoy de luto por el señor Jiraiya —respondió Hinata—. Ahora no es posible contemplar mi matrimonio con ningún otro. Iré a mi casa para intentar superar mi desdicha.

«¿Quién deseará casarse conmigo, conociendo mi reputación?», se preguntó Hinata; pero, a continuación, pensó: «Naruto no murió». La joven creía que Obito no cedería y, sin embargo, tras unos instantes, éste concedió su aprobación.

—Tal vez sea mejor que acudas junto a tu familia. Enviaré a buscarte cuando yo regrese a Amegakure. Entonces, hablaremos sobre tu matrimonio.

—¿Convertirá Amegakure en su capital?

—Sí, mi intención es reconstruir el castillo —bajo la luz parpadeante, el rostro de Obito se mostraba resuelto y amenazante. Hinata permaneció en silencio. El guerrero continuó bruscamente—: Volviendo al asunto del Gremio... Yo desconocía su poderosa influencia. Lograron que Naruto renunciase a su matrimonio y a su herencia, y ahora le mantienen totalmente oculto. A decir verdad, no tenía ni idea de con quién estaba tratando —de nuevo, volvió la mirada hacia Rin.

«La asesinara», pensó Hinata. «No se trata sólo de la furia que siente por la desobediencia de Naruto. Obito también se siente profundamente herido en su orgullo. Debe de sospechar que Rin le ha espiado durante años». La muchacha se preguntaba qué habría sido del amor y el deseo que había existido entre ambos. ¿Cómo podía desaparecer de repente? ¿Es que tantos años de servicio, confianza y lealtad no habían servido de nada?

—Me encargaré personalmente de recabar información sobre el Gremio continuó Obito, como si hablara para sí mismo—. Seguro que hay alguien que sabe de ellos y está dispuesto a hablar. No puedo permitir la existencia de una organización semejante. Minarán mi poder del mismo modo que las termitas logran acabar con la madera.

Hinata intervino entonces:

—Creo que fue usted quien envió a Rin para cuidar de mí. Debo mi vida a su protección. Por otra parte, considero que fui fiel en el castillo de Orochimaru. Existen fuertes vínculos entre nosotros que no deben romperse. Quienquiera que sea mi esposo, sellará una alianza con usted. Es mi deseo que Rin permanezca a mi servicio y que me acompañe a la casa de mis padres.

Entonces, Obito miró a Hinata, y de nuevo su mirada se topó con la frialdad de los ojos de ella.

—Apenas han pasado 15 meses desde que maté a un hombre por tu causa —recordó Obito—. Eras casi una niña. Has cambiado...

—Me he visto obligada a crecer —replicó la joven, esforzándose por no recordar sus ropas prestadas, su absoluta falta de pertenencias.

«Soy la heredera de un gran dominio», se recordó a sí misma. Luego sostuvo la mirada de Obito hasta que éste, a regañadientes, inclinó la cabeza.

—De acuerdo. Dispondré que mis hombres te acompañen hasta Hyūga... y puedes llevarte contigo a la mujer.

—Señor Obito —sólo entonces Hinata bajó los ojos e hizo una reverencia.

El señor de la guerra llamó a uno de sus hombres con el fin de organizar los preparativos para el día siguiente, y Hinata se despidió, dirigiéndose a él con gran respeto. La joven tenía la sensación de que su encuentro con Obito había sido provechoso, por lo que no le importaba simular que era él quien ostentaba todo el poder.

Luego regresó a los aposentos de las mujeres, junto a Rin, y ambas permanecieron en silencio. La anciana encargada de los huéspedes ya había extendido los colchones. Ayudó a Rin a desvestir a Hinata y después trajo para ambas prendas de dormir. A continuación, se despidió hasta el día siguiente y se retiró a la habitación contigua.

El rostro de Rin estaba pálido y su actitud denotaba una humildad que la joven señora nunca había conocido. Puso la mano sobre el hombro de Hinata, y murmuró:

—Gracias.

No dijo nada más. Cuando ya las dos yacían bajo las mantas de algodón, mientras los mosquitos zumbaban por encima de sus cabezas y las polillas revoloteaban junto a las lámparas, Hinata notó junto a sí la rigidez del cuerpo de Rin, y sabía que ésta se esforzaba por superar su angustia. Sin embargo, no rompió a llorar.

Hinata alargó los brazos y estrechó con fuerza a su compañera, sin pronunciar palabra. Compartían el mismo sufrimiento, pero Hinata tampoco derramó ni una sola lágrima. No permitiría que nada debilitase el poder que estaba cobrando vida en su interior.

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¡Como lo prometido es deuda, aquí está la adaptación del segundo libro de esta maravillosa trilogía!

Debo decir que no pude resistirme más y subí el capítulo antes de lo planeado, ya que en verdad tenía pensado hacerlo cuando hubiese actualizado todas mis otras historias… ups :x

Bueno, anyway xD, espero que esta primera entrega les haya gustado. La verdad no sé cuándo entregue el segundo capítulo, ya que a finales de semestre el tiempo es escaso, ya creo que para las vacaciones de invierno tendré otro, aun no se xd

Como siempre, espero sus apreciaciones y ya para el próximo capítulo, hare un par de aclaraciones antes de que comiencen con el resto del libro.

Les mando un abrazo a todos los lectores, cuídense y que tengan un buen inicio de semana :D

¡Adiós!