¡Aeterna reportándose con los mejores lectores del mundo mundial!
Hoy vengo a publicar la segunda parte de esta historia que estuvo colgada en el hiatus por más tiempo del que puedo recordar. Agradezco infinitamente sakura son zukino, quien me dio el ánimo y la determinación necesaria para terminar este nuevo capítulo con su review. Sakura, este va dedicado para ti.
El resto de las aclaraciones al final. Por el momento deseo que disfruten la lectura.
Disclaimer: los personajes de "la visión de Escaflowne" pertenecen a sus creadores originales, yo sólo los utilizo con fines recreativos de fangirl.
CAPÍTULO II
Su cuerpo se sentía extremadamente ligero. Estaba cayendo. Un vacío negro, donde el tiempo no existía, la engullía.
—Van
No estaba preocupada, Van podía salvarla, él aparecería para tomar su mano si lo llamaba.
—Van
Finalmente, la silueta alada apareció sobre ella.
—¡Van!
Extendió su mano hacia arriba, esperándolo… pero él no se movió. Se quedó ahí, mirándola caer desde las sombras.
Y el terror apareció.
Tenía la cabeza inclinada hacia atrás para poder mirarlo mejor. Escaflowne se veía desgastado con toda esa hierba cubriéndolo, pero seguía siendo imponente.
—Ha estado ahí desde el día de tu partida
Miró a Van sobre el hombro. No importaba lo mucho que los médicos insistieran, él no estaba dispuesto a mantener ningún tipo de reposo; en ese aspecto seguía siendo exactamente el mismo.
—Todos han estado preguntando por ti. Quieren saber sobre la chica que ayudó a salvar Gaia años atrás. Eres una especie de leyenda por aquí.
—Creí que ese eras tú— dio media vuelta para apreciar la ciudad—. Yo no salvé nada en realidad.
—Eso no es cierto— tajó Van, deteniéndose a su lado para mirarla de soslayo—. Me salvaste a mí.
Hitomi sonrió de lado. Todo aquello le provocaba sentimientos encontrados a los cuales no sabía responder.
—Hiciste un gran trabajo reconstruyendo a Fanelia, es realmente hermosa.
Él asintió.
—Sin embargo, no sería nada sin las personas— admitió con calidez
—Hablas como todo un rey—reconoció ella, con una chispa juguetona en la voz.
Ambos rieron con complicidad. Sí, las cosas habían cambiado desde su despedida (mucho más de lo que ambos podían imaginar), no obstante, en ese preciso momento, era como si los años no hubieran pasado entre ellos.
—¿Van? —Hitomi le dio la espalda, pese a lo mucho que deseaba encontrarse con sus ojos.
—¿Qué pasa?
"¿Estarás ahí cuando caiga?" quería preguntar, inquieta aún por aquel sueño. "¿Estarás ahí para salvarme?". Pero no pudo hacerlo.
—¿Tienen alguna idea de por qué están atacándolos? —preguntó al fin, con resignación. También quería entender la situación militar, por supuesto; si Gaia se las había arreglado para llevarla de regreso luego de tanto tiempo, seguramente no era una situación ordinaria.
Van suspiró, negando con la cabeza.
—Ni siquiera podemos entender qué tipo de armas utilizan, son completamente distintas a lo que conocíamos. Los ataques comenzaron hace alrededor de un mes—explicó—; al comienzo eran en zonas despobladas, luego comenzaron a acercarse a la ciudad hasta que, hace una semana, finalmente atentaron contra un par de viviendas.
—¿Una semana?—retrocedió ella. Había sido el tiempo aproximado en el que sus sueños comenzaron.
—Supongo que ya lo sospechabas, ¿cierto? Siempre atacan al anochecer y sus armas desintegran casi al punto de los escombros cualquier cosa que toquen.
—¿Las personas que vivían en la zona bombardeada…?
Él negó con la cabeza baja. Hitomi notó cómo apretaba los puños con suficiente fuerza para hacer su piel palidecer.
—Decidí hacer guardias nocturnas, para atraparlos antes de que pudieran herir a alguien más; tuve que esperar dos noches enteras.
—Y ayer por fin pudiste confrontarlos.
—No—tajó él—. Me atacaron por la espalda, no tuve oportunidad de verlos porque cuando me di cuenta, estaba en el piso, bañado en mi propia sangre. Para el momento en que pude ponerme en pie, no había nadie— suspiró—. Bueno, supongo que su objetivo no era acabar conmigo, si me hubieran golpeado en serio no podría estar aquí ahora, contigo…
La castaña no lo pensó ni siquiera una vez antes de abalanzarse en un abrazo sobre el moreno. Todavía recordaba el pánico al sentir su sangre empapándole la mano, el hueco en su pecho al verlo derrumbarse a su lado y la tristeza al pensar en la posibilidad de perderlo justo después de haberlo reencontrado.
Los ojos de Van se abrieron de par en par, incapaz de reaccionar durante la primera fracción de segundo. Finalmente sonrió con la misma melancolía con que ella suspiraba.
—Vamos, está bien. Estoy bien, ¿verdad? No voy a repetir un descuido como ese—le tranquilizó, separándola de él suavemente.
—Lo siento—ella retrocedió un par de pasos, vagamente avergonzada por sus acciones impulsivas—. Yo sólo… creo que todo esto de los sueños y mi regreso me ha puesto un poco sentimental.
—Oye, eres la heroína legendaria de Gaia, no se supone que te asustes tan fácilmente— le reprendió con la obvia intención de animarla.
—¿Asustarme?— se mofó ella, siguiéndole el juego—. Por supuesto que no, yo sólo estaba confundida.
—¿Estás segura? A mí me parece que sí estabas asustada
—De acuerdo, tal vez un poco—juntó sus dedos índice y pulgar, simulando así la cantidad—. Pero ya pasó.
Las expresiones serias de ambos se convirtieron en sonrisas sinceras, agradecidas de poder contar la una con la otra.
—No importa cuántas veces lo vea—Hitomi se volvió de nuevo hacia Escaflowne—, sigue asombrándome.
Van la admiró desde su lugar. Ella también había cambiado físicamente: en su figura destacaban muchas más curvas, tenía ojeras, la cara más afilada y el cabello castaño cayendo en ondas hasta los hombros. Sin embargo, conservaba en la mirada ese valor que le había permitido pelear a su lado cuatro años atrás. Suspiró. Supuso que tendría que confesárselo pronto, pero se permitió disfrutarla un momento más, sólo porque aún podía hacerlo.
—¡Rey Van!—un soldado apareció levemente agitado.
Era el momento. Van miró a Hitomi un par de segundos más, observó su cabello alborotado por el viento, sus ojos castaños buscándolo con curiosidad. Y entonces se volvió hacia el guardia, sabiendo que probablemente no podría experimentar aquel momento nunca más.
Apretó algo entre sus dedos, dentro del bolsillo del pantalón.
Gracias.
—Parece que la caballería ha llegado—anunció a su amiga—. Regresemos.
La castaña asintió, con una sonrisa.
El camino no era muy largo, pero abundaban las rocas y los árboles, por lo que el guardia real debió ayudar a Hitomi un par de veces, evitando que cayera por la ladera. Van dirigía al grupo y, aunque nada parecía haber cambiado, el ambiente a su alrededor se sentía distinto, distante.
El moreno se detuvo brevemente a la entrada de la ciudad, donde había un alboroto; la gente exclamaba con alegría al ver pasar a una caravana de caballos y carruajes. Pronto volvieron a caminar, directo hacia la puerta del palacio, uno detrás de otro.
—¡Bienvenidos!—exclamó el rey, avanzando hasta el frente de la multitud.
Hitomi tuvo que trotar ligeramente para alcanzarlo y, cuando lo hizo, se llevó una gran sorpresa.
De pie al lado de su corcel, un soldado de uniforme negro hacía una reverencia, con el cabello cubriéndole el rostro. El hombre levantó la cabeza en un momento que pareció transcurrir en cámara lenta, justo para que Hitomi pudiera asimilar su identidad.
—¡Allen!—dio un par de pasos largos hasta él, con los ojos brillantes. Él extendió sus manos hasta tomar las de ella, en señal de bienvenida.
—Vaya, en verdad eres tú— la miró, sonriendo ampliamente—. Escuché rumores de que habías regresado, pero no podía creerlo hasta verte en persona. Has crecido mucho, Hitomi, me alegra que estés aquí.
A diferencia de los demás, Allen seguía siendo el mismo. Su cabello largo (ahora recogido en una coleta alta), su mirada serena y esa sonrisa encantadora… excepto por un par de arrugas en la frente y al costado de los ojos, el tiempo no parecía haber pasado sobre él.
—Qué emotivo reencuentro.
Esa voz también era muy familiar.
—¡Milerna!
La princesa bajó de uno de los dos carruajes. Llevaba un pantalón negro que se ajustaba perfectamente a su figura, una camisa del mismo color y una bata clínica blanca mucho más holgada, abierta en su totalidad; el cabello, ahora corto sobre el nivel de los hombros, era sostenido por un lazo también blanco.
—Así que eras tú, Milerna—dijo Allen.
—Cuánto tiempo sin verlos—respondió ella
—¿Eh?—Hitomi miró a Milerna, luego a Allen y otra vez a Milerna.
—Después de que la guerra terminó, decidí marcharme para instruirme como médico—explicó la rubia, entre risas—. Regresé hace un par de días, por lo que no nos habíamos visto en unos tres años. Aunque sí nos escribíamos a menudo.
—¡Eso es increíble!—admiró la castaña, encantada de ver que las cosas habían marchado tan bien para todos sus amigos. Recordando la forma en que se dirigían el uno al otro, años atrás, parecía bastante obvio que su relación había madurado más allá de sus posiciones políticas.
—Y aún así me dejaste escoltarte sin saberlo—anotó Allen, ante la expresión pícara de Milerna.
—Quería mantener el suspenso hasta el final—jugueteó ella, haciéndolos sonreír a todos.
—Así que es cierto. La profeta legendaria está aquí— intervino una nueva voz, femenina.
Todos giraron para encontrarse con una mujer cuya postura denotaba realeza; tenía un cabello color chocolate que caía recto hasta la cadera, la tez morena clara y un par de redondos ojos azules que resaltaban sobre el vestido celeste de encaje.
Allen hizo una reverencia nuevamente al notar su presencia.
—¿Quién es ella?—preguntó Hitomi
—Ah, bueno…—el rubio desvió discretamente la mirada, como esperando que alguien más respondiera por él.
—Hitomi—intervino Van por primera vez desde que aquel reencuentro había comenzado—, te presento a la princesa Aalis, mi prometida. Aalis, ella es…
—Hitomi, la profeta destinada viajar desde la Tierra para salvar Gaia—terminó ella, con voz cantarina. Luego hizo una leve reverencia—. Bienvenida, me alivia saber que podremos contar con tu ayuda.
La castaña seguía pasmada en su lugar. ¿Prometida? ¿Van se había comprometido? Bueno, en realidad tenía sentido, ¿verdad? Ahora era un rey, era obvio que su vida debía seguir…
Dolor.
De pronto, su cabeza se llenó con un dolor punzante y todo en su campo visual se tornó rojo. Una voz ronca, desgastada, resonaba en su mente, haciéndola retumbar.
Sangre.
Se llevó ambas manos a los oídos, como si con eso pudiera aislarse del malestar causado por la voz, pero todo empeoró.
—¡Hitomi!
Sintió las rocas del suelo bajo sus rodillas. A la distancia, como si se tratara de un eco, escuchaba los gritos.
—¡Hitomi!
Desesperación.
Sí, la desesperación en los gritos. Y no sólo eso.
Oscuridad.
¿Qué pasó? pensó, en un inexplicable estado de adormecimiento.
—El destino.
Ahí estaba de nuevo. La voz en su cabeza.
Entreabrió los ojos despacio, sintiéndose agotada. Sólo encontró oscuridad.
—¿Qué es este lugar?—su cuerpo se sentía ligero como una pluma, parecía que estuviera levitando.
—El futuro—se trataba de una mujer. Aunque no sonaba como una anciana, parecía arrastrar las palabras con culpa.
Bajo sus pies, el vacío se iluminó: luces rojas y amarillas brotaron como explosiones, iluminando un mundo destruido hasta los cimientos. Su corazón se agitó de golpe, su cuerpo comenzó a temblar y su voz se quebró.
—¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué están haciendo esto?!—exigió saber. Buscó en todas direcciones, esperando encontrar por lo menos una silueta, alguien a quien culpar, pero fue en vano.
—Ya te lo dije, es el futuro. El futuro que tú traerás a este mundo.
—No, yo nunca…
—¿Los lastimarías?
Era como si aquella misteriosa mujer pudiera leer su mente, como si estuviera dentro de ella.
—Lo harás—reafirmó—. Es el destino. Por eso estás aquí
—No—negó vigorosamente, incrédula y temerosa a la vez.
—Recuérdalo, Hitomi—la voz comenzó a desvanecerse, como si se alejara a gran velocidad—. El gran destino no se puede frenar.
—No, no—repitió lo mismo un par de veces antes de abrir los ojos violentamente.
—¿Hitomi?—alguien estaba inclinado sobre ella, presionando sus hombros sobre algo mullido.
—¿Mi…lerna?—tenía la respiración acelerada, gotas de sudor frío perlaban su frente y, de alguna manera, sus puños cerrados se aferraban a la bata de la princesa. Aligeró la presión de sus manos hasta que ambas cayeron completamente sobre la sábana.
—¿Estás bien?—la rubia también se retiró, liberando los hombros de su amiga.
La castaña no respondió. En su mente, las imágenes de Gaia ardiendo se reproducían una y otra vez, igual que el eco de la última frase.
El gran destino no se puede frenar.
¿Había sido una premonición? No, esa sensación… era como si alguien hubiera manipulado su mente, como si alguien hubiera entrado en ella para obligarla a ver y escuchar exactamente lo que quería. La voz, claro. La dueña de esa voz debía ser la responsable, pero ¿cómo? ¿Tenían alguna especie de arma capaz de manipular los pensamientos? Y aún más importante, ¿por qué había afirmado que sería ella quien destruiría todo?
—Vaya, ¿tanto así te impresionó el compromiso de Van?—sentada a su lado, en la orilla de la cama, Milerna intentó animarla a desahogarse
Ah, cierto. Estaban a las afueras del palacio, conocieron a su prometida, la princesa… ¿Aalis? ¿Cuánto tiempo habría pasado desde entonces? Se sentía como una eternidad.
Intentó sentarse, pero la cabeza le daba vueltas.
—Sería mejor que te tomes las cosas con calma—Milerna presionó suavemente su mano contra la frente de Hitomi, midiendo su temperatura—. Aún necesitas descansar.
Clavó la mirada en el techo, aunque su atención no estaba centrada en él. Sentía la necesidad de llorar y, aún así, sus ojos ardían por la resequedad. ¿Qué debía hacer? ¿Debía contarle a los demás sobre lo sucedido? ¿Tal vez encontrar una forma de regresar a la Tierra antes de causar una catástrofe? ¿O debía mantenerlo en secreto por un tiempo, sólo para asegurarse de que no era una trampa?
—Tómate tu tiempo—la rubia se puso de pie, dirigiéndose inmediatamente a la salida—. Me encargaré de que nadie te moleste por el momento.
—Gracias—respondió la castaña, con un hilo de voz.
La observó salir de la habitación con rapidez, evitando a los curiosos.
—Está dormida—escuchó al otro lado de los muros—. Estará bien si la dejamos descansar un rato más.
Si darse cuenta, sus párpados se cerraron hasta llevarla de vuelta a los brazos de Morfeo. Esta vez no soñó nada.
¡Tararan! ¿Les gustó? Espero que sí, así como espero poder leer sus opiniones en los comentarios.
Sé que probablemente hay rasgos de la personalidad en los personajes distintos a los originales, pero quería reflejar esa parte del crecimiento humano también: la madurez emocional que se gana con los años. Espero llevarlo bien.
Quiero aclarar que esta actualización no es parte del reto fanfiction 2018, por lo que todavía pueden esperar más publicaciones este mes; estoy poniendo todo mi empeño para revivir mis longfics, lo juro.
Espero que, en donde quiera que estén, la vida los esté tratando bien bonito. Abrazos y apapachos para todos.
¡Nos leemos pronto!