Capítulo final, dedicado a varias personitas muy queridas...
Para mi amiga Martha; reina, espero estés mejor. Estoy pendiente de ti y siempre te recuerdo. En lo que tengas la oportunidad de chequear tu Whatssapp, escríbeme porque estoy atenta. Un abrazo apretado para ti y fuerza para toda la gente de España. Dios los bendiga. ¡Te aprecio y ojalá podamos hablar pronto!
Para mi amiga Pau Pau; porque siempre estuviste pendiente no solo del fic sino de saber cómo estoy. Eres una de mis amigas más antiguas de este mundo y creo que fue una fortuna demasiado grande el, después de tanto, reconocernos y empezar de nuevo. ¡Gracias por tu amistad a distancia! En algún momento, la vida nos pondrá en el mismo sitio y hablaremos de todo un poco como cotorras. ¡Te quiero!
Para la fabulosa Silvers; Una lectora maravillosa con sus reviews maravillosos y sus hipótesis maravillosas. ¡Eres estupenda, paisana! A ti espero leerte pronto, pronto!
A Leymis, por toda su atención. Ojalá la historia haya llenado tus expectativas, corazón, y que disfrutes del final como de todo el fic.
A Potterdeen, Flor y luana, quienes me leen desde hace tiempo, todo esto es también para ustedes.
Y para TODOS los que leen pero prefieren andar en las sombras y no revelarse… ¡COMENTEN, esto ya es el final! Jajajaja…
Ya, dejo leer. Espero les guste.
Ilusión
Capítulo XX
Dale realidad al sueño
que hasta hoy es fantasía…
Vivir en una isla tenía mil y un ventajas para personas como Harry Potter. Aquel pedacito de tierra paradisiaca no solo permitía a alguien empezar desde cero; ofrecía además mil y un oportunidades para emprender cualquier negocio que, si bien no los haría ricos, podrían vivir dignamente y darse algún lujo de vez en cuando. Harry no se lo pensó mucho cuando llegó; se había decidido a la pesca aún cuando le costó mucho manejarse en el mar sin ayuda de la magia; pero logró defenderse y sobrevivir.
De regreso, supo que podía continuar pescando pero, además, quería hacer otra cosa. Y para su propia comodidad, la magia estaba de vuelta. No volvió a esconder su varita, la misma la mantenía guardada en una funda oculta en su pantalón, aunque ningún evento desafortunado solía ocurrir en Tristan, por lo que la mayoría de las veces la dejaba en casa. La utilizó apenas llegó a su cabaña, ampliando la sala, el comedor, separando la cocina del recibidor y colocando paredes a su habitación. Por fuera, se veía exactamente igual a como siempre estuvo, mas al entrar, el ambiente era totalmente diferente. Arregló los agujeros de las paredes y lijó y pulió la madera hasta verla brillar con los primeros rayos del sol matutino.
Se sintió satisfecho. Era un nuevo comienzo. Continuó escribiendo y guardando cada trozo de papel en su baúl, junto con los recuerdos que no volvió a revivir; era doloroso y absorbente el sentimiento de querer algo que estuvo al alcance de su mano y que, en un parpadeo, desapareció. Con esfuerzos lograba sobrellevarlo, como todo el peso acumulado desde su primer año de edad.
Le escribía a Teddy casi todos los días y el correo podía llegarle casi de inmediato gracias a la correspondencia mágica que el señor Scraut pudo activar en su cabaña. Dalton le mandaba algunas postales y le contaba sobre su libro en proceso. También le escribía a Hermione al menos una vez a la semana, recordando las últimas horas compartidas con su mejor amiga.
- Están invitados a ir cuando gusten – expresó hacia la castaña, agitando la cucharita dentro del café después de añadirle mucha azúcar.
- Se ve un lugar maravilloso, Harry – dijo ella, admirando varias fotos de la isla. Un mapa reposaba sobre la mesa, encerrando en un circulito la ubicación exacta del lugar. – Pero, ¡por Dios! ¿Tantos mambos para llegar? ¿No era más sencillo un traslador?
- Quise experimentar todo el proceso. Es el lugar más remoto habitado por pocos en todo el planeta. – sonrió a medias. – Pero sí, ustedes pueden solicitar un traslador al ministerio. El señor Scraut podría ayudarlos con eso, si lo necesitan. – bebió un sorbo de café. Arrugó la cara y le agregó más azúcar. – Me costará mucho hacer que Andrómeda lleve a Teddy al menos un fin de semana.
- ¿No fue fácil la charla?
- Con Teddy fue extraño, pero… – suspiró, mirando al frente. – Es un niño fantástico. Demasiado inteligente y muy maduro para su edad. Una parte de mí esperaba que no me recordara. – Hermione lo miró, interrogante. – Es decir – se apresuró – si no me recordaba, pensé, su enojo podría no ser más que una mera suposición para mí. No podía él creer que lo había abandonado, si no sabía quién era yo. Claro, lo sabría al explicarle todo pero… creerlo así, me hizo más sencillo darle la cara. No sé si me explico.
- No deseabas un desplante a la primera.
- No. Prefería que me observase como un completo extraño – fijó sus ojos en el café. Hermione asintió levemente, regresando a las fotos.
- Iré, Harry – dijo ella, después de un breve silencio. – ¡Quiero ver con mis propios ojos este increíble lugar!
Observó al hombre levantar la vista y anclarla en ella, sonriendo. Para la mujer, fue imposible no responderle de la misma forma porque, Merlín, era su mejor amigo, su hermano del alma, su compañero en todas las aventuras suicidas que en su adolescencia tuvo que vivir. Había una precisa y marcada relación de hermandad que no podía ignorar de la noche a la mañana, aún con todas las mentiras. ¡Qué más daba! Harry estaba de vuelta, ahora sano y salvo. ¿No era eso lo que siempre deseó, desde que él desapareció?
- Creo que a Rose le encantará – agitó una de las fotos. – ¡Nunca hemos visto aguas tan azules!
- ¡Los espero, Hermione! – exclamó el hombre, repentinamente alegre. – ¡De verdad! ¡Les gustará! – lanzó una carcajada, con una euforia casi irracional.
Su mente pintó un cuadro utópico, en donde se apreciaban sus mejores amigos a orillas de la playa frente a su cabaña, él con Ginny de una mano, halándolo para entrar al agua y jugar también.
Scraut lo visitaba bastante a menudo y no lo rechazaba. La compañía del viejo le resultaba reconfortante, después de tantas cosas. Harry nunca pensó en tener a otro viejo como buen amigo, después de Dumblerode.
Y así pasaban los días, entre pescas con redes, aprender con la caña, caminar por el pueblo, vender su pescado y comprar alimento. En el pueblo todos dieron por buena noticia su regreso. Scraut había comentado a la señora Debich, artesana antigua del poblado y lengua suelta desde siempre, que él le había acompañado a una expedición en Londres para traer nuevas plantas que le ayudarían en sus cosechas. Debich se encargó de regar el chisme por el pueblo, aunque nadie se preguntaba qué había sucedido exactamente con el ermitaño de Harry Potter.
Eso era lo que más amaba Harry de ese lugar, precisamente, lo nada metiche que resultaba ser la gente.
- ¡Señor Potter! – Harry resopló. El concepto de "nada metiche" no aplicaba a todos los lugareños; menos a los adolescentes habladores y curiosos.
Tyler lo saludó con una mano mientras entraba al agua. Nadó hasta donde se encontraba el bote, palmeando la medara del mismo.
- ¿Cómo estás, Tyler? – el chico podría ser un metiche, pero le caía bien. Había algo en su presencia que a Harry le divertía.
El muchacho se hundió por completo y nadó por debajo del bote, saliendo del otro lado, chorreando agua y con todos sus rizos pegados a la cara.
- ¡El agua está perfecta! ¿Qué hacía? ¿Iba a pescar?
- Ya habrás ahuyentado a todos los peces de por aquí.
- ¡Oh! ¡Lo siento! No pretendía…
- Descuida – sonrió. – Solo pasaba el rato, quería practicar con la caña, pero me entretuve con este crucigrama – enseñó el juego de letras impreso en un trozo de papel de periódico.
- Si necesita ayuda, pídala no más.
- Ya me lo has dicho, Tyler.
- Soy quien mejor pesca con pabilo, ¡ya se lo he dicho! ¡Puede preguntarle a cualquiera! También puedo atrapar peces con las manos, pero en el río. El mar es más… complejo. ¡Oiga! Estoy enseñando a Amelié a surfear, ¿no es genial? – Tyler solía cambiar de temas con tanta frecuencia en una misma conversación, que ya a la hora a Harry se le olvidaba la primera cosa de la que habían hablado. – Tiene un talento innato y es una nadadora muy rápida, aunque no mejor que yo – rió. – Puedo nadar tan rápido como un Bonefish, ¡y aguantar la respiración por casi cuatro minutos completos! Vivo en el mar desde que tengo uso de razón. Mi madre me dice que creía que yo de bebé, podía respirar debajo del agua… ¿no sería genial? – Tyler se alzó con los antebrazos apoyados en la barca, y entró al bote, sin permiso y con toda confianza. Harry no se atrevía a hacerle ningún desplante. Lo aceptó de buena gana y siguió escuchando su interminable cháchara. Era entretenido.
Los días podían sobrellevarse.
Pero las noches eran diferentes, porque su mente no se concentraba en la pesca, ni en la selección de frutas y verduras para comprar, ni en los panes de Amelie ni las cartas de Teddy o Hermione. Sus pensamientos, vivos y despiertos, se apiñaban para quebrarle el espíritu. Recordar a Ginevra era prender una mecha en todo su estómago. Tragaba en seco y por su garganta era como si circulara alguna asquerosa y putrefacta pastosidad.
Antes no era así. Antes, pensar en Ginny era el bálsamo perfecto para cada dolencia que pudiese sufrir su maltrecho cuerpo. Sin embargo ahora, dibujar su cara en la imaginación era el propio masoquismo. Sufría. Sufría no tenerla con él. Sufría por haberla estrechado entre sus brazos hacia tan poco tiempo y después, ella con lágrimas en toda la cara, le apartara de su vida. Y sufría porque ella sufrió. Y sufría porque todo era su culpa y sabía que se merecía ese infierno, pequeño y asfixiante.
Llevó sus manos a la cara y las frotó contra las mejillas, despabilándose. Miró en derredor y no supo qué más hacer.
Después de unos minutos, se levantó y salió de casa. Quizás un baño en el mar, a plena noche, le ayudaría.
O O O O
Siempre es el inconsciente quien controla. "Inconscientemente, hice esto". "Inconscientemente, te pensé muy seguido". "Inconscientemente, gritaba tu nombre". "Inconscientemente, deseo que estés aquí". Y el raciocinio es terco como mula, y nunca se permite aceptar que el inconsciente es quien nos controla.
Ginny se negaba a aceptar que deseaba, desesperadamente, cualquier información de Hermione sobre Harry Potter. Sabía que su mejor amiga era la única que intercambiaba cartas con el hombre, al menos un par de veces por semana, y que Teddy escribía diariamente también, comunicándose con su padrino. Pero a ella no le importaba. No. No. No. No. Aunque una vez, "inconscientemente", recogió las cartas de la mesa del comedor con una ansiedad poco disimulada, justo antes de cenar. Al darse cuenta de la fuerza con la cual sus manos apretaban el papel ya arrugado, maldijo. No quería ni tocarlas. ¡Já!
- Deberías tener cuidado – dijo secamente, extendiéndolas a su cuñada. – Ron podría ponerse furioso.
- Ronald sabe que me escribo con Harry – confesó Hermione, tomando las cartas y yendo a la biblioteca para resguardarlas entre uno de sus libros. – Y sabe que quiero ir a visitarlo.
Ginevra no cuestionó nada y Hermione parecía tampoco insistir en el tema. La pelirroja conocía la historia de la paradisíaca isla en donde Harry residía ya que, "inconscientemente", se vio buscándola en un atlas de geografía.
- Se ve un lugar muy hermoso – decidió seguir la castaña. – Ideal para unas vacaciones.
- ¿Piensas que Ron lo aceptará sin más?
- Tiempo al tiempo – Hermione acomodaba los cubiertos junto a los platos. – Ron no será el hombre más perceptible del mundo, pero sabrá cuando dar las disculpas. Lo sabrá.
- Al César lo que es del César, Hermione. ¡Y perdón a quien se lo merece! – exclamó. Sus mejillas enrojecieron y su pecho se infló.
- ¿Y quién más lo merece, sino aquel que lo pidió con toda la honestidad del mundo?
- Utilizar el término de "honestidad" con Harry Potter, es completamente inadecuado.
Su cuñada se acercó, quitándole los platos de las manos para tomárselas entre las suyas.
- No tienes que apresurarte a nada – Hermione le sonrió afectuosamente. Ginny desvió la mirada. – Eres idéntica a tu hermano, Ginny – la mujer volvió la vista hacia ella, frunciendo el ceño. – Ustedes, los Weasley, son tan fuertes como justos, aunque muy, muy orgullosos. – La pelirroja enarcó una ceja.
Hermione volvió a sonreírle, soltando sus manos después de un apretón cariñoso. La castaña sabía que tomaría tiempo antes de plantearle a su esposo una visita a Harry... Pero llegaría el momento, porque los Weasley no eran rencorosos. Ponía las manos en el fuego ante esa afirmación, recordando un particular momento en el ministerio de magia; un encuentro casual con Draco Malfoy y un saludo de manos caballeroso y hasta, de cierta forma, amistoso, entre el hombre rubio y su pelirrojo esposo.
Ginevra, por el contrario creía no perdonarlo jamás. Pero la verdad estaba en su "inconsciente".
"Inconscientemente, quiero que estés aquí". "Inconscientemente, quiero estar contigo". Sacudió la cabeza. ¿Cuánto tiempo aguantaría sin darle la razón al "inconsciente"?
Porque lo cierto era, que no se podía estar mucho tiempo negando al "inconsciente", y más temprano que tarde, todo acto hecho "inconscientemente", terminaría por volverse su única verdad. Porque las cosas que se hacían de forma "inconsciente", son las que más se deseaban.
Ginny respiró hondo desde el sofá. Se había mudado apenas hubo terminado su relación con David. Ahora vivía en un pequeño departamento que mucho no tardó en adoptar su toque personal. Llenó la mesa ratona y sus repisas de fotos familiares y cestitas de mimbre con popurrí, ahora todo olía a lavanda y hojas secas.
Estiró las piernas antes de acomodarse en posición fetal, abrazando a un cojín. Recordó la última vez que había visto a su encantador rubio, hacía tres meses. El hombre se aproximaba al ministerio, pronto a tomar un traslador hacía algún destino del sur, por cuestiones de trabajo. Ginny no evitó alzar un brazo para llamar su atención desde una esquina. David se acercó, casi corriendo, y aunque se alegraban de verse frente a frente, nada pudieron decirse.
- Yo… – David negó levemente con la cabeza. Él tampoco sabía que decir. Se acercó a ella, y cuando Ginny pensó que la besaría en los labios, él se desvió y posó su boca en su mejilla, por largo rato.
- Si me llamas, si me necesitas y quieres… regresar, quiero que sepas que vendré. Sin dudarlo, aquí me tendrás.
Le sonrió como un niño antes de despedirse. Ginevra lo llamó antes de que cruzara la calle, y corriendo a él, regresó el beso a su mejilla recién rasurada.
- Gracias. – Fue una despedida agridulce para los dos.
Y los días continuaban. Un mes, después otro. Su trabajo, su familia, algunas salidas con amigos, y Harry siempre en sus acciones "inconscientes".
Estaba tranquila pero no satisfecha. No hallaba que más hacer.
O O O O
Harry descubrió que zambullirse en el mar a oscuras, era muy terapéutico. Se retó por no haberlo aplicado desde que llegó hace ocho años y medio a la isla. Ahora mantenía la costumbre; los músculos se le contraían por el frío y salía del agua con las extremidades tullidas, pero más despierto que antes. Se recostaba en la arena por largo rato y si se quedaba quieto, podía sentir la presencia de los cangrejitos caminar cerca de sus piernas y brazos. Respiró a la hondonada el aire salado y escuchó el bullicio que provenía del pueblo, tocaban alegres tambores. Trató de recordar por qué, mas la fecha no llegaba a su mente y aún faltaba para la luna llena.
Volvió a respirar, estremeciéndose de frío ante la ráfaga de aire. Su piel se erizó como la de una gallina y se alzaron los vellitos de sus brazos. Sentía menos frío en el agua, así que se levantó y de una corrida se lanzó sobre la primera ola que divisó al entrar al mar. La playa estaba desierta y podría escuchar a los grillos tras su cabaña, si no fuese por la música del pueblo.
Se hundió por completo y dio unas brazadas hasta llegar a su bote. Sosteniéndose de la cadena que anclaba la barca al fondo, se elevó y jadeó al tener la cabeza fuera del agua. Se echó hacia atrás y se permitió flotar, tranquilamente. El agua lo mecía como el viento a las palmeras. Contempló las estrellas, era una noche despejada, realmente hermosa, quizá por ello celebraban los lugareños. Cogió aire y volvió a zambullirse, nadando hasta la orilla. Una ola terminó de arrastrarlo y llegó a la playa dando un par de vueltas como un tronco, hasta quedar desplomado sobre su espalda. Lanzó una carcajada como un crío, sintiéndose ridículo pero extrañamente alivianado.
- No me imagino nadar en el mar de noche – hablaron a su lado. Una sombra se proyectó por encima y sintió a la persona sentarse un par de metros más allá de él. – Si el océano es un misterio en el día, de noche no me lo puedo ni imaginar. Deben salir criaturas más extrañas aún. Otro mundo.
Harry creyó que todo era producto de su mente. Incluso llegó a pensar que había perdido la conciencia en el océano y estaba alucinando antes de morir ahogado. Sí, era el escenario más probable, porque no había alguna otra explicación a la presencia de Ginny en Tristan de Cunha, después de año y medio sin verla. Buscó sus lentes a tientas, recordando dónde los había dejado sobre la arena, y se los puso.
Ahí estaba ella. Con un vestido veraniego color turquesa que apenas la cubría y su pelo corto, cortito. Nunca la había visto con el cabello por encima de los hombros; se veía preciosa.
Harry se incorporó tan rápido que se mareó, obligándose a sostener su peso con una mano sobre la arena. Aún creía que estaba muriéndose en el fondo del océano, y que la imagen de Ginny era su forma de ser recibido en el más allá.
- Esto no…
- ¡Vaya lugar este! En medio de ningún sitio, a mitad de camino entre allá y más allá… Creo que es un buen lugar para perderse por un tiempo. ¡Buena elección, Potter!
- Gi… – carraspeó. – Ginny… – ella lo observó, con los ojos chispeando y una sonrisa suave sobre su boca, apenas maquillada con algo que la hacía brillar levemente.
Harry, estupefacto, se arrastró de rodillas y llegó a ella, extendiendo una mano, acariciando la mejilla pecosa y viéndola sonreír más dulcemente, como en antaño, cuando la tocaba con toda la delicadeza del mundo.
- Ya estoy muerto – musitó. La mujer arqueó una ceja y tomó su mano. El hombre pensó que lo apartaría pero ella, presionando sobre su palma, le clavó la punta de sus uñas. – ¡Auch!
- ¿Te dolió?
- ¡Sí!
- Lo que demuestra que aún estás vivito, idiota. Y también despierto.
- ¿No es un pellizco lo tradicional? – Harry se miró la palma. Las medias lunas rojas resaltaban sobre su piel blanca y áspera. Sacudió la cabeza y cayó en la cuenta de todo.
Ginevra estaba allí.
Su Ginny.
Estaba allí.
- ¡GINNY! – Gritó, sin moverse de su sitio, sin dejar de ver su palma, sin mirarla a ella. La pelirroja se sobresaltó.
- Harry…
Él por fin levantó la vista, sus ojos verdes se incendiaron, dejándola sin respiración, y con sus manos ahora nuevamente hacia ella, tomó su cara y la acercó de tal forma que ella rodó medio cuerpo sobre la arena, llenándose el vestido y las piernas.
- No… aguarda… – susurro él, ella lo miró sin entender.
Harry la observó atenta e intensamente, estremeciéndola. Sintió sus dedos remarcar su cara y después presionar en sus hombros. Se deslizó por encima de sus brazos y la miró de hito en hito hasta corroborarlo. Era ella y estaba allí.
- Estás aquí – murmuró, con un huracán desatado en el estómago. En su pecho su corazón latía como un loco desbocado.
Ginevra volvió a sonreír. No había pensado en cómo sería ese encuentro desde que decidió ir en su busca, después de tanto análisis y obstinación de su parte, pero le estaba agradando el curso que estaba tomando. Harry parecía aún no creérselo y mentiría si dijese que ella misma no se sentía en una especie de sueño encantado.
Hacia un año y medio que la olla se había destapado y en su vida jamás se había sentido tan desestabilizada. Fue un tiempo de superación y recuerdos que en más de una ocasión le hicieron enfermarse, literalmente. Mas sabía la verdad, supo manejarla a su tiempo, como le dijo su madre que haría. Superó las tramoyas y esquivó los baches del camino.
Y amaba a Harry. Lo amó mucho antes de odiarlo y lo amaba aún después.
Eso era todo.
- Ginny… – Harry regresó a tomar su rostro y buscó su boca, desesperado. La urgencia del beso la hicieron jadear y la brusquedad le hirió un poco el labio inferior, pero no le importó. Al contrario, respondió con la misma efusividad impregnada en la boca del hombre, contagiándose de su pasión y entrega. Se arrodilló con él y se aferró a su cuerpo con tal energía que sus músculos le dolieron.
Harry la apretaba con ansiedad, no dejando espacio alguno entre ambos, y hundía las manos en su ahora cortito cabello, evitando su separación. Ginny jadeó y él se alejó apenas para hundir la cara en su suave cuello y respirar… respirar su aroma, su aliento, sentir su pulso y su pecho acelerado bajo el vestido. La abrazó con tanta necesidad que la lastimaba pero no le importaba, porque necesitaba sentirla lo más cerca posible. Más y más cerca…
- Ginny… – sollozó, apoyando la cabeza en su hombro. Ella le acarició el cabello rebelde, húmedo y lleno de arena. – Eres de verdad. – La mujer rió bajito.
- Sí.
- ¿Cómo?
- Mi inconsciente me jugó una pasada – dijo ella, aun acariciando su nuca. El aliento de Harry le causaba cosquillas. – Hace una semana inicié mis vacaciones en el trabajo. Quería un lugar para desconectarme y, cuando llegué a averiguar en el ministerio para trasladarme, me topé con un amigo tuyo. Creo que yo lo esperaba.
Harry levantó el rostro y la miró con el ceño arrugado.
- Tu amigo, el anciano.
- ¡Scraut! ¿Qué hacía en Londres? Y…
- ¡No importa! – Ginny acarició su cuello. Harry suspiró, de alivio y placer. – No lo soportaba más; mi obstinación podía estar justificada pero… Dios, te amo. No quería nada sino estar contigo. Ya no me aguantaba, no aguantaba a nadie, solo te quería a ti, así que bien… Luché mucho contra mi propio orgullo. Un lugar en medio de la nada, busqué y…
Harry la interrumpió con un beso, ardiente y exigente. La vio demasiado bella, demasiado apetitosa y completamente real. No importaba la historia, ya después se la contaría. Quería tenerla, allí, porque la amaba demasiado y no soportaría volver a separarse de ella. Creía no poder estar más enamorado y deseoso. La necesitaba; su piel, su calor, su mirada centelleante, sus dedos delgados y sus piernas esbeltas. Sus caricias, su voz, sus besos, su aroma, sus brazos, su sexo... aferrarse a su pelo cortito y gritarle que la amaba con toda el alma, repetírselo hasta quedarse sin aliento y demostrárselo hasta siempre y más allá.
Mordió sus labios e ingresó a su boca, arrastrándola con él hasta dejarla acostada sobre su cuerpo. La piel transpiraba y las manos arremangaban toda ropa que se interponía en el camino. Ginny hundió las rodillas en la arena, a cada lado de su figura, y rozó, íntimamente. Harry recibió la urgencia del cuerpo femenino como una descarga eléctrica que le erizó cada poro de piel; tembló, gimió su nombre y lamió su cuello cuando ella buscó el apoyo de su cabeza por encima de su hombro. Respiraban agitadamente, sudorosos y anhelantes.
- Harry… aquí no… – farfulló Ginny, elevándose. Descansó su frente en la de él y repitió. – Aquí no – pero sus caderas continuaban rozando peligrosamente la entrepierna del hombre. El vientre de Harry vibró, aferró las manos a la espalda baja de ella, evitando cualquier intento de escape.
- Mi Ginny… mi vida…
- Alguien puede vernos – cerró los ojos. Seguía meciéndose encima de él, cada vez más fuerte, cada vez más profundo. Podía sentir el calor de la piel de Harry traspasar la costura de sus pantalones mojados por el mar, cruzar la tela de su vestido e irrumpir dentro de sus bragas. Toda caliente y deseosa. Lo amaba, lo anhelaba mucho, quería todo su cuerpo solo para ella, para su boca y sus manos y dedos, para su sexo y sus piernas enrrollándolo… Pero estaban en una playa al aire libre, en donde se escuchaba el ruido de unos tambores no tan lejanos; alguien podría llegar y verlos. – Paremos… y…
- No – él tomó sus caderas. – Mi Ginny, te necesito… tanto que me duele… – podían fácilmente aguardar un par de minutos, levantarse y correr hacia su cabaña. Pero no quería, no quería esperar, no quería aguantar más separado de ella. – Por favor… hazme saber que de verdad estás aquí, que eres real. Mi amor, yo… – apretó sus manos encima de sus nalgas y ella jadeó, apresurando el vaivén.
- Harry… alguien puede… – la calló con un beso, gruñendo roncamente. El deseo que sentía hacia ella era asfixiante, insoportable, punzante.
Ginevra no pudo controlarse más y se alzó, apartando su vestido. El poco raciocinio conservado, se filtró por algún orificio de su mente hasta la parte más profunda y y oscura de la misma. Harry arrancó sus bragas y con la misma velocidad y presteza, liberó su excitación de toda tela molesta, y entró en ella, bramando su nombre tan alto que ni los tambores pudieron opacar el sonido. Se movieron rauda y severamente. No había templanza por parte de ninguno y lejos de ser una entrega delicada, aquello parecía más una violación mutua. Harry quería tocar y apretar todo de Ginny y Ginny quería tocar y apretar todo de él. Ella se arqueó en una arremetida histérica de su parte y el hombre, afianzándose a sus caderas, se incorporó e invirtió las posiciones. Sus gafas cayeron ante la violencia de los movimientos. Cada ruda estocada los hacia temblar en cortos pero intensos espasmos. Ginny lo envolvió con sus brazos y piernas y Harry hundió los dedos en la arena, aferrándose a su textura y empujando, empujando duro, duro, duro y más y más hasta que ella lo llamó, en un grito ahogado por su propia boca.
Era ardiente, suave, deleitable y maravillosa. No estaba en sí mismo, estaba en ella, en toda ella. Solo era Ginny y su cuerpo entero unido a él. Solo Ginny, su Ginny.
Quiso arrebatarle el vestido y frotar piel con piel. La amaba, cuánto la amaba y cuánto amaba su cuerpo…
La observó, soltando sus labios. Estaba roja, húmeda, hermosa. Con sus pupilas dilatadas, las estrellas parecían reflejarse en sus ojos. La sintió tensarse, apretando las piernas a su alrededor, su intimidad lo estrujó, haciéndolo gemir. Arrugó los deditos de sus pies blancos, encorvando su esbelta espalda hasta separarla de la arena… su humedad lo estaba cubriendo, enteramente… había llegado al orgasmo y él disfrutó cada segundo, cada reacción y cada sonido.
- Te amo – le dijo, en una última, fuerte y placentera embestida que terminó por liberarlo a él. Se fundió en su boca, lleno de adrenalina, conforme aún se deslizaba dentro de ella, con cada convulsión que le hacía llenarla con su esencia. – Te amo, te amo, te amo – besó su cuello varias veces. Ginny rió, agotada. Al fin el cuerpo de Harry, satisfecho, se relajó. – Te amo, te amo, te amo… ¡Dios! Te amo, te amo, te amo…
- ¿Ya estas convencido? De que soy real…
- Oh, sí – besó sus labios. – Aunque pudiste haberme clavado las uñas nomás – sonrió como un travieso. Ese era, quizá, el momento más feliz de su vida.
- ¿Cómo crees que se encuentra tu espalda? No fui muy tierna, ¿te lastimé? – Harry fue quien rió esta vez y la besó, incansable.
- En lo absoluto. ¿Tú estás bien? ¿No te hice daño?
- En lo absoluto – sonrió, aunque ambos creían que podría dolerles el cuerpo en unos minutos. – Dios, esto no me lo imaginé así. ¡Harry! Alguien puede vernos.
- ¿Cómo te lo imaginaste entonces? Porque puedo escucharte y así lo intentamos de nuevo, y otra vez, y otra más, hasta que…
- ¡Harry! ¡En serio! Alguien puede venir y…
- ¿Y qué? Esto es algo completamente normal. He tenido que aguantarme cada bulla y visto cada cosa en esta isla que…
- ¡Por Dios! ¿Qué clase de lugar es este? – Harry largó una carcajada.
- Es el efecto que tiene la playa en los amantes, amor mío.
- Por favor, vamos a… – gimió cuando Harry salió de ella, deslizándose a su lado. Ginny se llevó las manos a la cara y se frotó la frente, dispersando el sudor. Harry la miró con amor y un nuevo deseo en sus ojos, oscuros ante la noche.
Los tambores estaban bajando y pudieron escuchar un par de risas provenientes de unos metros lejos de ellos. Una pareja caminaba a orillas de la playa.
Ginevra se incorporó tan rápido que tumbó a Harry en la arena. El hombre la miró estupefacto, se acomodó el vestido y recogió las tiras que antes formaban sus bragas.
- ¡Vamos, Harry!
- ¿Qué pasó, Ginny? ¡Eras tú quien me secuestraba en la madriguera para hacerlo en pleno lago! – Ginevra enrojeció sus mejillas. – Amor, relájate y… – ella se dio la vuelta, ignorándolo. Empezó a caminar a un paso rápido y Harry se alteró. Su corazón latió tan dolorosamente que lo sintió en las costillas. – Ginny… ¡Ginny! – se levantó de un salto y acomodó sus pantalones sin siquiera sacudirse la arena del culo. Recuperó sus lentes y corrió tras ella, tomándola de un brazo. – Ginny, amor…
- No me humilles – musitó, y Harry, al mirar sus ojos, los notó húmedos. El corazón se le arrugó, saltándose un latido.
- ¿Cómo? Ginny, yo nunca… – no entendía a lo que se refería. Le agarró el rostro con ambas manos. – Ginny…
- No quieras presumir que volví a ti ni que tenías razón. Sí, te amo y siempre lo hice. Te recuerdo claramente y sé todo, todo lo que hicimos y no estando juntos. Pero no quieras, Harry, hacerme sentir… ¡Dios! No sé… como una… tonta, cada vez que…
- Mi vida, solo…
- No soy yo quien está en deuda contigo, Harry. Eres tú quien…
- Te lo debo todo. Sí, lo sé. Perdóname, solo… ¡Dios! Lo siento. Solo estoy demasiado feliz y… – debió pensarlo, era muy pronto para tratarse como "el Harry y la Ginny de hacía ocho años". Debía asegurarle que todo sería sincero, que confiaría en ella plenamente y esperaba que ella hiciera lo mismo con él.
- La confianza se gana, Harry. No se pide nada más – dijo ella. – Y tú debes volver a ganarte la mía.
- Ginny, te lo juro, te lo prometo, por mi vida, que no volveré a cometer otra estupidez – unió sus frentes y frotó ligeramente sus narices. – Te lo prometo. No seré un idiota. Yo…
- Quiero que me lo cuentes todo.
- Todo.
- Cada alegría y cada tristeza. Quiero que me digas cuándo estás feliz, pero también cuando te sientes mal. Quiero saberlo todo, Harry. Lo bueno y lo malo. ¡Por favor!
- Sí, sí.
- Cuando te duela la cabeza, cuando se te encarne una uña, cuando te moleste el estómago… ¡No vuelvas a ocultarme nada! – sollozó. – Por favor.
- No llores – besó sus labios dulcemente. – Te lo prometo.
- Demuéstrame con hechos que seremos "tú y yo", y no solamente tú.
- ¿Te hago un juramento inquebrantable?
- No seas estúpido – iba a apartarse pero Harry la abrazó, arrullándola contra su torso.
- Mi amor, te lo prometo. – Le daría cualquier cosa que ella pidiese y mucho más, si estaba en sus posibilidades y si no, buscaría la manera. Le entregaría cada pensamiento, cada ocurrencia, cada acción de su cuerpo y hasta su alma entera. Ginny podía hacer con él lo que quisiese, pedirle incluso cometer la locura más grande y estúpida en toda la historia del planeta, y él obedecería, sin rechistar, sin exigir nada más.
- Estás a prueba, Potter.
Harry besó su coronilla, sintiendo su corazón golpearlo en el pecho. Tenía todo su pelo rojo lleno de arena y algunas partículas se le metieron en la nariz. Los brazos de Ginny le respondieron minutos después. El viento los golpeó y Harry comenzó a mecerla de un lado a otro, bailoteando lentamente sin mover los pies, aunque sentía las ganas de correr y bailar al ritmo de los tambores. Estaba lleno de una dicha que parecía fantasía; su pecho inflado de alegría y en paz, en completa y envidiable paz. La pareja que habían escuchado reír a unos metros pasó cerca de ellos, pero apenas los miraron.
Harry sonrió contra la cabellera colorada. Definitivamente, Tristan de Cunha era el mejor de los lugares.
- Tengo frío – susurró Ginny contra su pecho, cuando una nueva ráfaga, más potente que la anterior, le alzó el vestido por detrás.
- Yo te caliento – murmuró él, levantándole el rostro y arrebatándole un beso. Haló su labio inferior en un mordisco travieso.
- Harry…
- Vamos – se separó apenas para tomarla de la mano.
No caminaron mucho. A pocos metros estaba la cabaña que, menos mal, Harry había mejorado al llegar por segunda vez.
- Espero te guste – sonrió con ilusión y Ginny sintió que se derretía de amor. Se mordió el labio, entrando junto a él. – ¿Dónde dejaste tus cosas?
- En la casa de Scraut.
- Debo hablar con ese viejo.
- Mantenlo contento, tiene más contactos que los mismos presidentes – Ginny estudió todo a su alrededor, quedando encantada.
- No es tan lujosa como la del viejo, pero…
- Es hermosa – ella le mostró la sonrisa más preciosa que Harry pudo recordar.
- ¿Vas a quedarte? – preguntó, una nota tímida y temerosa se notó en la voz. Ginny lo miró enternecida, incapaz de jugar con él al menos un poco.
- No vine desde tan lejos para solo estar una noche, ¿cierto? Aunque haya sido en traslador, el viaje es agotador. ¡Estamos en medio de ningún sitio!
- A mitad de camino entre allá y más allá – se acercó a su cuerpo. – Pero estamos juntos. – Le quitó de la mano la telita que antes eran sus bragas. – No tienes nada allí abajo, ¿eh? – Ella enrojeció como un tomate en temporada. Iba a abrir la boca para hablar, pero Harry se le adelantó, doblegándola con la suya.
La cabaña estaba en mejores condiciones, sin embargo, algún que otro orificio pareció habérsele escapado cuando la reestructuraba. Un golpe de viento le hizo temblar y abrir los ojos. Estaba solo en la cama y se asustó. Se incorporó, empezando a sudar frío.
- ¡Ginny! – exclamó, aterrado.
- Aquí estoy – la escuchó. Ella respondió con paciencia. Harry buscó sus gafas y enfocó la vista al frente. Ginny estaba sentada junto a la mesa. La ventana estaba semi-abierta, por lo que el viento entraba sin inconvenientes. – Tenía calor, así que la abrí un poco para que refrescara. – explicó ella. – Todo está bien. – le sonrió. Se levantó, con un brazo a un costado y una mano en su espalda. Lucía una de sus camisas de leñador baratas, blanca y casi transparente. Sus senos suaves apenas eran cubiertos por un pedacito de la tela. Era una divinidad, su diosa. Su criatura perfecta. Al tenerla cerca, Harry la atrajo a su regazo. Ginny se acomodó a horcajadas y él la abrazó, hundiendo la cara en su pecho. – Tienes que creer que estoy aquí y que no me iré.
- Lo sé – respiró, aletargándose con su aroma. – Lo siento, pero lo he soñado tanto que…
- Estoy aquí – lo agarró por el pelo azabache y lo besó. – Quédate tranquilo - Harry asintió con la cabeza y apoyo su frente en la de ella, cerrando los ojos.
- ¿Qué tienes allí? – trató de coger lo que ocultaba en su espalda. Ginny rió bajito, huyendo a sus manos. – Ginny…
- Solo… – mostró uno de sus muchos cuadernos; las mejillas de Harry se pintaron cual pimientos al ver de qué se trataba. – No me podía imaginar siquiera tus dotes de escritor.
- Eso… – trató de arrebatarle el cuaderno. Ginny lo levantó por encima de su cabeza.
- ¡Ni se te ocurra, Potter!
- ¡Ginny!
- ¿Acaso no eres tú quien me debe todo? – lo encaró, levantando la barbilla. Harry se rindió, bajando las manos.
- Son tonterías – murmuró, avergonzado. – Nadie las ha leído y no pretendía que…
- Pues… – la mujer llevó el cuaderno al frente, escudriñando la página. – Me agrada Gissel… Y, ¿por qué ese nombre? – lo miró con ojitos entrecerrados.
- Empieza con G – Harry sentía sus mejillas arder.
- Ah, original – bufó y volvió al cuaderno. – Y es pelirroja.
- Sí – Ginny le sonrió y siguió leyendo.
- Harold es un poco lento…
- ¡Ginny!
- ¿Por qué Harold?
- Ginevra… – ella se carcajeó, echando la cabeza hacia atrás.
Harry se olvidó de sus cuentitos y se quedó embelesado en su largo cuello blanco, lleno de pequitas canela. Se inclinó y posó su boca, tiernamente, sobre su garganta. La sintió respingar sobre sus caderas. Quería besar cada poro, con lentitud, relamiendo sus labios en el proceso; los humedecía antes de plantarlos sobre su piel y dejaba una que otra marca al succionar, escuchándola gemir suave pero perceptiblemente.
- Eres tan bella... – Ginevra se enderezó, sus ojos irradiaban una mágica luz que, al alumbrarlo, le hicieron jadear, anonadado. – Te… te amo – confesó.
Ginny dejó caer el cuaderno y asió sus brazos a él, apretándose a su torso desnudo. Buscó su boca y se quedó en ella, en una cabaña en medio de ningún sitio, a mitad de camino entre allá y más allá, y no deseaba estar en otro lugar.
Finnite
..
...
...
EXTRA
Ronald tardó un poco más en dar otra oportunidad, algo completamente entendible. Diré que Hermione le ayudó a decidirse cuando le explicó que Harry correría con los gastos para el traslado a Tristán de Cunha. ¡Vacaciones gratis! ¿Quién podía negarse?
¿Y cómo obtuvo Harry el dinero? Dalton publicó el libro y fue un exitaso. Mandó a Potter una parte de sus ganancias; después de todo, era su historia. Al científico le fue tan bien y obtuvo tanto renombre que consideraron incorporar su imagen a las tarjetas en las Ranas de Chocolate.
David conoció a una linda muchacha de descendencia latina dos años después de su relación con Ginny. Se enamoró perdidamente de ella y ella de él. Todo estaba bien para él, lo merecía.
Y Scraut, creo que sí podría ser alguien del servicio mágico secreto. Le pediré un contacto para tumbar a Maduro (hahaha) (?)
..
...
...
Nota/a: ¡Ahora sí! ¡El final! Muy Hanny porque hacía falta, ¿no creen? apresurado pero en serio, no daba para más yo. Y disculpen lo cursi, pero se los debía a los moshos...
¡GRACIAS POR TANTO! A todos los que me leen desde el inicio, a quienes se interesaron después, a quienes en su momento le dieron una oportunidad a esta historia, GRACIAS! Sus opiniones siempre importantes, me ayudaron a crecer como escritora y a querer dar en cada capítulo lo mejor que pudiese. Llevo un largo tiempo en este mundillo, he aprendido bastante y conocido a personas maravillosas, así que no puedo hacer más que repetir las GRACIAS a cada rato. ¡De verdad!
He comentado ya que este podría ser mi último fic, pero si soy sincera, no puedo dar ese pensamiento por sentado. Fanfiction me ha ayudado muchísimo en mis tiempos de crisis y siempre hay algo que me enciende la vena fangirl (jajaja) Así que ¿seguiré o no seguiré? No lo sé. Por los momentos, daré fin al fic que empecé con mi amiga Cata (Verde que te quiero verde, si gustan pasarse, es un Drinny) y después veré que me depara el destino… Seguiré escribiendo porque para mí, esto es mejor que una ida al psicólogo, pero un próximo fic no está en el tintero. Sin embargo, ¿Quién sabe? Puede Harry Potter u otro fandom, tentarme rapidito. No descarto la idea, la vida da vueltas y vueltas.
¡GRACIAS! ¡GRACIAS! ¡GRACIAS! Por cada palabra de aliento y ánimos. Gracias por todo. Disculpen lo malo; los atrasos, los errores y las fallas que pueda yo tener, pero haciendo se aprende. Y espero de corazón, puedan regalarme una última opinión.
¡VAMOS! Que ya es el final y nada cuesta, no sean feos ¡eh!
Un abrazo desde el alma, para cada uno. Que Dios los bendiga,
Yani.!