"Black Mirror"
Cap. 11: Rescatadora.
- Vamos a ver si lo he entendido. - la voz pitonal de Neeshka andaba en aquel peligroso límite auditivo entre lo que es la discreción y lo que es básicamente pifiarla pero bien en territorio donde te pueden llover las hostias a puñados cuando menos te lo esperas – Tu padre te dijo que tiraras millas dirección Neverwinter a consecuencia de cierta horda de afilantes y duérgar que te persiguen y los cuales, me doy con un canto en los dientes, desde que ando con vosotros no han dado lo que se dice muchas señales de vida. Y, con ésas mismas, todavía va y nos sobra tiempo para marcarnos una paradita con objeto de hacer limpieza en un cementerio infestado de cadáveres andantes en el culo de la civilización sólo porque Vallis quiere un ascenso. - expresó con no poca exasperación, alzando casi cómicamente los brazos en el aire y sacudiéndolos como si una fuerza desconocida se los anduviera bamboleando a lo loco cuales medias mojadas tendidas con pinzas de la ropa al viento - ¿He captado la esencia de nuestra aventura o todavía me dejo algo, Dess?
Sí, "Dess". Porque a Neeshka le gustaba que los diminutivos sonaran guays y requetechulos. Eso y que el rollo de "Desi" le sonaba más a "Desideria" o a "Désirée" que otra cosa.
Y ella ya había conocido a una Désirée en su momento. Una prostituta, para más señas. Buena gente.
Y bueno... ni qué decir que el nombre de Desideria era tremendamente común en zonas rurales, especialmente en mujeres de cierta edad. Neeshka se había hartado en su día de ir de pueblo en pueblo antes de comenzar oficialmente su carrera delictiva en la Joya del Norte y ver abuelas cheposas vestidas de negro peinadas con el clásico moño de grulla vieja, todas y cada una de ellas con nombrecitos del palo de Desideria... y Anselma... y Rogelia... y Filomena... y Cirila...
Vamos, de ésa clase de nombres que hacen que te piten los oídos y quieras hacer reseteo de memoria selectivo. Y a Neeshka no le apetecía un pimiento que el diminutivo de su nueva... compañera le recordase aquellos días mendigando por ésas aldeas de mierda donde todas las puertas estaban cerradas para ella y las viejas torcidas de torcidos nombres la perseguían, escoba en mano, arreándole en el culo para que se largara y dejara de "hechizarles el ganao y malograrles los sembraos".
Lo que tiene tener cuernos y no pastar hierba.
- Bueno, muchas opciones no es que tengamos precisamente. - respondió la aludida planodeudaria porteña chasqueando la picuda lengua con una mueca impregnada de chulería. Más le valía parecer "tirada pa'alante" y segura de sí misma delante del grupo, especialmente de Kipp, si quería que la mitad de los presentes (ella incluida) no se, literalmente, hicieran pis encima cuando les tocase enfrentar al puñado de fiambres andantes que ya les habían advertido iban a tener que sortear – O encontramos a Tann o el capullo integral del bigote y la perilla pondrá nuestros jetos en primera línea de orden de búsqueda y captura en la ciudad. Es lo que hay, Neesh.
Sí, bueno, ya que nos ponemos en meter diminutivos al asunto, Desdémona tampoco se quedaba atrás a la hora de recortar nombres.
Porque donde hay confianza, da asco.
- ¡Bah! - despreció la pícara tiefling cruzándose de brazos y adoptando el mismo gesto petulante de un crío en actitud mohína - ¡Como si no hubieran dado mi descripción ni se sabe de veces a la Guardia de la ciudad antes y después de la guerra con Luskan! Unas capuchas bien colocadas, unas monedillas aquí y allá en caso de emergencia, buenos contactos, la boquita cerrada y no nos reconoce ni el Tato. Y os habla la voz de la experiencia, creedme.
- Ya, pero con un grupo como el nuestro el truco del almendruco ése no cuela, tía. - replicó Desdémona haciendo un gesto con la mano de abarcar a los presentes – Con capuchas o sin ellas llamamos la atención a lo bestia, lo mires por donde lo mires.
El resoplido caballuno de Khelgar no se hizo de esperar.
- ¡No hace falta que lo jures, chavala! - gruñó de mala leche. Hacía cosa de una hora que se le habían agotado los contenidos de su petaca personal y no le hacía ni un pelo de gracia hincar el morro a cualquier otro bebedizo que no gastase graduación alcohólica en su haber – Un crío sinvergüenza y harapiento y dos tiefling colmilludas: la una chiquitina y oscura como un erizo, la otra pelirroja, choriza y traicionera. ¡Casi la más normal de todos nosotros va a acabar siendo la maga rubita que lanza chispitas de colores por los dedos!
- No te olvides del enano belicoso, borrachín y botarate, las tres bes ahí bien juntitas, además de BURRO con un ego tres veces su tamaño. - le devolvió la pelota la susodicha pelirroja choriza y traicionera – Que sean cinco, ya que el pobrecito no tiene mucha estatura de la que presumir, al fin y al cabo.
- Desde una posición privilegiada como la mía, las probabilidades de partir rodillas de un puñetazo son increíblemente altas, tiefling. - replicó el guerrero ensanchando sus prominentes fosas nasales, regadas en su interior de gruesos pelos de oso al igual que en el ochenta por ciento de su compacta anatomía - ¿Quieres comprobarlo?
- Bueno, vale ya. - les regañó la pequeña líder del grupo frunciendo hondamente el ceño en su pálida carita de diablillo travieso – Que parece que os den cuerda, macho. - y era cierto, desde el mismo inicio de conocerse ya llevaba perdida la cuenta de la cantidad de veces que aquel par se habían dedicado la retahíla de insultos de rigor, cada nueva palabra que uno soltase parecía poner al otro en marcha para replicar con la impertinencia correspondiente – Amie, oh rubia mía entre las rubias. - enunció desviando la vista y la atención hacia la que se había convertido, con el paso de los días, en su compañera de viaje más silenciosa - ¿Has terminado de examinar y requeteexaminar mi mapa o debo seguir permitiendo que el viejo y arrugado trozo de papel y tú os conozcáis más a fondo?
Porque Amie, con toda honestidad, tenía poca o ninguna idea de cómo interpretar un mapa, por muy grande que fuera su leyenda o por muy masticaditas que tuviera las anotaciones garabateadas a mano por un viajero tan meticuloso y concienzudo como lo era y seguiría siendo Daeghun Farlong.
A Desdémona no le hacía falta mirar dos veces el plano para saber cómo funcionaba la mente de su padre y de qué modo sus huellas dactilares estaban impresas sobre las rutas más rápidas y seguras: no había más que palpar el papel y saber por qué zonas era más acusado el desgaste y por cuales estaba menos sobado, con la tinta en mejor estado de conservación.
Y eran éstas últimas zonas impresas en el papel, precisamente, aquellas que debían evitarse a toda costa.
- De algún modo estamos retrocediendo. - opinó la joven aprendiz de maga frunciendo el ceño y llevándose el mapa cerca de las narices, como si la vista no le diera para más y necesitase una lente de aumento para interpretar lo que tenía delante – Según la posición donde Cormick nos marcó que está el camposanto militar, estamos variando nuestra ruta original radicalmente dirección Este... creo. - aventuró, insegura de si el Este era la izquierda o la derecha de las manijas de una brújula. Siempre dudaba – Y este sitio no es sólo que esté justo casi en territorio de las Montañas de la Espada, subiendo por la misma dirección a lo que aquí pone es, al parecer, la población del Pozo del Viejo Búho; sino que utiliza una antigua ruta comercial con Yartar que lleva años sellada a consecuencia de la ocupación orca en la zona. - suspiró, recordando todos aquellos diminutos fragmentos de información a los que, en su día, no había dado la menor relevancia mientras Tarmas los iba recitando en voz alta como una suerte de letanía con las manos manchadas de agentes químicos con los que elaborar pociones guiando las de su impaciente pupila a través de decantadores y retortas – Estamos yendo de cabeza a las inmediaciones de una zona conflictiva desviándonos considerablemente del Camino Alto para ir a parar de nuevo a los límites del Estero. - explicó a los ahora atentos componentes del grupo, todos y cada uno de ellos observándola con gesto de sorpresa mientras caminaban – Si eso no es retroceder, entonces yo soy Volothamp Geddarm. - añadió devolviéndole el arrugado plano a su amiga con gesto de cansancio – Toma, éste dichoso legajo me está dando dolor de cabeza.
No parecía contenta. En absoluto. Desdémona podía entender el porqué: no era lo mismo emprender una inofensiva aventura donde los protagonistas, además de realizar hazañas dignas de ser escritas, encontraban la satisfacción que una buena recompensa o el descubrimiento de un tesoro entrañaba para el ánimo (y el ego) de los implicados.
Pero aquella situación... aquel estar entre la espada y la pared de meterse por narices en un lío de los gordos con promesas no-muertas o acabar con sus descripciones circulando por la ciudad en cuyo destino se hallaba la clave de la ya no tan inofensiva aventura que habían iniciado... pues bueno, no es que fuera una perspectiva muy halagüeña, precisamente.
Menos de una semana fuera de casa y ya habían conseguido que un miembro de la nobleza noyverniana les tomara tirria.
- La verdad es que, visto así, le añade más delito al asunto. - opinó Neeshka rascoteándose la parte derecha de la frente por la base de uno de sus pequeños cuernos – Vallis nos la ha jugado pero bien.
- Rayos, con ésos ánimos le quitáis todo el encanto al sentido de la aventura, urgh... - rezongó Khelgar ceñudo con su acento sureño más cerrado, otra particularidad que evidenciaba su presente estado de mal humor.
No obstante, de cara y contra el viento, Kipp, en su infantil percepción de una situación que a él se le hacía tan excitante en amplio contraste con la de los adultos, quienes la comenzaban a ver como ingrata y penosa, saltó al frente de la conversación sin pensar, dotado de ésa maravillosa candidez que sólo un niño podría mostrar en momentos de gran tensión.
- Bueno, ¿y qué si nos toca ir a buscar a un viejo tonto que se ha perdido en un cementerio donde hay unos pocos zombies? - razonó, muy seguro de sí mismo – Entre Khelgar con su hacha y Amie con su magia se bastan solos para tumbar a cualquier bicho que se nos cruce. Neeshka puede abrir la verja del cementerio, si la hay, e ir echando vistazos del lugar en silencio por si hubiera trampas o algo y así poder anticiparnos. - relató emocionado, la fértil imaginación de su condición como infante llenando su cabeza de coloridas imágenes sacadas de los relatos que su madre le leía a la hora de dormir – Y luego aquí mi hermana puede servir tanto de escudo como de refuerzos, ya que sabe magia y usa el arco. - concluyó tranquilamente, dándole una mirada brillante a la susodicha diablilla en cuestión – Cuando regresemos le daremos al bigotes finolis ése bien en las narices con nuestro éxito y tendrá que volver a dejar que haya patrullas por los caminos.
Desdémona se le quedó mirando entonces con una mezcla entre el alucine y el cachondeo. No porque en sí la idea del crío le pareciera ridícula, que no lo era, sino porque el maldito a veces podía llegar a ser tan jodidamente adorable...
- ¿Me engañan mis oídos o acabas de elaborar una estrategia en toda regla, micarraco? - preguntó divertida dándole un suave apretón en los hombros con la cola que, indefectiblemente, se hallaba puesta a modo de bufanda sobre el chiquillo.
- ¡Ése es el espíritu, chaval! - exclamó Khelgar dándole una desigual sonrisa al niño, quien sintiéndose protagonista, mostró su descolocada dentadura en otro de aquellos gestos encantadoramente chulescos propios de su cosecha.
- Tienes mucha fe en lo que a las habilidades de todos nosotros respecta, chavalín. - terció Neeshka cruzándose de brazos con un gesto dividido entre mantener su previa demostración de constantes quejas y resoplidos o seguirle el juego al niño y dejarse contagiar por su entusiasmo – Tal vez te enseñe un par o tres de trucos en cuanto ponga éstas manitas a la obra descerrajando puertas y desmontando dispositivos trampa, si los hubiera. - adujo alzando un instante sus enguantadas manos en alto.
Kipp alzó su pequeño mentón orgullosamente y le dio una mirada de absoluta ilusión a la pícara, deseoso de aprender de una maestra del oficio que antaño desempeñara su papá.
- ¿Ah, sí? - dijo con todo el descaro del mundo chasqueando la lengua contra el paladar – Si lo haces puede, y sólo puede, que te acabes convirtiendo en mi segunda chica demonio favorita.
- ¿Ah?, ¿eso quiere decir que la primera soy yo? - inquirió Desdémona juguetonamente, en su interior toda hinchada cual pavo real.
- Tal vez. - replicó el pilluelo ampliando su gesto sinvergüenza.
- Eh, un momento, tiempo muerto. - se apresuró a decir la pícara ladrona con una seriedad tan súbita que desconcertó momentáneamente a sus oyentes – Ya sé que la mitad de los humanos no tenéis pajolera idea de la diferencia y por eso se te excusa... pero me gustaría que, cuando te refieras a nosotras, no nos llames por lo que no somos, chavalín.
El grupo hizo al unísono un repentino alto y Neeshka, si bien incómoda, se mantuvo erguida de brazos cruzados.
- Bueno, te he llamado demonio porque es lo que sois, ¿no? - aventuró Kipp, sintiéndose por vez primera en años igualmente incómodo que su interlocutora, como si temiera que le fuera a llover una reprimenda o un castigo por lo que acababa de decir.
- No somos demonios. - replicó la pelirroja tiefling frunciendo el ceño, evidentemente insultada.
- No lo ha dicho con ésa intención, Neesh. - dijo Desdémona tratando de apaciguar los ánimos.
La mujer suspiró. Estaba visto que Dess tampoco lo entendía.
- Ya lo sé. - explicó tratando de serenarse, una extraña sensación de orgullo pinchado y ligero arrepentimiento aflorando en su pecho. A veces era tan impetuosa... le costaba mucho explicarse con tranquilidad cuando ella misma era un hervidero de pura hiperactividad con patas – La cuestión... es que sigo en mis trece porque es la verdad y tiene que saberlo: tú y yo no somos demonios, sino diablos.
Ahí hubo un momento de pausa en el cual todos se quedaron mirando a Neeshka sin entender.
- ¿Hay alguna diferencia? - inquirió la planodeudaria porteña con inmediata curiosidad, dando voz a la pregunta que el resto de los presentes se estaban formulando en silencio.
- Mucha. - respondió la pícara alzando las cejas escépticamente - ¿Alguna vez has oído hablar de la escisión entre yugoloths, tanar'ri y baatezu? Tú y yo pertenecemos a éste último grupo, Dess.
Poniendo de nuevo los pies en movimiento como si aquel incómodo instante nunca hubiera tenido lugar, Desdémona prosiguió con sus preguntas.
- ¿Baatezu? - repitió saboreando la palabra un instante en la lengua, haciéndose a su extraña pronunciación.
- Eso es. - asintió Neeshka con la cabeza, en cierto modo aliviada con que su enorme bocota no la hubiera llevado más allá de unos segundos de pura tensión. Su tendencia a meter la pata desde que era una cría había sido desde siempre su peor enemigo – Los que son oriundos de los Nueve Infiernos de Baator y sus descendientes somos baatezu, diablos. - instruyó de carrerilla como si aquella información se la tuviera tan estudiada que ya le saliera sola por inercia – Los que habitan el gran Abismo y sus hijos son tanar'ri, demonios. Y luego están los vendidos ésos de los yugoloths, que habitan en la Grieta de Sangre y son conocidos como daemones. - tomó aire - Ésas son las tres clases esenciales de criaturas que pueblan los Planos Inferiores y su legado hacia los que somos mestizos va a través de la sangre... o al menos eso es lo que me ha dicho cada criatura infernal con la que he tenido el dudoso placer de toparme.
Entre lo deprisa que hablaba Neeshka y la ingente cantidad de información soltada de sopetón Desdémona se quedó a cuadros, tratando de procesar lo que oía. Y ella que había pensado de toda la vida que el Abismo y los Nueve Infiernos eran distintos nombres para designar una misma cosa...
En definitiva estaba visto que los Planos Inferiores eran eso precisamente: una interconexión de diferentes lugares adonde iban a habitar las criaturas más depravadas y crueles de los Reinos.
- Espera... - inhaló aire a su vez mientras comenzaba a rascarse la nuca, intentando darle sentido al repentino flujo de ideas que se le cruzaron por la cabeza – Pero si todos somos del mismo... ya sabes, caldo de cocción, más o menos, ¿qué diferencia hay?
Neeshka sintió unas ganas repentinas de tirarse de los pelos. ¿De dónde habría salido aquella chica, se preguntaba, que no tenía ni la más leve noción de lo que su herencia genética representaba? Ya era muy mayorcita para vivir en la inopia.
- A ver... - comenzó nuevamente, armándose de paciencia - ¿Alguna vez has oído hablar o has leído acerca de la Guerra de Sangre?
- Eeeh... ¿no?
- Te ahorraré los detalles ya que, además de ser antigua de narices, nadie tiene muy claro cómo empezó, pero... - y ahí la pícara hizo una breve pausa, buscando las que serían sus siguientes palabras – Para resumirlo te diré que es un conflicto que lleva gestándose desde el Año de la Maricastaña y que nos enfrenta a los baatezu contra los tanar'ri con los yugoloths de por medio cambiando constantemente de bando y ofreciendo sus servicios al mejor postor. - expuso finalmente, orgullosa de sus propias palabras.
Desdémona enarcó una ceja.
- ¿Y eso en qué nos concierne a nosotros? - preguntó – Quiero decir... allá se maten entre ellos con sus rencillas de mierda, nosotros no vivimos allí abajo y, por lo tanto, la guerra ésa no nos afecta.
- Ahí es donde te equivocas. - sentenció Neeshka sombríamente – La llamada de la sangre es fuerte, incluso en aquellos que la tenemos diluida, y la sensación de conflicto y violencia que se siente en presencia de alguien del bando contrario es muy poderosa. - en esto que había mirado fijamente a los ojos de su interlocutora, las sesgadas pupilas felinas rodeadas de granate dilatadas ante la sola mención de aquella guerra invisible a la que su inconsciente acudía con una feroz e implacable frecuencia – Si no hubieras sido baatezu como yo, créeme, a éstas alturas estaríamos intentando sacarnos los ojos como animales. El día en que veas a un tanar'ri por primera vez querrás, sin razón aparente, cargártelo de la manera más cruenta y asquerosa posible. - y, ante la mirada atónita de alquitrán de la porteña, meneó la cabeza significativamente – Con el tiempo se puede... apaciguar la sensación y eso, pero siempre sentirás las remanencias del asco y el miedo hacia el bando opuesto. Es imposible sustraerse.
La joven Farlong sopesó en silencio la información que acababa de dársele muy cuidadosamente, como si el tratar con ella equivaliese a tratar con pólvora.
De tal modo... que ésos eran sus orígenes, ella era un diablo, baatezu, y podría reconocer a otros de su misma especie o de la contraria en función de la sed de sangre que experimentase al verlos.
Era tan extraño... si se pensaba en frío aquella información era ciertamente un tanto perturbadora ya que decía mucho acerca de la naturaleza violenta de uno de sus progenitores que además, de alguna manera, ella había heredado. A las cruentas pruebas de sus recientes acciones se remitía.
No obstante... el recolectar piezas de aquel conocimiento que hasta el día de hoy le había sido por unas circunstancias o por otras vedado... le trajo una inusitada paz.
A ver, no es que se sintiera orgullosa de la vena agresiva de la que venía haciendo gala desde que abandonase Puerto Oeste... pero también era cierto que, hasta ahora, le había ayudado a sobrevivir.
Y la supervivencia, de algún modo, estaba tan arraigada en su subconsciente que la perspectiva de una derrota le aterraba.
Porque eso implicaría que ella era débil. Y en un mundo poblado por mortales temerosos de una naturaleza como la suya no podía permitirse mostrar debilidad alguna si no quería que se la merendasen viva.
Sus años de infancia y juventud en el Estero de los Hombres Muertos eran prueba suficiente de ello: si no se hubiera esforzado en aprender rápido de Daeghun cómo usar el arco o poner trampas para los conejos, muchas noches en la ausencia del semielfo se hubiera ido a la cama sin cenar.
Si no hubiera contestado tanto física como verbalmente a los abusos de otros críos de su edad a lo largo de los años, se hubiera acabado convirtiendo en el saco de boxeo local.
Si no hubiera puesto empeño en sacarle acordes melódicos a su violín a base de muchas horas de frustración soportando el desagradable chirrido de sus cuerdas sin un profesor que le instruyera en el arte de la música... no se hubiera ganado aquellos silencios reverenciales por parte de sus vecinos, amansados por su música y sus canciones, haciéndola sentir que, por espacio de unos pocos minutos, los tenía completamente en su poder.
Ella se había ganado todo aquello a fuerza de nunca rendirse, nunca decaer ni mostrar debilidad ante las adversidades. Sólo sus amigos conocían su talante frágil, soñador y ñoño y ella había sabido escogerlos bien.
Por eso no se rendiría, no mostraría debilidad. Nunca. Y si eso implicaba convertirse en una fiera frente a aquellos que quisieran herirla a ella o a sus seres queridos, lo haría.
Vaya si lo haría.
De todos modos, de tan absorta que había estado inmersa en tales contemplaciones, se topó con que la conversación sobre diablos aún seguía en marcha dentro del grupo.
- ¿Entonces llamar "demonio" a un... baaeztu como tú es un insulto? - decía Kipp pestañeando, fascinado con los relatos sobre los Infiernos que Neeshka tenía por ofrecer a sus curiosos oídos.
- Baatezu. - corrigió la pícara pelirroja con una media sonrisa colmilluda – Sí, bueno, es como si a ti te llamaran "orco". Se supone que adjudicarte el título de tu enemigo es como... una afrenta a la sangre y rollos de ésos. Tampoco me hagas mucho caso, chavalín, a veces tengo la lengua muy larga y lo del tacto no es lo mío.
- No hace falta que lo jures, erizo cornudo. - saltó, cómo no, Khelgar con aire despreocupado, casi complacido de haber hallado una nueva excusa para meterse con la pícara.
- ¿Te he pedido tu opinión acaso, albóndiga barbuda? - respondió la aludida como activada por un resorte, quizás también complacida de andar a la gresca con el enano.
Y así, dejándoles seguir a lo suyo mientras el niño se partía de risa oyéndoles discutir (cualquiera diría que, precisamente, lo hacían para divertimento del infante), Desdémona se giró hacia Amie y se asió muy gratuitamente de su brazo.
- Te noto muy seria, tía. ¿Qué te pasa? - dijo sin rodeos.
La joven Helecho agradeció enormemente aquel contacto físico y le dio un pequeño apretón en el antebrazo a su amiga. En aquellos instantes estaba un poco bastante necesitada de confort, la verdad.
- No es nada. - dijo sencillamente con una sonrisa terriblemente débil.
- ¿Segurito seguro? - presionó la planodeudo con ésa encantadora manera suya de poner vocecitas graciosas para suavizar situaciones - ¿No se lo quieres contar a la tita, Desi?
- Seguro. - dijo Amie tratando de ampliar su leve sonrisa, imprimiéndole una suave cadencia tranquilizadora a los matices de su voz – Estoy bien, no te preocupes por mí.
Pero no era cierto.
Desde aquel terrible encuentro con los Capas Grises de camino al Fuerte Locke venía rondándole por la cabeza a ráfagas un pensamiento intrusivo del que, por más que lo intentara, no lograba zafarse: el asesinato.
Habían asesinado a aquellos hombres.
Tal vez no a sangre fría y tal vez se lo tuvieran muy merecido dadas las cosas horrendas que habían tenido en mente hacerles a las mujeres antes de asesinarlas... pero eso no cambiaba la naturaleza de lo que habían hecho.
No había necesidad... podrían simplemente haberlos noqueado tal y como habían hecho con los borrachos que estaban molestando a Khelgar cuando le conocieron. Podían haber hecho las cosas de otra manera, sin derramamiento de sangre. Y ella había participado, aterrorizada con que pudieran vejarla como a un animal. El rostro quemado con los ojos en blanco de aquel hombre...
Y lo que más le aterraba de todo: que ni a uno solo de los miembros del actual grupo pareciera importarle el asunto en lo más mínimo, ni siquiera al niño.
Tal vez para Khelgar, que era sin duda varias décadas más mayor que ellas (no por nada los enanos vivían una media de doscientos y pico años largos y el guerrero parecía ya entrado en la mediana edad) y tendría otras costumbres, eso de partir a la gente en dos sería casi "lo normal" en su sociedad si te agredían.
Tal vez incluso para Neeshka, dado el riesgo que entrañaba su forma de vida, lo habitual era ir por ahí rebanando cuellos si te pillaban.
Pero ellos tres... Kipp, Desi y ella se habían criado en una sociedad humana, ¡una sociedad con valores!
¿Cómo podían... aceptar tan alegremente lo que habían hecho?
¿Podía ella siquiera culparles por ello?
Con aquella cadena de pensamientos internos, Amie prosiguió el viaje con su amiga agarrada de su brazo, aferrándose a una aventura que estaba probando ser más de lo que en un principio pensó que pudiera digerir.
Y así fue como, tras los pertinentes altos de la comida, sus pasos les condujeron eventualmente a un desnivel de terreno justo cuando la tarde comenzaba a caer sobre las tierras limítrofes del Estero, y entonces, sólo entonces, cualquier conversación que hubiera podido gestarse dentro del grupo cayó en el silencio.
Porque al llegar al final del desnivel ante ellos se dibujó la explanada de un valle sombrío que, cuantos más metros se adentraba uno en él, más húmedo y pútrido se volvía.
Sembrado de árboles dispersos y de torcidas ramificaciones que caían hacia el suelo para luego emerger de aquel caldo hediondo entrelazadas con sus propias raíces, aquel lugar presentaba un clima pegajoso y templado, cubierto por una suerte de manto de densa niebla que no permitía al ojo ver más allá de tres o cuatro metros con claridad, lo cual implicó que nuestro pintoresco grupo hubiera de avanzar con lentitud y básicamente casi a ciegas.
Con los vellos de la nuca de punta, aquel lugar evocó en las memorias de Desdémona aquella ocasión en que, yendo al Sur por vez primera con su padre siendo una niña cuando éste había decidido enseñarle el oficio de explorador, se había perdido de noche en una de las partes más profundas y solitarias de la ciénaga.
Sólo había tenido diez años, el sitio era absolutamente espeluznante de noche y lo único que se le había ocurrido hacer había sido trepar a un árbol y, a horcajadas sobre una rama, abrazar el tronco y ponerse a sollozar en silencio. Así, con todo, que se había quedado dormida.
Al día siguiente su padre la había encontrado tras barrerse, eso ella lo ignoraba, un perímetro de más de veinte kilómetros de arriba abajo como un poseso y sin descansar hasta que había dado con ella.
Aquella vez la había bajado del árbol y, lo mismo que si hubiera tenido dos años y no pesase nada, se la había llevado en brazos como a una criatura de vuelta a casa con los brazos y las piernas de ella rodeándole el cuello y el tronco respectivamente mientras el semielfo le iba metiendo en silencio pequeños trozos de pan y fruta en la boca.
Aquella vez había pasado miedo del de verdad y ahora... quizás fuera peor ya que papá no estaba allí para cuidar de ella, sino más bien al revés: ella tendría que cuidar de sus compañeros. Y no estaba lo que se dice muy segura de estar a la altura de la tarea.
Tratando de serenarse y de sobreponerse al extraño miedo infantil que aquel lugar invocaba en su subconsciente, Desdémona, con su poderosa vista sobrenatural, guió a sus amigos a través de la niebla seguida de cerca por Neeshka quien, a su vez, también poseía una visión muy superior a la media mortal. Khelgar cerraba la comitiva forzando la vista hacia el camino ya andado, cubriendo la retaguardia con su vista de minero habituado a la penumbra.
Con dos pares de luces rojizas flotando en el aire a diferentes alturas, las diablillas anduvieron a tientas con el resto del grupo agarrado firmemente a sus ropas para no pisar en falso por aquellos gigantescos charcos negruzcos que componían el suelo además de la pertinente capa de hongos y tierra blanda que los nutrían.
- Oh lisse' Mystra, brien amin i' sul yassene sina hisie. - se dejó oír, apenas un susurro, la voz de Amie en cuanto aquella caminata se tornó imposible de continuar y, como si los elementos se plegaran a voluntad de la joven aprendiz, el viento sopló desde debajo de sus pies y dispersó la densa niebla en jirones a su alrededor – No tenemos mucho tiempo, guíame de frente y yo iré despejando el camino. - le dijo rápidamente a Desdémona, la cual observó con fascinación a su amiga antes de ponerse en movimiento – Éste conjuro dura apenas unos minutos, confiemos en que podamos llegar a nuestro destino antes de que se disipe.
Y corrieron en silencio por la bruma, los pasos de Khelgar sorprendentemente ágiles y su semblante de súbito serio, la enorme hacha de guerra entre las manazas y la postura de su compacto cuerpo a la defensiva.
Hubo un instante en que las picudas orejas de Neeshka detectaron alzo y, haciendo un súbito gesto mudo con el brazo, todos se detuvieron.
Nadie cuestionó nada y el hechizo de Amie se fue disipando conforme la densidad de la niebla fue rodeándoles a todos de nuevo. Pasaron unos minutos en silencio, todos y cada uno de los miembros del grupo tensos, envueltos en una ausencia de ruidos del entorno tan palpable que tuvieron la vaga sensación de haberse quedado sordos. Neeshka sacó sus dagas parejas, devueltas a su posesión por gentileza del Sabueso aquel, y las esgrimió de frente.
- Os quiero a todos apiñados. - dictaminó Desdémona en apenas un susurro – Amie, prepara una carga de fogonazo. Khelgar, a mi derecha. Kipp, detrás mío. - y desenganchándose cuidadosamente el arco de las espaldas mientras preparaba una flecha, tensó el tiro – Neesh, dime qué oyes, en qué dirección y a qué distancia.
La pícara tiefling se concentró un momento y, tras un breve instante en el que todos contuvieron el aliento, señaló de frente.
- ¡Ahí! - exclamó - ¡A menos de treinta metros!
Siguiendo entonces la dirección del índice de su compañera, Desdémona apuntó a toda velocidad, dejó volar el tiro y la flecha acabó incrustada entre ambos ojos de una figura humanoide cuyo peso se inclinó torpemente hacia delante y cayó de bruces contra la superficie encharcada del suelo, inmóvil.
Forzando la vista, Desdémona advirtió sumamente horrorizada y asqueada que lo que acababa de abatir, además de humano, mostraba claros signos de una corrosión avanzada tanto en carnes como en ropajes.
Un ronco gemido a lo lejos frente a ellos les informó rápidamente que aquella cosa no había estado ni de lejos sola.
Con un sonido que sólo podía describirse como orgánico de pies arrastrando acompañado de un coro de gemidos huecos y desgarrados, de la niebla comenzaron a surgir una tras otra temblorosas siluetas humanoides en diferentes estados de putrefacción, unas más esqueletos que otras, y que avanzaban, inexorablemente, hacia ellos.
Y al mirarles un instante los rostros secos, descompuestos y deformados, ciegos en su propósito y en su rabia, de los ojos de la joven Farlong se escapó una única lágrima que notó increíblemente helada contra su piel.
Acto seguido, como empujados por una misteriosa furia, Khelgar y Neeshka cargaron de frente alzando al unísono un brutal grito de guerra. Amie reaccionó segundos más tarde enviando las dos esferas ígneas que había estado albergando sobre sus palmas desnudas dirección a los cadáveres más lejanos.
Tras aquello, los temblorosos brazos de la planodeudaria porteña comenzaron a ejecutar a toda velocidad una sucesión de movimientos mecánicos con los cuales tomaba una flecha del carcaj, preparaba el tiro e iba disparando prácticamente sin ton ni son, poseída por una subida de adrenalina tal a causa del miedo, que no se percató de que, al acabársele las flechas, comenzó a emitir en cadena una serie de gritos desdoblados los cuales, se percató después, se transformaron en agudos chirridos articulados.
Y a sus gritos se unieron los de Kipp en cuanto una mano descarnada surgida de las piscinas negras del suelo se izó para asirle por un tobillo.
Observando esto y poseída por una rabia más ciega aún que la de los muertos vivientes, la magia circuló a través de su cuerpo sin invocaciones que la combustionasen y, con la quemazón fría que sólo el hielo podría evocar en la piel, se dejó arrastrar por tal torrente de emociones violentas que únicamente vio rojo en cuanto comenzó a reducir al atrevido cadáver y a los muchos otros a su alrededor cercándoles... literalmente a cenizas.
Con aquello, Amie comenzó a sentir a su vez una especie de emoción ciega que no supo calificar y la sangre le hirvió en el momento en que las palabras de poder comenzaron a manarle en torrente por la boca, tejiendo redes de protección para sus aliados y disparando oleadas de electricidad fulgurante contra la horda no-muerta.
Khelgar rebanaba con una precisión escalofriante cada cuerpo que se le pusiera de por medio, abriéndose paso entre la carne muerta como un cuchillo corta a través de la mantequilla y Neeshka, secundándole y guardando sus espaldas, iba dispersando puñaladas aquí y allá a toda aquella criatura que el enano, en su impetuosa celeridad, descuidaba por sus flancos.
El pequeño Kipp, en su vida tan aterrorizado como en aquellos instantes, observaba con la boca abierta supurando saliva y los ojos opacos desencajados propios de alguien sometido a la hipnosis cómo un fuego de gélido verdor iba consumiendo casi a cámara lenta los cuerpos caídos de los muertos a sus pies entretanto atinaba a oír a lo lejos como una suerte de mantra desgarrador las chirriantes palabras "¡Quemadlos! ¡Quemadlos a todos!, ¡que no se levanten de nuevo!".
Y así, tras un tiempo indefinido que al chiquillo se le hizo inconmensurable, sus ojos volvieron a enfocar la realidad en cuanto el siniestro campo de batalla quedó sumido nuevamente en el silencio.
La niebla se había disipado casi por entero y las inmediaciones se hallaban sembradas de aquellos cadáveres conducidos a una segunda muerte definitiva que había otorgado un no muy clemente fin a la profanación de la que habían sido objeto. Todos y cada uno de ellos deshaciéndose lentamente bajo llamaradas glaucas que le daban al lugar un aspecto etéreo y lúgubre.
Al echar el aliento al aire, el niño se encontró de pronto con el vaho producto del frío circundante y se sintió destemplado pese a que, si bien con un gran retraso, le llegó al cerebro la información de los brazos temblorosos de Amie rodeándole fuertemente a lo largo, escudándole, quizás, del miedo que ambos sentían en aquel momento.
Unos metros por delante, Neeshka se dobló sobre sí misma y vomitó en cuanto el subidón de adrenalina cayó en picado y la bajada de tensión le pegó de pleno. Khelgar mientras tanto anduvo un buen rato recuperando el aliento ruidosamente como un caballo, exhausto, apoyado contra su hacha a modo de bastón sin decir ésta boca es mía.
Desdémona, por su parte, andaba sumida en un mundo aparte de estentóreas pulsaciones cardíacas que no hacían otra cosa que retumbarle en los oídos como un tambor de guerra que, muy lentamente, fue sumiéndose en la lejanía de su caja torácica hasta guardar absoluto silencio. Sus ojos relumbraban en la penumbra igual que farolillos de papel rojos como la sangre.
- No me digáis que vamos a tener que hacer ésta mierda otra vez... - musitó de repente Neeshka tomando un par de hondas bocanadas de aire, tratando de calmar su muy revuelto estómago.
- Vigorizante, ¿eh? - asintió Khelgar con evidente satisfacción, aún jadeante.
- Es lo que toca, Neesh. - fue la respuesta que escapó de labios de Desdémona en cuanto ésta recuperó la lucidez y se dio automáticamente a la nada gratificante tarea de recuperar las flechas del suelo y de los cuerpos, notando al rozar la carne a medio deshacer de los cadáveres la gelidez que desprendía aquel fuego etéreo que sus mismas manos habían convocado por pura inercia. Una gelidez extrañamente... confortante – No sé si te habrás percatado, pero la oleada no-muerta que nos acabamos de cepillar no debe de ser ni la cuarta parte de la "población" del maldito cementerio al que vamos. Si ésta mierda se dispersa, no tardará muchos meses en hacerse con los caminos, arrasar con Fuerte Locke y llegar a Neverwinter. Además... - añadió izando un dedo en alto antes de que la ladrona le instruyera acerca de la seguridad que las murallas de la ciudad representaban contra un grupo de cadáveres - … no hace falta ser un lumbreras para ver que éste pifostio lo ha montado algún gilipollas con conocimientos en nigromancia. Apesta a energías místicas oscuras por todas partes.
- Eso es verdad. - la respaldó Amie asintiendo con la cabeza y aproximándose a ellos con una mano sobre la cabeza de Kipp – Aquí hay remanentes de magia por todas partes, éstas personas no se han levantado de su merecido reposo por propia voluntad. - y dándole una mirada pensativa a las llamaradas glaucas devorando los cuerpos caídos con insistente lentitud, señaló con el dedo índice – Y hablando de magia insólita, ¿te importaría explicarme qué es eso exactamente? - inquirió con una curiosidad teñida de cierta cualidad resquemorosa ante un encantamiento sobre el que sus ávidos ojos jamás se habían posado con anterioridad – Es un fuego... frío. No es nada que hayamos estudiado con Tarmas. ¿De dónde te has sacado ése conjuro?
- No sé cómo lo he hecho. - replicó la interpelada dándole un rápido vistazo a aquel fuego extraño y encogiéndose de hombros como si el asunto no fuera con ella – No sé ni qué hechizo es. - añadió sin notar la penetrante mirada de Neeshka estudiarla durante un breve instante con una intensidad tal que casi hubiera parecido que quisiera aportar algo más al particular.
No obstante nadie más añadió una sola palabra y el tema quedó prontamente relegado al olvido en cuanto surgieron otras materias de índole más acuciante.
- Echadle un vistazo a esto. - dijo Khelgar, quien se había adelantado unos cuantos metros por delante del resto y señalaba al frente con la cabeza.
Pues allí donde la niebla se había abierto, el paisaje se hallaba despejado a la vista y podía advertirse la nada desdeñable verja metálica que rodeaba una amplia extensión de terreno ubicado en una explanada aún más metida en la tierra, varios metros por debajo de los que ahora la contemplaban.
Pincelada en óxido y roña, la verja se hallaba en relativo buen estado pese a la cantidad de vegetación circundante que, lentamente con el pasar de casi dos décadas, había tomado al asalto cada centímetro no sólo de su entrada, sino del camposanto que tras sus barrotes guardaba.
Aquel cementerio, muy pocos lo recordaban ya, había dado cabida a los caídos héroes de Neverwinter durante la fatídica Guerra de las Sombras donde hubo más vencidos que vencedores y cuyo negro capítulo en la Historia de la Nación había sido, eventualmente, relegado al olvido por el bien de la psique común y para desgracia de sus supervivientes cuyos corazones siempre estarían con sus camaradas caídos, anclados en un pasado que se había sabido acallar a base de mucho oro y desacreditación, tachando a los antaño héroes de chiflados cuya fértil imaginación exageraba los hechos, evidentemente desquiciados por un conflicto que no habían sabido llevar con entereza.
Pese a todo y a las memorias dolorosas que aquel lugar aún albergaba, los fallecidos combatientes habían vuelto a alzarse en armas para librar otra guerra. Otra guerra que, muy posiblemente, pondría en peligro aquello por lo que antaño dieran la vida.
La puerta hacia aquel viejo campo de batalla resucitado se hallaba abierta de par en par y la joven Desdémona Farlong escudriñó las sombras interiores, delineando con su visión nocturna las siluetas de lápidas y criptas, éstas últimas apenas unas construcciones cuadrangulares que darían, seguramente, a un acceso subterráneo que comunicaría estancias sembradas de nichos y una capilla. Era lógico después de todo, las criptas subterráneas solían ser construcciones que requerían más tiempo y mayor planificación, pero eran más baratas y conservaban mejor los cuerpos. Además de que, con la cantidad de cuerpos sin identificar que las guerras dejaban tras de sí, las criptas eran una excusa muy perfecta para no andar grabando nombres que, pudiera ser, no pertenecieran a los enterrados.
- Urgh... - rezongó Neeshka torciendo el gesto – Más vale que aún queden restos de las joyas y el armamento con los que ésta gente fueron enterrados. - bufó, siendo la primera en plantar un pie delante del otro dirección a la abierta verja, dispuesta a hacer una escrupulosa y sigilosa ronda de reconocimiento antes de dejar entrar a sus camaradas – No pienso dorarle la píldora al cabrón de Vallis gratis.
El dolor se le estaba haciendo... francamente cansino.
No es que su persona fuera precisamente ajena al dolor de la carne, en absoluto, podía sentir con preclara nitidez cómo las oscuras redes arcanas de hechizos que le sujetaban, manteniéndole anclado en el sitio mientras otra oleada eléctrica arrasaba con cada terminación nerviosa de su cuerpo, se le incrustaban como agujas al rojo vivo en lo profundo del córtex cerebral.
Tampoco es que fuera masoquista y disfrutara con todo aquello, pues si había algo que le pusiera particularmente enfermo era ésa gente que disfrutaba y llegaban al éxtasis sexual mediante los cortes, las quemaduras, los golpes y las pequeñas mutilaciones. Incluso con humillaciones tales como que les insultasen, les degradasen o les orinasen encima.
Por los dioses, había que estar francamente enfermo para disfrutar con aquello, tanto siendo el torturado como el torturador. Y él no estaba enfermo.
Todavía no, por lo menos.
Podría decirse que aquel era, hasta el momento, su mayor logro personal: no volverse un chiflado enfermo sediento de la siguiente dosis del dolor que sus antiguos captores le habían estado dispensando en los últimos años.
Porque el dolor, ¡ay!... él lo había experimentado en su máxima expresión.
- Es suficiente. - dijo la voz, grave y autoritaria, de aquel hombre... el hombre de los ojos fríos envuelto en tinieblas.
Tras aquello el dolor, finalmente, dio paso a la sensación de alivio y escozor a partes iguales cuando cualquier tipo de tortura cesa pero deja tras de sí un maremágnum de nervios irritados.
Soltando lentamente el aire que había estado reteniendo para no gritar, el prisionero encapuchado pestañeó un par de veces con los ojos aguanosos y notó cierta molestia en la mandíbula de tan fuerte como había tenido apretados los dientes.
- Me tiene intrigado ésta resistencia tuya, Brujo. - habló nuevamente la voz del hombre de negro mientras se paseaba alrededor del círculo de invocación donde tenía preso al otro lo mismo que un tiburón va cercando lentamente a su presa – Casi podría admitir cierta... admiración ante una fuerza de voluntad tan férrea como la que demuestras.
El prisionero se limitó a dedicarle una mirada torva. Había decidido que no iba a malgastar más saliva con aquel malnacido prepotente.
Y cuando él decidía una cosa, palabra que la cumplía.
- No obstante tú más que nadie sabrás que cualquier resistencia, por destacable que ésta sea, está llamada a quebrarse más tarde o más temprano. - prosiguió el hombre de negro lentamente, casi como si saborease cada palabra que saliese de su boca. Evidentemente, aquel individuo se escuchaba a sí mismo mientras hablaba, un síntoma evidente de egocentrismo y soberbia. Maldita fuera su suerte, pero no había ido a dar precisamente con una almita de la caridad – Y tengo todo el tiempo del mundo para hacerte hablar. Tu presente cautividad puede extenderse por meses... o indefinidamente, si ésa es mi voluntad.
El prisionero apenas si pestañeó.
- ¿No? - inquirió su captor, aquel que se vanagloriaba de ser el Gran Maestro de una Quinta Torre tanto política como físicamente inexistente – Como desees entonces...
Y haciendo un rápido gesto con su mano cadavérica, los obedientes borregos que tenía por esbirros reanudaron su deshonrosa tarea.
Y cuando el dolor volvió a circular a lo largo de su sistema nervioso, el prisionero se limitó a apretar los dientes de nuevo.
Pues, pese a sus penosas circunstancias actuales, su torturada mente comenzó a trazar cuidadosamente de qué modo y en qué momento se resarciría por aquel trato infame.
Porque la venganza, pese a todo, seguía siendo su única razón de ser.
El único motivo al que se aferraba para dar a su miserable existencia algún significado.
A Desdémona se le estaban, por momentos, literalmente llevando los demonios... por muy irónica que la frase sonase.
Es que sí, vamos, totalmente.
Porque cuantos más corredores sombríos vagamente iluminados por el hechizo de Luz que Amie mantenía frente al grupo con no poco esfuerzo mental iban atravesando, menos le gustaba aquel sitio.
El aire... olía a rancio, a polvo y a otras asquerosidades varias. A la joven Farlong le iba moqueando la nariz a ratos a consecuencia de tanta partícula de suciedad flotando en el aire y le cabreaba sobremanera aquello de estarse sorbiendo los mocos a cada dos por tres... porque eso de parar una aventura para ponerte a buscar en tu petate un pañuelo con el que sonarte como que no quedaba muy guay ni muy épico, la verdad.
Entre eso y estarse llenando las botas y la capa de telarañas pringosas (que allí las había a punta pala, por cierto), la planodeudo comenzaba a estar ya un poquitín hasta el gorro.
Porque ponte tú a pedirle a Vallis cuando regresasen al dichoso Fuerte Locke si los Capas podrían prestarte un poquito de jabón, así de buen rollo, para lavarte la ropa.
Conociendo al Teniente, el individuo le diría muy finamente que se peinase con un rastrillo. Vamos, eso Desdémona lo tenía como que muy claro.
- Quietos. - susurró Neeshka haciendo un alto con la mano – Trampa, y de las que hacen pupita, fijaos en los muros. - añadió barriendo con el índice enguantado las paredes a ambos lados del pretendido tramo a tomar.
Y era cierto: tal vez a la vista desentrenada y meramente diurna de un ser humano corriente aquel apunte fuera apenas perceptible.
No obstante, para aquellos dotados del brillante tapetum lucidum tras la retina del ojo, tan común entre aquellos nacidos con el don de la visión nocturna, la obviedad era casi descarada: los agujeros distribuidos de forma simétrica y estratégicamente alineados para cubrir diversas alturas evidenciaban una trampa de proyectiles que, si no estaban por una parte envenenados, podrían hacer bastante la puñeta o, en el peor de los casos, perforarle el cuello a alguien.
- ¿Puedes desactivarla, Neesh? - inquirió Desdémona intuyendo casi de inmediato la respuesta.
- Naturalmente. - replicó la pícara tiefling sonriendo traviesamente – Ésta clase de ratoneras son del nivel más amateur. - explicó tumbándose sobre el suelo boca abajo – Chavalín, ponte detrás e imita lo que aquí la maestra te va a mostrar con mucho arte infernal. - instruyó sin girarse a un ahora muy emocionado Kipp – No te desvíes del tramo que yo recorra o acabaremos hechos un colador. - advirtió.
El niño entonces le dio una mirada a Desdémona como de pedir permiso y ésta asintió una vez.
- Chavala, ¿tú estás segura de dejar al crío hacer éstas cosas con la pelopincho aquella haciéndoselas de instructora? - cuestionó Khelgar en voz baja – Quiero decir... esto no es ninguna sala de entrenamiento, un paso en falso y... bueno, ya has oído a la choriza.
- Ambos saben lo que hacen. - replicó la planodeudaria muchacha sin apartar la vista del chiquillo arrastrándose por el suelo tras Neeshka, tensa en extremo grado a consecuencia de que ni ella misma, por mucha fe que tuviera en las habilidades de ambos, podía dejar de temerse por la seguridad de quien ahora, junto con Amie, era toda la familia que tenía – Ahí donde le ves, ése condenado mico se infiltró no una, sino la tira de veces en la guarida de unos hombres-lagarto. No he visto en mi vida un crío más cabezota ni con tantas agallas como él.
A su lado, Amie tosió discretamente.
- Eso si no te contamos a ti con siete años trepando por la espalda del hermano de Bevil mientras éste se echaba la siesta en la mecedora de su madre hasta que llegaste arriba del todo y te sentaste, literalmente, sobre su cabeza. - recordó con la más leve de las sonrisas.
- ¡Ja! ¿Todavía te acuerdas del pedazo de rebote que se agarró el menda? - rió Desdémona – Primero me quiso agarrar para hacerme picadillo, pero como era tan grandote y torpón no pudo alcanzarme cuando me dio por salir por la ventana y trepar a un árbol. El tío anduvo toda la tarde soltando tacos hasta que vino Retta con la pastilla de jabón en la mano amenazando con lavarle la lengua. Y créeme, tras tantos años comiendo a su mesa, la conozco lo suficiente como para saber que era muy capaz de hacerlo.
La verdad es que la anécdota, contada así, sonaba hasta adorable y todo cuando la cruda realidad es que, al subirse al árbol, la pequeña diablilla había estado sudando la gota gorda aterrorizada con aquel mostrenco rinoceróntico que había sido Lorne Estornino tratando de subirse él también para pillarla y, al romper una de las ramas a consecuencia de su mucho peso, se había tirado cerca de media hora acosándola desde abajo diciendo cosas tales como que la filetearía y aquella noche comería estofado de demonio.
Y no lo había dicho en broma. Desde muy niña Desdémona había visto al mayor de los hijos de Retta degollar las suficientes gargantas de pollos, reses y gorrinos en época de matanza como para no tomarle a guasa.
Regresando a la realidad, la diablilla forzó la vista al fondo del angosto pasillo y observó que tanto Kipp como Neeshka habían llegado al otro extremo del tramo trampeado y andaban tanteando con las palmas desnudas suelo y paredes.
- Busca algo que no te cuadre al tacto y luego golpea con los nudillos. - le instruía la pícara a su joven aprendiz – Si suena hueco, retira la baldosa.
No les llevó más allá de unos minutos dar con la baldosa en cuestión.
- Vale... fíjate bien cómo va el mecanismo éste, requiere de una llave que lo inutilice.
- Pero... nosotros no tenemos la llave de ésta cosa. - razonó el niño.
- En estos casos en los que no hay llave, como nos va a ocurrir el noventa y nueve por ciento de las veces, chavalín, usamos a mi amiga la ganzúa. - continuó la ladrona mostrando al crío su instrumental de trabajo – Observa.
Y trasteando un momento con la fina aguja metálica, repentinamente se oyó un leve chasquido y la trampa se puso inmediatamente en movimiento, una flecha tras otra silbando en el aire para ir a estrellarse contra la pared contraria hasta que la carga se acabó.
Observando la maniobra alelada, Desdémona sacudió un par de veces la cabeza para despejarse y, haciendo bocina con las manos, gritó:
- ¡¿Pero qué mierda estáis haciendo?!
Neeshka rió al fondo.
- ¡A veces desactivar una trampa implica ponerla en movimiento hasta que sus efectos se gasten! - explicó - ¡Ahí tienes munición más que de sobra para tu arco, Dess!
Las finas cejas negras de Desdémona casi tocaron el inicio de su cuero cabelludo al alzarse.
- Maldita sea, Neesh, ¡qué grande eres, nena!
Neeshka se limitó a darle una sonrisa colmilluda.
- Ya podéis pasar. - fue todo lo que dijo.
Con aquella eventualidad, además de poner de manifiesto lo indispensable de las habilidades que poseía la pícara tiefling, se comenzaron a asentar distintas bases de respeto dentro del grupo que les sirvió para funcionar unidos y en perfecta sincronía con lo que se les vino encima conforme alcanzaron los niveles más bajos del mausoleo.
Huelga decir que, además de algún que otro fiambre andante despistado, también se fueron encontrando a un preocupante número de muertos vivientes relativamente "frescos" en comparación con sus más antiguos compañeros en aquella contienda de la no-vida ataviados con los reconocibles sobrevestes de la estrella de ocho puntas característicos de los Capas Grises.
- Y con éste ya van veintiséis. - exhaló Khelgar en una de ésas, el hacha aún en alto mientras sus ojos repasaban la caída figura achicharrada de una de aquellas cosas ataviadas con aquel uniforme que con tanta frecuencia estaba comenzando a aparecer en la claustrofóbica red de corredores subterráneos en la cual se hallaban – Muchos soldados caídos para un espacio tan reducido.
- A mí no me mires, hace ya rato que dejé de contarlos. - replicó Desdémona jadeando, las palmas de sus manos hormigueándole a causa de los hechizos de Destrucción que, sin tregua, iba invocando a diestro y siniestro. Las flechas de poco servían en un rango de espacio tan reducido; era un absoluto coñazo cargar, apuntar y luego andarse con ojo de no dar al compañero de turno por error. La magia no era mucho mejor, la verdad. Necesitaba una puta espada que no pesase la vida, y con urgencia – Lo que me interesa es encontrar a Tann, vivo o muerto, y quitarme de en medio esto de andar mirando uniformes, me estoy poniendo francamente enferma. - total era cierto, estaba harta de ver cadáveres hostiles y de andarse con miramientos antes de quemarlos por ver si alguno de ellos portaba una armadura distintiva que les permitiera identificar al dichoso Comandante del Fuerte Locke – Después haré barbacoa con el hijoputa responsable de toda ésta mierda. Se va a cagar el muy...
No obstante, la mano de Neeshka sobre su antebrazo la silenció al instante.
- Ven. - le indicó la pícara en la más baja de las voces asiendo su mano y guiándola sigilosamente mientras a su vez les hacía un mudo gesto a los demás de guardar silencio.
Porque al doblar la esquina, al final de un único corredor que no iba conectado a ninguna intersección que lo comunicase con otra zona del mausoleo, podían oírse voces.
Voces articuladas.
- … De éste modo, tal y como esperábamos, mi Señor, hemos matado a muchas patrullas del Fuerte Locke y las hemos usado para engrosar nuestras filas.
Espera, ¡¿qué cojones...?!
- Risco Alto ya está rodeado, se ha detenido el comercio y pronto lo aislaremos por completo.
¡¿Risco Alto?! Ay, no... allí era adonde tenían que ir para tomar ése barco dirección Neverwinter...
Hubo algo más, un rastro de palabras camufladas por la distancia y las capas de piedra entre ellas y los oídos de Desdémona hasta que todo quedó nuevamente en silencio.
Tomando aire, la joven Farlong les dio una mirada significativa a sus compañeros y, señalando únicamente con sus manos las posiciones que debían tomar cada uno, inhaló.
- ¿Preparados? - musitó en apenas un susurro.
Con la confirmación no verbal del resto, el extraño grupo avanzó con la Luz de Amie a la cabeza, armas en alto y los cinco sentidos puestos en el final de aquel oscuro pasillo donde, tras unos cuantos metros de penumbra lamida por la magia luminosa de la esfera flotante, desembocaron en un espacio abierto.
Un espacio alargado con una iluminación extraña, cambiante y fría, de hechuras ciertamente no muy amplias, como un enorme hall cuyos laterales se hallaban decorados con diversas columnas frente a las cuales se alzaban diferentes estatuas bélicas, sus rostros de piedra inalterados por el tiempo y con serias expresiones esculpidas de tal modo que semejaban vigilantes, listos para saltar a la batalla.
Al final del susodicho hall había asentado un sarcófago de mármol blanco como el hueso y sorprendentemente limpio en contraste con la suciedad e inmundicia que poblaba aquel lugar. En la superficie de su tapa, labrada con extremo mimo y detalle, la forma de un hombre tumbado, todo él engalanado con armadura y perfectamente alineado, cuyo espadón se hallaba reposando con el mango entre ambas manos enguantadas y la punta señalando sus botas, imitaba los antiquísimos sepulcros templarios de las barbáricas Cruzadas.
Un elemento, se mirase por donde se mirase, totalmente fuera de lugar en unas catacumbas con menos de cinco siglos de antigüedad.
¿Qué puñetas...? - a Desdémona no le dio apenas tiempo de procesar detenidamente la avalancha de pensamientos que se le vinieron encima en el momento en que, alzando la vista del sarcófago, se percató de lo que éste tenía detrás.
Pues alzándose orgullosamente de entre las sombras oscilantes que la extraña iluminación proyectaba sobre los muros de piedra, los ojos de la planodeudo dieron con el origen de tan singular alumbrado: un extraño tipo de construcción recientemente añadida a la estructura antigua del lugar alteraba por completo la armonía sobria del santuario ya que, surgiendo del suelo enlosado como si hubieran roto desde el interior de la tierra, dos gigantescas púas retorcidas de un extraño material negro y pulido ascendían simétricamente en espiral hacia el techo entretejiéndose durante un tramo entre ellas, creando un patrón de media luna a modo de arco que servía de contenedor, por así decirlo, de una suerte de conglomeración energética que desprendía chispazos de tanto en tanto, como si la estabilidad de la misma fuera precaria y la muy elaborada construcción diseñada para mantenerla bajo control no pudiera contener todo su poder al cien por cien.
A los pies de la susodicha conglomeración energética había dispuestos cuantiosos cráneos humanos de un modo, al igual que las púas retorcidas, estéticamente simétrico. Y sobre las peladas calaveras de ésos cráneos se reflejaba con brillante intensidad la colorida electricidad que emanaba de aquella condensación energética, de un intenso azul pálido y magnético, dándole un efecto visual a aquella parte de la alargada estancia como de otro mundo, casi fantasmagórico.
Y en pie delante de la luz galvánica, observando a los intrusos desde detrás del sarcófago como si éste último fuera una suerte de atrio desde el que hablar, la figura encapuchada de un hombre se recortaba de un modo crudo y casi dañino a la vista contra el fondo luminoso.
Y éste hombre, de postura relajada y manos cruzadas frente al regazo de su túnica negra (una túnica, por cierto, como ni Amie o Desdémona habían visto nunca ya que ésta poseía ciertas partes... acorazadas en hombros, espalda, cintura y pelvis, algo completamente extraño ya que no por nada la comunidad mágica había adoptado la túnica como uniforme propio ante la absurdidad de una armadura que limitaba el rango de movimientos, indispensables éstos últimos en la ejecución de hechizos de un invocador) habló tras la extraña y en cierto modo escalofriante máscara ornamental que cubría su rostro, redonda y sin atributos faciales, dotada de una protuberancia alargada en donde debería haber ido la boca y que le hacía semejar al contorno de la cabeza de alguna bestia monstruosa.
- De modo que has venido... - la voz que surgió de aquella protuberancia Desdémona la apercibió distorsionada y asexuada, antinatural, carente de emoción alguna y que venía acompañada a su vez de cierto vapor a consecuencia del aliento tras el artilugio que contrastaba con lo repentinamente frío de la estancia – Te percibí mucho antes de que pusieras el pie aquí dentro, baatezu, las pulsaciones de otro mundo que traes contigo atrajeron a un buen número de mis criaturas a través de la ciénaga. - y alzando lentamente un brazo en alto, la mano y la muñeca enguantadas realizaron una complicada maniobra en el aire que, de inmediato, armó las calaveras que habían yacido a los pies de la conglomeración de energía cerúlea con otros tantos huesos que había esparcidos por el suelo de la estancia, uniendo sus desgastadas junturas con ligamentos arcanos.
Mostrando los dientes como un felino advirtiendo a su contendiente, Desdémona dejó escapar un agudo siseo animal que puso a la joven aprendiz de maga tras suya los pelos de punta.
- Debo suponer que tú eres el gracioso que ha montado todo éste tinglado profanando cuerpos rancios con ésta mierda de vudú de tres al cuarto que te traes. - expresó la planodeudo desdeñosamente señalando con la vista los ahora montados y armados hasta los dientes esqueletos. No sabía con quién se las estaba viendo y lo más lógico, además de provocarle por ver si perdía el control aunque fuera momentáneamente con objeto de darles ventaja estratégica a ella y a su grupo, era no mostrar miedo. Los individuos como aquel, jodidos de la cabeza como estaban, olían el miedo igual o mejor que las fieras - ¿De qué coño vas, tío?, ¿con quién hablabas antes? ¿Qué pretendes con la movida ésta de levantar un ejército no-muerto y aislar Risco Alto? ¿Te aburrías en tu casa o qué? - y en esto que dio un resoplido de falsa diversión – A ti te ponía yo a picar piedra y a fregar platos, ya verías tú cómo no se te ocurrían ideas raras de hurgar cadáveres ajenos...
No obstante, si bien insultantes, sus intentos de provocación cayeron en saco roto con aquel hombre quien, cruzándose de brazos, habló de nuevo con la misma voz fría e imprecisa.
- Tu miserable y patético poder infernal me ha costado muchos efectivos, diablo. - expresó señalando a la chica con un índice enguantado – No obstante aquí se te acaba el viaje, pues fuerzas que tu débil mente sería incapaz siquiera de concebir me respaldan. ¡Y de ellas vendrá de la mano el nacimiento de una nueva Era, el despertar del antiguo Imperio! - bramó con grandilocuencia antes de alzar nuevamente ambas manos hacia el techo - ¡Atacad, hijos míos! - exclamó, impulsando a los esqueletos cual titiritero con invisibles hilos de magia arcana - ¡Añadamos sus tristes carcasas a la causa de nuestro Señor!
Y así pues, como cabía de esperar, los muertos avanzaron lenta y ominosamente hacia el pintoresco grupo, armas y escudos polvorientos en alto.
- Vaya, no me digas ahora que toda ésta mierda es para conquistar el mundo y chorradas de ésas que te sacaste de los libritos que te leía tu mamá de pequeño. - replicó Desdémona preparando un hechizo sencillo de Destrucción en la mano, esgrimiendo una sonrisa torcida que venía a indicar una diversión que no sentía en absoluto - Eso ya está muy manido, tío. Y si hay algo que me repatea en un argumento es... ¡la falta de originalidad! - finalizó a todo volumen para, acto seguido, lanzarse en picado contra el muro de esqueletos formando un arco con la cola que derribó a uno de ellos y le dio espacio suficiente para apuntar su magia dirección al enmascarado.
Sólo que el hechizo... literalmente rebotó.
Con los ojos abiertos como platos y observándose la mano con la boca abierta, incrédula, la diablilla apenas si tuvo tiempo de reaccionar cuando una infecta vaharada de sombras surgió de la palma enguantada del nigromante para ir a golpearla de pleno y enviarla con la nuca contra el suelo entretanto, según impactaba de espaldas, el estómago se le hacía un siete.
Con ésas mismas, la densidad sombría atacó de igual modo al resto del pintoresco grupo y comenzó a drenarles no sólo de ganas físicas de moverse siquiera, sino también expuso sus espíritus a las voraces energías de muerte de la sucesión de hechizos que fue sembrando uno por uno a la carrera antes de que a nadie se le ocurriera siquiera pestañear.
No obstante, de algún modo resistente a la pesadez general, Desdémona al levantarse metió un coletazo al sueño chillando al mismo tiempo que tomaba el arco con manos trémulas y preparaba una flecha:
- ¡No os dejéis utilizar! – vociferó hasta sentir escozor en la misma garganta - ¡DESPERTAOS! ¡Moved el culo y trinchadlo! ¡QUEMADLO!
Ahí entonces, despertando brevemente de su ilusorio agotamiento, Amie se unió a los proyectiles físicos de su amiga con los suyos eléctricos como una muñeca de cuerda, por pura inercia.
Khelgar reaccionó bien ante el chillido, cosa increíblemente habitual en su casa cuando era más joven y vivía con su madre y sus no pocas hermanas hasta que éstas últimas fueron contrayendo matrimonio de una en una dejando la casa silenciosa y sin histerismos, y se dispuso a hacer picadillo a la carne de cañón que suponían los cadáveres levantados del brujo mientras las entendidas en magia pugnaban por quebrar la férrea presa de hechizos repugnantes del tipo.
No obstante, de no hacerse convenientemente trizas los huesos de los levantados, éstos revertían a su forma y continuaban poniéndose en pie siempre que quedaran partes del cuerpo con las que poder automontarse. Y aquello al guerrero enano, además de ponerle de los nervios, le suponía una constante preocupación con la que lidiar en solitario dado el estado medio ido de la pícara tiefling, quien se había pegado a la pared de uno de los laterales e iba con un pie delante del otro a cámara lenta deslizándose con la espalda sobre la roca de la estructura dirección al extraño orbe de pálida luz azulina con un extraño brillo de ausencia bailándole en los ojos.
Sudando la gota gorda con un ojo puesto en su compañera y el otro sobre sus numerosos contendientes, Khelgar tomó una decisión y decidió comprarle tiempo a aquella choriza pelopincho mientras ésta avanzaba ominosamente hacia la conglomeración energética en el mismo momento en el cual el nigromante convocó jirones de sombras que, convergiendo como niebla en movimiento en sendas figuras que inmediatamente se moldearon de un modo vagamente humanoide, fueron asediando poco a poco no sólo al guerrero enano, sino bloqueando el paso de hechizos y de proyectiles a las dos jóvenes porteñas.
Y en una de ésas, cara a cara con una de aquellas abominaciones, los ojos encendidos de Desdémona quedaron a escasos centímetros de dos líneas de igual modo rojizas estampadas en lo que venía a ser la cabeza de la cosa, pero carentes de cualquier indicio de inteligencia. Porque de aquellas grietas de oscuridad rojiza que la miraban fijamente sin verla en realidad… lo único que se desprendía era una abrumadora malicia sin precedentes.
- ¡No dejéis que os toquen! – exclamó la diablilla al saber instintivamente lo que tenía delante mientras tiraba para atrás y convocaba en su mente las lejanas lecciones de Tarmas en barreras mágicas, buscando las palabras, entretejiendo significados - ¡Khelgar, retrocede!
Y así, asediados de éste modo y apiñados los unos contra los otros buscando la cercanía de las barreras arcanas entretejidas, Desdémona y compañía fueron resistiendo malamente el tirón con torpes bloqueos de arma hasta que, en un mismo punto exacto de discordia donde fueron rodeados por la entera oscuridad de los jirones de sombra de ígneos ojos…
Un súbito chillido inhumano cortó el aire y, con él, las figuras sombrías se fueron deshaciendo en el aire al tiempo que los restos de esqueletos sobrantes que aún podían reconcentrarse en pie volvían a la carga contra ellos en una maniobra desesperada.
Porque tras el enmascarado, agarrándose la diestra acalambrada con punzante dolor, se hallaba postrada de rodillas la esquiva pícara tiefling, Neeshka, quien había acuchillado la conglomeración eléctrica hasta provocar un cambio en la precaria estabilidad energética de la misma y, tras llevarse el pertinente voltaje que le había dejado el brazo entero ardiendo de dolor, de algún modo el cortocircuito había reventado la conexión y, por ende, ésta había dejado de alimentar el poder del nigromante.
Con aquella maravillosa ventaja ante sus ojos, a Khelgar no le llevó mucho despachar los no-muertos restantes del poder del hechicero mientras Amie de una impía descarga tiraba al suelo al individuo y la joven Farlong acto seguido lo cosía a flechas en las zonas desprotegidas de su túnica acorazada.
Una vez todos ya más tranquilos cuando el enmascarado dejó de moverse, Desdémona se aproximó a él y su rostro de diablillo travieso puso de manifiesto una mueca entre el desagrado y la confusión.
- Hijo de puta… - siseó pasando una bota por encima de la túnica y la máscara que habían quedado reposando en el suelo sin cuerpo físico que las sostuviera.
Amie fue inmediatamente al lado de la valiente tiefling que les acababa de salvar el pellejo y se dio a la pronta tarea de sanar la piel erosionada a consecuencia de la descarga bajo el cuero.
- Has tenido mucha suerte. – observó la aprendiza de maga – El metal normalmente es un conductor excelente de la electricidad y ésa daga tuya te la ha hecho de conexión entre tu cuerpo y aquella cosa. – y mordiéndose el labio un instante, notando por dentro aquel reconcome que había sentido producto de su desconfianza hacia la pícara, prosiguió – Te… te agradezco mucho lo que has hecho. Has sido muy valiente.
- Sí, Neesh, le has echado narices. – repuso la joven líder acercándose a ellas – Mil gracias, tía. Sin ti hubiéramos acabado fritos por el tío ése y sus sombras malrolleras.
- ¡Qué tía! – terció Kipp - ¡Le has hundido el chiringuito! ¡Cómo ha molado!
Y a la pelirroja ya le estaban brillando los ojillos borgoña de la emoción, viéndose el centro de atención y felicitada por doquier… hasta que el enano entró en el ajo.
- Y al fin le hemos encontrado algo de utilidad a la choriza. – repuso éste sonriendo a diente descubierto (y los huecos donde otrora hubieran estado más dientes) y resoplando jubiloso por el esfuerzo - ¡Quién me lo iba a decir, mis barbas salvadas por una tiefling!
- ¡Eh! – exclamaron la aludida, ya repuesta de su momentáneo dolor, y Desdémona al unísono.
- Bueno, ya me entendéis… con ésas carnes esmirriadas que me lleváis encima, poca línea de defensa presentáis.
- Y a ti con ésa estatura de barrilete de vino las flechas no te dan porque se te cuelan por encima de la cabeza, no te fastidia… - bufó Neeshka, repuesta y a pleno rendimiento para otra ronda de insultos.
- ¡Repite eso si te atreves, Pata-Fina!
Dejándoles atrás para que, sospechaba ella, se repusieran todos del susto a base de lanzarse puyas para echarse unas risas, la pequeña y pálida diablilla avanzó unos pasos percibiendo algo extraño, pura intuición mezclada con algo que no hubiera sabido describir, un aviso no vocalizado, procedente del extraño sarcófago blanco tras el que el hijo de perra aquel les había hablado.
Y sin decir agua va ni pedir ayuda a nadie, la chica Farlong empujó de espaldas con toda la fuerza de sus hombros, brazos y espalda hasta lograr desplazar la tapa del féretro, dejando que ésta cayera al suelo y se quebrara al impactar con un estruendoso golpe seco.
Al observar ésta acción, el resto del grupo se amontonó en torno al sarcófago para echar una mirada curiosa y toparse con los ojos oscuros de un muy aturdido soldado embozado en la armadura y el sobreveste característicos de los Capas Grises.
- ¿Qué…? – comenzó el susodicho hombre, su desorientación evidente tras pasar de la prisión mental arcana del nigromante a la realidad - ¿Dónde estoy…?
- El Comandante Tann, supongo. – resopló Desdémona cruzándose de brazos y añadiéndole un tinte socarrón a cada una de sus palabras – Porque si no eres él, creo que tendremos que ir llamando a los dioses y decirles que se laven. Porque me cago en todos y cada uno de ellos.
Al otro lado del espejo, como la providencial visita inoportuna, el anhelo negado, los ojos del dragón la observaban con fiera intensidad, un fuego apenas encendido del mucho potencial que sabía encerraba su alma.
Pero nadie lo sabía.
Quizás lo intuían, quizás lo olían como los perros que van en pos del ánade con el ala rota y se encuentran con el ave Fénix que los carboniza nada más resurgir de las cenizas de su vuelo truncado.
Pero nadie lo sabía con certeza.
Un repentino golpeteo en su puerta, impertinente y temeroso al mismo tiempo, quebró el más leve de los momentos su conexión visual con la Bestia.
- ¿Señorita? – y ahí la voz de su doncella, una de ésas voces nasales de comadreja huidiza – El Señor desea saber si hoy la señorita se va a levantar y va a asistir a sus clases.
- ¡Dile lo que te dé la gana! – estalló en un momento la joven. La heredera del fuego de la Bestia - ¿Sí?, ¿no?, ¿quizás? ¡Cualquier respuesta le sonará igualmente válida a sus oídos! – y ahí, suprimiendo la más amarga de las hieles reptarle del estómago a la lengua, bufó a la superficie barnizada de la puerta sin abrir - ¡Y ahora retírate!
- Sí, señorita. - vino la débil y sumisa respuesta del otro lado para, tras apenas unos segundos, volver a dejarla sumida en el bendito silencio de una mañana aún sin cuajar.
Llevándose ambas manos, pequeñas e inigualablemente finas, hacia la cabeza, el nervioso rascoteo de rigor comenzó a hacer acto de presencia hasta alborotarle la corta melena de un pálido rojizo adornada de perlas, herencia del amplio muestrario de pedrería de su difunta madre.
Una vez aquella reacción nerviosa dejó de tomar al asalto su cuero cabelludo y los ejercicios respiratorios hicieron su trabajo, las manos se retiraron temblorosas para mostrar a su dueña una nada desdeñable capa de células muertas bajo las cortas uñas y cierto hilo de sangre que aparecía de tanto en tanto cuando tocaba aquella costra que, a base de tanto rascarla, nunca terminaba de cicatrizar.
Lanzando un agudo siseo, tomó el cepillo de la cómoda de su cuarto y comenzó de nuevo a trabajar en su pelo y en su tocado de perlas mientras sus ojos no abandonaban los ojos del otro lado del espejo.
No, quizás nadie podría saberlo con tal preclara certeza… salvo quizás su propio padre.
Apenas le veía pese a prácticamente vivir los dos bajo el mismo techo. De hecho apenas le veía desde que era una niña.
Mamá había muerto durante aquella plaga, la Muerte Aullante la habían bautizado, y ella había logrado escapar de la pandemia prácticamente por mera suerte.
Su padre hacía ya tiempo que había abandonado la vivienda familiar, pero hacía aún más tiempo que había tenido abandonada a su propia familia. Por eso mismo no había estado allí cuando todo había sucedido.
No.
Él había estado muy bien encerrado entre muros de seguridad en el antiguo Distrito del Lago Negro, cuna de la nobleza noyverniana, y subsistiendo a base de reservas de comida hacinadas en uno de los muchos almacenes a su nombre y otros medios los cuales, en un movimiento del todo político que le granjeó las simpatías de los nobles y, por ende, postreras subvenciones para la reconstrucción de su academia, había compartido con sus acaudalados vecinos durante aquellos meses de bloqueo mercantil.
Pero mamá y ella…
Ahora ya nadie hablaba de ello, pero el origen de tan singular enfermedad había tenido su foco en los falsos sacerdotes de Torm que habían venido repartiendo bendiciones por la ciudad.
Mamá había sido una de tantas pobres víctimas de la creencia religiosa de que Torm, dios por excelencia de la responsabilidad, la lealtad y la obediencia así como de la curación, les sacaría de aquel atolladero que se llevaba a familias enteras en menos de una semana.
Y ése había sido el motivo, principalmente, por el cual ahora y siempre odiaría a los dioses.
"¡Quítate de mi vista! ¡Eres uno de ellos!"
"¿Cómo…?"
"Ése aura, ésa armadura… eres un Campeón Divino de ésos, ¿no? Un paladín."
"Así es… más no entiendo, ¿por qué habría nuestra profesión de suscitar el temor en la muchachita que enfrente tengo?"
"¡No soy ninguna muchachita! ¡Y aparta tus repulsivas bendiciones de mí! Todos vosotros... ¡proclamáis la palabra de Torm y nos traéis la peste! ¡Hipócritas, puñaleros… ASESINOS!"
Pero aquel hombre no había sido devoto de Torm. Había venido embozado en los colores y el blasón de Tyr demandando una justicia que, entre pilas de cadáveres chamuscadas, ex-convictos descontrolados y monstruos apoderándose de cada rincón de la vieja Joya del Norte, parecía eludir a las gentes de bien.
Aquel hombre le había tendido la mano y la había sacado de aquel maremágnum de destrucción, de los cadáveres carbonizados no sólo de seres conocidos y queridos… sino de aquellos que, viendo a una chiquilla sola por las calles pidiendo auxilio, habían intentado hacer de ella lo que no habían podido hacer de los cadáveres de otras mujeres infectadas.
En aquel entonces ella sólo había contado apenas doce años y, con el despertar de su cuerpo como mujer… también se habían abierto los ojos de su herencia maldita a través de su sangre.
Aquellos que habían intentado abusar de ella antes de la intervención del paladín habían acabado en la misma carcasa de los huesos, combustionados por la turbulencia incesante de sus energías místicas combinadas con el miedo, la angustia, la rabia y el dolor de haber perdido a quien sabía la había querido más que a su propia vida.
Pero aquel hombre, el guerrero valeroso, el postrero héroe del que tantas habladurías contradictorias circulaban por la ciudad, había depositado su pesada capa sobre los hombros de la llorosa chiquilla y se la había llevado sin mediar palabra con un brazo acorazado rodeándole los hombros, calmando su mente desquiciada, sanando su corazón herido… brindándole toda la atención, los cuidados y un cierto grado de cariño que su padre nunca había demostrado hacia ella.
Se la había llevado a Los Muelles y allí la había dejado al cuidado de su propia familia para que se la llevasen lejos de Neverwinter en el primer velero que (por supuesto sin autorización) zarpase dirección Risco Alto, Puerto Final o cualquier otro destino más misericordioso que aquella ciudad de muerte.
Aquel hombre no había estado casado… pero tenía dos sobrinas a las que trataba con la misma dedicación que si fueran hijas suyas.
"Soy Lisbet, ¿cómo te llamas?"
Notando cómo los ojos de la Bestia tomaban un cierto tinte acuoso al otro lado del espejo, un nuevo golpe a su puerta interrumpió su maraña de recuerdos e hizo que dejase casi al instante su preciado cepillo de plata sobre la cómoda para dirigirse prontamente hacia la puerta.
Porque ella ya conocía aquel patrón de golpeteo. Y aquel código lo habían desarrollado durante su estadía en Risco Alto entre ella y…
Al descorrer el cerrojo y abrir la puerta, unos ojos helados de un intenso azul magnético pertenecientes a una chica visiblemente más alta que ella se encontraron con los suyos, verdes y, de cierta manera, reptilianos.
- No me digas que hoy también te vas a quedar aquí haraganeando. – fue el saludo que le brindó aquella misma chica. Su confidente, su única amiga dentro de aquel nido de serpientes lleno de pomposos hijos de nobles aprendiendo el Don a base de pilas polvorientas de libros infumables.
- Me estaba peinando. – fue toda la explicación que la pelirroja, la de los ojos del dragón, le ofreció con aire indolente.
- O tal vez estabas eludiendo ir a clase. – ofreció su alta amiga cruzándose de brazos, su negra túnica de seda adornada de acerados remaches cosidos en hilo de plata imitando las fases de la luna en mangas, cuello y bajos. Ondeando sobre su piel con cada movimiento.
- Yo no eludo nada. – replicó la otra de nuevo – Simplemente no malgasto mi tiempo en aprender algo que ya sé en compañía de ésa caterva de niñatos que se creen alguien solamente porque sus padres han pagado lo suficiente al mío para que les enseñe a no ser unos inútiles el día de mañana.
- Ouch, touché, mi queridísima hechicera. – replicó la de los ojos azules llevándose dramáticamente una mano al pecho – Mi corazón sangra desbordado con tamaña puñalada venida por tu mano.
Suspirando, la pequeña pelirroja salió fuera de su impenetrable muro de hermetismo junto a la otra para recorrer escaleras abajo los pasillos bulliciosos de aquella prestigiosa escuela donde lo posible se daba de la mano con lo aparentemente imposible.
- Nunca entenderé cómo, sencillamente, no te despido de un puntapié nada más cruzar el quicio de mi puerta. – resopló con la más leve de las sornas, juguetona inclusive en su perenne estado de mal humor por su situación, por su aburrida vida y por su inquebrantable aislamiento social.
- Lo que nunca entenderás es cómo consigo embaucarte con sólo el chasquido de mis dedos. – rió la otra alegremente – Mucho me temo que no eres la única víctima en mi haber. No tienes más que preguntar a Savanna o a Raven, quienes han caído del mismo modo presa de mis encantos.
- Yo con ésa descerebrada cabeza de chorlito y con la oscura de su amiga ni los buenos días, Lis. – opinó la otra sombríamente – Ya te dije hace un tiempo que Raven es extraña y me da que no es de fiar. Y no me vengas ahora con el Argumento Arval, que nos conocemos. – se aprestó a decir alzando una mano al observar las intensas ganas de la otra de replicar – El hecho de que la rarita ésa te presentase a tu… novio, no viene al caso ni hace que deje de ser una rarita a la que le gusta la poesía mortuoria, vestirse de negro y encajes y que lleva encima más maquillaje que una prostituta de Los Muelles.
- Como si hubieras estado tú muchas veces en Los Muelles…
Y ahí hubo un silencio pesado entre ambas, retrocediendo brevemente unos años atrás a Los Muelles y el barco lleno de ratas que se las llevara lejos, dándose cuenta de que aquel horror que las juntara en aquel entonces no abandonaría sus memorias fácilmente. Ambas habían perdido a sus respectivas madres de la mano de la misma enfermedad y sus vidas, lamentablemente, nunca habían vuelto a ser lo que eran desde entonces.
- Mira, haz lo que quieras. Si quieres juntarte con ése par de brujas, la una sin cerebro y la otra sin alma, es cosa tuya. – dictaminó la pelirroja dando zanjando aquel diálogo que no muy gratos recuerdos habían dejado su temporal recordatorio en las jóvenes – Cuando te pongan verde a tus espaldas y traten de sabotear tu vida social, como la mayoría de éstos hijos de papá han hecho conmigo, no digas que no te avisé. La envidia es algo que se huele, Lis, y ése par rezuman envidia hacia ti hasta por las orejas.
Observando a su amiga con preocupación, sabedora de que la chica no es que fuera por un lado ni muy sociable ni por el otro tampoco muy diligente en lo que a las clases respectaba, Lisbet nada quiso añadir al particular y ambas avanzaron por los pasillos, cada una a la clase que le correspondía, hasta que se toparon con dos de las eternas antagonistas de su amiga, un par de abusonas de familias influyentes con el suficiente exceso de dinero que las respaldara para hacer básicamente lo que mejor les viniera en gana dentro de la Academia, que no dudaron en hacerse las encontradizas para pegarle un empujón a la pelirroja y mandarle todos sus papeles y libros al suelo.
- Uy, lo lamento tanto… Qué descuido más tonto. - se atrevió a decir una de ellas mientras se alejaba con la otra, riéndose ambas como las arpías que eran.
Y mientras ayudaba a su amiga a recoger los libros del suelo, Lisbet notó helada la mirada verde, fija y serpentina que la otra chica les estaba dedicando a las lejanas siluetas de aquellas dos estúpidas.
- Algún día, Lis… - musitó ésta, rechinando los dientes como un caimán – Te juro que algún día…
Nota de la autora: ... ehm... hola de nuevo. Lo siento mucho, de verdad, ya sé que ha transcurrido la tira entre la última publicación y ésta... pero, francamente, mi vida ha sido últimamente un absoluto hervidero de deberes y exámenes del módulo de Informática que estoy estudiando más otras tantas movidas... y la vida no me da para tanto. Entre éso y que las vacaciones me las comen a deberes y eventos sociales... pues no hay tu tía.
En fin... pasando al tema del capítulo de hoy, tenemos la clasecita de marras de la mano de la tita Neeshka aleccionando a nuestra ignorante prota acerca de sus orígenes y combates no-muertos a la carta. No hay mucho más que destacar salvo el último apartado (adivinad quién es), pero al siguiente ya va tocando mover el culo rumbo de nuevo a Neverwinter.
Ghost-03: ayyyyy lo siento mucho... pero, como he puesto líneas arriba, no me da la vida para escribir y mucho me temo que hasta verano la cosa no va a cambiar y la asiduidad de publicación brillará básicamente por su ausencia T_T. En lo referente al último review que me dejaste: ya tengo estructurada más o menos cómo irá la historia y el hecho de cómo se conocieron Deekin y el Héroe de Neverwinter irá de otra manera ya que el inicio de la Campaña "Shadows of the Undertide" no casa con el trasfondo del hombre para nada, así que tocará cambiar un par de cosillas para que todo encaje ^^
Por lo demás... hasta verano no puedo prometer nada, y bien entrado en junio, vaya. La vida no me da para tantos deberes, pintura, socializar y escribir, así que... hasta entonces NOS VAMOS LEYENDO, GENTE.